Por Maité Galarza

“Hoy los seres humanos han llevado tan adelante su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio les resultará fácil exterminarse unos a otros, hasta el último hombre. Ellos lo saben; de ahí buena parte de la inquietud contemporánea, de su infelicidad, de su talante angustiado”.

SIGMUND FREUD, El malestar en la cultura.



En el presente trabajo se abordará la problemática que enfrentó el movimiento psicoanalítico durante el nazismo en Alemania y Austria durante los años 30, más allá de los problemas específicos relacionados con su historia interna, tensiones y diferencias teóricas. Las circunstancias de la época hacen peligrar las vidas de los miembros de las diferentes sociedades psicoanalíticas, y junto con ello, el psicoanálisis como institución. Se considerará además el papel de Ernest Jones, quien contribuyó con la recepción de los emigrados en sus diferentes puntos.

El análisis se sustenta en el desarrollo de Steiner respecto de la emigración de psicoanalistas durante el nazismo, apoyado en la interpretación de la correspondencia entre Jones y Anna Freud; y, por otra parte, la biografía de Sigmund Freud desde la óptica de la historiadora Elizabeth Roudinesco, y en los “Recuerdos de Paula Fichtl”, ama de llaves de la familia Freud, quien recrea el escenario de aquel período junto a ellos.

La problemática es pensada como una conjunción de diversos factores, dentro de los cuales se plantea específicamente la pregunta de cómo el contexto político y social determinó el curso de una institución como la psicoanalítica, además del destino de aquellos que formaban parte de ella. En cuanto a sus protagonistas, se considera especialmente a Sigmund Freud, fundador teórico e institucional. A su vez, son interrogados de los alcances del impacto migratorio y la recepción de psicoanalistas en los distintos países.

Se comentarán, en primer lugar, los acontecimientos concernientes a la historia alemana y austríaca entre 1933 y 1938, vinculada con la emigración de los judíos.

El aporte estadístico de Neuringer delimita tres grandes oleadas de la emigración: 1933-1934 y 1935-1936 en Alemania; y 1938-1939 en Austria (Steiner, 2003). A lo largo de 1933 se consumó la instauración del régimen nazi. El impacto del derrumbe económico alemán hacia la crisis de 1930 creó un escenario propicio para la derecha conservadora, ya que respondió a un difundido anhelo de renovación nacional y reforma social, en un marco de desgaste de los principales partidos y de intensa activación ciudadana (período de entreguerras). Se promulgaron las leyes de Nuremberg, las cuales reglamentaban la persecución y discriminación a los judíos. Siguiendo a Roudinesco, Hitler ya había dejado establecido a quién dirigiría su persecución con la publicación de Mein Kampf [Mi Lucha] en 1925: los judíos, los marxistas, el Tratado de Versalles[1], las llamadas razas inferiores. El nacionalsocialismo, doctrina impulsada en Alemania por Adolf Hitler después de la Primera Guerra Mundial enmarcada en el Partido Nacionalsocialista Obrero, defendía el poder absoluto del estado y la superioridad del pueblo germano, apuntando al exterminio de todos los judíos de Europa, de “raza inferior”. A este programa, se le suman los homosexuales, enfermos mentales, como equivalentes de lo judío en tanto perturbadores del cuerpo social, y así también el psicoanálisis en tanto “ciencia judía”. Fue el psiquiatra Heinrich Göring quien contribuyó primero a expulsar psicoanalistas del país, luego a su exterminio.

El primer campo de concentración como centro de detención y exterminio de los militantes de izquierda se abrió en marzo de 1933. El partido nazi era portador del concepto de estado, casi todos los organismos de la sociedad civil fueron “nazificados”. En 1935 se sancionaron medidas aún más drásticas. Las ejecuciones que Hitler presentó como necesarias para restaurar el orden público, fueron aprobadas por la mayoría del pueblo alemán. Hitler obtuvo en ese año el mando supremo de las fuerzas armadas, obligando a todo soldado alemán a jurar lealtad.

