LECTOR IN FABULA, Barcelona,Lumen,1987.
Un texto, tal como aparece en su superficie (o manifestación) lingüística, representa una
cadena de artificios expresivos que el destinatario debe actualizar. Como en este libro
hemos decidido ocuparnos sólo de textos escritos (y a medida que avancemos iremos
restringiendo nuestros experimentos de análisis a textos narrativos), de ahora en
adelante no hablaremos tanto de destinatario como de "lector", así como usaremos
indiferentemente la denominación de Emisor y de Autor para definir al productor del
texto.
En la medida en que debe ser actualizado, un texto está incompleto. Por dos razones. La
primera no se refiere sólo a los objetos lingüísticos que hemos convenido en definir como
textos, sino también a cualquier mensaje, incluidas las oraciones y los términos aislados.
Una expresión sigue siendo un mero flatus vocis [expresión vacía] mientras no se la
pone en correlación, por referencia a determinado código, con su contenido establecido
por convención: en este sentido, el destinatario se postula siempre como el operador (no
necesariamente empírico) capaz, por decirlo así, de abrir el diccionario a cada palabra
que encuentra y de recurrir a una serie de reglas sintácticas preexistentes con el fin de
reconocer las funciones recíprocas de los términos en el contexto de la oración. Podemos
decir, entonces, que todo mensaje postula una competencia gramatical por parte del
destinatario, incluso si se emite en una lengua que sólo el emisor conoce (salvo los casos
de glosolalia, en que el propio emisor supone que no cabe interpretación lingüística
alguna, sino a lo sumo una repercusión emotiva y una evocación extralingüística).
Abrir el diccionario significa aceptar también una serie de postulados de significación(1):
un término sigue estando esencialmente incompleto aún después de haber recibido una
definición formulada a partir de un diccionario mínimo. Este diccionario nos dice que un
bergantín es una nave, pero no desentraña otras propiedades semánticas de /nave/.
Esta cuestión se vincula, por un lado, con el carácter infinito de la interpretación
(basado, como hemos visto, en la teoría peirciana de los interpretantes) y, por otro, con
la temática del entrañe (entaillment) y de la relación entre propiedades necesarias,
esenciales y accidentales.
Sin embargo, un texto se distingue de otros tipos de expresiones por su mayor
complejidad. El motivo principal de esa complejidad es precisamente el hecho de que
está plagado de elementos no dichos (cf. Ducrot, 1972).
"No dicho" significa no manifiesto en la superficie, en el plano de la expresión: pero
precisamente son esos elementos no dichos los que deben actualizarse en la etapa de la
actualización del contenido. Para ello, un texto (con mayor fuerza que cualquier otro tipo
de mensaje) requiere ciertos movimientos cooperativos, activos y conscientes, por parte
del lector.
(a) Juan entró en el cuarto. «¡Entonces, has vuelto!», exclamó María,
radiante;
es evidente que el lector debe actualizar el contenido a través de una compleja serie de
movimientos cooperativos. Dejemos de lado, por el momento, la actualización de las
correferencias (es decir, la necesidad de establecer que el /tú/ implícito en el uso de la
segunda persona singular del verbo "haber" se refiere a Juan); pero ya esta
correferencia depende de una regla conversacional en virtud de la cual el lector supone
que, cuando no se dan otras especificaciones, dada la presencia de dos personajes, el
que habla se refiere necesariamente al otro. Sin embargo, esta regla conversacional se
injerta sobre otra decisión interpretativa, es decir, sobre una operación extensional que
realiza el lector: éste ha decidido que, sobre la base del texto que se le ha suministrado,
se perfila una parcela de mundo habitada por dos individuos, Juan y María, dotados de la
propiedad de encontrarse en el mismo cuarto. Por último, el hecho de que María se
encuentre en el mismo cuarto que Juan depende de otra inferencia basada en el uso del
artículo determinado /el/: hay un cuarto, y sólo uno, del cual se habla.(2) Aún queda por
averiguar si el lector considera oportuno identificar a Juan y a María, mediante índices
referenciales, como entidades del mundo externo, que conoce sobre la base de una
experiencia previa que comparte con el autor, si el autor se refiere a individuos que el
lector desconoce o si el fragmento de texto (a) debe conectarse con otros fragmentos de
texto previos o ulteriores en que Juan y María han sido interpretados, o lo serán,
mediante descripciones definidas.
Pero, como decíamos, soslayemos todos estos problemas.
No hay dudas de que en la actualización inciden otros movimientos cooperativos. En
primer lugar, el lector debe actualizar su enciclopedia para poder comprender que el uso
del verbo /volver/ entraña de alguna manera que, previamente, el sujeto se había
alejado (una gramática de casos analizaría esta acción atribuyendo a los sustantivos
determinados postulados de significación: el que vuelve se ha alejado antes, así como el
soltero es un ser humano masculino adulto). En segundo lugar, se requiere del lector un
trabajo de inferencia para extraer, del uso del adversativo /entonces/, la conclusión de
que María no esperaba ese regreso, y de la determinación /radiante/, el convencimiento
de que, de todos modos, lo deseaba ardientemente.
