Por Umberto Eco (5/1/1932- 19/2/2016) (*)


LECTOR IN FABULA, Barcelona,Lumen,1987.

Un texto, tal como aparece en su superficie (o manifestación) lingüística, representa una cadena de artificios expresivos que el destinatario debe actualizar. Como en este libro hemos decidido ocuparnos sólo de textos escritos (y a medida que avancemos iremos restringiendo nuestros experimentos de análisis a textos narrativos), de ahora en adelante no hablaremos tanto de destinatario como de "lector", así como usaremos indiferentemente la denominación de Emisor y de Autor para definir al productor del texto. En la medida en que debe ser actualizado, un texto está incompleto. Por dos razones. La primera no se refiere sólo a los objetos lingüísticos que hemos convenido en definir como textos, sino también a cualquier mensaje, incluidas las oraciones y los términos aislados. Una expresión sigue siendo un mero flatus vocis [expresión vacía] mientras no se la pone en correlación, por referencia a determinado código, con su contenido establecido por convención: en este sentido, el destinatario se postula siempre como el operador (no necesariamente empírico) capaz, por decirlo así, de abrir el diccionario a cada palabra que encuentra y de recurrir a una serie de reglas sintácticas preexistentes con el fin de reconocer las funciones recíprocas de los términos en el contexto de la oración. Podemos decir, entonces, que todo mensaje postula una competencia gramatical por parte del destinatario, incluso si se emite en una lengua que sólo el emisor conoce (salvo los casos de glosolalia, en que el propio emisor supone que no cabe interpretación lingüística alguna, sino a lo sumo una repercusión emotiva y una evocación extralingüística). Abrir el diccionario significa aceptar también una serie de postulados de significación(1): un término sigue estando esencialmente incompleto aún después de haber recibido una definición formulada a partir de un diccionario mínimo. Este diccionario nos dice que un bergantín es una nave, pero no desentraña otras propiedades semánticas de /nave/. Esta cuestión se vincula, por un lado, con el carácter infinito de la interpretación (basado, como hemos visto, en la teoría peirciana de los interpretantes) y, por otro, con la temática del entrañe (entaillment) y de la relación entre propiedades necesarias, esenciales y accidentales. Sin embargo, un texto se distingue de otros tipos de expresiones por su mayor complejidad. El motivo principal de esa complejidad es precisamente el hecho de que está plagado de elementos no dichos (cf. Ducrot, 1972). "No dicho" significa no manifiesto en la superficie, en el plano de la expresión: pero precisamente son esos elementos no dichos los que deben actualizarse en la etapa de la actualización del contenido. Para ello, un texto (con mayor fuerza que cualquier otro tipo de mensaje) requiere ciertos movimientos cooperativos, activos y conscientes, por parte del lector.

 (a) Juan entró en el cuarto. «¡Entonces, has vuelto!», exclamó María, radiante; 
es evidente que el lector debe actualizar el contenido a través de una compleja serie de movimientos cooperativos. Dejemos de lado, por el momento, la actualización de las correferencias (es decir, la necesidad de establecer que el /tú/ implícito en el uso de la segunda persona singular del verbo "haber" se refiere a Juan); pero ya esta correferencia depende de una regla conversacional en virtud de la cual el lector supone que, cuando no se dan otras especificaciones, dada la presencia de dos personajes, el que habla se refiere necesariamente al otro. Sin embargo, esta regla conversacional se injerta sobre otra decisión interpretativa, es decir, sobre una operación extensional que realiza el lector: éste ha decidido que, sobre la base del texto que se le ha suministrado, se perfila una parcela de mundo habitada por dos individuos, Juan y María, dotados de la propiedad de encontrarse en el mismo cuarto. Por último, el hecho de que María se encuentre en el mismo cuarto que Juan depende de otra inferencia basada en el uso del artículo determinado /el/: hay un cuarto, y sólo uno, del cual se habla.(2) Aún queda por averiguar si el lector considera oportuno identificar a Juan y a María, mediante índices referenciales, como entidades del mundo externo, que conoce sobre la base de una experiencia previa que comparte con el autor, si el autor se refiere a individuos que el lector desconoce o si el fragmento de texto (a) debe conectarse con otros fragmentos de texto previos o ulteriores en que Juan y María han sido interpretados, o lo serán, mediante descripciones definidas. Pero, como decíamos, soslayemos todos estos problemas. 
