Por Ricardo Salas Astraín (*)
El pensamiento mapuche (mapuche
rakiduam) está en íntima vinculación tanto a las posibilidades de la lengua
mapuche (mapudungun) y de sus saberes (kimün) como a la afirmación existencial
de una cultura como modo auténtico de vida (mapu mogen), en este sentido es un
complejo sistema de significaciones, valores y prácticas culturales (admapu)
que permiten dar cuenta de su visión del mundo y de su historia como pueblo. En
tanto que fue y es uno de los pueblos indoamericanos que a través de sus
estrategias discursivas y práxicas plasma sistemáticas formas de identidad y
resistencia en una larga historia de encuentros y desencuentros con otros
pueblos y sociedades del sur de América—, su dinámica reflexiva es un preciso ejemplo
del desenvolvimiento de saberes culturales, nativos e históricos,
caracterizados por complejos procesos de identidad y resistencia. En síntesis,
tales conocimientos han demostrado una capacidad intrínseca para responder,
creativamente, desde sus contextos endógenos y tradiciones ancestrales, a
nuevas vicisitudes históricas. El pensar mapuche es un ejemplo paradigmático de
lucha por el reconocimiento, en la que los propios conocimientos (kimün) son la
base de una práctica de la vida cultural (mogen), que se afirma y resiste
culturalmente, no sólo cuestionando la subordinación política, sino también la
hegemonía de conocimientos y las visiones de mundo extranjeras (winka) que
pretenden imponerse en sus territorios. La reiterada lucha por el reconocimiento
exige entender el mapuche rakiduam a partir de criterios de lo que constituye
el pensamiento mapuche en su especificidad y en sus diálogos con el pensar
ajeno (winka rakiduam), es decir, con los tipos de conocimientos definidos como
no mapuches.
Desde esta perspectiva, las tesis de las filosofías
monoculturalistas y logocentristas, que erigen criterios absolutistas y
ahistóricos sin conciencia de sus dimensiones contextuales, han fracasado en
este intento. Las implicaciones interculturales conllevan asumir la tesis de un
pensar "entre" que restaure las traducciones posibles entre mundos
culturales que forjan múltiples conocimientos y praxis —que ya ha sido
cuestionada desde ambos tipos de culturas. Esto implica necesariamente la idea
del diálogo intercultural —deudora de una práctica histórica de parlamentar
entre mapuches y colonizadores españoles— que presupone la reconstrucción
intercultural de los saberes como saberes históricos vinculados a los mundos de
vida, desde los que nacen y desde donde si consolidan, pero que exigen ser
cuidadosos con las dificultades inherentes a la traducción de lenguas
(rulpazugu), que no permite una trasposición de todos y cada uno de los
significados y sentidos de sus terminologías, de manera tal que afirmamos una
imposibilidad de transportar los saberes de una cultura a otra; en lo que
refiere a la mera traducción y trasplante de saberes. Entre otras cuestiones,
esta tesis de diálogo debería dar cuenta de lo que es propio de los saberes del
mundo mapuche no a partir de disociaciones de los planos lingüísticos,
epistémicos y ontológicos, tal como lo plantean los desarrollos del pensamiento
de la filosofía latinoamericana del siglo XX, sino de una afirmación de que
existe una sabiduría que reconstruye sus propios conocimientos autóctonos. El
pensar mapuche (rakiduam) ha elaborado en este sentido distinciones propias e
campos específicos: antropológico, ético, epistémico y ontológico. Desde
tradiciones inmemoriales hasta nuestros días se puede definir como el
particular desenvolvimiento de conocimientos del entorno natural, personal y
espiritual, que son afirmados por los propios sujetos en su vida (mapuche
mogen) y guardados celosamente por sus propios jefes (lonkos) intelectuales:
hombres y mujeres de conocimientos, sabios y pensadores (kimche), autoridades
que mantienen la memoria histórica (weupife), mensajeros (werken) y
personalidades religiosas y teológicas (nguenpin, machi, etc.). Existen
asimismo otros, como el lawentuchefe (conocedor de las plantas medicinales).