Así, pues, el texto está plagado de espacios en blanco, de intersticios que hay que
rellenar; quien lo emitió preveía que se los rellenaría y los dejó en blanco por dos
razones. Ante todo, porque un texto es un mecanismo perezoso (o económico) que vive
de la plusvalía de sentido que el destinatario introduce en él y sólo en casos de extrema
pedantería, de extrema preocupación didáctica o de extrema represión el texto se
complica con redundancias y especificaciones ulteriores (hasta el extremo de violar las
reglas normales de conversación).(3) En segundo lugar, porque, a medida que pasa de
la función didáctica a la estética, un texto quiere dejar al lector la iniciativa
interpretativa, aunque normalmente desea ser interpretado con un margen suficiente de
univocidad. Un texto quiere que alguien lo ayude a funcionar.
Naturalmente, no intentamos elaborar aquí una tipología de los textos en función de su
"pereza" o del grado de libertad que ofrece (libertad que en otra parte hemos definido
como "apertura"). De esto hablaremos más adelante. Pero debemos decir ya que un
texto postula a su destinatario como condición indispensable no sólo de su propia
capacidad comunicativa concreta, sino también de la propia potencialidad significativa.
En otras palabras un texto se emite para que alguien lo actualice; incluso cuando no se
espera (o no se desea) que ese alguien exista concreta y empíricamente.
Sin embargo, esta obvia condición de existencia de los textos parece chocar con otra ley
pragmática no menos obvia que, si bien ha podido permanecer oculta durante gran parte
de la historia de la teoría de las comunicaciones, ya no lo está en la actualidad. Dicha ley
puede formularse fácilmente mediante el lema: la competencia del destinatario no
coincide necesariamente con la del emisor.
Ya se ha criticado ampliamente (y en forma definitiva en el Tratado, 2.15) el modelo
comunicativo vulgarizado por los primeros teóricos de la información: un Emisor, un
Mensaje y un Destinatario, donde el Mensaje se genera y se interpreta sobre la base de
un Código. Ahora sabemos que los códigos del destinatario pueden diferir, totalmente o
en parte, de los códigos del emisor; que el código no es una entidad simple, sino a
menudo un complejo sistema de sistemas de reglas; que el código lingüístico no es
suficiente para comprender un mensaje lingüístico: /¿Fuma?/ /No/ es descodificable
lingüísticamente como pregunta y respuesta acerca de los hábitos del destinatario de la
pregunta; pero, en determinadas circunstancias de emisión, la respuesta connota "mala
educación" sobre la base de un código que no es lingüístico, sino ceremonial: hubiese
debido decirse /no, gracias/ . Así, pues, para "descodificar" un mensaje verbal se
necesita, además de la competencia lingüística, una competencia circunstancial
diversificada, una capacidad para poner en funcionamiento ciertas presuposiciones, para
reprimir idiosincrasias, etcétera. Por eso, también en el Tratado sugeríamos una serie de
constricciones pragmáticas que se ejemplifican en la figura 1.
¿Qué garantiza la cooperación textual frente a estas posibilidades de interpretación más
o menos "aberrantes"? En la comunicación cara a cara intervienen infinitas formas de
reforzamiento extralingüístico (gesticular, ostensivo, etc.) e infinitos procedimientos de
redundancia y feed back (retroalimentación) que se apuntalan mutuamente. Esto revela
que nunca se da una comunicación meramente lingüística, sino una actividad semiótica
en sentido amplio, en la que varios sistemas de signos se complementan entre sí. Pero
¿qué ocurre en el caso de un texto escrito, que el autor genera y después entrega a una
variedad de actos de interpretación. como quien mete un mensaje en una botella y luego
la arroja al mar?
Hemos dicho que el texto postula la cooperación del lector como condición de su
actualización. Podemos mejorar esa formulación diciendo que un texto es un producto
cuya suerte interpretativa debe formar parte de su propio mecanismo generativo:
generar un texto significa aplicar una estrategia que incluye las previsiones de los
movimientos del otro; como ocurre. por lo demás. en toda estrategia. En la estrategia
militar (o ajedrecística. digamos: en toda estrategia de juego), el estratega se fabrica un
modelo de adversario. Si hago este movimiento, arriesgaba Napoleón. Wellington
debería reaccionar de tal manera. Si hago este movimiento. argumentaba Wellingon.
Napoleón deberia reaccionar de tal manera. En ese caso concreto. Wellington generó su
estrategia mejor que Napoleón. se construyó un Napoleón Modelo que se parecía más al
Napoleón concreto que el Wellington Modelo. imaginado por Napoleón, al Wellington
concreto. La analogía sólo falla por el hecho de que. en el caso de un texto. lo que el
autor suele querer es que el adversario gane. no que pierda. Pero no siempre es así. El
relato de Alphonse Allais que analizaremos en el último capítulo se parece más a la
batalla de Waterloo que a la Divina Comedia.
Pero en la estrategia militar (a diferencia de la ajedrecística) pueden surgir accidentes
casuales (por ejemplo. la ineptitud de Grounchy). Otro tanto ocurre en los textos: a
veces, Grounchy regresa (cosa que no hizo en Waterloo), a veces llega Massena (como
sucedió en Marengo). El buen estratega debe contar incluso con estos acontecimientos
casuales. debe preverlos mediante un cálculo probabilístico. Lo mismo debe hacer el
autor de un texto "Ese brazo del lago de Como": ¿y si aparece un lector que nunca) ha
oído hablar de Como? Debo apañármelas para poder recobrarlo más adelante; por el
momento juguemos como si Como fuese un flatus vocis. similar a Xanadou. Más
adelante se harán alusiones al cielo de Lombardía, a la relación entre Como. Milán y
Bérgamo, a la situación de la península itálica. Tarde o temprano, el lector
enciclopédicamente pobre quedará atrapado.