No hay dudas de que en la actualización inciden otros movimientos cooperativos. En primer lugar, el lector debe actualizar su enciclopedia para poder comprender que el uso del verbo /volver/ entraña de alguna manera que, previamente, el sujeto se había alejado (una gramática de casos analizaría esta acción atribuyendo a los sustantivos determinados postulados de significación: el que vuelve se ha alejado antes, así como el soltero es un ser humano masculino adulto). En segundo lugar, se requiere del lector un trabajo de inferencia para extraer, del uso del adversativo /entonces/, la conclusión de que María no esperaba ese regreso, y de la determinación /radiante/, el convencimiento de que, de todos modos, lo deseaba ardientemente. Así, pues, el texto está plagado de espacios en blanco, de intersticios que hay que rellenar; quien lo emitió preveía que se los rellenaría y los dejó en blanco por dos razones. Ante todo, porque un texto es un mecanismo perezoso (o económico) que vive de la plusvalía de sentido que el destinatario introduce en él y sólo en casos de extrema pedantería, de extrema preocupación didáctica o de extrema represión el texto se complica con redundancias y especificaciones ulteriores (hasta el extremo de violar las reglas normales de conversación).(3) En segundo lugar, porque, a medida que pasa de la función didáctica a la estética, un texto quiere dejar al lector la iniciativa interpretativa, aunque normalmente desea ser interpretado con un margen suficiente de univocidad. Un texto quiere que alguien lo ayude a funcionar. Naturalmente, no intentamos elaborar aquí una tipología de los textos en función de su "pereza" o del grado de libertad que ofrece (libertad que en otra parte hemos definido como "apertura"). De esto hablaremos más adelante. Pero debemos decir ya que un texto postula a su destinatario como condición indispensable no sólo de su propia capacidad comunicativa concreta, sino también de la propia potencialidad significativa. En otras palabras un texto se emite para que alguien lo actualice; incluso cuando no se espera (o no se desea) que ese alguien exista concreta y empíricamente. Sin embargo, esta obvia condición de existencia de los textos parece chocar con otra ley pragmática no menos obvia que, si bien ha podido permanecer oculta durante gran parte de la historia de la teoría de las comunicaciones, ya no lo está en la actualidad. Dicha ley puede formularse fácilmente mediante el lema: la competencia del destinatario no coincide necesariamente con la del emisor. Ya se ha criticado ampliamente (y en forma definitiva en el Tratado, 2.15) el modelo comunicativo vulgarizado por los primeros teóricos de la información: un Emisor, un Mensaje y un Destinatario, donde el Mensaje se genera y se interpreta sobre la base de un Código. Ahora sabemos que los códigos del destinatario pueden diferir, totalmente o en parte, de los códigos del emisor; que el código no es una entidad simple, sino a menudo un complejo sistema de sistemas de reglas; que el código lingüístico no es suficiente para comprender un mensaje lingüístico: /¿Fuma?/ /No/ es descodificable lingüísticamente como pregunta y respuesta acerca de los hábitos del destinatario de la pregunta; pero, en determinadas circunstancias de emisión, la respuesta connota "mala educación" sobre la base de un código que no es lingüístico, sino ceremonial: hubiese debido decirse /no, gracias/ . Así, pues, para "descodificar" un mensaje verbal se necesita, además de la competencia lingüística, una competencia circunstancial diversificada, una capacidad para poner en funcionamiento ciertas presuposiciones, para reprimir idiosincrasias, etcétera. Por eso, también en el Tratado sugeríamos una serie de constricciones pragmáticas que se ejemplifican en la figura 1. ¿Qué garantiza la cooperación textual frente a estas posibilidades de interpretación más o menos "aberrantes"? En la comunicación cara a cara intervienen infinitas formas de reforzamiento extralingüístico (gesticular, ostensivo, etc.) e infinitos procedimientos de redundancia y feed back (retroalimentación) que se apuntalan mutuamente. Esto revela que nunca se da una comunicación meramente lingüística, sino una actividad semiótica en sentido amplio, en la que varios sistemas de signos se complementan entre sí. Pero ¿qué ocurre en el caso de un texto escrito, que el autor genera y después entrega a una variedad de actos de interpretación. como quien mete un mensaje en una botella y luego la arroja al mar? Hemos dicho que el texto postula la cooperación del lector como condición de su actualización. Podemos mejorar esa formulación diciendo que un texto es un producto cuya suerte interpretativa debe formar parte de su propio mecanismo generativo: generar un texto significa aplicar una estrategia que incluye las previsiones de los movimientos del otro; como ocurre. por lo demás. en toda estrategia. En la estrategia militar (o ajedrecística. digamos: en toda estrategia de juego), el estratega se fabrica un modelo