Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

 

La crisis provocada en Ucrania por un sistema de control global punitivo ha puesto nuevamente en vilo al mundo. Las nuevas formas de securitización punitiva utilizadas como respuesta a la crisis sistémica amenaza con provocar un episodio de proporciones cataclísmicas y no quedan dudas de que los impulsores de esa alternativa son los Estados Unidos y sus aliados menores europeos, muchos de los cuales se muestran remisos a acompañar esa temeraria aventura militar. Esto no es la guerra del Golfo.

Este conflicto tendría como teatro de operaciones principal, justamente, a la debilitada Europa. Las preguntas de los internacionalistas y especialistas en geopolítica y las distintas agencias estatales mundiales se reparten entre las irresueltas incógnitas que se plantean “qué hacer”, y aquellas otras que indagan más conceptualmente “qué es esto” que el mundo debe afrontar afrontar. Pues bien, esto es un conato de guerra estimulado por la administración demócrata (uno más) en el marco de un sistema de control global punitivo impuesto por el capitalismo neoliberal. Hubiéramos preferido equivocarnos hace una década cuando publicamos nuestro libro “Sociología del control global punitivo”. No fue así, lamentablemente.

La guerra ha sido el instrumento mediante el cual el capitalismo ha reconvertido históricamente su economía de paz, superando las grandes recesiones, el desempleo, los quebrantos y las profundas distorsiones en los procesos de acumulación de capital. La paz sobreviviente ha significado, en cada caso, una reconversión de su economía y posibilitado nuevos etapas cíclicas de recomposición del sistema a escala planetaria. Si bien es cierto que, desde lo institucional, la alternancia política y la adjudicación de las culpas a un país, en este caso Rusia, sirve como un pretexto capaz de concitar la adhesión de países que serán los más afectados en caso de un conflicto armado, lo cierto es que las fuerzas en pugna del capitalismo en crisis han dirimido en la arena de Marte estos sacudones cíclicos a través de toda su historia. La guerra ha implicado además, desde siempre (en la psicología, las representaciones y las intuiciones de las multitudes) un elemento de galvanización que, como denominador común de los estados soberanos durante la modernidad temprana, ha desatado enormes reacciones de patriotismo y una necesaria coalición entre los partidos liberales y las burguesías de los países centrales, que apelaron a las conflagraciones como forma de hacer frente a las crisis sistémicas del capitalismo financiero. Ahora bien, la situación política actual de los EEUU, epicentro de las profundas transformaciones a las que asistimos, nos obliga a preguntarnos si la relación de fuerzas internas (e internacionales) podría llegar a legitimar una nueva guerra, cuando están muy frescas las fallidas experiencias de los genocidios recientes e infructuosos de Afganistán, Siria e Irak. La respuesta, en manos de un gobierno recién asumido (que necesariamente debería tomar alguna distancia de los desatinos de la administración Trump), difícilmente pueda ser positiva, al menos en los términos en los que estamos acostumbrados a imaginarlo: guerras de distinta intensidad, la mayoría de las veces lanzadas invocando valores que difícilmente puedan compatibilizarse con los verdaderos intereses que las desatan. No podemos olvidar que a partir de la caída del muro de Berlín y la atomización de la ex Unión Soviética se proclamó el “fin de la historia”, el “fin de las ideologías” y la era del pensamiento único, en un contexto donde el capitalismo se autoproclamaba el único sistema capaz de disciplinar al conjunto de la humanidad, política, económica y jurídicamente. El pensamiento conservador, sus lógicas y narrativas, no solamente se expandieron rápidamente y con inusual éxito por los países más poderosos de la tierra, sino que al influjo de las nuevas recetas neoliberales, las regiones más desfavorecidas del mundo adhirieron también a diferentes programas que poseían esa misma impronta ideológica. El Consenso de Washington hizo lo suyo y las experiencias políticas de las décadas del 80' y 90' así parecen atestiguarlo. Se trató, al final de cuentas, del paradigma hegemónico más corto de la historia humana. En menos de 25 años -un instante en términos históricos- la realidad objetiva planetaria conoce ya que el mercado ha demostrado su imposibilidad de contribuir sino a experiencias espantosas de depredación e inequidad, de proporciones inusitadas en todo el mundo, a una concentración de la riqueza sin precedentes, una consecuente diseminación de la exclusión y la pobreza a escala ecuménica ( las 100 personas más ricas del mundo piden que se les cobren mayores impuestos , porque de esa manera podría sacarse de la pobreza extrema a 2300 millones de seres humanos), y una crisis de proporciones y consecuencias -como decimos-hasta ahora desconocidas: “el riesgo de la horca”, según los propios magnates.

No solamente las fuerzas productivas, sino más propiamente el sistema financiero desbordaron las fronteras de los estados nacionales, esencia misma de la globalización. No obstante lo expuesto, la propia dinámica de la realidad objetiva parecen acercarnos algunas pautas para intentar entender algunos aspectos fundamentales. Así, podemos afirmar que asistimos a una crisis global sin precedentes, donde la OTAN ya ha convocado al resto de sus miembros para que se preparen frente a un eventual conflicto por la cuestión ucraniana. Ese conflicto puede hacer afectar seriamente a la propia Europa.

Defender a Ucrania es ignorar que los grupos ultraderechistas internos y la fascistización de su sociedad son, hoy por hoy, el principal problema político del país. La ultraderechización neoliberal de Ucrania no ha sido suficientemente estudiado, atendiendo a la importancia que la misma asume. "La proliferación de la ideología nacionalista blanca en las fuerzas militares y de seguridad de Ucrania, entrenadas y apoyadas por Occidente, es un tema poco estudiado", afirmaba esta semana desde Washington el periodista de investigación Oleksiy Kuzmenko. La revista norteamericana Newsweek, nada sospechosa de simpatizar con Rusia, dedicaba estos días un amplio reportaje en el que ahondaba en lo que Kuzmenko alertaba y los peligros que suponía para la propia seguridad de los EEUU:A ese frente, a defender la ultraderechización creciente de Ucrania deberán acudir las tropas del continente que hace poco más de dos siglos alumbró el concepto de la democracia representativa y que en la segunda posguerra creció aferrándose al estado de bienestar socialdemócrata.No haber leído correctamente las imágenes del Maidán posibilitaron que muchos europeos confundieran el adversario. Esto no fue producto de un error. Los medios de comunicación occidentales jugaron un rol trascendental para tergiversar, también, la historia reciente del conflicto. España es un caso testigo. La derecha y la ultraderecha deliran con la necesidad de que su país envíe tropas al oriente y presionan en esa dirección a Pedro Sánchez. Sin embargo, del 6% de los ciudadanos ven a Rusia como una amenaza para España, según un sondeo de la Fundación Alternativas.

Las cosas han cambiado en los últimos tiempos en Europa. Evidentemente, para mal.