Ahora la conclusión parece sencilla. Para organizar su estrategia textual. un autor debe
referirse a una serie de competencias (expresión más amplia que "conocimiento de los
códigos") capaces de dar contenido a las expresiones que utiliza. Debe suponer que el
conjunto de competencias a que se refiere es el mismo al que se refiere su lector. Por
consiguiente, deberá prever un Lector Modelo capaz de cooperar en la actualización
textual de la manera prevista por él y de moverse interpretativamente, igual que él se
ha movido generativamente.
Los medios a que recurre son múltiples: la elección de una lengua (que excluye
obviamente a quien no la habla), la elección de un tipo de enciclopedia (si comienzo un
texto con "como está explicado claramente en la primera Crítica ... " restrinjo, y en un
sentido bastante corporativo, la imagen de mi Lector Modelo), la elección de
determinado patrimonio léxico y estilístico ... Puedo proporcionar ciertas marcas
distintivas de género que seleccionan la audiencia: "Queridos niños, había una vez en un
país lejano ..."; puedo restringir el campo geográfico: "¡Amigos, romanos,
conciudadanos!". Muchos textos señalan cuál es su Lector Modelo presuponiendo
apertisverbis (perdón por el oxímoron) una competencia enciclopédica específica. Para
rendir homenaje a tantos análisis ilustres de filosofía del lenguaje, consideremos el
comienzo de Waverley. cuyo autor es notoriamente su autor:
(b) ... ¿qué otra cosa hubiesen podido esperar mis lectores de epítetos
caballerescos como Howard. Mordaunt. Mortimero o Stanley, o de sonidos
más dulces y sentimentales como Belmore, Belville, Belfield y Belgrave, sino
páginas triviales, como las que fueron bautizadas de ese modo hace ya
medio siglo?
Sin embargo, en este ejemplo hay algo más que lo ya mencionado. Por un lado, el autor
presupone la competencia de su Lector Modelo; por otro, en cambio. la instituye.
También a nosotros. que no teníamos experiencia de las novelas góticas conocidas por
los lectores de Walter Scott, se nos invita ahora a saber que ciertos nombres connotan
"héroe caballeresco" y que existen novelas de caballería pobladas de personajes como
los mencionados, que ostentan características estilísticas en cierto sentido lamentables.
De manera que prever el correspondiente Lector Modelo no significa sólo "esperar" que
éste exista, sino también mover el texto para construirlo. Un texto no sólo se apoya
sobre una competencia: también contribuye a producirla. Así, pues. ¿un texto no es tan
perezoso y su exigencia de cooperación no es tan amplia como lo que quiere hacer
creer? ¿Se parece a una caja llena de elementos prefabricados ("kit") que hace trabajar
al usuario sólo para producir un único tipo de producto final, sin perdonar los posibles
errores. o bien a un "mecano" que permite construir a voluntad una multiplicidad de
formas? ¿Es una lujosa caja que contiene las piezas de un rompecabezas que. una vez
resuelto, siempre dará como resultado a la Gioconda, o, en cambio, es una simple caja
de lápices de colores?
¿Hay textos dispuestos a asumir los posibles eventos previstos en la figura 1? ¿Hay
textos que juegan con esas desviaciones, que las sugieren, que las esperan; textos
"abiertos" que admiten innumerables lecturas, capaces de proporcionar un goce infinito?
¿Estos textos de goce renuncian a postular un Lector Modelo o, en cambio, postulan uno
de otro tipo?(4)
Cabría tratar de elaborar ciertas tipologías, pero la lista se presentaría en forma de
continuum graduado con infinitos matices. Propongamos sólo, en un plano intuitivo, dos
casos extremos (más adelante buscaremos una regla unificada y unificadora, una matriz
generativa que justifique esa diversidad).
Textos "cerrados" y textos "abiertos"
Ciertos autores conocen la situación pragmática ejemplificada en la figura 1. Pero creen
que se trata de la descripción de una serie de accidentes posibles, aunque evitables. Por
consiguiente, determinan su Lector Modelo con sagacidad sociológica y con un brillante
sentido de la media estadística: se dirigirán alternativamente a los niños, a los
melómanos, a los médicos, a los homosexuales, a los aficionados al surf, a las amas de
casa pequeñoburguesas, a los aficionados a las telas inglesas, a los amantes de la pesca
submarina, etc. Como dicen los publicitarios, eligen un perfil (target) (y una "diana" no
coopera demasiado: sólo espera ser alcanzada). Se las apañarán para que cada término,
cada modo de hablar, cada referencia enciclopédica sean los que previsiblemente puede
comprender su lector. Apuntarán a estimular un efecto preciso; para estar seguros de
desencadenar una reacción de horror dirán de entrada "y entonces ocurrió algo horrible".
En ciertos niveles, este juego resultará exitoso.
Pero bastará con que el libro de Carolina Invernizio, escrito para modistillas turinesas de
finales del siglo pasado, caiga en manos del más entusiasta de los degustadores del
kitsch literario para que se convierta en una fiesta de literatura transversal, de
interpretación entre líneas, de saboreado poncif, de gusto huysmaniano por los textos
balbucientes. Ese texto dejará de ser "cerrado" y represivo para convertirse en un texto
sumamente abierto, en una máquina de generar aventuras perversas.
