Por Eduardo Luis Aguirre



Me llamo Jean Luc Mélenchon, nací el 19 de agosto de 1951 en Tánger. No he heredado un castillo ni un partido político de mi padre. No tengo coche ni chófer. No he empleado a ningún miembro de mi familia y ninguno de mis consejeros tiene una cuenta en Suiza". Así se definía el referente de la izquierda democrática francesa en su propio sitio electrónico, en la previa de las elecciones de 2018. El mismo que el domingo pasado acaba de imponerse en los comicios generales galos y generar una tormenta política de proyecciones mundiales.


1. Este francés, originario de Marruecos, hijo de padres pobres nacidos en la Argelia colonial y nieto de españoles, que vivió muy cómodo entre musulmanes es, además del referente y candidato del espacio “Francia Insumisa”, la versión francesa de un movimiento nacional y popular, un orador notable, un brillante analista de la realidad mundial, un filósofo de origen. Un escritor y lector empedernido de poemas que es criticado justamente por su sensibilidad y su desarrollo teórico. El que advierte que entre el pueblo y las oligarquías contemporáneas existen “castas” que se ocupan de reproducir las condiciones de desigualdad de las sociedades. Contra ellas solamente es posible –aseguraba Mélenchon- oponer movimientos populares que fluyen en el subsuelo social de manera sorda, tumultuosa y contradictoria, conscientes del carácter contingente del sistema, pero también de la relación de fuerzas sociales vigentes, cuyos líderes deben necesariamente auscultar, comprender y sintetizar creativamente.

2. En 2013, una nutrida marcha que iniciaba en la Bastilla alteraba la impresionante arquitectura parisina. En la ciudad de las luces, un orador encendido, filósofo de profesión, docente de secundario, que por entonces militaba en el viejo Partido Socialista francés se desmarcaba de las socialdemocracias en pleno proceso de degradación: “No queremos al mundo de las finanzas en el poder, no queremos las políticas de austeridad que hacen sufrir a los pueblos de Europa y conducen a todo el continente al desastre", se manifestaba explícitamente "contra el" golpe de Estado financiero y acusaba a la "troika"  y a la "vacía Comisión Europea"  de imponer al pueblo "un sufrimiento innecesario que se asemeja al sadismo" para pagar "una deuda que nunca será pagada".

3. Y clamaba, en una advertencia señera: "Abajo el infame complot contra el desgraciado pueblo griego, portugués y español". El discurso se diferenciaba claramente de las gramáticas claudicantes de los socialismos rancios y Jean- Luc Mélenchon, desde ese momento, sería demonizado con el cliché de moda de las derechas del tercer milenio. Aparecía un nuevo peligro populista en el corazón mismo de occidente y competiría en todas las elecciones sobrevinientes en su país. De allí en más sería tildado de difamador, insultante, discriminador y portador de teorías conspirativas. La prensa del sistema, como no podía ser de otra manera, pasó a jugar un rol sistemático de desgaste del líder de Francia Insumisa, que decidió dar la pelea en todas las contiendas electorales galas sucedidas en una década. Hasta que en las elecciones presidenciales de 2022 obtuvo el 21,95% de los votos, quedando fuera de la segunda vuelta que disputaron Macron (27,84 %) y Marine Le Pen (23,15 %). A pesar de la derrota, Mélenchon sumió al Partido Socialista en el peor resultado de su historia y se consolidó como el referente de la izquierda francesa y tal vez de esa manera se convertía en un “avisador de incendios” contemporáneo, la categoría política señera acuñada por Walter Benjamin.


4. Está claro que el Frente Popular no alcanzó entonces sus objetivos de máxima y Mélenchon no llegó en esa oportunidad a ser ungido Primer Ministro. Pero también es cierto que, aún con sus disputas intestinas latentes, la izquierda demostraba en ese momento que podía modificar el mapa político francés de cara a un futuro que prometía mirar el mundo desde una perspectiva diferente a lo que queda en pie de las rancias socialdemocracias de Europa occidental.

5. Que esto aconteciera en Francia, implicaba la recuperación de tradiciones culturales que se fueron sepultando en las últimas décadas, pero también una mirada distinta de la propia región. En la palabra de Mélenchon habitaba un componente argumental que iluminaba la política francesa y que, paradójicamente, se parecía mucho a los movimientos nacionales y populares de nuestra América. Había en sus discursos una convocatoria al orgullo nacional, la épica de la libertad y la transformación rotunda de una sociedad profundamente injusta. No se trataba de mera retórica ni tampoco de una correcta estrategia electoral sino la reposición del argumento en la izquierda como forma de hacer política y de volver a imaginar un futuro colectivo, el gran talón de Aquiles de las formaciones plebeyas durante el presente siglo.

