Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

 

Los multitudinarios sucesos callejeros del denominado Mayo francés y el revulsivo de la Primavera de Praga fueron dos de los hechos que fortalecieron entre los jóvenes de los países dependientes la idea de que la revolución había comenzado en el mundo y estaba a la vuelta de la esquina. La conjunción de obreros y estudiantes en ambos países, más otros sucesos tales como la independencia de Argelia y el triunfo del pueblo vietnamita contra la primera potencia militar sugerían una suerte de determinismo teleológico en virtud del cual los cambios revolucionarios deberían suscitarse de manera inexorable y cercana en el tiempo.



Como ahora sabemos por imperio de los hechos históricos que sucedieron a este clima de época atravesado por un optimismo estudiantil y obrero, no estaría mal tratar de comprender en clave menos apasionada lo verdaderamente acontecido en Francia, en Checoslovaquia y luego en la república checa.

El optimismo de la voluntad estuvo lejos de facilitarnos una caracterización más o menos acertada de lo que ocurría en ambos lugares, dos de los enclaves en los que los nuevos revolucionarios ponían al sistema dominante contra las cuerdas. Era, para nosotros, una evidencia más de que el mundo marchaba hacia el socialismo y que la ideología marxista permeaba las capas más dinámicas de esas sociedades, a las que nuestros prejuicios terminaban de catalogar como el epicentro de inminentes transformaciones emancipatorias y anticapitalistas.

Los hechos eran diferentes de cómo fueron imaginados en ese entonces en este margen. Los acontecimientos de París, si bien cuestionaban al imperialismo, el colonialismo, las guerras y la discriminación racial, reivindicaban a la vez las garantías individuales con tanta o más fuerza que los reclamos totalizantes que enunciaban. La libertad sexual, los derechos de las mujeres, el rechazo del racismo, de la prisión, la crítica a los medios de control social burgueses, en especial la familia y las instituciones educativas, la reivindicación del derecho a la intimidad y las consignas de amor y paz eran parte del arsenal más frecuente con el que se amalgaban los acuerdos de los manifestantes en sus luchas. La espesura de un direccionamiento hacia una sociedad socialista era en realidad materia de discusión y aparecía como un objetivo mediato, como un conjunto de consignas fuertemente complementarias de una lucha que tuvo más de proceso de individuación, en términos de Jung, que de una reaparición comunista.

Durante los años sesenta se expandió en la sociedad entonces checoslovaca el deseo de democratizar el socialismo, aunque sus impulsores no tenían demasiada idea de cómo hacerlo. El desafío no era sencillo. 

Al igual que en Francia, también en Checoslovaquia los sucesos comienzan con los estudiantes ocupando la primera fila de la movilización popular. Desde 1967 reclaman contra el régimen de estudios en el ámbito de la universidad, contra la censura y "Moscú y los renovadores estrangulan la revolución en Checoslovaquia" contra la represión generalizada. El movimiento supera rápidamente los límites del medio estudiantil. En junio de ese mismo año, el cuarto Congreso de la Unión de Escritores se convierte en una potente voz de oposición política. Vota un llamamiento público que firman 183 escritores, 69 artistas, 56 científicos y 21 cineastas: "Entre nosotros -dice el manifiesto- hay numerosos marxistas, comunistas, y la gran mayoría de nosotros desaprueba el sistema económico y social de las naciones capitalistas, es resueltamente favorable al socialismo. Pero estamos por un socialismo auténtico, por el ‘reino de la libertad' proclamado por Marx y no por el régimen del terror... (pedimos) que se restaure la libertad total de palabra y de expresión, de pensamiento y de creación... la supresión de la censura política ." El movimiento progresa, pero sus objetivos y límites parecen claros y alejados del socialismo real. El gobierno prohíbe la circulación del pronunciamiento, pero éste se difunde masivamente en volantes y periódicos de gran circulación clandestina. La agitación en las casas de estudio se incrementa: el 31 de octubre, una gran manifestación marcha desde la sede de la Universidad al palacio de gobierno. Hay choques con la policía y numerosas detenciones. Un alto funcionario "comunista" se confiesa ante un corresponsal extranjero: "Por primera vez muchachos nacidos y educados en el régimen, sin haber tenido más influencia que la educación socialista, han sido golpeados por la policía y han gritado consignas hostiles al gobierno y al partido".

