Por Eduardo Luis Aguirre
La guerra entre Rusia y la OTAN no ha terminado y no se advierten perspectivas ciertas de su definición, salvo que Zelenski decida capitular definitivamente frente a lo que ya es un desastre militar y humanitario consumado. Fuera de esta hipótesis, que ni siquiera se menciona de manera asertiva, la única consecuencia que parece haberse verificado es la que señala a uno de los grandes perdedores de la contienda. Europa continental es la principal damnificada de esta guerra dramática. Y, en este caso, hay evidencias concretas que permiten entramar conjeturas en esa dirección.
Alemania acaba de perder su condición de quinta potencia económica del mundo, nada menos que a manos de Rusia, el país más sancionado de los últimos tiempos. Ese es un primer dato conmovedor que no escapa al conocimiento de los analistas más conocedores del tema.
La segunda verificación tiene que ver con la crisis económica y financiera del viejo continente, que la sangría bélica permanente ha profundizado y acelerado. Lo ha señalado el propio Banco Europeo. La región se estanca porque la demanda interna ya no aguanta una situación que se agrava al punto que los datos oficiales admitieron que tanto en servicios como en manufacturas desde el mes de julio pasado se habría entrado en una recesión. Y ente caso, a diferencia de lo acontecido el año anterior, donde el enfriamiento de la economía era una consecuencia de la crisis estadounidense, este caso la cuestión es bien distinta. El Banco Central Europeo admite que el alza de los tipos de interés estrangula la economía de las familias europeas afectando directamente su nivel de vida y la ilusión de que la inflación entraba en una fase menguante es seriamente puesta en duda por la propia realidad, sin necesidad de que ningún organismo respalde esa deriva. Por el contrario, en algunos países como España los alimentos suben más de un 10%. Una cifra escabrosa para países que construyeron la idea moderna del estado de bienestar. Algo ha comenzado a andar mal, diría Tony Iudt. Y no le faltaría razón en este caso. Los argentinos sabemos perfectamente lo que son las consecuencias del alza del precio de los alimentos. Hace apenas ocho años se puso en práctica un experimento análogo del que no nos hemos repuesto. Al igual que en las socialdemocracias, en los países que vivieron en esta región al amparo de los “populismos” la consigna fue, justamente, no permitir el hambreamiento del pueblo. Pues bien, pareciera ser que algo de esta naturaleza toca a las puertas de Europa. El uso indiscriminado de las tarjetas revolving, esas que cobran tasas desmesuradas, está marcando la desesperación de los ciudadanos para poder llegar a fin de mes. Ese endeudamiento de las familias europeas deberá ser saldado por el Banco Europeo, seguramente recurriendo a las recetas de austeridad con las que siempre actúan los organismos del (ya no tan) nuevo sistema de control global punitivo. De manual: los culpables serán los países por haber gastado de más y la solución presunta consistirá en un ajuste.
Hay que ir imaginando el mundo que viene. Europa continental decreciendo. China ralentizando fuertemente un crecimiento que su gobierno estimaba en más de 4% y que ahora parece que solamente alcanzará 2 magros puntos. Muy poco para un gigante que necesita crecer como parte de su planificación estratégica. Por si esto fuera poco, Estados Unidos cuenta con un archipiélago de países poderosos económica y militarmente que rodean geopolíticamente a China Popular, (entre ellos Japón, Corea del Sur, Taiwan, Malasia y Singapur) además de haber asentado una de sus flotas más poderosas a la vera continental de su rival. África vuelve a vivir guerras y hambrunas, América Latina no emerge de sus cíclicas crisis y solamente Estados Unidos aparece liderando a un mundo extraño en el que una de las cuatro economías más potentes es la India. Un planisferio por demás complejo. Y en el medio de Eurasia, la guerra.