Pero también puede ocurrir algo peor (o mejor, según los casos): que la competencia del
Lector Modelo no haya sido adecuadamente prevista, ya sea por un error de valoración
semiótica, por un análisis histórico insuficiente, por un prejuicio cultural o por una
apreciación inadecuada de las circunstancias de destinación. Un ejemplo espléndido de
tales aventuras de la interpretación lo constituyen Los misterios de París, de Sue.
Aunque fueron escritos desde la perspectiva de un dandy para contar al público culto las
excitante s experiencias de una miseria pintoresca, el proletariado los leyó como una
descripción clara y honesta de su opresión. Al advertido, el autor los siguió escribiendo
para ese proletariado: los embutió de moralejas socialdemócratas, destinadas a
persuadir a esas clases "peligrosas" -a las que comprendía, aunque no por ello dejaba de
temer- de que no desesperaran por completo y confiaran en el sentido de lajuSticia y en
la buena voluntad de las clases pudientes. Señalado por Marx y Engels como modelo de
perorata reformista, el libro realiza un misterioso viaje en el ánimo de unos lectores que
volveremos a encontrar en las barricadas de 1848, empeñados en hacer la revolución
porque, entre otras cosas, habían leído Los misterios de Paris.5 ¿Acaso el libro contenía
también esta actualización posible? ¿Acaso también dibujaba en filigrana a ese Lector
Modelo? Seguramente; siempre y cuando se le leyera saltándose las partes moralizante
s o no queriéndolas entender.
Nada más abierto que un texto cerrado. Pero esta apertura es un efecto provocado por
una iniciativa externa, por un modo de usar el texto, de negarse a aceptar que sea él
quien nos use. No se trata tanto de una cooperación con el texto como de una violencia
que se le inflige. Podemos violentar un texto (podemos, incluso, comer un libro, como el
apóstol en Patmos) y hasta gozar sutilmente con ello. Pero lo que aquí nos interesa es la
cooperación textual como una actividad promovida por el texto; por consiguiente, estas
modalidades no nos interesan. Aclaremos que no nos interesan desde esta perspectiva:
la frase de Valéry "íl n'y a pas de vrai sens d'un texte" [no hay/no existe el sentido
verdadero de un texto] admite dos lecturas: que de un texto puede hacerse el uso que
se quiera, ésta es la lectura que aquí no nos interesa; y que de un texto pueden darse
infinitas interpretaciones, ésta es la lectura que consideraremos ahora.
Estamos ante un texto "abierto" cuando el autor sabe sacar todo el partido posible de la
figura 1. La lee como modelo de una situación pragmática ineliminable. La asume como
hipótesis regulativa de su estrategia. Decide (aquí es precisamente donde la tipología de
los textos corre el riesgo de convertirse en un conntinuum de matices) hasta qué punto
debe vigilar la cooperación del lector, así como dónde debe suscitarla, dónde hay que
dirigida y dónde hay que dejar que se convierta en una aventura interpretativa libre.
Dirá " una flor" y, en la medida en que sepa (y lo desee) que de esa palabra se
desprende el perfume de todas las flores ausentes, sabrá por cierto, de antemano, que
de ella no llegará a desprenderse el aroma de un licor muy añejo: ampliará y restringirá
el juego de la semiosis ilimitada según le apetezca.
Una sola cosa tratará de obtener con hábil estrategia: que, por muchas que sean las
interpretaciones posibles, unas repercutan sobre las otras de modo tal que no se
excluyan, sino que, en cambio, se refuercen recíprocamente.
Podrá postular, como ocurre en el caso de Finnegans Wake, un autor ideal afectado por
un insomnio ideal, dotado de una competencia variable: pero este autor ideal deberá
tener como competencia fundamental el dominio del inglés (aunque el libro no esté
escrito en inglés "verdadero"); y su lector no podrá ser un lector de la época helenista,
del siglo II después de Cristo, que ignore la existencia de Dublín ni tampoco podrá ser
una persona inculta dotada de un léxico de dos mil palabras (si lo fuera. se trataria de
otro caso de uso libre, decidido desde afuera. o de lectura extremadamente restringida.
limitada a las estructuras discursivas más evidentes).
De modo que Finnegans Wake espera un lector ideal. que disponga de mucho tiempo.
que esté dotado de gran habilidad asociativa y de una enciclopedia cuyos límites sean
borrosos: no cualquier tipo de lector. Construye su Lector Modelo a través de la selección
de los grados de dificultad lingüística. de la riqueza de las referencias y mediante la
inserción en el texto de claves. remisiones y posibilidades. incluso variables de lecturas
cruzadas. El Lector Modelo de Finnegans Wake es el operador capaz de realizar al mismo
tiempo la mayor cantidad posible de esas lecturas cruzadas.(6)
Dicho de otro modo: incluso el último Joyce. autor del texto más abierto que pueda
mencionarse. construye su lector mediante una estrategia textual. Cuando el texto se
dirige a unos lectores que no postula ni contribuye a producir, se vuelve ilegible (más de
lo que ya es), o bien se convierte en otro libro.
Uso e interpretación
Así, pues. debemos distinguir entre el uso libre de un texto tomado como estímulo
imaginativo y la interpretación de un texto abierto. Sobre esta distinción se basa. al
margen de cualquier ambigüedad teórica, la posibilidad de lo que Barthes denomina
texto para el goce: hay que decidir si se usa un texto como texto para el goce o si
determinado texto considera como constitutiva de su estrategia (y. por consiguiente. de
su interpretación) la estimulación del uso más libre posible. Pero creemos que hay que
fijar ciertos límites y que, con todo, la noción de interpretación supone siempre una
dialéctica entre la estrategia del autor y la respuesta del Lector Modelo.