En el escenario internacional, la Italia fascista se posicionó junto a Gran Bretaña y Francia inicialmente, desempeñando un papel estabilizador, el cual dio un giro drástico hacia 1935. Mussolini luego de haber frenado el avance de Alemania sobre Austria estrechó sus lazos con Hitler. La anexión de Austria (Anschluss) fue aprobada por Hitler en 1938. “La transformación se concretó mediante una combinación de medidas pseudolegales: terror, manipulación y colaboración voluntaria. Mussolini había tardado tres años en llegar a este punto”. (Béjar, 2011) Así, las leyes de Nuremberg fueron aplicadas también a la población judía austríaca.

La correspondencia entre Ernest Jones y Anna Freud evidencia el transcurrir de estas circunstancias; según indica Steiner, gracias a estas cartas pueden conocerse las estrategias adoptadas para lidiar con los problemas del psicoanálisis, sin dejar de tener en cuenta la conducción de las instituciones psicoanalíticas pertinentes y las características asumidas por la persecución emprendida por el nazismo:

En un inicio, estas cartas comentan los problemas con que tropezaban los analistas que vivían en Berlín a principios de la década de 1930; consideran luego los apuros de los residentes de Austria, quienes, luego del Anschluss, comprobaron que su ya precaria situación se había vuelto completamente insostenible (Steiner, 2003: 11).

La correspondencia presenta la restricción de pertenecer a un período específico pero limitado, por lo cual el contenido es no neutral y requirió ser interpretado.    

El ascenso de Hitler al poder y sus consecuencias inmediatas comienzan a poner en discusión entre los psicoanalistas su situación en Berlín. Como expresa Steiner (2003), “[…] todos se veían súbitamente en medio de un colosal torbellino institucional, personal, psíquico y emocional”, esta movilización convoca a una distancia y una angustia consciente e inconsciente que queda implicada en los acontecimientos posteriores. Si no hubiera sido por las circunstancias mencionadas de la época, los nombres de ciertos analistas habrían permanecido “en una completa oscuridad”.

La primera oleada migratoria ubicada entre 1933-1934, es referida en una carta de Anna Freud a Jones como “una nueva clase de diáspora”. El término diáspora hace referencia a “la dispersión de los judíos por el mundo luego de la destrucción del Templo de Jerusalén”. Algunos analistas ya habían emigrado a Gran Bretaña y Estados Unidos, entre ellos la más destacada era Melanie Klein, ayudada por Jones en 1926 a instalarse definitivamente en Londres. En las cartas de 1933 se comienza a advertir esta primera oleada, Anna en una de ellas califica a dos analistas con problemas económicos como Sorgenkinder[2]: “niños con necesidad de cuidado y causantes de preocupaciones”. Es una significativa forma de expresar la dependencia de aquellos analistas adultos en situación de vulnerabilidad. La situación de los emigrados a Francia comenzaba a dificultarse en relación con lo que ocurría en Londres, respecto de la no aceptación de médicos por no tener matrícula francesa. En la correspondencia concuerdan tanto Anna como Jones en que esto respondía a una distancia de los franceses con la International Psychoanalytical Association (IPA). Jones destacó como preocupación en ese contexto “la necesidad de una organización y un liderazgo fuertes que permitieran tratar de diferente manera esas delicadas cuestiones”.

La gran mayoría de los psicoanalistas buscaron refugio en los Estados Unidos y Gran Bretaña. Steiner comenta que el desarrollo del psicoanálisis no estaba reflejado en aquellos países tal como se pensaba en Viena o en Berlín por sus diferencias culturales e institucionales, y remite a un artículo publicado por Anderson en 1968, el cual señala las características distintivas  de cada sociedad que harían recibir a cierto perfil de psicoanalista en cada lugar: Gran Bretaña, de tendencia positivista y empirista, hacia intelectuales como Popper y Wittgenstein, y Estados Unidos como receptor de refugiados con compromiso político.

