Por Juan Martos Quesada (*)
Ibn
Jaldún, si bien lejos en el tiempo, da por su obra la sensación de ser vecino
intelectual nuestro, sintiéndolo mucho más cerca nuestro que, por ejemplo, los
historiadores españoles y europeos de los siglos XVII o XVIII. Los
historiadores occidentales, los intelectuales europeos, son absolutamente
unánimes en concluir que este gran magrebí da un salto cualitativo de los
cronistas, analistas e historiadores musulmanes de su época o de sus
predecesores con su concepción de la Historia, con su concepto de la crítica
histórica, con su determinismo riguroso basado en la observación de los hechos,
con su esfuerzo para vincular los antecedentes con las consecuencias extrayendo
para ello leyes generales; en suma, con el uso que hace de la razón para
analizar el devenir histórico, con toda exclusión del método teológico o de las
explicaciones divinas. Y la sorpresa es aún mayor, y la admiración por su obra
se consolida, cuando tomamos conciencia de que Ibn Jaldún vivió en el siglo
XIV, es decir, contemporáneo de historiadores árabes que, como Ibn al-Jatib,
aún identificaban Historia con relación de sucesos de reyes y sultanes; o como
Ibn Batuta, Marco Polo o Ruy González de Clavijo, que preferían el género descriptivo
al analítico en sus relatos histórico-geográficos; o como los historiadores
hispanos Florián de Ocampo o Diego Hurtado de Mendoza, condicionados aún por
los cánones historiográficos heredados de los romanos; o bien como el gran
cronista francés Froissart, valedor de una Historia repleta de tintes
moralistas y filosóficos.
Lo más singular aún, en el caso de Ibn Jaldún, es
que, según todas las apariencias, las conclusiones de su obra no parecen ser
fruto de una escuela histórica predecesora que apuntara a unos nuevos
conceptos, ni tampoco fruto de las enseñanzas de algún maestro que lo guiara en
este sentido. Todo parece sacado de su fondo personal, creado durante una
meditación solitaria y estudiosa de cuatro años pasados en un pequeño castillo
árabe, en los alrededores de Tiaret, en donde sabemos que elaboró su famosa
Muqaddima. 1 Por otra parte, no hizo escuela, si exceptuamos, quizás, a su
amigo y también historiador el egipcio al-Maqrizi; y aunque nos consta que
conoció notoriedad en todo el Magreb , en Egipto y en Damasco, su ciencia, la
ciencia que había inventado en su medio, una ciencia que se ha dicho ser
Filosofía de la Historia o Filosofía Social o Sociología, no fue continuada, ni
sacaron provecho de ella sus contemporáneos; da la impresión de que todo, de
que su pensamiento, termina cuando termina su vida, a principios del siglo XV.
Será necesario esperar a principios del siglo XVIII, en Oriente, y a los
comienzos del siglo XIX en Occidente, para que podamos asistir a una verdadera
y respetuosa recuperación de la obra de Ibn Jaldún. En Oriente, será un turco,
Peri-Zade Efendi, quien se atrevió a traducir, en el año 1732, los cinco
primeros libros de los Prolegómenos, teniendo que esperar más de ciento
veinticinco años, hasta 1860, para que otro turco, historiador del Imperio
Otomano, Djevdet Efendi acabara la obra traductora del libro jaldudiano
iniciada por su antecesor Peri-Zade Efendi. Y en Europa, habrá que esperar a
los principios decimonónicos para que los historiadores occidentales, en esta
ocasión franceses venidos de la mano del orientalismo, como Silvestre de Sacy ,
que ya en 1806 dejó entrever, en su crestomatía árabe, algunos de los
fragmentos más significativos de los Prolegómenos; o como E. Quatremère,
discípulo del anterior, muerto en el año 1857, que estableció y publicó el
texto de esta obra de Ibn Jaldún, traducida finalmente al francés, cinco años
más tarde, en 1863, por el Barón de Slane. Si bien fueron los franceses los
meritorios descubridores occidentales de la obra de Ibn Jaldún, pronto otros
historiadores y orientalistas europeos trabajaron para dar a conocer a nuestro
autor magrebí, como los alemanes De Hammer y Freytarg, el abad italiano Lanci,
el historiador español Altamira y, desde luego, los pensadores franceses Garcin
de Tassy y Coquebert de Montbrey.. De todos modos, es de justicia volver a
recordar que el honor de publicar una edición completa de la Historia universal
de Ibn Jaldún, datada en el año 1857, se debe a un gran sabio, a un gran ulema
musulmán, Nasr al-Hourini. Ni qué decir tiene que esta recuperación y
revalorización de las coordenadas históricas jaldunianas, de la obra de Ibn
Jaldún –y en particular de sus Prolegómenos-, continúa en Europa en el siglo
XX, bien de la mano de Renan, que lo califica como “el más listo de los
cronistas, el único historiador al que se le puede llamar un genio”, pasando
por J. 2 Berque –que saluda a Ibn Jaldún como un predecesor del espíritu del
Renacimiento-, y tomando en cuenta los trabajos de Mohamed Abdallah Enan, de
Charles Issawi, de Francesco Gabrieli o de Yves Lacoste, que hicieron justicia
a su obra al destacar la plena actualidad de sus planteamientos históricos.