Naturalmente, además de una práctica. puede haber una estética del uso libre,
aberrante, intencionado y malicioso de los textos. Borges sugería leer La Odisea o La
Imitación de Cristo como si las hubiese escrito Céline. Propuesta espléndida, estimulante
y muy realizable. Y sobre todo creativa, porque, de hecho, supone la producción de un
nuevo texto (así como el Quijote de Pierre Menard es muy distinto del de Cervantes, con
el que accidentalmente concuerda palabra por palabra). Además, al escribir este otro
texto (o este texto como Alteridad) se llega a criticar al texto original o a descubrirle
posibilidades y valores ocultos; cosa. por lo demás. obvia: nada resulta más revelador
que una caricatura. precisamente porque parece el objeto caricaturizado, sin serlo; por
otra parte, ciertas novelas se vuelven más bellas cuando alguien las cuenta, porque se
convierten en "otras" novelas.
Desde el punto de vista de una semiótica general, y precisamente a la luz de la
complejidad de los procesos pragmáticos (fig. 1) y del carácter contradictorio del Campo
Semántica Global, todas estas operaciones son teóricamente explicables. Pero aunque,
como nos ha mostrado Peirce, la cadena de las interpretaciones puede ser infinita, el
universo del discurso introduce una limitación en el tamaño de la enciclopedia. Un texto
no es más que la estrategia que constituye el universo de sus interpretaciones, si no
"legítimas", legitimables. Cualquier otra decisión de usar libremente un texto
corresponde a la decisión de ampliar el universo del discurso. La dinámica de la semiosis
ilimitada no lo prohíbe, sino que lo fomenta. Pero hay que saber si lo que se quiere es
mantener activa la semiosis o interpretar un texto.
Añadamos, por último, que los textos cerrados son más resistentes al uso que los textos
abiertos. Concebidos para un Lector Modelo muy preciso. al intentar dirigir
represivamente su cooperación dejan espacios de uso bastante elásticos. Tomemos. por
ejemplo, las historias policíacas de Rex Stout e interpretemos la relación entre Nero
Wolfe y Archie Goodwin como una relación "kafkiana". ¿Por qué no? El texto soporta muy
bien este uso. que no entraña pérdida de la capacidad de entretenimiento de laJábula ni
del gusto cuando. al final. se descubre al asesino. Pero tomemos después El proceso, de
Kafka. y leámoslo como si fuese una historia policíaca. Legalmente podemos hacerla,
pero textualmente el resultado es bastante lamentable. Más valdría usar las páginas del
libro para liarnos unos cigarrillos de marihuana: el gusto será mayor.
Proust podía leer el horario ferroviario y reencontrar en los nombres de las localidades
del Valois ecos gratos y laberínticos del viaje neivaliano en busca de Sylvie. Pero no se
trataba de una interpretación del horario, sino de un uso legítimo, casi psicodélico, del
mismo. Por su parte, el horario prevé un solo tipo de Lector Modelo: un operador
cartesiano ortogonal dotado de un agudo sentido de la irreversibilidad de las series
temporales.
Autor y lector como estrategias textuales
Un proceso comunicativo consta de un Emisor. un Mensaje y un Destinatario. A menudo,
el Emisor o el Destinatario se manifiestan gramaticalmente en el mensaje: " Yo te digo
que ... " Cuando se enfrenta con mensajes cuya función es referencial. el Destinatario
utiliza esas marcas gramaticales como índices referenciales ("yo" designará al sujeto
empírico del acto de enunciación del enunciado en cuestión, etc.). Otro tanto puede
ocurrir en el caso de textos bastante extensos, como cartas, páginas de diarios y, en
definitiva, todo aquello que se lee para adquirir información sobre el autor y las
circunstancias de la enunciación.
Pero cuando un texto se considera como texto, y sobre todo en los casos de textos
concebidos para una audiencia bastante amplia (como novelas, discursos políticos,
informes científicos, etc.), el Emisor y el Destinatario están presentes en el texto no
como polos del acto de enunciación, sino como papeles actanciales del enunciado (cf.
Jackobson, 1957). En estos casos, el autor se manifiesta textualmente sólo como (i) un
estilo reconocible, que también puede ser un idiolecto textual o de corpus o de época
histórica (cf. Tratado, 3.7.6); (ii) un puro papel actancial ("yo" = "el sujeto de este
enunciado"); (iii) como aparición ilocutoria ("yo juro que" = "hay un sujeto que realiza la
acción de jurar") o como operador de fuerza perlocutoria que denuncia una "instancia de
la enunciación", o sea, una intervención de un sujeto ajeno al enunciado, pero en cierto
modo presente en el tejido textual más amplio ("de pronto ocurrió algo horrible ..."; " ...
dijo la duquesa con una voz capaz de estremecer a los muertos... "). Esta evocación del
fantasma del Emisor suele ir acompañada por una evocación del fantasma del
Destinatario (Kristeva, 1970). Veamos el siguiente fragmento de las Investigaciones
filosóficas, de Wittgenstein, parágrafo 66:
(c) Considera, por ejemplo, los procesos que llamamos "juegos». Me refiero
a los juegos de ajedrez o de damas, a los juegos de cartas. a los juegos de
pelota, a las competiciones deportivas. etc. ¿Qué tienen en común todos
estos juegos? - No digas: «debe haber algo que sea común a todos, porque
si no no se llamarían 'juegos'»; mira, en cambio. si efectivamente hay algo
que sea común a todos. - De hecho, si los observas no verás. por cierto.
nada que sea común a todos, sino que verás semejanzas. parentescos,
veerás más bien toda una serie ...
