Por Eduardo Luis Aguirre

"Tras aquel terremoto que había destruido las tres cuartas partes de Lisboa, los 

sabios del país no habían hallado mejor método para prevenir el desastre total que 

ofrecerle al pueblo un hermoso auto de fe: la universidad de Coimbra había decidido 

que el espectáculo de algunas personas quemadas a fuego lento, con el gran ritual al 

uso, era el remedio infalible para que la tierra no temblase' (Voltaire, Cándido, Capítulo VI).

Según la clásica caracterización de Lenin, el imperialismo -fase superior del capitalismo- necesariamente distorsionaba los procesos sociales y económicos, tanto en las naciones imperialistas como en las colonizadas. Por lo tanto, el antagonismo entre el imperialismo y la descolonización se constituía en el conflicto  más relevante de la humanidad capitalista. Luchas descoloniales y guerras interimperialistas decidían el surgimiento, el esplendor y el ocaso de las hegemonías globales en una dialéctica donde el poderoso fulgor de todo imperio lo exhibía como aparentemente inexpugnable. Ocurrió con el imperio español, con el portugués, con el británico y con el estadounidense .

Ya entrado el siglo XXI, el imperialismo yanqui, garante y piedra angular de un sistema de control global parece todavia imbatible. Algunos pensadores llegan a afirmar que es más factible especular con el fin del mundo que con el fin del capitalismo neoliberal, el gran rector militar, económico, finaciero y cultural planetario. El primero que fue capaz,de colonizar el alma, la subjetividad y las mentamidades de los seres humanos. No obstante ello, hay imperios que durante el primer capitalismo fueron derrotados o sufrieron su debacle por causas que nofueron exactamente las previstas por el marxismo ortodoxo. Esos factores sobrevinientes que ayudaron a pensar a los imperios en su fatal provisoriedad incluyeron razones demográficas, culturales, políticas y hasta fenómenos naturales decisivos. 

Un viaje a través de la historia nos ayuda a comprender, mediante un solo ejemplo, la inesperada y vertiginosa caída de uno de los imperios más poderosos del Renacimiento.

Portugal, un país pequeño con apenas 10 millones de habitantes en el extremo occidental europeo, fue durante algunos siglos una potencia maritima poseedora de colonias en 5 continentes. Aliada histórica de Inglaterra desde el siglo XIV hasta nuestros días, su vínculo con España fue siempre ríspido. Una vez acordada la división del mundo mediante la lntervención papal, ambos reinos ibéricos comenzaron una disputa cada vez mas abierta. Un casamiento real terminó sellando la entente entre lusos e ingleses, que ha resistido el transcurso del tiempo y dura hasta el presente. Si bien Portugal fue sucumbiendo como potencia colonial por su fragilidad demográfica y las guerras de liberación que culminaron a la vez que la Revolución de los Claveles deponía a la dictadura de António de Oliceira Salazar hace apenas 50 años, hubo un hecho anterior y dantesco que selló la  suerte del país. Un acontecimiento que no se encuadraba exactamente en las perspectivas leninistas. El 1 de noviembre de 1755, dia de Todos los Santos, a las 9 de la mañaña, un sismo de 8/9 grados en la escala de Richter derivó  en un tsunami histórico, una catástrofe colosal que se incluye dentro de las cuatro más cruentas de la historia humana. Uno de cada cuatro lisboetas perecieron como consecuencia del fenómeno. Como el mismo se produjo en un día de raigambre religiosa, los habitantes de la ciudad habían prendido velas por doquier. El resultado fueron un centenar de incendios que iluminó a una de las ciudades más poderosas de Europa durante una sucesión interminable de noches fatales. Los soldados del rey debieron dedicarse durante meses a controlar el pillaje, la confusión y el sufrimiento colectivo y a enterrar -como pudieron- los cuerpos de las víctimas desaparecidas. Hasta que no llegó a la ciudad, a pedido del monarca el marqués de Pombal con el objeto de articular un plan de reconstrucción que significó a la postre el inicio de la sismología, Portugal sufrió un embate sin precedentes. Si la debilidad demográfica había significado la causa de la intrínseca debilidad de su poderío colonial, el empobrecimiento, las privaciones, la destrucción y las decenas de miles de muertes no hacían más que profundizar esa crisis. Portugal era en esencia un país marítimo. El terremoto había tenido su epicentro en las costas que navegaba su flota, yendo y volviendo de sus territorios de ultramar. Un temblor que afectó a toda España produjo la imposibilidad y el pánico de los marinos para lanzarse a la mar. No era para menos. Eran tiempos que llevaron a los filósofos a poner en duda la bondad de dios. Kant, Voltaire (con sus célebre y polémico "Cándido") pusieron en tela de juicio las creencias trascendentes en un país donde, como era lógico, la autoridad del rey provenía de la providencia divina.

La caída de Portugal puso frente a frente a España e Inglaterra. Ese enfrentamiento, cuyo resultado conocemos, se incrusta, como una cabecera de playa en la historia del Río de La Plata. La hegemonía de Inglaterra duró hasta la segunda guerra mundial. 

El fin de la guerra fría se produjo por la implosión de la URSS y sus países aliados. Si bien no sería del todo apropiado denominar al experimento soviético como un imperialismo, el ensayo expansionista encontró sus límites en las dificultades del desarrollo de sus fuerzas productivas, pero también en el humor, la postración y el deterioro de un gigante donde el 40% de su población era alcohólica.

Pocos previeron la caída del gigante, empezando por sus propios habitantes.

Algo similar ocurrió en Portugal.

Si bien Estados Unidos sigue siendo la potencia imperial indiscutible en la actualidad, la multipolaridad del mundo del siglo XXI, la aparición de nuevos actores políticos y nuevas alianzas estratégicas, de China y Rusia como nuevos liderazgos, las corporaciones de megamillonarios cuya fortuna personal supera los PBI de países como China o el Reino Unido y las convulsiones internas que exhiben la reafirmación de un trumpismo que agita el racismo y amenaza con desatar una segunda cruzada antiinmigrante pero también reivindica el trabajo y la industria americana exhiben las contradicciones de un gigante que puede sostener la enorme maquinaria económico financiera mediante la potestad de emitir sin cortapisas y el poder disuasivo y coercitivo que impone el complejo Industrial Militar. No sabemos cuál será el resultado de esas pujas. Sí intuimos que al interior del país que asiste al debiiitamiento de sus tradiciones (incluso las religiosas) y pone en entredicho su lengua y su cultura mayoritaria algo puede acontecer sin que lo intuyamos.