Por Eduardo Luis Aguirre

El matizado belicismo que han demostrado los países de Europa Occidental con relación a la guerra en Ucrania no deja de llamar la atención. Hasta algunas formaciones progresistas se han alineado en una postura claramente rusofóbica o han recobrado el pragmatismo de los partidos comunistas europeos durante la guerra fría para justificar una inexplicable animadversión contra Moscú. Esa propensión incluye desde el envío de ingente cantidad de armas, pertrechos y tecnología hasta la intervención de grupos armados, militares o paramilitares. Curiosa desmemoria de un continente que ha soportado dos guerras mundiales en su geografía y una alteración volátil de su mapa político durante el siglo pasado.

En la vieja disputa geopolítica que alertaba sobre el peligro que implicaba para los Estados Unidos un sólido tratado de paz alemán con Rusia, situación que alcanzaba también a Francia, hasta la negativa estadounidense de aceptar a la potencia euroasiática en la OTAN una vez que la misma se transformara en una economía capitalista después de la implosión de la antigua Unión Soviética, existen gestos europeos recurrentes que son indudablemente peligrosos para sus propios habitantes.

Algunos de ellos provienen de países que han tenido conflictos, disputas o animosidades históricas con los rusos, como sería el caso de Polonia o los países bálticos, pero en el caso de las naciones occidentales está claro que su política de alineamiento con los Estados Unidos y la OTAN ciega la razón crítica respecto del riesgo que corren en un contexto cada vez más delicado. La propia Unión Europea ha asumido una postura colonizada de esas mismas características, sin importar el potencial militar de cada una de las naciones que la integran. Lo mismo acontece, desde luego, con Gran Bretaña, aliado histórico de Washington.

Lo llamativo es la percepción que algunos países menores de esa región han adoptado, asumiendo posiciones análogas a la de sus países vecinos.

Podríamos ejemplificar esta última estupefacción con las afirmaciones que Portugal, a partir de las declaraciones de su propio presidente ha hecho públicas en los últimos tiempos. Sore todo, cuando esas manifestaciones pretenden atraer al conflicto a los países de nuestra región. Hace poco más de un año, Marcelo Rebelo de Sousa no dudó en calificar a la guerra en Ucrania como “global” y no solamente europea. Esa lectura la hizo en marzo de 2023 en República Dominicana y el fundamento para expresarse de esa manera es que intervienen todas las potencias mundiales, que las consecuencias de la guerra afectarán a todo el mundo y que este no será el mismo cuando la guerra termine, razón por la cual nuestros países debían demostrar también “su espíritu iberoamericano”. Esta curiosa apelación derivó, como era esperable, en una visita de Zelenski a Lisboa destinado a"reforzar la cooperación en el ámbito de la seguridad y la defensa". Ese pedido, en lo que parece ser el estado natural del presidente ucraniano, incluyó desde luego a los lusos, que se comprometieron a colaborar con tres carros acorazados Leopard y un submarino. Un módico aporte militar, que sin embargo sirve para identificar a los portugueses desplegando una conducta hostil contra Rusia. El ejemplo de Portugal que elegimos es justamente porque su debilidad militar (más allá de las actualizaciones de su arsenal que relevan las revistas militares especializadas) pone al descubierto la existencia de las presiones interminables de un gran amo al que las potencias europeas obedecen a pie juntillas bajo el paraguas imaginario de la seguridad que proporcionaría el otanismo en caso de conflicto armado.