El trabajo de Hale describe cómo el psicoanálisis había sido recibido más fluidamente en los Estados Unidos que en Europa, a pesar de lo cual el primero formó instituciones más rígidas con modificaciones conceptuales relevantes y se tornó vulnerable a los cambios provenientes de los intereses médicos. Los grupos psicoanalíticos estadounidenses impidieron la práctica de los legos preparados en Europa, incluso por Freud. Los médicos americanos rehicieron la profesión psicoanalítica, la volvieron exclusivamente médica y psiquiátrica, la transformaron en una especialidad “de elite”. Los aspirantes a la formación psicoanalítica en los años 30 no tenían ninguna institución para formarse en los Estados Unidos, con lo cual debían para ello dirigirse a Europa. Uno de los grupos ortodoxos que propicia este movimiento estaba dirigido por Abraham Arden Brill. Los analistas europeos que llegaron a los Estados Unidos como refugiados del régimen fascista fundaron institutos que hicieron peligrar la elite americana. Brill en una de sus cartas a Jones le replica que un gran número de sus miembros “apenas alcanza a ganarse la vida”. 

Como ya se mencionó, Ernest Jones fue uno de los principales protagonistas del psicoanálisis y ocupó un rol importante en el período que abarca el presente informe. Según indica el diccionario de psicoanálisis de Roudinesco & Plon (1998), “si bien transigió con el nazismo, creyendo de tal modo ‘salvar’ al psicoanálisis en Alemania, ayudó también a los emigrados alemanes, austríacos y húngaros a encontrar acogida en los países de lengua inglesa”. Jones había previsto la situación de Austria, a pesar de no describir demasiado explícitamente las circunstancias en su correspondencia con Anna y Sigmund Freud. En una de sus cartas a Anna expresa preocupación por la situación de los psicoanalistas alemanes, en materia laboral y económica, y comenta que a pesar de que su padre augura que Austria no será víctima de la amenaza nazi, él no cree lo mismo.  

Jones se ubica como el fundador del psicoanálisis en Gran Bretaña, haciendo posible que sobreviviera el psicoanálisis europeo ante la potencia de Estados Unidos. Fue organizador y presidente de la IPA en dos períodos cruciales, siendo el segundo relevante aquí por comprehender los años 1934 a 1949. Como presidente, es indudable que asumió responsabilidad en salvaguardar a sus colegas, aunque no fuera a todos. Conoció a Freud en el Congreso de la IPA de Salzburgo en el año 1908. Por pedido de Freud, en 1913 comienza un análisis con Ferenczi, quien era su discípulo privilegiado en ese tiempo. En 1925 se daba lugar a los primeros debates sobre el análisis profano, y en 1929 en el Congreso de la IPA en Oxford, Jones intenta una conciliación con A. A. Brill, quien impedía el acceso de los no-médicos a la New York Psychoanalytic Society (NYPS). En una de sus cartas a Brill expresa: “temo que los últimos (vieneses) sufran el mismo destino de los alemanes tan pronto como Hitler convierta Austria en una provincia alemana, cosa que, a mi juicio, con seguridad sucederá tarde o temprano” (Steiner, 2003: 38). El exilio masivo durante el poder de Hitler reforzó el poder norteamericano en la IPA, la cual queda dominada por la American Psychoanalytic Association (APsaA), alejada del impulso del freudismo original bajo la fundación de Jones en 1911.  En relación con Gran Bretaña, Hale refiere que, de no ser por Hitler, el psicoanálisis pudo llegar a ocupar en Austria y Alemania una posición semejante que en Inglaterra (Hale, 1978). Jacques Lacan hace su entrada en el movimiento psicoanalítico internacional por el año 1936, con el “estadio del espejo”, y redacta el “Más allá del principio de realidad”. En el ámbito de la IPA no se olfateaba que aquello tuviera impacto posterior.

Lo que es interesante agregar a la función de Jones en este “salvamiento” de la institución psicoanalítica es ¿qué institución salva? Siguiendo la línea de lo planteado por Roudinesco en cuanto a que Freud comete un error al procurar ser “neutral”, Ernest Jones parece haber sido funcional a ese intento de neutralidad en tanto Jones no brindó apoyo a los freudianos de izquierda, específicamente a los freudomarxistas. A modo de ejemplo, puede citarse al matemático Otto Schmidt, quien, según describe E. Roudinesco, viaja con su esposa Vera Schmidt a solicitar ayuda para el Hogar Experimental de Niños. Este había sido creado en Moscú por aquella para educar hijos y dirigentes del Partido Comunista, aboliendo el sistema educativo tradicional, basado en la familia patriarcal. Freud quiso brindarles apoyo, pero Jones en tanto promovía tal “neutralidad”, prefirió sostener al grupo psicoanalítico de Kazán, sociedad compuesta por una mayoría de médicos.

