Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

La guerra en Ucrania continúa siendo una situación problemática que afecta a todas las potencias mundiales. En el caso de la Unión Europea, el conflicto ha puesto de manifiesto la fragilidad de Bruselas a partir de los diferentes tratamientos que los distintos países le confieren a la relación con Moscú. No siempre estos matices se vinculan a la emergencia de gobiernos de ultraderecha. En todos los casos, se trata de gobiernos que no están dispuestos a despegarse de la Unión ni a cuestionar el sistema neoliberal en el que el viejo continente ocupa un lugar crucial, siempre teniendo en consideración sus desparejas potencialidades.



El conflicto bélico parece estancado y se multiplican los indicios que marcan las dificultades rusas en lo que se planteó como una operación militar a término. La guerra lleva ya más de medio año y nadie sabe cuándo ni cómo se resolverá. Ucrania ha sido asistida por los países europeos y ha demostrado un grado de desarrollo tecnológico facilitado por sus aliados, que en materia comunicacional contrasta con algunas secuelas vetustas en el equipamiento del ejército ruso. Esos aliados han decidido atar su horizonte y su toma de posición a los intereses de los Estados Unidos, que es el gran ganador de esta horrible contienda. No solamente porque provee a título (muy) oneroso armas de última generación a Kiev sino porque ha logrado –otra vez en tiempos de una administración demócrata- subordinar a sus designios al resto de las potencias en un momento donde la globalización da muestras de caducidad y se avizora un regreso de los nacionalismos, que es posible advertir en la puesta en práctica de políticas contra la pandemia o en la reaparición de los estados como protagonistas de un orden emergente. El eventual empantanamiento ruso en Ucrania marca un hito histórico desde la finalización de la IIGM y pone en blanco sobre negro la relación de fuerzas mundiales. La OTAN, pero mucho más EEUU, se vuelven a imponer en otro ejercicio de intervención “democrática”. La convocatoria de reservistas por parte del Kremlin y la amenaza de utilizar armamento no convencional parecen una rúbrica de esta conjetura, que enciende luces de alerta en la Casa Blanca e inquietan, lógicamente, al viejo continente. El presidente Biden ha señalado hace unos días que su país “no se ha enfrentado a una perspectiva de armagedón [apocalipsis] como la de ahora desde [el presidente J.F.] Kennedy y la crisis de los misiles en Cuba [en 1962]". Puede que la comparación sea extrema e interesada, o que encubra un mensaje político a su propio país en momentos en que su liderazgo atraviesa una marcada crisis. Los misiles soviéticos estaban en aquel momento a pocos kilómetros de las costas estadounidenses y la URSS no atravesaba por un proceso de aislamiento como el que afecta a Rusia en estos momentos. El entredicho puso en vilo al mundo pero tuvo una duración determinada. Por otra parte, insisto, quizás quienes tengan mayores razones para experimentar un temor lógico sean ahora los países europeos. De todas maneras, la contienda parece ser de muy difícil resolución por la vía diplomática, Rusia reinició sus bombardeos a Ucrania como represalia de la destrucción del puente de Crimea y advierte sobre nuevas y duras incursiones. Europa, en cambio, no cesa en su cruzada de provisión de armamentos al gobierno de Zelenski y renueva sus declaraciones en apoyo explícito del ex comediante.

Es obvio que Rusia no está vencida y que no se conoce la verdadera magnitud de las victorias ucranianas, sobre todo en un marco propagandístico anti ruso que no cesa. Pero el silencio de Moscú, las estimaciones de los expertos internacionales sobre la necesidad de que Putin deba convocar al menos 200 mil soldados más para cerrar el poroso y largo frente de batalla parecen datos a tener en cuenta. También es cierto que las sanciones pecuniarias no han descalabrado la economía del gigante euroasiático, cuy potencialidad energética sume a occidente en una situación crítica para el invierno cercano. Mientras tanto, Zelenski no para. Según Aleksandr Lukashenko, presidente de Bielorrusia y aliado histórico de Rusia, se prepara un ataque ucraniano contra Minsk y en razón de ello ha reforzado su alianza con Moscú articulando lo que el mandatario denomina una “unión de estados” para hacer frente al ataque de occidente de manera conjunta y coordinada. Como en toda guerra, las consecuencias serán graves. En este caso en particular, esa gravedad puede adquirir un voltaje destructivo pocas veces visto. Hay muchas potencias nucleares implicadas, la escalada data del 2014, los diálogos parecen clausurados y las propuestas pacíficas no aparecen o resultaron insuficientes. Por si esto fuera poco, se agudizan las disputas por las áreas o regiones de influencia, diferendo que concierne particularmente a América Latina, donde EEUU comienza a exigir a los distintos estados señales claras de desapego con Rusia y China, vínculos a los que considera una cuestión vital en materia de su seguridad nacional. Un prurito de prudencia desaconseja coincidir con los augurios apocalípticos, pero es evidente que algo ha cambiado para siempre.