Durante una reciente cumbre realizada en Suiza para tratar la cuestión de la paz en ucrania, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen dijo que las propuestas rusas para un alto en fuego son indignantes y que “será Ucrania la que determine las condiciones de una paz justa”. Algo similar en términos de rechazo expresó Jake Sullivan, el asesor estrella de la Casa Blanca, del cual ya nos hemos ocupado en esta hoja. El presidente portugués Rebelo de Sousa fue más prudente. Dijo genéricamente que una paz “larga y duradera” debe estar fundamentada en “la carta humana, el derecho internacional y humanitario, el multilateralismo, la seguridad nuclear y el desarrollo sostenible para todos”, y el camino que lleva hacia ella “empieza ahora”. Un toque de cuidado no viene mal. Lo mismo había hecho el gobierno danés al conminar a Ucrania a que el armamento que le proveyera no podría ser utilizado en suelo ruso,

Vamos a seguir analizando la posición portuguesa para comprender a partir de un ejemplo cuál es el delicado entramado que liga a estos pequeños países a los designios estadounidenses y al supuesto paraguas de la OTAN. Quienes quieran comprender mejor los motivos de esta coalición y los matices de la misma podrían averiguarlos en un debate señero conducido por Rubén Gisbert y emitido en el programa “Orígenes” del Canal Negocios TV bajo el título “La OTAN a debate: ¿un aliado indispensable o prescindible?”. En la discusión intervienen el coronel Pedro Baños, uno de los especialistas en geopolítica más reputados de España, el embajador José Antonio Zorrilla, reconocida autoridad en política internacional, el general español retirado Jesús Argumosa y Jorge Gómez, ex miembro de la central de inteligencia (CNI) de ese mismo país (1). Allí podrán sacar sus conclusiones acerca de la debilidad de las argumentaciones atlantistas y lo poco fiable que dicha afiliación resulta para los países europeos, sobre todo para los más pequeños, menos poderosos y menos estratégicos en cuanto a su poderío militar. Si seguimos analizando a Portugal, veremos que las publicaciones especializadas lo ubican en el número 45 entre 145 naciones escrutadas. Para ubicarnos, España está en el puesto 21 y Ucrania, masacrada por los proyectiles rusos, pero a la vez reforzada de manera ingente durante la guerra ocupa el puesto 15 (2).Su flota militar aérea ocupa el lugar 67 mientras Argentina, para darnos una idea, figura en el puesto 43. Hace dos años, el Ministro de Defensa Augusto Santos Silva manifestaba respecto a la guerra en Ucrania que los portugueses “debían estar preparados para cualquier escenario”. Por eso es que el Consejo Superior de Defensa Nacional de Portugal aprobó por unanimidad la movilización de dos fuerzas de respuesta rápida de militares portugueses en el marco de la OTAN, que podrán ser activadas para misiones de la Alianza. Se trataba de 1500 efectivos destinados a funciones de disuasión y no de intervención (3). Portugal tiene, en total, 32726 efectivos militares (4). Tiene 318 militares cada 100 mil habitantes, una proporción que no es baja, pero que da cuenta de las históricas limitaciones demográficas de este hermoso país que, si se prepara para cualquier contingencia, debe saber perfectamente que el armamento ruso podría llegar hasta la península ibérica, algo que ha reconocido la Ministra de Defensa española. Entonces la pregunta vuelve una y otra vez. ¿Por qué los países europeos más pequeños se involucran en una alianza que, en ninguna de sus intervenciones tuvo razón y sólo causó destrucción y muerte? ¿De verdad creen que son significativos para sus aliados más poderosos, incluso los europeos? ¿O sería quizás una razonable neutralidad la que aconsejaría el buen sentido en un marco de máxima sensibilidad? Esta guerra, que envalentona hasta a algunos sectores progresistas europeos adictos al pragmatismo no tiene que ver con los pueblos del oeste continental. Mucho menos con nuestra América, dato que deberían asumir los gobernantes de muchos países, incluido el nuestro.









(1) https://www.youtube.com/watch?v=clKwqzcOHSI&t=3419s

(2) https://www.huffingtonpost.es/global/puesto-ucrania-potencia-militar-ranking-mundialbr.html?int=bloque_rel_final

(3) https://www.swissinfo.ch/spa/portugal-autoriza-movilizaci%C3%B3n-de-fuerzas-de-respuesta-r%C3%A1pida-de-la-otan/47377810

(4) https://datosmacro.expansion.com/estado/defensa-ejercitos