Por Eduardo Luis Aguirre

Las encuestas previas a las elecciones de Estados Unidos, como casi siempre, exhiben más confusión que claridad. Este es un límite que las mediciones previas a los comicios parece afectar a todas las democracias del mundo. Más comprensible resulta esa inescrutabilidad previa de los resultados cuando se trata de un país tan diverso y enorme, casi un continente. De todas maneras, los estudios previos adelantan una posible paridad entre la sobreviniente Kamala Harris y el ex presidente Trump.

.Hasta que aconteciera la renuncia a la postulación del presidente Joe Biden, se daba por descontada una derrota irreversible de los demócratas. Cuando el veterano mandatario decidió declinar su candidatura y la misma fue ocupada por Harris las perspectivas cambiaron rápidamente. Primer dato objetivo, que emula lo que parece ser una característica común en todas las latitudes: las fidelidades políticas son lábiles y los sufragios son drásticamente frustrantes. Las características históricas de los partidos estadounidenses y sus propuestas y ejercicio del gobierno también inducen a una multiplicidad de dudas. Los demócratas lucen como los liberales de la película, pero si bien pueden llegar a mostrar una mayor flexibilidad en materia de derechos civiles y políticos, son los que más guerras e "intervenciones humanitarias" han provocado en el mundo. Quizás puedan mantener una porción importante del voto afroamericano o latino, pero a su vez son quienes han dedicado mayores esfuerzos al crecimiento del capitalismo financiero en desmedro de la industria y lostrabajadores estadounidenses. La versión trumpista de los conservadores republicanos terminó de modificar el sistema de creencias previo a su irrupción. El magnate llegó a cosechar 75 millones de votos, muchísimos de ellos perteneciente a un país que la mayoría de los extranjeros (e incluso los raudos turistas) desconoce olímpicamente. Por eso las imágenes del Capitolio dieron la vuelta al mundo sorprendiendo a los observadores de los países democráticos, víctimas de una estupefacción que atendía más a una estética incógnita que a la sustancia de los reclamos. Es que Trump amenaza con ser cada vez más restrictivo con los inmigrantes latinos, en una esperable versión II del muro, a menos que se selle un acuerdo amplio y de mutua conveniencia con México, cosa que, en caso de un triunfo republicano parece bastante menos probable. Sus exabruptos en materia de restricción de derechos ofrecen una extraña paradoja hacia el interior del país. Trump no solamente cosecha adhesiones entre una burguesía ligada al mercado interno estadounidense, sino también a trabajadores industriales, estados donde la producción material ha sido ninguneada por la aristocracia demócrata, también en los sectores religiosos y productivos de un país profundo que rara vez se alcanza a distinguir y que ha sufrido un ajuste brutal a manos de los los demócratas. Los denominados cinturones (bíblicos, del óxido, etc) son terreno fértil para el crecimiento de una población disconforme y frustrada. Trump ha redoblado la apuesta en la elección de su candidato a viecepresidente, el senador por Ohio James David Vance, un esforzado hijo de un hogar problemático, que logró graduarse como abogado, lograr una reputación indiscutida como escritor y a los 40 años está en condiciones de transformarse en un representante originario dede los Apalaches en Washington. Vance escribió en 2016 "Hillbilly, una elegía rural", relatando una virtual autobiografía donde da cuenta de las desgracias y del relegamiento que esas comunidades olvidadas sufren. El libro fue record de ventas y se transformó luego en una película protagonizada por Ron Howard, Glenn Close y Amy Adams, y es una obra cinematográfica digna de ser analizada. Allí, en ese universo rural, duro y complejo pasó Vance sus primeros años, antes de que su familia se trasladara a Ohio. La historia de estas regiones pueden asimilarse en alguna de sus características a Pensilvania, el estado clave, capaz de definir las próximas elecciones generales. Con más de 12 millones de habitantes, este enclave del noreste de EE.UU. es una de las 13 colonias originales, posee un terreno diverso que también incluye amplias extensiones de tierras de cultivo, bosques y montañas. Filadelfia es la ciudad más grande del “Keystone State” (“Estado Piedra Angular”) es portadora de la historia fundacional del país. Allí se encuentra el Salón de la Independencia (donde se firmaron la Constitución y la Declaración de Independencia) y la Campana de la Libertad, un símbolo duradero de la libertad estadounidense, que seguramente deberá resignificarse si se imponen los proteccionistas del trumpismo.