Posiblemente, esta dimensión moderna y actual que se la ha dado a la obra de
Ibn Jaldún, en especial a la Muqaddima, a los Prolegómenos, se deba en parte al
nuevo valor concedido a mediados del siglo XX, a la Filosofía de la Historia,
disciplina durante mucho tiempo –especialmente en Francia- sospechosa y
desacreditada, valor del que uno de sus mayores representantes sería Arnold
Toynbee y sus teorías acerca de la Historia y su interpretación. De esta
manera, Ibn Jaldún aparece próximo a Dilthey, a Max Webwer o a Jasper,
Collingwood o Spengler y, desde luego, de su misma estatura. A todos ellos les
une un enfoque similar de la Historia en la convicción de que el conocimiento
histórico no es un simple calco de su objeto, de la realidad, sino que existen
una coordenadas interiores que la rigen y dan lugar a unas leyes históricas,
que, por supuesto, no marginan principios activos creadores y subjetivos que,
lejos de destruir su valor, le otorga legitimidad; en suma, menos Filosofía de
la Historia que Filosofía sobre la Historia, el amor por los europeos a los
Prolegómenos de Ibn Jaldún es un anuncio de las preocupaciones epistemológicas
modernas. Algunas definiciones de Ibn Jaldún como, por ejemplo, “la Historia
tiene por verdadero objeto hacernos incluir el estado social de los hombres”,
es decir, tener en cuenta la civilización y los fenómenos que están vinculados
a nuestro modo de vida, tales como las costumbres y su relajamiento, el
espíritu familiar y tribal, las percepciones de superioridad que unos pueblos
tiene sobre otros, sentimiento que conlleva el nacimiento de imperios y
dinastías, las distinciones de rango, los empleos, las profesiones lucrativas,
las ciencias, las artes..., en suma, todos los cambios que la Naturaleza de las
cosas puede operar en el carácter de la sociedad. Precisamente, debemos
aprovechar la oportunidad que nos da la celebración del aniversario de la
muerte del historiador tunecino para reivindicar este modo de entender la
Historia en unos momentos, en que la evolución –o, mejor dicho, la involución-
que están sufriendo los estudios históricos, nos obligan a retomar el
planteamiento historiográfico de Ibn Jaldún. Observamos, no sin inquietud, cómo
se está volviendo a un historicismo decimonónico, en donde la prevalencia de
valores morales subjetivos falsean el pasado, en donde el quehacer de los
historiadores se entiende como la 3 búsqueda de la legitimación de las
prácticas presentes de algunos gobiernos o grupos de poder basándose en una
cierta presentación del pasado, en donde el protagonismo de personajes
singulares oculta el protagonismo de la sociedad – y, como muestra, véase la
proliferación de biografías históricas que inundan el mercado editorial-, en
donde se aprecia un retorno a entender la Historia como la narración de eventos
y acontecimientos, confiscándole su principal objetivo que es el análisis del
pasado para entender mejor el presente. En fin, hacemos nuestras las palabras
de Miguel Cruz Hernández cuando afirmaba que es algo más que necesario volver a
leer al historiador magrebí. Ibn Jaldún nos indicó claramente cuáles eran los
errores en los que no debía incurrir, bajo ninguna justificación, el
historiador, entre otros, depender del poder, ya sea éste político o
ideológico, pues ello conlleva implícito un impedimento a la más mínima
objetividad en el análisis del hecho histórico. Desgraciadamente, este consejo,
de una lógica implacable, alcanza hoy una desafortunada actualidad cuando
observamos cómo muchos historiadores escriben al dictado de intereses
políticos, económicos o religiosos, sin que muestren ningún empacho en
tergiversar, cuando haga falta, las fuentes historiográficas en las que dicen
haberse basado. Ibn Jaldún nos dejó asimismo un importante legado al indicarnos
que los verdaderos sujetos de la Historia son los seres humanos en su conjunto,
no los individuos excepcionales ni los grandes líderes, pues estos no serían
nada sin el conjunto, sin el sustrato social que los sustentan. Él nos indicó
que la Historia debe tener por objeto el conocimiento de las sociedades, así
como el de todas las circunstancias que confluyen en ellas; máxima
importantísima del historiador tunecino que también cobra una viva actualidad
en nuestros días en donde se hace necesario el conocimiento de las sociedades y
la transmisión de este conocimiento de unas sociedades a otras, con el fin de
potenciar el conocimiento y la comprensión del “vecino” y ayudar a una mejor
relación entre los diversos pueblos, sociedades y civilizaciones existentes en
este mundo globalizado. Es posible que un acierto de los organizadores de estos
eventos en memoria de Ibn Jaldún, a los que asistimos hoy en día, haya sido el
dar al Mediterráneo un carácter protagonista; en primer lugar, porque no
podríamos entender a Ibn Jaldún si no le situamos en este entorno, tan
estudiado como amado por nuestro intelectual; no olvidemos que fue el primer
historiador que se ocupó de indagar en las sociedades de las dos orillas, lo
que, precisamente, le dio ese carácter universalista a su obra. 4 Ibn Jaldún
nos dio las bases para establecer una visión comparativa entre los grupos
humanos, entre las sociedades establecidas, tanto en el Mediterráneo
septentrional como en el meridional, labor que posteriormente fue continuada
con gran acierto por el gran historiador francés Fernand Braudel en su conocida
obra El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en tiempos de Felipe II, obra cuya
lectura, junto con la de Ibn Jaldún, nos lleva a observar que son más los
elementos que nos unen que los que nos separan a lo largo de la Historia.