de adversario. Si hago este movimiento, arriesgaba Napoleón. Wellington debería reaccionar de tal manera. Si hago este movimiento. argumentaba Wellingon. Napoleón deberia reaccionar de tal manera. En ese caso concreto. Wellington generó su estrategia mejor que Napoleón. se construyó un Napoleón Modelo que se parecía más al Napoleón concreto que el Wellington Modelo. imaginado por Napoleón, al Wellington concreto. La analogía sólo falla por el hecho de que. en el caso de un texto. lo que el autor suele querer es que el adversario gane. no que pierda. Pero no siempre es así. El relato de Alphonse Allais que analizaremos en el último capítulo se parece más a la batalla de Waterloo que a la Divina Comedia. Pero en la estrategia militar (a diferencia de la ajedrecística) pueden surgir accidentes casuales (por ejemplo. la ineptitud de Grounchy). Otro tanto ocurre en los textos: a veces, Grounchy regresa (cosa que no hizo en Waterloo), a veces llega Massena (como sucedió en Marengo). El buen estratega debe contar incluso con estos acontecimientos casuales. debe preverlos mediante un cálculo probabilístico. Lo mismo debe hacer el autor de un texto "Ese brazo del lago de Como": ¿y si aparece un lector que nunca) ha oído hablar de Como? Debo apañármelas para poder recobrarlo más adelante; por el momento juguemos como si Como fuese un flatus vocis. similar a Xanadou. Más adelante se harán alusiones al cielo de Lombardía, a la relación entre Como. Milán y Bérgamo, a la situación de la península itálica. Tarde o temprano, el lector enciclopédicamente pobre quedará atrapado. Ahora la conclusión parece sencilla. Para organizar su estrategia textual. un autor debe referirse a una serie de competencias (expresión más amplia que "conocimiento de los códigos") capaces de dar contenido a las expresiones que utiliza. Debe suponer que el conjunto de competencias a que se refiere es el mismo al que se refiere su lector. Por consiguiente, deberá prever un Lector Modelo capaz de cooperar en la actualización textual de la manera prevista por él y de moverse interpretativamente, igual que él se ha movido generativamente. Los medios a que recurre son múltiples: la elección de una lengua (que excluye obviamente a quien no la habla), la elección de un tipo de enciclopedia (si comienzo un texto con "como está explicado claramente en la primera Crítica ... " restrinjo, y en un sentido bastante corporativo, la imagen de mi Lector Modelo), la elección de determinado patrimonio léxico y estilístico ... Puedo proporcionar ciertas marcas distintivas de género que seleccionan la audiencia: "Queridos niños, había una vez en un país lejano ..."; puedo restringir el campo geográfico: "¡Amigos, romanos, conciudadanos!". Muchos textos señalan cuál es su Lector Modelo presuponiendo apertisverbis (perdón por el oxímoron) una competencia enciclopédica específica. Para rendir homenaje a tantos análisis ilustres de filosofía del lenguaje, consideremos el comienzo de Waverley. cuyo autor es notoriamente su autor: (b) ... ¿qué otra cosa hubiesen podido esperar mis lectores de epítetos caballerescos como Howard. Mordaunt. Mortimero o Stanley, o de sonidos más dulces y sentimentales como Belmore, Belville, Belfield y Belgrave, sino páginas triviales, como las que fueron bautizadas de ese modo hace ya medio siglo? Sin embargo, en este ejemplo hay algo más que lo ya mencionado. Por un lado, el autor presupone la competencia de su Lector Modelo; por otro, en cambio. la instituye. También a nosotros. que no teníamos experiencia de las novelas góticas conocidas por los lectores de Walter Scott, se nos invita ahora a saber que ciertos nombres connotan "héroe caballeresco" y que existen novelas de caballería pobladas de personajes como los mencionados, que ostentan características estilísticas en cierto sentido lamentables. De manera que prever el correspondiente Lector Modelo no significa sólo "esperar" que éste exista, sino también mover el texto para construirlo. Un texto no sólo se apoya sobre una competencia: también contribuye a producirla. Así, pues. ¿un texto no es tan perezoso y su exigencia de cooperación no es tan amplia como lo que quiere hacer creer? ¿Se parece a una caja llena de elementos prefabricados ("kit") que hace trabajar al usuario sólo para producir un único tipo de producto final, sin perdonar los posibles errores. o bien a un "mecano" que permite construir a voluntad una multiplicidad de formas? ¿Es una lujosa caja que contiene las piezas de un rompecabezas que. una vez resuelto, siempre dará como resultado a la Gioconda, o, en cambio, es una simple caja de lápices de colores? ¿Hay textos dispuestos a asumir los posibles eventos previstos en la figura 1? ¿Hay textos que juegan con esas desviaciones, que las sugieren, que las esperan; textos "abiertos" que admiten innumerables lecturas, capaces de proporcionar un goce infinito? ¿Estos textos de goce renuncian a postular un Lector Modelo o, en cambio, postulan uno de otro tipo?