Por Eduardo Luis Aguirre
Este año se conmemoró medio siglo de la singular revolución que cambió la historia de Portugal. Más precisamente, el 25 de abril de 1974, en la madrugada de una Lisboa abarrotada obreros, y jóvenes, aconteció la revuelta popular que depuso a la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar, la más prolongada que se recuerde en el viejo continente. Duró 48 años.
Si bien la vigencia en el ocaso de Francisco Franco en su mayor vecino peninsular todavía daba cuenta de un pasado oscurantista en la región, el movimiento luso marcó un antes y un después en el otrora imperio colonial y además expresó una sensibilidad política hasta entonces extraña. Las fuerzas armadas portuguesas se plegaron a la insurrección popular pacífica, asumiendo su condición de parte de los sectores más dinámicos de la población. La tozuda conjunción que imaginaba Jorge Abelardo Ramos acontecía también en uno de los países más empobrecidos de Europa occidental. Es que el dictador a la sazón depuesto, el fundador del pomposo Estado Novo, sumió a los portugueses en un infierno de represión, violencia, miseria y atraso. Su vigencia se resquebrajó cuando una radio emitió a la medianoche una canción prohibida por el gobierno de Salazar: Grândola, vila morena -una especie de Bell, ciao portuguesa, según recuerda el diario Clarín-, que actuó como un llamado colectivo al alzamiento cívico militar que pondría fin a la larga noche despótica. Los manifestantes comenzaron a colocar claveles en la en la punta de los fusiles de los soldados. Esa decisión colectiva de plantear la lucha prescindiendo de toda violencia bautizaron a la revolución para siempre.
La realidad de los años y días previos a la pueblada lusitana, según el escritor João Céu e Silva, superó a la ficción, incluyendo episodios tales como la fuga de prisioneros de una cárcel infranqueable, el desvío de un avión de la aerolínea TAP o el secuestro de un barco.
“De hecho, en su último libro, “Adeus, Casablanca” (2022, editorial Guerra & Paz), recoge algunos de ellos, todos ocurridos en la década de 1960 -cuando Portugal se encontraba bajo el control de la dictadura de António de Oliveira Salazar-, y muestra cómo las curiosidades de la historia de este país pueden interesar en cualquier parte del mundo”. “El escritor y periodista recoge el primer gran desvío de un avión de la aerolínea TAP que realizaba el recorrido Casablanca-Lisboa, que detractores del régimen de Salazar utilizaron para lanzar folletos contra la dictadura, así como el histórico secuestro del navío Santa María” (1). La revolución, como la historia humana misma, tuvo claroscuros notables, uno de los cuales es la aparente preferencia del olvido por parte de los propios países. Ese retraimiento de la conciencia histórica resulta en buena medida comprensible en este pequeño y austero país con escasa influencia en la Unión Europea. Según el propio Céu e Silva, a los portugueses les resultó muy difícil elaborar su pasado cercano. El posterior ingreso a la Unión marcó a fuego a la Nación. Ese salto a los brazos europeístas no fue inocuo para Portugal. La independencia de territorios como Angola o Mozambique fue una “gran ruptura histórica” para los portugueses y fueron miles los retornados a Europa que tuvieron que comenzar “casi de cero”, “un trauma tan grande” para el país que ha preferido olvidar antes que estudiarlo, sostiene el historiador. Además, Silva señala la influencia que la entrada al mundo digital provocó en la subjetividad de los portugueses, alterando drásticamente la percepción de una revolución indudablemente atractiva por los hechos que la rodearon y las alianzas sociales que la potenciaron. La verdad histórica no suele llevarse bien con el mundo digital, recela el escritor. “Las personas en el mundo digital no conocen por norma los hechos históricos. Hay errores constantes” y se centran más en la actualidad antes que en la reflexión y el estudio de décadas pasadas, ya sean portugueses o extranjeros.
Ese desconocimiento es cierto. Nadie supo durante 40 años cómo se llamaba el hombre que se encerró en su carro de combate para no tener que abrir fuego sobre sus compañeros la mañana del jueves 25 de abril de 1974. En 2014, tras desvelarse su identidad gracias a la investigación periodística de Adelino Gomes y Alfredo Cunha, José Alves da Costa recibió la distinción de gran maestre de la Orden de la Libertad de manos del presidente de la República. En 1974 estaba al frente de un tanque M47 que había salido a la calle a defender la dictadura. Junto al río Tajo, el general de brigada Junqueira dos Reis ordena al cabo Costa que dispare contra el capitán Maia y sus tropas, que han recorrido de noche los 80 kilómetros que separan Santarém de Lisboa para tumbar el régimen. Ante las evasivas del cabo, el general saca su pistola y le dice: “O abre fuego o le pego un tiro en la cabeza”. José Alves da Costa le sosegó, se introdujo en su carro de combate, cerró la escotilla por dentro y no salió hasta pasadas varias horas, cuando la revolución ya estaba en la calle. “Si él disparaba, moría solo yo. Pero si yo disparaba, iban a morir decenas o centenas de personas. Disparar no era una opción para mí, solo lo habría hecho si hubiera tenido la certeza de que no causaba daños”, explicaba durante una entrevista en su aldea de Balazar, en la región del Minho, en diciembre pasado (2).
La corresponsal del diario español El País en Portugal, Tereixa Constenla concluyó. “Los militares salieron para derrocar una dictadura de más de cuarenta años y su intención no era tomar el poder, sino devolver al pueblo portugués la capacidad de elegir el rumbo político en unas elecciones. El legado de este movimiento trasciende las fronteras de Portugal y sirve como ejemplo de la resistencia pacífica y el cambio político de los años 70 en Europa” (3).
En realidad, la Revolución fue más que eso. Fue una construcción de pueblo que unificó a miles de trabajadores, mujeres, militantes políticos y también militares y lució como un límite a los golpes de estado que las fuerzas armadas dieron contra el pueblo en los años sucesivos, en la mayoría de los continentes. Desde Chile a Ucrania, desde Argentina hasta el recordado asalto conducido por el guardia Civil Antonio Tejero en 1981, en el Congreso de los Diputados español.
De hecho, Portugal parece convivir mucho mejor con la idea romantizada de una revolución pacífica ejemplar que con la memoria de los militares que también participaron de la misma. Las dudas, controversias e indiferencia que rodearon la muerte en 2021 Otelo Saraiva de Carvalho, referente intelectual del ejército en aquellas jornadas épicas, reavivaron las polémicas sobre el tenor de los reconocimientos oficiales que deberían recibir esos militares (4).
Es que el devenir de los tiempos fue demasiado pródigo en episodios trágicos que ubicaron a las fuerzas armadas en un lugar oscuro y contrarrevolucionario de la historia mundial.
(1) https://www.swissinfo.ch/spa/la-historia-portuguesa-cuando-la-realidad-supera-a-la-ficci%C3%B3n/48160638
(2) https://edup.ecowas.int/new/2024/04/24/memorias-de-la-revolucion-de-los-claveles-el-cabo-que-no-disparo-el-sargento-que-custodio-a-marcelo-caetano-y-el-capitan-que-asalto-la-radio-internacional/
(3) https://elpais.com/babelia/2024-04-13/la-libertad-llego-en-abril-hace-50-anos.html#?rel=mas
(4) https://elpais.com/internacional/2021-08-03/portugal-mas-comodo-con-el-25-de-abril-que-con-sus-capitanes.html#?rel=mas