Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

Los europeístas esperaban convertirse en una próspera y poderosa Unión con capacidad de interlocución y peso específico capaz de convertirlos en un actor principalísimo en el contexto mundial. Dos décadas después, caen en la cuenta de que son meros espacios dependientes de Bruselas en los que campean aires de ultraderecha renovados. Poco queda de aquella socialdemocracia que Tony Judt calificaba como el más equitativo experimento político de la humanidad.

Dependen de Bruselas. Y ni siquiera de la Asamblea, como era razonable esperar, sino directamente del Comité. La experiencia, en ese sentido, parece fallida. Por si ello fuera poco, por otro lado dependen del gas de Rusia, una situación que en estos momentos cruciales en los que el gigante euroasiático ha decidido llevar adelante una operación militar específica contra Ucrania deja a Europa en una posición geopolítica absolutamente compleja. Así debe entenderse, por ejemplo, la posicion dubitativa alemana que sólo ofrece ayuda a posibles refugiados ucranios. En el resto de los países de Europa continental, la sola posibilidad de verse inmersos en un conflicto bélico de impredecible magnitud profundiza las incertidumbres de los ciudadanos. Cuando EEUU logró comprometerlos en una OTAN reconfigurada en alianza militar ofensiva, muchos creyeron que ese paso no iba a trascender de operaciones policiales de alta intensidad o guerras de baja intensidad en países alejados y en teoría menores. Comenzaron a recorrer esta rampa de deterioro soberano en la Antigua Yugoslavia. Luego vinieron Irak, Libia, Siria y otras "operaciones humanitarias".  Ahora caen en la cuenta que tienen frente así, sin una lógica explicativa consistente, a una Rusia que dista de ser una amenaza menor en términos militares. El costo de llamar revoluciones de colores o primaveras a golpes blandos y otros tipos de maniobras destituyentes los ubica ahora en un lugar y un momento impensados.

En Ucrania no hubo ninguna primavera. Hubo un golpe de estado que contó con un importante nivel de desaprobación que nunca aparecía en los grandes diarios del mundo. Los sucesivos gobiernos ucranianos fueron dando cuenta de una derechización y una corrupción insostenibles para el propio país. Un país que antes del golpe de 2014, que -impulsado por otra administración demócrata- provocó la caida del presidente Víctor Yanukovich, comerciaba 50 000 millones de dolares con Rusia y esta le vendia gas a precio absolutamente preferencial. El gas es un flujo vital para las duras temperaturas de este país diverso y complejo, donde una gran cantidad de habitantes son rusófonos o tienen vínculos o relaciones cercanas con ciudadanos rusos. Ahora estan a tiro de Lukachenko, ni siquiera de Moscú. A 200 km. El ataque a la población pro rusa de Donbas precipitó la reacción de Putin. El resto es fakenews en estado puro. Y Europa es, muy a su pesar, un aliado mas débil que Japón para EEUU. Un feo panorama para el viejo mundo.

Un párrafo final para la alianza atlántica. La OTAN habia asegurado a la Rusia desmembrada que no incorporarían paises que hubiesen pertenecido a la URSS. Rusia les creyó, igual que los bolcheviques en el 18. Les mintieron en los dos casos. La diferencia es que decidieron cruzar la línea roja en este momento tan especial de Rusia y de la historia, no solo por Putin sino por el riesgo cierto que supone occidente para un pais doblemente humillado y una iglesia ortodoxa que galvaniza al 85% de los rusos y cuenta con el ejemplo sacrificial de los ortodoxos de Serbia, también a manos de la OTAN. En un vibrante acto celebrado en Belgrado donde se congregó una multitud de las personas más relevantes del país, estaba presente el mismísimo patriarca Pavle. El orador principal del acto, lo recuerdo, fue el actual presidente europeísta Vucic, en ese momento un nacionalista radical antieuropeísta. Son nexos invisibles que acerca la historia que sirven para entender el pasado inmediato. Ucrania era un país donde la URSS enclavaba armamento no convencional. El desastre Chernobyl ocurrió en el mismo sitio donde las tropas ucranianas -paradojas de la política internacional- realizaban hasta hace pocos días sus ejercicios militares. El fortalecimiento de un nacionalismo antiimperialista, el apego a las tradiciones y el objetivo de la consolidación euroasiática han sido objetivos explícitos de Putin. No hay más que leer a Alexander Dugin para entenderlo, aunque sin asumir el cliché de que el filósofo es la conciencia parlante del Kremlin.
Es éste, en definitiva, un momento  singularmente sensible para el sistema de control global punitivo. Esto no es Irak ni Afganistán. Ni se trata de un conflicto reciente. Por el contrario, las cuestiones entre ambos países atravesaron siglos. Reconocen un punto de anclaje en 1918, otro en 1945, y, por último, un tercero, cuando el desmembramiento de la Unión hizo pensar a muchos analistas que había llegado el momento del fin de la historia y las ideologías. A fuerza de pura evidencia,hoy vemos que este relato integró una disputa cultural y discursiva que es posible poner en crisis.