Todos los pronombres personales (implícitos o explícitos) no indican, en modo alguno,
una persona llamada Ludwing Wittgenstein o un lector empírico cualquiera: representan
puras estrategias textuales. La intervención de un sujeto hablante es complementaria de
la activación de un Lector Modelo cuyo perfil intelectual se determina sólo por el tipo de
operaciones interpretativas que se supone (y se exige) que debe saber realizar:
reconocer similitudes, tomar en consideración determinados juegos ... Análogamente, el
autor no es más que una estrategia textual capaz de establecer correlaciones
semánticas: " me refiero ... " (Ich meine ... ) significa que, en el ámbito de este texto, el
término "juego" deberá adoptar determinada extensión (para así abarcar los juegos de
ajedrez o de damas, los juegos de cartas. etc.), al tiempo que se evita intencional mente
dar una descripción intencional del mismo. En este texto, Wittgenstein no es más que un
estilo filosófico y el Lector Modelo no es más que la capacidad intelectual de compartir
ese estilo cooperando en su actualización.
Quede, pues, claro que, de ahora en adelante, cada vez que se utilicen términos como
Autor y Lector Modelo se entenderá siempre, en ambos casos, determinados tipos de
estrategia textual. El Lector Modelo es un conjunto de condiciones de felicidad,
establecidas textualmente, que deben satisfacerse para que el contenido potencial de un
texto quede plenamente actualizado. (7)
El autor como hipótesis interpretativa
Si el Autor y el Lector Modelo son dos estrategias textuales, entonces nos encontramos
ante una situación doble. Por un lado, como hemos dicho hasta ahora, el autor empírico,
en cuanto sujeto de la enunciación textual, formula una hipótesis de Lector Modelo y, al
traducida al lenguaje de su propia estrategia, se caracteriza a sí mismo en cuanto sujeto
del enunciado, con un lenguaje igualmente "estratégico", como modo de operación
textual. Pero, por otro lado, también el lector empírico, como sujeto concreto de los
actos de cooperación, debe fabricarse una hipótesis de Autor, deduciéndola
precisamente de los datos de la estrategia textual. La hipótesis que formula el lector
empírico acerca de su Autor Modelo parece más segura que la que formula el autor
empírico acerca de su Lector Modelo. De hecho, el segundo debe postular algo que aún
no existe efectivamente y debe realizado como serie de operaciones textuales; en
cambio, el primero deduce una imagen tipo a partir de algo que previamente se ha
producido como acto de enunciación y que está presente textualmente como enunciado.
Pensemos en el ejemplo (c): Wittgenstein sólo postula la existencia de un Lector Modelo
capaz de realizar las operaciones cooperativas que él propone; nosotros, en cambio,
como lectores, reconocemos la imagen del Wittgenstein textual como serie de
operaciones y propuestas cooperativas manifestadas en el texto. Pero no siempre el
Autor Modelo es tan fácil de distinguir: con frecuencia, el lector empírico tiende a
rebajado al plano de las informaciones que ya posee acerca del autor empírico como
sujeto de la enunciación. Estos riesgos, estas desviaciones vuelven a veces azarosa la
cooperación textual.
Ante todo, por cooperación textual no debe entenderse la actualización de las
intenciones del sujeto empírico de la enunciación, sino de las intenciones que el
enunciado contiene virtualmente. Consideremos un ejemplo.
Si, en una discusión política o en un artículo, alguien designa a las autoridades o a los
ciudadanos de la URSS como "rusos" y no como "soviéticos", se interpreta que su
propósito es activar una connotación ideológica explícita, que equivale a negarse a
reconocer la existencia política del Estado soviético surgido de la revolución de octubre y
pensar todavía en la Rusia zarista. En ciertas situaciones. el uso de uno o de otro
término resulta muy discriminatorio. Pero también puede ocurrir que un autor
desprovisto de prejuicios antisoviéticos utilice el término "ruso" por descuido. por
costumbre, por comodidad o facilidad, adhiriéndose así a un uso muy difundido. Sin
embargo, si el lector inserta las manifestaciones lineales (el uso del lexema en cuestión)
en los subcódigos que abarca su competencia, tiene derecho a atribuir al término "ruso"
una connotación ideológica. Tiene derecho porque textualmente la connotación se
encuentra activada: esa es la intención que debe atribuir a su Autor Modelo,
independientemente de las intenciones del autor empírico. Insistamos en que la
cooperación textual es un fenómeno que se realiza entre dos estrategias discursivas. no
entre dos sujetos individuales.