Confiemos en que este análisis conjunto de las dos orillas sepamos transmitirlo
a ambas sociedades y conseguir que dejemos de mirarnos como extraños, como
pertenecientes a mundos distintos, cuando la realidad es – y la Historia está
ahí para demostrarlo- que formamos parte de un mismo colectivo: el de las
gentes del Mediterráneo. Y la actualidad de esta visión es la que ha hecho
reflexionar a los políticos de hoy en día, como Federico Mayor Zaragoza, que no
hace mucho afirmaba que “... tenemos que identificar lo que nos une y valorar
lo que nos separa, para encauzar nuestro destino, que es irremediablemente
común...”, o bien, como muestra valgan las palabras del senador D. Rafael
Simancas cuando, en relación con el proyecto de la Alianza de Civilizaciones,
decía: “En el año 2006, cuando se cumplen 600 años de la muerte del gran
erudito Ibn Jaldún, debemos recordar sus estudios sobre las diversas culturas
que se desarrollaron en el Mediterráneo, pues representan uno de los hitos
precursores de la Sociología y, desde luego, uno de los pilares fundacionales
de la Historia social, entendida por Ibn Jaldún como una auténtica “ciencia
universal de las civilizaciones”. Retomando el legado metodológico de Ibn
Jaldún, en su obra, que forma un “corpus” homogéneo, a pesar de las sugerencias
de muchos historiadores de separar sus Prolegómenos del resto de sus escritos,
observamos cómo nuestro intelectual realiza un análisis de todos aquellos
aspectos que inciden en el desarrollo de una sociedad: el medio geográfico y
climático –tan importantes para entender las civilizaciones mediterráneas-, la
economía, los hechos políticos, la religión...; en definitiva, todo aquello que
incide sobre el desarrollo de los pueblos. Esta forma de hacer la Historia, que
podríamos denominar como Historia social, es decir, el tipo de Historia que
cinco siglos más tarde propusieron los Annales de Bloch, Lefebvre o Braudel, es
el mismo que en su día propuso Ibn Jaldún, tal y como afirma Braudel al
calificar al historiador tunecino como precursor de la Historia de las
civilizaciones, una manera de entender la Historia que, desafortunadamente,
está en baja en nuestros días y que es preciso retomar como única solución para
poder ofrecer una 5 panorámica total del desarrollo de las distintas culturas y
civilizaciones. Estamos convencidos de que este tipo de Historia es el que
puede lograr que exista una mayor comprensión entre los habitantes de este
mundo, máxime cuando todo indica que nos encaminamos a un mundo globalizado, en
donde adquiere un protagonismo esencial el conocimiento integral de las
diversas sociedades. Pero si bien, Ibn Jaldún enlaza de forma clara con
nuestros historiadores modernos, tal y como ya señaló A. Faure en su día, su
concepción de la Historia y, sobre todo, su forma de vivirla, lo hace ser
continuador de la forma de historiar de nuestros autores clásicos, es decir, de
Tucídides, de Polibio, de Salustio, de Tito Livio y de Tácito, autores muy
próximos a Ibn Jaldún, a los que les une una notable convergencia dehechos
vividos, de datos de biografía, de ánimo de espíritu y de circunstancias
semejantes en su vida y quehacer político. Tucídides es un hombre de guerra;
sirvió en la armada durante la guerra del Peloponeso, en donde llegó a comandar
una flota y logró fama de excelente estratega; pero las cosas, finalmente, no
le fueron bien y se vio obligado a exiliarse; es de esta forma como emprende
una especie de periplo, de viaje de estudios, llevado por su preocupación en
obtener documentos y en observar personalmente los hechos acontecidos. Su
discípulo Polibio, afectado también por una guerra, estuvo estrechamente
mezclado en los acontecimientos políticos de su tiempo. Fue testigo
privilegiado de la derrota de su país por el imperio emergente de Roma, que lo
convirtió en una provincia romana. Deportado como rehén a la capital del
imperio latino, viajó posteriormente por la Galia, por Hispania y por Libia, en
un afán por ver de forma directa cómo era la historia y cómo vivían los pueblos
vencidos por Roma. En cuanto a Salustio y Tácito, tan relacionados