La nueva diáspora había comenzado en los primeros meses posteriores del ascenso de Hitler al poder, con lo cual era comprensible que no tuvieran certezas respecto de marcharse o no de Alemania, e incluso negaran la amenaza de la situación. Además, a medida que avanzaba el nazismo las dificultades de salir del país se acrecentaban. Otra dificultad residía en el conocimiento escaso del idioma inglés. Se vislumbra en las correspondencias la preocupación por la situación del psicoanálisis en Berlín. Una situación similar se vivía en Viena en estos años luego del Anschluss. El 14 de marzo de 1933 Hitler se encuentra en Viena. Además de la huida de algunos de los miembros judíos del Instituto Psicoanalítico de Berlín en ese tiempo en mayo de 1933 se produjo en la plaza de la Opera berlinesa la quema oficial de las obras de Freud, quien observa: “En la Edad Media me hubieran quemado a mí, hoy en día se conforman con quemar mis libros” (Berthelsen, 1995). Volviendo a lo planteado respecto a la “neutralidad” del psicoanálisis, negar que la doctrina fuera portadora de una política, evidentemente fue desastroso para el movimiento psicoanalítico, en tanto la ceguera ante los avances del nazismo se sostuvo, y por ende también la maniobra “neutralista” de Jones al salvaguardar la institución.

Freud era judío y, a pesar de su temprano abandono y rechazo a la religión de sus padres convirtiéndose en ateo, su condición judía marcó toda su obra. Parafraseando a Roudinesco (2014), Freud no avanzó en la respuesta política que convenía dar a la cuestión del psicoanálisis, pero sí se mostraba lúcido en la cuestión de su judaísmo y respecto al futuro de los judíos en Palestina, empatizaba con el sionismo, pero no compartía el ideal de un territorio para los judíos.

Las obras que escribe durante el período de 1929 a 1939 reflejan a un Freud más alejado de la clínica y más interesado por la antropología, la arqueología, la historia de las religiones y la filosofía[3].

Freud, en la reedición de “El malestar en la cultura” en 1931, un año después de la victoria electoral nazi, agrega a la frase final de la obra: “Pero ¿quién puede prever el desenlace?”. Según Gay (1988) esta frase final fue agregada poco antes de la publicación de la segunda edición, como reacción ante la crisis económica y el avance del nazismo en Alemania. La postura de Freud era desconfiar tanto de la democracia como de las dictaduras, a lo que prefería la monarquía constitucional. De hecho, en respuesta a la carta de Einstein promovida por el Comité Permanente de Letras y Artes de la Sociedad de Naciones en 1932, Freud sostiene defender un retorno al banquete platónico y propone la creación de una república internacional de sabios, que impusieran a las masas un Estado de derecho. Aun así, se declaraba “apolítico”.

En una de las escasas referencias freudianas directas al nazismo, Freud señala que este fenómeno aparece claramente en la hostilidad que muestran los nazis hacia judaísmo y cristianismo: “no cabe asombrarse, pues, si en la revolución nacional-socialista alemana este íntimo vínculo entre las dos religiones monoteístas halla nítida expresión en el hostil tratamiento dispensado a ambas” (Freud, 1939). Irónicamente, las tropas hitlerianas invaden Austria y ocupan Viena poco después de que Freud termina de escribir esta obra, obligándolo a exiliarse en Inglaterra.

Hitler “soñaba con rediseñar Viena y transformarla en un paraíso digno de una humanidad regenerada” (Roudinesco, 2014), pues había transitado un intento de triunfar en aquella ciudad como pintor y arquitecto tras la muerte de sus padres, sin éxito; por ende, según señala esta autora, es comprensible el odio exacerbado por los aspectos más innovadores producidos allí, de los cuales había quedado excluido: arte, cultura, espíritu. Tal es así, que “adoraba a los animales para odiar mejor a los humanos” (Roudinesco, 2014).