Como lo demuestran estudiosos e intelectuales indígenas, las aproximaciones
cognitivas al mundo no se pueden sistematizar y homogeneizar para todo el mundo
mapuche, y cada uno de estos tipos de conocimientos presupone formas subjetivas
y contextúales de profundización de dicho saber autóctono. Hay tipos de
conocimientos míticos que sólo están reservados para los iniciados y para los
que participan de los misterios de lo sagrado. En cualquier caso, estos tipos
de saberes presuponen una sofisticada visión del mundo y admiten tipos de
realidades intermedias, que sólo en los últimos tiempos han comenzado a
vislumbrarse y a comprenderse en su complejidad. Este modo de acercamiento al
pensar mapuche no ha sido escudriñado más que parcialmente por las ciencias
occidentales de la cultura, por lo general prisioneras de estereotipos ligados
a la definición de la racionalidad científica predominante, atrapada en los
siglos XIX y XX en una deficiente filosofía de la historia y una epistemología
incapaces de hacer la crítica de sus formas provincianas de saber, producto de
un miope prejuicio eurocentrista impotente para reconocer las convergencias y
diferencias específicas entre los saberes y las sociedades diferentes. La
valoración de otras formas cognoscitivas y racionales y de su manera de
interactuar en un mundo complejo es parte de un reciente ejercicio
intercultural. Desde este actual enfoque filosófico intercultural, que supera
tales modos positivistas, racionalistas y el etnocentrismo que los anima, cabe
entender por pensamiento mapuche no solamente los modos cognoscitivos
ancestrales —lo que implica superar la idea de un pensar autóctono puro e
intocado—, sino su relación con las sucesivas oleadas de ideas, creencias y
modos de vida de los pueblos invasores y mis permanentes resignificaciones. En
dicha óptica el pensar mapuche es parte de conocimientos autóctonos
desarrollados por sus sujetos y comunidades, pero que han sido reinterpretados
acompañando a los grandes procesos históricos de interacción del pueblo mapuche
con las otras culturas, y exige explicitar un interlogos que presupone una
permanente redefinición del saber indígena como articulación de los
conocimientos apropiados a su modo de vivir (adrnapu), que se adquieren y
resignifican e interpretan de cara a prácticas sociales y saberes derivados de
conflictos inter-interétnicos asimétricos.
PROBLEMA FILOSÓFICO
En el lenguaje filosófico
predominante, un concepto de pensamiento mapuche (mapuche rakiduam) contiene
una comprensión y una extensión mucho más amplias que la noción reductiva de
filosofía que ha predominado en Occidente, pues comprende formas que se han
disociado y que han llevado a la separación de filosofía, religión y arte. En
dicha tradición, la fractura inicial entre lagos y mythos lleva a separar
drásticamente en el proceso del conocimiento esquematizaciones dualistas,
oponiendo de este modo, conocimientos sensibles e inteligibles, mundos práxicos
y teóricos, lo que es no científico y científico, conocimiento común,
cienciasabiduría. En la filosofía intercultural que nace desde la comprensión
de los saberes culturales, la comprensión del mapuche rakiduam renueva una
teoría de la reflexividad contextual, del lazo de diversos kimün, y entiende de
otro modo el nexo entre conocimientos naturales y conocimientos sapienciales,
de forma tal que ya no es posible hacer la separación entre las ciencias del
mundo y la sabiduría de la vida que ha sido el origen de la "crisis de las
ciencias occidentales". Este asunto remite, por tanto, a la discusión ya
clásica acerca de la deconstrucción de los conceptos de logos y mythos, de
ciencia y de saber, que han predominando en la filosofía y en el pensamiento
racionalista europeo. El problema filosófico del mapuche rakiduam entiende el
pensamiento como brotando siempre 3 desde un mundo de vida (mapuche mogen) y
asociado a normas y valores contextúales (admapu) específicos que afirman un
modo de ser, un saber y un valorar que resiste a los procesos negadores de
otros saberes hegemónicos. El problema crítico del pensar mapuche radica en que
no ha sido reducido ni domeñado, y su cosmovisión sigue entrañablemente unida a
una compleja comprensión del sentido de la vida humana, a una tierra originaria
que se expresa históricamente en las texturas internas de su lengua
(mapudungun), en la estructura social pre y posreduccional, löf, y a las altas
formas de vida espiritual (en el arte, en la religión, y en lo que cabría
denominar el esbozo de una "filosofía mapuche"), en las que se
describe un sofisticado mundo socioantropológico y ontológico, donde el ser
humano (che) y el cosmos (mapu), entendidos como naturaleza y metanaturaleza
(wenumapu) no están disociados. Es entonces un pensar integrador que despliega
tanto el sentido conjunto del mundo material, humano y espiritual como asimismo
una inserción ético-política en el mundo, que desplegaremos muy sucintamente a
continuación.