Pero volvamos a Pensilvania, el estado indeciso más gravitante en términos electorales. Allí la aparición de Kamala Harris le devolvió el optimismo a los demócratas, porque seguramente les permitirá afianzar parte del voto afroamericano y latino y además tiene en el gobernador del estado Josh Shapiro, también demócrata, a una figura política potente capaz de traccionar votos. La dificultad radica en terciar entre el voto de los decepcionados trabajadores blancos. Un punto de encuentro con la situación que describiera James Vance en su libro. Una dura porfía en el Estados Unidos profundo.

El interés por los votos de Pensilvania es enorme. Existen razones objetivas para que esa expectativa se traduzca en inquietante incertidumbre para ambos contendientes. Tomemos en cuenta este dato: la empresa AdImpact, que rastrea la compra de publicidad política, informa de que tanto la campaña de Donald Trump como la de Kamala Harris están gastando más dinero allí que en cualquier otro estado indeciso de este ciclo.

Para aportar más claridad a la cuestión Pensilvania, echemos mano a caaracterizaciones bastante más cercanas.

"En 2020, Pensilvania se decantó por el demócrata Joe Biden por 1.16 puntos porcentuales, lo que se traduce en 80,555 votos.
Es un margen pequeño, pero ni siquiera estuvo entre los tres estados más reñidos de ese ciclo. Wisconsin, Arizona y Georgia se decidieron por diferencias aún más pequeñas. Carolina del Norte, Nevada y Michigan también estuvieron muy ajustados, aunque no tanto como Pensilvania.
Seis de los siete estados con más probabilidades de decidir las elecciones de 2024 fueron para Biden en 2020. Trump ganó en Carolina del Norte.
Entonces, ¿por qué las campañas no se centran en estos estados indecisos más cercanos? ¿No deberían considerarse más importantes que Pensilvania los estados que se decidieron por márgenes más estrechos en 2020?

Para entender la respuesta, repasemos las matemáticas detrás del Colegio Electoral que es lo que decide la presidencia en EEUU: para ganar las elecciones, un candidato debe recibir al menos 270 de los 538 votos electorales.

Cada estado nombra a sus electores, que votan en el Colegio Electoral. El número total de electores de cada estado es igual a su delegación en el Congreso: es decir, el número de senadores más el número de representantes en la Cámara de Representantes. Washington DC también tiene tres votos electorales, que equivaldrían a la delegación del Congreso si DC fuera un estado.


Los estados más poblados tienen más electores, y los más pequeños, menos. En todos los estados el candidato más votado gana todos los electores, salvo en Maine y Nebraska, que tienen un sistema proporcional.
En las elecciones de 2020, Biden obtuvo 306 votos electorales y Trump 232.

Las elecciones de 2024 son las primeras presidenciales desde que el censo decenal dio lugar a la reasignación, una palabra elegante para redistribución de escaños en el Congreso por mandato constitucional.

Eso significa que Estados Unidos se enfrenta a un nuevo mapa electoral esta temporada: los estados cuya población disminuye pierden escaños y los estados cuya población aumenta ganan escaños. Pensilvania, por ejemplo, pasó de 20 votos en el colegio electoral en 2020 a 19 votos en 2024.

A pesar de la pérdida de un escaño, Pensilvania sigue teniendo la mayor cantidad de votos electorales de todos los estados indecisos este ciclo. Así que quien gane en el estado va camino de la victoria.