6. Alejado de las prédicas atlantistas y crítico inclaudicable de la OTAN y de la guerra, Mélenchon es una síntesis superadora de lo que hasta ahora veíamos, en general, en el occidente más rico. Además de reivindicar a Simón Bolívar y criticar en su blog la visita de Nancy Pelosi a Taiwan, el líder frentista exhibe una respetable trayectoria como escritor y analista de la política global. Uno de sus libros, particularmente agudo, se titula “El arenque de Bismarck”, y constituye un llamado de atención a la forma como Alemania coloniza al resto de Europa obteniendo un liderazgo regional que intentó pero no consiguió con métodos históricamente reprobables. Mélenchon hace especial hincapié en este desfasaje que desnaturaliza el engendro unionista: “"Este libro es un panfleto. En él me he tomado el derecho de criticar a Alemania. Porque hemos visto cómo ha tratado a Grecia. ¿No es un anticipo de cómo tratará a Francia, a cualquier otro país del Este o del Sur? Mantengo que Alemania se ha convertido en un peligro para sus vecinos y para sus socios. Denuncio su arrogancia y el supuesto “modelo” que impone a los demás en beneficio propio. Muestro hasta qué punto representa un retroceso para nuestra civilización. Aviso: más allá del Rin ha nacido un monstruo; es el hijo de la economía financiera desbocada y de un país que se ha entregado a ella, aquejado de necrosis por el envejecimiento acelerado de su población. Ese matrimonio está en vías de modelar Europa a su imagen y semejanza. De hecho, Alemania va mal. El veneno alemán es el opio de los ricos. Cambiar nuestras vidas y cambiar a Alemania es un mismo empeño. Hay que llevarlo a cabo antes de que sea demasiado tarde". Este libro es un correlato de su plataforma política, disponible en melenchon.fr


7. Esta versión francesa de una izquierda nacional encarna un recambio superador de los clásicos políticos de cabotaje apoyados en los aparatos partidarios o en poderes fácticos que pudieron caracterizar a algunos espacios alternativos durante décadas pasadas; de los cultores de la razón gestiva que recrean por doquier liderazgos verticalizados y disputan muchas veces espacios de poder inexistentes, funcionales o laterales. Este veterano militante del mayo francés – donde, por primera vez, dice haberse sentido “responsable de los Otros”- ayuda a conmover el panorama mayoritario de los líderes sociales del mundo entero a puro pensamiento. La herramienta menos valorada - aunque paradojalmente más temida- por la “realpolitik” del siglo XXI. La primera que quieren envilecer e invisibilizar los “coaches” de la insustancial política neoliberal.


8. En una multitudinaria concentración en Marsella, donde acudieron 100.000 franceses, Mélenchon advertía hace más de un lustro que los votantes franceses “toserían sangre” si elegían a cualquiera de los otros tres aspirantes a la presidencia en las elecciones de 2018. Sus rivales eran entonces el “centrista” Emmanuel Macron-favorito en las encuestas-, Francois Fillon, otro derechista que balbuceaba durante la campaña las conocidas tentativas de reducción del gasto público y del número de empleados estatales y Marine Le Pen, la expresión hereditaria del neofascismo tradicional francés. El ballotaje, como sabemos, lo terminó ganando Macron. Muchos pronosticaron, entonces, el fin del candidato y de toda expresión transformadora en Francia, sobre todo a partir del colapso y la abdicación del colonizado partido socialista. Quiso la política reservarle a Mélenchon una revancha indispensable, en medio de tiempos aciagos.

9. El reciente vencedor es, vale recordarlo, partidario de despegarse de la condición de furgón de cola de Estados Unidos que padecen los países europeos frente a la guerra en Ucrania, sacar a su país de la OTAN, acabar con la independencia del Banco Central Europeo y abandonar el Fondo Monetario Internacional (FMI). Veremos. Ahora su partido estaría en el poder y podría comenzar a a gravitar, como en todo el mundo, el recordado teorema de Baglini.

10. Pero algo distingue a Jean Luc Mélenchon. Algo cuya materialidad permite entrever un futuro inmediato distinto, si la izquierda tuviera finalmente un primer ministro. En febrero pasado, el líder de la Francia Insumisa llamó “irresponsable” a Macron (el gran impulsor rusofóbico) por hablar de enviar tropas a Ucrania. En esa diferencia radical puede jugare el futuro del conflicto. Francia es el único país de Europa continental que posee armamento no convencional. También lo almacena el Reino Unido, aliado indisoluble de Washington. Pero la nueva posición que podría asumir Francia, a la que debe sumarse la reciente visita del húngaro Víctor Orban a Putin y el Waterloo televisivo de Joe Biden, permiten conjeturar un futuro distinto de la guerra si en las elecciones estadounidenses se impusiera Donald Trump. No sólo por su relación con el huésped del Kremlin sino por su hartazgo con el incumplimiento de los aliados menores de la OTAN para ponerse al día con sus obligaciones destinadas a sufragar la alianza militar.



Imagen: diario Perfil.