Naturalmente. para realizarse como Lector Modelo. el lector empírico tiene ciertos
deberes "filológicos": tiene el deber de recobrar con la mayor aproximación posible los
códigos del emisor. Supongamos que el emisor sea un hablante dotado de un código
bastante restringido, con escasa cultura política. incapaz de tener en cuenta (dado el
tamaño de su enciclopedia) esta diferencia; es decir. supongamos que la oración sea
pronunciada por una perrsona inculta cuyos conocimientos político-lingüístico s son
imprecisos. y que diga. por ejemplo, que Kruschev era un político ruso (cuando en
realidad era ucraniano). Es evidente. pues, que interpretar el texto significa reconocer
una enciclopedia de emisión más restringida y genérica que la de destinación. Pero esto
entraña considerar las circunstancias de enunciación del texto. Suponiendo que ese texto
realice un trayecto comunicativo más amplio y que circule como texto "público", ya no
atribuible a su sujeto enunciador original. entonces habrá que considerarlo en su nueva
situación comunicativa, como texto referido ahora, a través del fantasma de un Autor
Modelo muy genérico. al sistema de códigos y subcódigos aceptado por sus posibles
destinatarios; por consiguiente, deberá ser actualizado de acuerdo con la competencia
de destinación. Entonces. el texto connotará discriminación ideológica. Naturalmente. se
trata de decisiones cooperativas que requieren una valoración de la circulación soocial de
los textos; de modo que hay que prever casos en que se proyecta deliberadamente un
Actor Modelo que ha llegado a ser tal en virtud de determinados acontecimientos
sociológicos. aunque se reconozca que éste no coincide con el autor empírico.(8)
Naturalmente, sigue existiendo la posibilidad de que el lector suponga que la expresión
"ruso" ha sido usada de una manera no intencionada (intención psicológica atribuida al
autor empírico), pero, sin embargo, arriesgue una caracterización socioideológica o
psicoanalítica del emisor empírico: este último no sabía que estaba activando ciertas
connotaciones, pero inconscientemente lo deseaba. ¿Debemos hablar, en tal caso, de
una cooperación textual correcta?
No es dificil advertir que esto supone una caracterización de las "interpretaciones"
sociológicas o psicoanalíticas de los textos, según las cuales se intenta descubrir lo que
el texto -independientemente de la intención de su autor- dice en realidad. ya sea sobre
la personalidad de este último o sus origenes sociales, o bien sobre el mundo mismo del
lector.
Pero también es evidente que esto supone una aproximación a las estructuras
semánticas profundas que el texto no exhibe en su superficie. sino que el lector propone
hipotéticamente como claves para la actualización completa del texto: estructuras
actanciales (preguntas sobre el "tema" efectivo del texto, al margen de la historia
individual del Tal o Cual personaje. que a primera vista se nos cuenta) y estructuras
ideológicas. Estas estructuras se caracterizarán de modo preliminar en el próximo
capítulo y en el capítulo 9 se las analizará con más detalle. En ese momento
retornaremos este problema.
Por ahora basta con concluir que podemos hablar de Autor Modelo como hipótesis
interpretativa cuando asistimos a la aparición del sujeto de una estrategia textual tal
como el texto mismo lo presenta y no cuando. por detrás de la estrategia textual. se
plantea la hipótesis de un sujeto empírico que quizá deseaba o pensaba o deseaba
pensar algo distinto de lo que el texto, una vez referido a los códigos pertinentes, le dice
a su Lector Modelo.
Sin embargo, no puede disimularse la importancia que adquieren las circunstancias de la
enunciación en la elección de un Autor Modelo al incitar a la formulación de una hipótesis
sobre las intenciones del sujeto empírico de la enunciación. Un caso típico fue el de la
interpretación que la prensa y los partidos hicieron de las cartas de Aldo Moro durante el
cautiverio previo a su asesinato, interpretación sobre la que Lucrecia Escudero ha escrito
unas observaciones muy agudas. (9)
Si se plantea una interpretación de las cartas de Moro referida a los códigos normales y
se evita insistir en sus circunstancias de enunciación, es indudable que se trata de cartas
(y lo típico en el caso de la carta privada es suponer que se trata de la expresión sincera
del pensamiento de quien la escribe) cuyo sujeto de la enunciación se manifiesta como
sujeto del enunciado. y expresa pedidos. consejos y afirmaciones. Si tenemos en cuenta
tanto las reglas conversacionales comunes como el significado de las expresiones
utilizadas, Moro está pidiendo un intercambio de prisioneros. Sin embargo, gran parte de
la prensa adoptó lo que llamaremos estrategia cooperativa de rechazo: puso en tela de
juicio, por una parte. las condiciones de producción de los enunciados (Moro escribió
bajo coerción, de modo que no dictó lo que quería decir) y, por otra, la identidad entre el
sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación (los enunciados dicen "yo, Moro", pero
el sujeto de la enunciación es otro, los secuestradores, que hablan a través de Moro). En
ambos casos se modifica la configuración del Autor Modelo y su estrategia ya no se
identifica con la estrategia que de otro modo hubiese debido atribuirse al personaje
empírico Aldo Moro (o sea, que el Autor Modelo de esas cartas no es el Autor Modelo de
otros textos verbales o escritos producidos por Aldo Moro en condiciones normales).
Esto justifica diversas hipótesis: (i) Moro escribe, efectivamente, lo que escribe, pero
implícitamente sugiere que desea lo contrario, de manera que sus incitaciones no deben
tomarse al pie de la letra; (ii) Moro usa un estilo distinto del habitual para transmitir un
mensaje básico: "no creáis lo que escribo"; (iii) Moro no es Moro porque dice cosas
distintas de las que normalmente decía, de las que normalmente diria. de las que
razonablemente debería decir. Esta última hipótesis pone claramente de manifiesto
hasta qué punto las expectativas ideológicas de los destinatarios incidieron sobre los
procesos de "autentificación" y sobre la definición tanto del autor empírico como del
Autor Modelo.