Thomas Mann, escritor alemán exiliado en 1933 en Estados Unidos, expresó su compromiso realizando una serie de ensayos hacia 1939, entre los cuales en “Hermano Hitler” lo describe como un “hermano” invertido. A la luz de los conceptos freudianos, es descripto como la figura del “doble” a la que hace alusión Freud en relación con lo siniestro: Hitler representaba el costado tenebroso de la cultura alemana, lo siniestro, tan irracional como la pulsión.

Entre 1933 y 1936 se destruye completamente el movimiento psicoanalítico en Alemania. La situación no era sencilla, sin mencionar la enfermedad que aquejaba a Freud en ese entonces. Sin embargo, a pesar de que Ferenczi ya había intentado persuadirlo de marcharse en el año 1933, aquel se exilia finalmente en 1938. En palabras de Roudinesco (2014): “Hubieron de ser necesarios cinco años, por tanto, entre la toma de poder por los nazis en 1933 y el Anschluss, para que Freud comprendiese. Pero no habría de ser el único que no mirara a Hitler a la cara”.

Anna informa en una de sus cartas que su padre seguía firme: “No llega al extremo de pensar en irse, y en medio de la excitación de muchos de los otros aquí presentes, es el más tranquilo” (Steiner, 2003). Anna se refiere también a su hermano Ernst como “demasiado pesimista” ante la situación. La postura de Freud hasta su exilio se expresa escéptica, en consonancia su hija Anna declara en una de sus cartas a Jones que no creía posible que sucediera en Viena lo que en Berlín. No se tiene abundante documentación de aquellos que abandonaron Viena durante la primera oleada migratoria, pero Steiner se atreve a suponer que por estas tensiones quizás hayan sentido inconscientemente sumar mayor angustia a la que ya existía al marcharse, y la posición de Freud actuaría casi como una advertencia particularmente a los vieneses que abandonaran el grupo. Frente a la propuesta de Jones a Freud de emigrar a Francia, recibe su negativa debido a que su psicoanálisis había obtenido poco reconocimiento en aquel país y argumenta además acerca de su estado de debilidad para soportar un cambio de residencia. Freud ya había descrito de una forma abstracta en “Psicología de las masas y análisis del yo” el funcionamiento de la figura de conductor de masas como aquella versión última de la locura narcisista, sin concebir que “había bastado con que la situación política, social y económica de Europa se degradara a tal punto –más aún la del mundo germanoparlante– para que fuese posible la aparición de una personalidad semejante” (Roudinesco, 2014).

Finalmente, convencido por Jones, Freud decide partir hacia Inglaterra en 1938. Se había negado obstinadamente en emigrar al continente americano. De hecho, es interesante destacar lo que Roudinesco señala en tanto una forma de rechazar el American way of life en sus concepciones, criticando duramente la sociedad individualista, religiosa y comunista, pero no haber pensado jamás en Europa. En 1934 en una carta a H. Doolittle, expresa en relación a la represión del canciller Dollfuss, aliado de Mussolini: “(…) Por añadidura, eran bolcheviques, y yo no espero que la salvación provenga del comunismo”.

A pesar de estar enfermo de cáncer de mandíbula, instalado en Inglaterra no concluye su actividad como escritor. Finaliza “Moisés y la religión monoteísta” y comienza a trabajar con “Esquema del psicoanálisis”, y en el opúsculo “Acerca del antisemitismo”. Hasta entrado el verano sigue recibiendo pacientes. En 1939 su médico Max Schur, a punto de emigrar a Estados Unidos debido al pánico por una invasión alemana, le da una última dosis de morfina y Freud muere finalmente luego de 36 horas.

En cuanto al interrogante planteado respecto a la funcionalidad de Jones a una “neutralidad” psicoanalítica, parece importante destacar las siguientes palabras de Roudinesco (2014):

“La política del pretendido ‘salvamento’, orquestada por Jones y defendida por Freud, fue un completo fracaso que se traduciría, tanto en Alemania como en toda Europa, en una colaboración lisa y llana con el nazismo, pero sobre todo en la disolución de todas las instituciones freudianas y la emigración hacia el mundo angloparlante de la casi totalidad de sus representantes. De no habérsela implementado, el destino del freudismo en Alemania no habría cambiado en nada, pero se hubiera preservado el honor de la IPA. Y sobre todo, esa desastrosa actitud de neutralidad, de no compromiso, de apoliticismo, no se hubiera repetido a posteriori bajo otras dictaduras, como en Brasil, Argentina y muchos otros lugares del mundo”.