LA VISIÓN MAPUCHE DEL MUNDO
En especial la visión mapuche del
mundo se refiere a los modos de vivir y convivir dentro de la cultura mapuche,
entre sus comunidades de origen y en todos los contextos históricos
resignificados en los que han vivido, lo que implica entender la visión mapuche
también en contacto con la vida urbana. Para un estudioso que no nació en dicha
cultura, resulta relevante destacar que, tanto en el análisis de las
estructuras profundas de su lengua (dunguri) y de sus formas contextúales de
saber (kimuh) como de los presupuestos ético-vitales implícitos, aparece un
mundo de vida (mapuche mogen) que es una intrincada visión de mundo. Es preciso
reconstruir de un modo apropiado esta visión de mundo mapuche —desconocida por
años en los estudios de los investigadores winka—, desde sus formas cognitivas
y práxicas —con frecuencia despreciadas y devaluadas— y sus resignificaciones
históricas. La profundización de la visión sigue siendo un ejercicio pendiente.
En este ejercicio es decisivo relevarlas vivencias, análisis e interpretaciones
de los mapuches mismos, y en particular el aporte de las nuevas generaciones de
intelectuales y profesionales mapuches. Estas modalidades de rakiduam
reinterpretado aportan hallazgos y descubrimientos decisivos para la
comprensión de las sapienciales formas de saber y convivir de la sociedad
mapuche inserta en las sociedades chilenas y argentinas, reconociendo sus
diversos conocimientos y donde se reconoce una sabiduría profunda del ser
humano, del mundo y del vivir la vida que cuestiona definitivamente el legado
positivista y el etnocentrismo hegemónico que menospreció en el pasado el
rakiduam mapuche. Repasemos cuatro breves dimensiones a modo de ilustración, a
partir de lo que indican sus propios sujetos.
La visión del ser humano
La noción de ser humano está
definida por el término mapudungun che, que tiene significados dentro de la
cultura referidas a las nociones en español de gente, ser humano y persona.
Para la cultura mapuche el che está en permanente construcción, es decir, es un
hacerse persona (chegen). El ser humano no es sólo un cuerpo, sino que tiene
una mente y un espíritu que continúa sobreviviendo luego de la muerte,
manteniendo interacciones reales en el otro mundo de los ancestros y de las
divinidades. En esta cultura todos son personas comunes (reche), pero hay
algunas que tienen cualidades específicas según su linaje familiar (küpan), y
están llamadas a asumir específicos roles religiosos, espirituales y políticos.
Las cualidades más valoradas son que las personas posean fortaleza (newenche),
sabiduría (kimche), bienestar (kümeche) y rectitud (norche), ideales para ser
mapuche, o más bien para la proyección de la cultura.
La
visión del cosmos
La noción del cosmos se define
por una serie de términos en mapudungun entrelazados con la idea de ser humano,
que tienen como eje central el término mapu, que significa la tierra habitada
por los che. Como lo dice Curivil: "Ser mapuche es ser del mapu, de la
tierra y de esta tierra. Es más que ser originario del lugar, es haber nacido
del mapu, y ser parte del mapu a la vez". No cabe en este contexto separar
el lugar físico del concepto más amplio de los vínculos de las familias (löf) y
de su adscripción territorial; se trata decisivamente de una noción polisémica
en la que mapu se refiere no sólo a los cuatro puntos cardinales, sino también
a los dos niveles ontológicos superpuestos: el wenumapu (separado en sus dos
niveles de arriba: wente wenu mapu y ragiñ wenu mapu), y el mapu (espacio
terrestre dividido en naq mapu y minche mapu). Cada uno de estos niveles se
refiere a modos de ser, a seres y formas religiosas que tienen relación con las
diversas formas de saber de la sabiduría ancestral en la que se fundan los
vínculos religiosos. Esto conlleva la afirmación de que el cosmos no es
entendido en su dimensión naturalizada, como lo afirma el naturalismo
científico occidental, sino en una abierta a las relaciones miticorreligiosas
que los seres humanos tienen con otros niveles del mundo metanatural
(wenumapu).