Este proceso de reasignación produjo resultados que favorecen ligeramente a Trump. Suponiendo que Trump solo gane exactamente los mismos estados que ganó en 2020 y ningún otro en estas elecciones, ganaría 235 votos electorales en 2024. Eso serían tres más de los que ganó con el mismo conjunto de estados en 2020, aunque aún por debajo de los 270 necesarios para ganar.
Si Harris gana todos los estados que Biden ganó en 2020, será elegida presidenta con 303 votos electorales.¿Cómo favorecería ganar Pensilvania a Trump?

Volvamos a la pregunta de por qué Pensilvania es tan importante en estas elecciones.

Para entenderlo, empecemos con un escenario en el que todo lo que hace Trump es ganar los mismos estados que en 2020, además de dar la vuelta a Pensilvania. Ese escenario arroja 254 electores: 235 + 19 = 254. No es suficiente para ganar la presidencia, ¿verdad?

A continuación, supongamos que Trump también puede darle la vuelta a Georgia, el estado que se decidió por el margen más pequeño en 2020 y un estado decisivo este ciclo. Si Trump obtiene los de 2020 y da la vuelta a Georgia y Pensilvania, alcanza los 270 votos electorales y es elegido presidente.
Pero, ¿por qué no intentarlo en los estados con márgenes más estrechos que Pensilvania?

Veamos otros escenarios.

Cada escenario asume que Trump repite lo que ganó en 2020 y luego da la vuelta a varias combinaciones de estados indecisos. Estos escenarios también asumen que los partidos reciben el mismo desglose de votos electorales en Maine y Nebraska.

En los otros dos escenarios sin Pensilvania, Trump no alcanza los 270 votos. Eso significa que tendría que dar la vuelta a un estado más, tres estados en total, para ganar la presidencia.
Pero con Pensilvania, Trump podría ganar la presidencia con solo arrebatarle a los demócratas dos estados.
Sin embargo, este cálculo solo funciona si Trump gana otro estado con un número bastante grande de votos electorales, como los 16 de Georgia. No llegaría a los 270 si solo ganara Pensilvania o si sumara además uno de los pequeños estados indecisos" (*).

Más allá del intríngulis electoral, pareciera que también en Estados Unidos Unidos, y a su manera, comienza a jugarse un clásico mundial: proteccionismo o globalización.

En materia de política exterior, no hay duda que el resultado de la elección impactará en la guerra en Eurasia. Trump ya ha dicho, con su particular jerga, que solucionaría la cuestión de Ucrania en 24 horas. Exagerada, por cierto, la referencia significa en primer lugar, un dolor de cabeza para Europa y luego una expectativa distinta en la relación ruso- estadounidense. Por cierto, también una probable hostilidad creciente con China, por lo menos en materia tecnológica y comercial. Pero esa eventual modificación en la relación bilateral deberá tener en cuenta que hace pocos días chins y rusos firmaron una alianza "sin límites", cuya letra chica y alcance desconocemos.

En el plano interno, seguramente una ola excluyente de extranjeros y una revalorización del alicaído trabajo y la producción estadounidense pondrán en vilo al país que viene.

En la primer potencia mundial de occidente crujen las bases mismas de la Constitución de Filadelfia. La libertad se traduce en una desigualdad extrema entre zonas del mismo país. Modernas ciudades donde asientaa el poder financiero (New York), político (Washington) y académico (Boston) confrontan también con una realidad de tierra adentro. Los modelos constitucionales de diferentes países tampoco han podido revertir estas asimetrías. Ni la confederación norteamericana, ni la federación argentina, ni el sesgo comunitario español. Fragores, recelos históricos, pulsiones separatistas y una multiplicidad de agonismos y antagonismos parecen explicar en buena medida el retroceso del prestigio de las democracias. Algo de eso, que no es poco, se juega en las próximas elecciones de la mayor potencia del mundo.

 

 

(*) https://www.univision.com/noticias/elecciones-en-estados-unidos-2024/por-que-pensilvania-es-clave-victoria-harris-o-trump