Por otra parte, los partidos y los grupos favorables a la negociación optaron por la
actitud cooperativa opuesta y elaboraron una estrategia de aceptación: las cartas dicen p
y llevan la firma de Moro; por consiguiente, Moro dice p. El sujeto de la enunciación no
fue puesto en tela de juicio y, por tanto, el Autor modelo de los textos cambió de
fisonomía (y de estrategia).
Naturalmente, no se trata aquí de decir cuál de las dos estrategias era la "adecuada". Si
el problema era "¿quién ha escrito esas cartas?". la respuesta sigue dependiendo de
protocolos bastante improbables. Si el problema era "¿quién es el Autor Modelo de esas
cartas?", es evidente que la decisión tomada en cada caso estaba influida tanto por
valoraciones relativas a la circunstancia de la enunciación como por presuposiciones
enciclopédicas relativas al "pensamiento habitual" de Moro. así como (y, evidentemente.
este último hecho sobredeterminaba a los dos restantes) por puntos de vista ideológicos
previos. Según el Autor Modelo que se escogía. cambiaba el tipo de acto lingüístico
supuesto y el texto adquiría significados distintos que imponían formas distintas de
cooperación. Por lo demás, eso es lo que ocurre siempre que se decide leer un enunciado
absolutamente serio como si fuese un enunciado irónico, y viceversa.
La configuración del Autor Modelo depende de determinadas huellas textuales, pero
también involucra al universo que está detrás del texto, detrás del destinatario y.
probablemente, también ante el texto y ante el proceso de cooperación (en el sentido de
que dicha configuración depende de la pregunta: "¿qué quiero hacer con este texto?").
10
(1) Cf. Carnap. 1952.
(2) Sobre estos procedimientos de identificación vinculados con el uso de los artículos
determinados. cf. Van Dijk. 1972a. donde se hace una reseña de la cuestión.
(3) Sobre el tema de las reglas conversacionales hay que referirse. naturalmente. a
Grice. 1967. De todos modos. recordemos cuáles son las máximas conversacionales de
Grice. Máxima de la cantidad haz de tal modo que tu contribución sea tan informativa
como lo requiere la situación de intercambio; máximas de la cualidad: no digas lo que
creas falso ni hables de algo si no dispones de pruebas adecuadas; máxima de la
relación: sé pertinente; máximas del estado: evita la osscuridad del expresión, evita la
ambigüedad, sé breve (evita los detalles
inútiles), sé ordenado.
(4) Sobre la obra abierta remitimos. naturalmente, a Obra abierta (Eco. 1962). pero
aconsejamos consultar la segunda edición castellaana Obra abierta. Barcelona-CaracasMéxico
(EditorialAriel. 1979). que incluye el ensayo "Sobre la posibilidad de generar
mensajes estéticos en un lenguaje edénico".
(5) Cf. Eco. 1976. en particular "Sue: el socialismo y la consolación". Sobre los
problemas de la interpretación "aberrante", véase, además, "Della dificoltá di essere
Marco Polo", en Dalla periferia dell'impero. Milán, Bompiani. 1977, Cf. también Paolo
Fabbri, 1973. así como Eco y Fabbri, 1978.
(6) Cf. Umberto Eco, Las poéticas de Joyce. Milán, Bompiani, 1966 (en castellano en la
primera edición de Obra abierta. Barcelona, Seix y Barral. 1965). cf. también "Semántica
della metáfora", en Eco, 1971.
(7) Sobre las condiciones de felicidad remitimos, naturalmente, a Austin, 1962; Searle,
1969.
(8) ¿Estamos seguros de que, con "dad a César lo que es de César", Jesús se propusiese
plantear la equivalencia César = Poder Estatal en General y de que no se propusiese
aludir sólo al emperador romano que estaba en el poder en ese momento, sin
pronunciarse sobre los deberes de sus seguidores en circunstancias temporales y
espaciales distintas? Para advertir la dificultad que supone esta decisión interpretativa
basta considerar la polémica sobre la posesión de bienes y la pobreza de los apóstoles
que se planteó en el siglo XII entre los franciscanos "espirituales" y el pontífice, así como
la polémica. aún más amplia y más antigua. entre el papado y el imperio. Sin embargo.
en la actualidad hemos aceptado como un dato de enciclopedia la ecuación
hipercodificada (por sinécdoque) entre César y el Poder Estatal, y sobre esa base
procedemos a actualizar las intenciones del Autor Modelo, conocido como el Jesús de los
evangelios canónicos.
(9) "n caso Moro: manipolazione e riconoscimento", comunicación presentada en el
Coloquio sobre el discurso político. Centro Internacional de Semiótica y Lingüística.
Urbino, julio de 1978. Véase iguallmente lo que díce Bachtín sobre la naturaleza
"dialógica" de los textos; trabajo incluido también en Kristeva, 1967.
(10) La noción de Lector Modelo circula en muchas teorías textuales con otras
denominaciones y con diversas diferencias. Véase, por ejemmplo, Barthes, 1966;
Lotman, 1970; Riffaterre. 1971, 1976; Van Dijk. 1976c, Schmidt, 1976; Hirsch, 1967;
Corti, 1976 (cf. en este último libro el segundo capítulo, "Emittente destinatario", donde
se introduucen las nociones de "autor implícito" y de "lector supuesto como virtual o
ideal"). En Weinrich, 1976 (7. 8 Y 9) se encuentran indicaciones indirectas, pero muy
valiosas.
(*) Publicado originariamente en http://www.perio.unlp.edu.ar/catedras/system/files/eco._el_lector_modelo.pdf.