Entonces aparece el recordado manifiesto de las “2.000 palabras que será divulgado el 27 de junio con un centenar de firmas de personalidades pertenecientes a diferentes sectores de la sociedad checoeslovaca -artistas, actores, profesores, dirigentes obreros, deportistas- y reproducido en los días siguientes en las principales publicaciones del país. El Manifiesto declara su apoyo al "Programa de acción" de los renovadores, que plantea una perspectiva restauracionista aunque, al mismo tiempo, llama a defenestrar sin miramientos a los conservadores y a defender la libertad de expresión. Es un llamado a la acción; para acabar "con los que se abusaron del poder y se comportaron de manera deshonesta y brutal". Apela a todos los medios posibles; "Críticas públicas, adopción de resoluciones, manifiestos, huelgas" y al desarrollo de una organización propia; "Establezcamos comités para la defensa de la libertad de expresión y nuestros propios organismos de seguridad para proteger nuestras asambleas... desenmascaremos a los espías...". "Moderado en su forma y su contenido, el Manifiesto de las dos mil palabras es, sin embargo, un texto revolucionario (porque) por primera vez plantea el problema del poder, de la organización independiente de las masas en lucha contra el aparato (stalinista)".La expresión "moderado", que utiliza Broue, escamotea el contenido social del llamado, que es el restablecimiento de la democracia formal, es decir burguesa, cuya base es la propiedad privada. El documento es conocido el último día de las maniobras de las tropas del Pacto de Varsovia en territorio checoslovaco y tres días antes de la apertura de las conferencias distritales del partido para su congreso (2). Cinco mil tanques rusos saldan la disputa a la que Moscú cataloga como pro capitalista e impulsada en las sobras por los estadounidenses. El estilo siempre delicado del kremlin ignora olímpicamente las subjetividades de los checos y, sobre todo, la aparición de un líder que se afianzó durante todo el conflicto. Václav Havel, el único hombre que fue presidente de dos países (Checoslovaquia primero y luego la República Checa ante la pulsión separatista eslovaca) fue una síntesis perfecta del estado de ánimo mayoritario que embargaba a la mayoría de sus compatriotas.

Este dramaturgo que desde joven alcanzó reconocimiento internacional, era además un ensayista y un pensador que sufrió la persecución y el encierro del régimen moscovita, incapaz de comprender el proceso de individuación que se gestaba al interior de la ocupación, en tanto clave de bienestar y realización personal, esa determinación de recuperar también en este caso la libertad y la intimidad como correlato de un compromiso con lo social. En su libro “El poder de los sin poder”, Havel decía que “una palabra verdadera, incluso pronunciada por un solo hombre, es más poderosa, en ciertas circunstancias, que todo un ejército. La palabra ilumina, despierta, libera. La palabra tiene también un poder. Es ése el poder de los intelectuales”. Havel no era un representante del imperialismo. Mucho menos, un nuevo delegado del stalinismo. Su libro era una necesaria invocación a la libertad de reflexión filosófica y política, en la literatura y en la música… una libertad que como él decía es indivisible y es solidaria, ya que no defender la de los demás significa también renunciar voluntariamente a la propia”. No convocaba al individualismo capitalista sino a la libertad creativa, presupuesto de un humanismo que necesita valerse de constantes procesos de individuación. Quizás Havel tenía claro que el capitalismo neoliberal es incompatible con la democracia, pero quizás invocaba la democracia como una derivación histórica del iluminismo.

Václav Havel se me ocurre un punto de partida interesante, igual que los jóvenes parisinos del 68’, para analizar los yerros en que la izquierda ha incurrido, suficientes como para que las derechas se apropiaran de significantes tales como “libertad”, “libertarios”, “democracia” y “república”. No comprender que el añorado “hombre nuevo” necesita de derechos individuales soberanos sin que eso implique enajenación ni colonización alguna porque, en definitiva, el mejor hombre es el hombre creativo, fue el error más grave de las izquierdas en el poder durante el siglo pasado, la garantía de que el neoliberalismo tomaría por asalto el lenguaje político y las categorías más sensibles de lo humano.

Havel lo expresó claramente en su discurso de asunción del gobierno checoslovaco: “En pocas palabras, una república humana que sirva al individuo y que, por tanto, albergue la esperanza de que el individuo la sirva a ella a su vez. Una república de personas enteras, porque sin ellas es imposible solucionar ninguno de nuestros problemas, ya sean humanos, económicos, medioambientales, sociales o políticos” (3). No distinguir la libertad tilinga de optar por una existencia hueca y consumista de la necesidad de preservar espacios de libertad destinados al encuentro fraterno, la pasión por hacer circular la palabra, el tiempo para el pensamiento reflexivo y el ensimismamiento con la pasión que habita en cada uno es uno de los reaseguros de que la emancipación está cada vez más lejos.





(1) https://www.lavanguardia.com/historiayvida/historia-contemporanea/20190705/47311286239/por-que-fracaso-la-primavera-de-praga.html

(2) https://prensaobrera.com/aniversarios/las-2-000-palabras-del-verano-en-praga

(3) https://www.lavanguardia.com/historiayvida/20200515/481137956793/havel-checoslovaquia-revolucion-terciopelo-primavera-praga.html