El
devenir de la comunidad
El sentido de la comunidad es
central, como en el contexto mapuche lo es la referencia a los antepasados, al
linaje, y a la familia. Por ello, no hay devenir de la comunidad sin referencia
a una afirmación de la memoria ancestral y a su configuración presente por
parte de sus líderes (lonkos). La coordinación de la comunidad XIX, pues se
suplanta la autoridad comunitaria por organismos e instituciones determinados
por las sociedades chilenas y argentinas dominantes. Las comunidades que
conforman el territorio mapuche prosiguen en la afirmación de su identidad
cultural y en el permanente reclamo de sus tierras, como lo demuestran las
permanentes movilizaciones de estas últimas décadas y los discursos de las
nuevas formas de dirigencia mapuche.
Los principios éticos y políticos
Los principios de la moralidad
mapuche están definidos por la íntima relación con la normatividad centrada en
el admapu, que precisa el modo de llegar a ser che (persona) arraigada a una
tierra (mapu), lo cual presupone el valor relevante de la dignidad del ser
humano expresado en la fórmula ancestral: yo también soy gente (Iñche cay che!)
En este plano existe el ideal del hombre bueno (Kümeche) que incorpora los
valores del saber, la rectitud y la fuerza. La cultura mapuche confirma el
valor de la convivencia y la afirmación de la vida comunitaria en el respeto
profundo a los otros (kawün), el respeto a la tierra (ecoética) y a los otros a
través de consejos morales (gülamtuwun). Como dice Marimán, estos principios
ético-políticos estaban vinculados a la igualdad, a la reciprocidad, la
redistribución y la horizontalidad, lo que impedía prácticas relacionadas con
la verticalidad del poder. Recapitulando, en esta tradición sapiencial el
mapuche rakiduam mantiene un carácter no sólo racional sino sapiencial
trascendente, porque resitúa los conocimientos a su específico modo de
vincularse a la tierra, lo que exige un lazo estrecho entre conocimientos
multidimensionales y su relación con el entorno ecológico. Pero en general se
trasunta el principio antropológico por el gran aprecio al ideal de la persona
sabia (kimche) y al vivir bien (küme felen). Este saber indígena presupone la necesaria
reevaluación de una comprensión intercultural en tanto aprehensión de un saber
vivir en un contexto interétnico específico.
CRITICA INTERCULTURAL DEL PENSAR MAPUCHE EN LAS CIENCIAS CULTURALES
Estas brevísimas cuatro
dimensiones de la cultura mapuche y los principales elementos constituyentes
han sido a veces estudiados por las ciencias de la cultura; sin embargo, en
general sus patrones generales han sido desconocidos y minusvalorados a lo
largo de la historia de un 5 pensamiento de cinco siglos de dominación y
exclusión. La mayor parte del pensar de las élites políticas e intelectuales
que dieron forma a las sociedades chilenas y argentinas subrayaron —lo que
permanece aún en varios textos escolares y visiones mediáticas— aspectos
estereotipados y etnocéntricos. Se considera aún, como prejuicio o
precomprensión generalizada, que las formas cognoscitivas de estas poblaciones
indígenas no tenían ni tienen suficiente valor porque en ellas prevalecían
elementos místico-religiosos propios de sociedades primitivas y no seguían los
patrones del conocimiento científico. Muchos planteamientos asumieron
acríticamente la herencia positivista, en particular la ley comteana, de la
humanidad de la que extraían la necesaria subordinación de las formas
culturales indígenas —incivilizadas y bárbaras— a la de las grandes
civilizaciones, en las que predominaba el progreso social resultado de las
investigaciones científicas y de su aplicación técnica. La mayor parte de los
textos históricos y etnológicos donde se estudia e interpreta el conocimiento
mapuche, cuya influencia llega hasta el siglo XX, sobredimensionan sus
elementos extraños y folklóricos, por lo que se justifica la imposición de la
instrucción y educación científica en tanto que era preciso llevar a sus inteligencias
la luz de la razón y de este modo expandir el progreso de la ciencia y la
civilización entre todas las poblaciones del país. El prisma positivista
aplicado a la cultura, sobre todo el modelo elaborado por Levy-Bruhl, ayudó, en
su aplicación ideológica, a consolidar el prejuicio de que las sociedades
mapuches eran prelógicas e hizo prevalecer la idea de que la plena racionalidad
era sólo posible en una sociedad moderna y científica. Esta manera de