Siendo el terrorismo de Estado un sistema político que convierte al gobierno en agente activo de la lucha por el poder, que tiene en sus objetivos la segregación de un sector en particular, parece pertinente preguntarse si en esa pretendida “neutralidad” no se reprodujo la misma lógica marginal del terrorismo de Estado, que fue funcional a ella, y permitió que el psicoanálisis se convirtiera en los años siguientes en una versión más “asimilable” para las masas. 

En el desarrollo de este trabajo se realizó un recorrido por el período de 1933 a 1938 como marco de referencia a lo ocurrido históricamente con el movimiento psicoanalítico atravesado por el régimen nazi. Se tuvo en cuenta los principales actores que protagonizaron el movimiento, especialmente Ernest Jones, Anna Freud y, naturalmente, Sigmund Freud, padre del psicoanálisis. La correspondencia documentada entre ellos formó parte de la fuente principal, la cual registra la simultaneidad entre el período histórico y el efecto migratorio que este produjo en el psicoanálisis como institución, así como la mirada crítica de Elizabeth Roudinesco al reconstruir la historia.  La recepción de los refugiados en los distintos países, especialmente Estados Unidos y Gran Bretaña involucraron también el asentamiento de la disciplina, logrando en cada uno diferentes desenlaces.

Se refleja una clara afectación en todo el movimiento psicoanalítico, en sus protagonistas, pasando desde los analistas legos, médicos y hasta pacientes que tomaron partido por alguna de las partes. 

Para finalizar, puede decirse que, aunque los eventos históricos no expliquen en su totalidad la obra de un autor, es claro que la condicionan. El nazismo y el antisemitismo enfrentaron a Freud a una realidad dolorosa, precaria y amenazante, la cual, indudablemente influyó en sus últimas obras.

Referencias bibliográficas

- Béjar, M. D. (2011) Capítulo 3. El período de entreguerras. En Historia del siglo XX. (pp. 121-130) Buenos Aires: Siglo XXI editores, 2011.

- Berthelsen, Detlef (1995) La vida cotidiana de Sigmund Freud y su familia. Recuerdos de Paula Fichtl. Madrid: Península. (Cap IV)

- Freud, Sigmund.Obras completas de Sigmund Freud. Volumen XXI - El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura, y otras obras (1927-1931). Traducción José Luis Etcheverry. Buenos Aires & Madrid: Amorrortu editores.

- Gay, P. (1988). Freud. A life for our time. New York. Norton & Company.

- Hale, Nathan (1978). De Berggasse 19 al Central Park West: la americanización del psicoanálisis. 1919-1940. Journal of the History of the Behavioral Sciences, 14, 299-315.

- Roudinesco, E. & Plon, M. (1998) Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós. (Estados Unidos, Ernest Jones)

- Roudinesco, E. (2014) Freud, en su tiempo y en el nuestro. Buenos Aires: Debate, 2015.

- Steiner, Ricardo (2003). De Viena a Londres y Nueva York. Emigración de psicoanalistas durante el nazismo. Buenos Aires: Nueva Visión.


[1]El Tratado de Versalles fue un tratado de paz que se firmó en la ciudad de Versalles al final de la Primera Guerra Mundial, terminando oficialmente con el estado de guerra entre Alemania y los Aliados de la Primera Guerra Mundial (Francia, Reino Unido y Rusia).



[2]El término Sorge “simboliza no sólo las muchas angustias sufridas por los refugiados sino también las preocupaciones de las personas que estaban en condiciones de ayudarlos a encontrar un lugar de refugio, todas las cuales eran miembros, y por lo tanto parte constituyente, de la ‘familia’ psicoanalítica” (Steiner, 2003: 29)



[3] Obras como: “El malestar en la cultura”, “¿Por qué la guerra?” y “Moisés y la religión monoteísta”.