historiográficamente con Tucídides, también fueron privilegiados observadores
directos de la Historia desde la posición que les daba sus cargos de altas
magistraturas en Roma. El primero llega a ser procónsul en África y participa
intensamente en la guerra civil que enfrentó a Cesar con Pompeyo. El segundo,
su vida política está marcada por un rosario de altos cargos: cuestor, tribuno,
pretor y cónsul. Ibn Jaldún no se queda a la zaga en absoluto del periplo
personal de estos pensadores clásicos que los llevó a adentrarse en la ciencia
histórica; hasta los cuarenta y dos años, su vida es una larga continuación de
aventuras, viajes y tribulaciones, en donde no falta, por supuesto, el
desempeño de cargos políticos e institucionales que le hacen estar próximo y
participar en los círculos del poder de su tiempo. 6 En el curso de su agitada
vida, viajó por todo el Occidente musulmán, por Sevilla, Granada, Fez, Túnez,
El Cairo y Damasco, en donde encontró a Tamerlán, bien que a pesar suyo. Ocupó
empleos y cargos cerca de príncipes, reyes y gobernantes, a quienes unas veces
sirvió con lealtad y otras con menos lealtad. Llegó a ser embajador del rey de
Granada en Sevilla, conspiró en Fez y arrastrado a prisión: se diría que su
vida es como la de un condottiero en el mundo árabe. En fin, todo lo dicho lo
hacer tener un nexo común con los grandes historiadores grecolatinos –si
exceptuamos, quizás a Tito Livio-, pues todos vienen de la política y
participan en la acción de la Historia de su tiempo; en otras palabras, por
temperamento, no son historiadores de gabinete, coleccionistas de hechos
históricos ante los cuales reflexionan desapasionadamente, sino que, por el
contrario, son actores, a menudo trágicos, de la Historia de su tiempo.
Tucídides tuvo que reflexionar con esta pasión de comprender lo que no le
gusta, al igual que Ibn Jaldún; si el historiador griego tuvo que buscar las
leyes que regulan los acontecimientos de la Historia, tuvo que definir una
crítica histórica, es porque le embargaba el sentimiento de que la guerra del
Peloponeso, en la cual participó de forma activa, era para su país un momento
capital de su Historia, el mismo sentimiento de vivir acontecimientos
singulares históricos que tenía Ibn Jaldún. En cuanto a Polibio, ciudadano
infeliz de una patria vencida, se ve impelido a buscar las razones que hicieron
de Roma una gran potencia, un imperio; este objetivo lo llevó a estudiar las
instituciones romanas, el ejército, los modos de combate de los romanos; lo
llevó a establecer comparaciones entre las instituciones romanas y las griegas,
estudiando paralelamente la legión y la falange. En otras palabras, al igual
que Ibn Jaldún, su afán de comprender la Historia lo lleva a estudiar y
analizar lo que hay más allá de los meros hechos históricos o militares.
Finalmente, Salustio y Tácito, testigos ambos de la corrupción de las
costumbres romanas, intentaron explicar los acontecimientos históricos, el
devenir histórico, con observaciones y consideraciones que reencontraremos en
los escritos de Ibn Jaldún, cuando éste incrimina al lujo y al gusto excesivo
por el bienestar como factores de decadencia de la sociedad urbana. En suma,
Ibn Jaldún se relaciona de forma clara con los historiadores clásicos y sirve
de puente, de enlace, de hilo conductor con los historiadores modernos de
finales del siglo XIX y del XX, aunque quizás aquellos la filosofía sigue
impregnando el tejido histórico, 7 lo que les impide llegar a la
sistematización y el rigor metodológico que logra Ibn Jaldún. En conclusión,
estamos convencidos, pues, de que es absolutamente necesario en nuestros días
retomar en nuestros días el discurso metodológico de Ibn Jaldún, con un
propósito claro y diáfano, el de hacer un estudio global de las diversas
sociedades y de todos los elementos que inciden en las mismas. De esta forma
cumpliremos uno de los objetivos del quehacer histórico, de la Historia:
conocer el pasado para que nos enseñe a deambular por el presente y nos ayude a
conformar, de la mejor manera posible, nuestro futuro.
(*) Universidad Complutense de Madrid