interpretar sólo fue criticada gradualmente a través de las discusiones
promovidas hace pocas décadas por otras líneas de investigación de lingüistas,
antropólogos, historiadores y semiólogos que iniciaron un proceso de
comprensión de las culturas siguiendo la inspiración de antropologías
estructurales y posestructurales. Esta nueva relectura histórica de las grandes
explicaciones del pensar mapuche que triunfaron en las ciencias
socioantropológicas de las últimas décadas en Chile y en Argentina demuestra la
necesidad de que se dé una permanente crítica de las tendencias racionalistas y
etnocéntricas que se han heredado. Explicar los saberes indígenas a partir de
las teorías europeístas predominantes exige mucho cuidado, porque claramente se
manifiesta una aversión a la cultura indígena comunitaria, denostada por la
presencia de lo mítico, lo místico y lo numinoso y por una visión comunitarista
respetuosa de la tierra, que se oponía a una ideología liberal. A pesar de los
pioneros aportes de L. Lehmanm-Nitsche, T. Guevara, R. Latcham y L. Faron, se
hace evidente que en general cada una de estas explicaciones
antropológico-sociales quedan frecuentemente atrapadas en los modelos teóricos
predominantes, en los que el valor de los saberes indígenas quedaba reducido al
valor que le asignan dichos constructos teóricos. En los años sesenta del siglo
pasado y hasta nuestros días, surgen visiones y estilos de investigación más
apropiados para justipreciar los conocimientos y las formas de la realidad
indígena que configuran este pensar, en los que se asume gradualmente un giro
epistémico que cuestiona el papel del investigador y repone el papel central de
los propios sujetos y comunidades mapuches. Nuevas epistemologías provenientes
de las ciencias sociales críticas, desarrolladas desde las creativas
modalidades de las actuales generaciones chilenas y argentinas, generan grandes
líneas de investigación presentes en los enfoques disciplinarios del amplio
campo de matriz histórico-sociocultural (J. Bengoa, I. Hernández y J. Pinto),
tipo emic (M.E. Grebe, T. Duran y M. Bacigalupo), estética (P. Mege, M.
Alvarado, Chihuailaf), lingüística (A. Salas, I. Carrasco, L. Golluscio) y
etnopolítica (R. Foerster, J. Vergara, P. Marimán), jurídica (J. Aylwin),
etnorreligiosa (F. Díaz, A. Marileo, R. Curivil), entre muchos otros aportes
relevantes. En la mayor parte de los mencionados estudios se amalgaman otras
modalidades epistémicas para entender el punto de 6 vista mapuche del saber,
superando la mera confrontación del conocimiento nativo con el pensar moderno.
En ellos se insiste especialmente en los plurales discursos y prácticas de sus
propios sujetos y comunidades.
CONCLUSIÓN
En síntesis, el mapuche rakiduam
es un pensamiento autóctono parte de un proceso de reconstrucción del saber del
propio pueblo mapuche; está relacionado con una reconstrucción del saber de una
cultura centrada en el vínculo del ser humano (che) a la tierra (mapu), que
articula y sistematiza los propios conocimientos (kimün) que los sujetos
producen y reproducen como parte de un "saber cultural", que no se
limita y reduce a los debates construidos a través de las ideas y prácticas
llevadas adelante por las ciencias sociales y filosóficas. Este pensamiento
reconstruido desde el núcleo ético-mítico de una "tierra" habitada
por los mapuches se opone en buena medida al pensamiento eurocéntrico
cosmopolita, ya que no es un conocimiento universalista abstracto. El mapuche
rakiduam es histórico y en él opera hasta hoy discursos y prácticas de los
sujetos, movimientos y comunidades mapuches de Chile y Argentina, que cuestionan
su posición subalterna y asimétrica frente a los modelos cognoscitivos que son
hegemónicas en las sociedades chilenas y argentinas mayores, y desde su
alteridad, plantea desafíos a las formas universalistas del saber.
(*) Ricardo Salas Astraín es filósofo nacido en Chile y doctorado en la Universidad Católica de Lovaina, tiene una amplia trayectoria académica y es autor de numerosas publicaciones. Actualmente es Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de la Universidad Católica de Temuco.
(*) Ricardo Salas Astraín es filósofo nacido en Chile y doctorado en la Universidad Católica de Lovaina, tiene una amplia trayectoria académica y es autor de numerosas publicaciones. Actualmente es Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de la Universidad Católica de Temuco.
Disponible en http://www.olimon.org/uan/09-mapuche-salas.pdf