(4) Cabría tratar de elaborar ciertas tipologías, pero la lista se presentaría en forma de continuum graduado con infinitos matices. Propongamos sólo, en un plano intuitivo, dos casos extremos (más adelante buscaremos una regla unificada y unificadora, una matriz generativa que justifique esa diversidad). Textos "cerrados" y textos "abiertos" Ciertos autores conocen la situación pragmática ejemplificada en la figura 1. Pero creen que se trata de la descripción de una serie de accidentes posibles, aunque evitables. Por consiguiente, determinan su Lector Modelo con sagacidad sociológica y con un brillante sentido de la media estadística: se dirigirán alternativamente a los niños, a los melómanos, a los médicos, a los homosexuales, a los aficionados al surf, a las amas de casa pequeñoburguesas, a los aficionados a las telas inglesas, a los amantes de la pesca submarina, etc. Como dicen los publicitarios, eligen un perfil (target) (y una "diana" no coopera demasiado: sólo espera ser alcanzada). Se las apañarán para que cada término, cada modo de hablar, cada referencia enciclopédica sean los que previsiblemente puede comprender su lector. Apuntarán a estimular un efecto preciso; para estar seguros de desencadenar una reacción de horror dirán de entrada "y entonces ocurrió algo horrible". En ciertos niveles, este juego resultará exitoso. Pero bastará con que el libro de Carolina Invernizio, escrito para modistillas turinesas de finales del siglo pasado, caiga en manos del más entusiasta de los degustadores del kitsch literario para que se convierta en una fiesta de literatura transversal, de interpretación entre líneas, de saboreado poncif, de gusto huysmaniano por los textos balbucientes. Ese texto dejará de ser "cerrado" y represivo para convertirse en un texto sumamente abierto, en una máquina de generar aventuras perversas. Pero también puede ocurrir algo peor (o mejor, según los casos): que la competencia del Lector Modelo no haya sido adecuadamente prevista, ya sea por un error de valoración semiótica, por un análisis histórico insuficiente, por un prejuicio cultural o por una apreciación inadecuada de las circunstancias de destinación. Un ejemplo espléndido de tales aventuras de la interpretación lo constituyen Los misterios de París, de Sue. Aunque fueron escritos desde la perspectiva de un dandy para contar al público culto las excitante s experiencias de una miseria pintoresca, el proletariado los leyó como una descripción clara y honesta de su opresión. Al advertido, el autor los siguió escribiendo para ese proletariado: los embutió de moralejas socialdemócratas, destinadas a persuadir a esas clases "peligrosas" -a las que comprendía, aunque no por ello dejaba de temer- de que no desesperaran por completo y confiaran en el sentido de lajuSticia y en la buena voluntad de las clases pudientes. Señalado por Marx y Engels como modelo de perorata reformista, el libro realiza un misterioso viaje en el ánimo de unos lectores que volveremos a encontrar en las barricadas de 1848, empeñados en hacer la revolución porque, entre otras cosas, habían leído Los misterios de Paris.5 ¿Acaso el libro contenía también esta actualización posible? ¿Acaso también dibujaba en filigrana a ese Lector Modelo? Seguramente; siempre y cuando se le leyera saltándose las partes moralizante s o no queriéndolas entender. Nada más abierto que un texto cerrado. Pero esta apertura es un efecto provocado por una iniciativa externa, por un modo de usar el texto, de negarse a aceptar que sea él quien nos use. No se trata tanto de una cooperación con el texto como de una violencia que se le inflige. Podemos violentar un texto (podemos, incluso, comer un libro, como el apóstol en Patmos) y hasta gozar sutilmente con ello. Pero lo que aquí nos interesa es la cooperación textual como una actividad promovida por el texto; por consiguiente, estas modalidades no nos interesan. Aclaremos que no nos interesan desde esta perspectiva: la frase de Valéry "íl n'y a pas de vrai sens d'un texte" [no hay/no existe el sentido verdadero de un texto] admite dos lecturas: que de un texto puede hacerse el uso que se quiera, ésta es la lectura que aquí no nos interesa; y que de un texto pueden darse infinitas interpretaciones, ésta es la lectura que consideraremos ahora. Estamos ante un texto "abierto" cuando el autor sabe sacar todo el partido posible de la figura 1. La lee como modelo de una situación pragmática ineliminable. La asume como hipótesis regulativa de su estrategia. Decide (aquí es precisamente donde la tipología de los textos corre el riesgo de convertirse en un conntinuum de matices) hasta qué punto debe vigilar la cooperación del lector, así como dónde debe suscitarla, dónde hay que dirigida y dónde hay que dejar que se convierta en una aventura interpretativa libre. Dirá " una flor" y, en la medida en que sepa (y lo desee) que de esa palabra se desprende el perfume de todas las flores ausentes, sabrá por cierto, de antemano, que de ella no llegará a desprenderse el aroma de un licor muy añejo: ampliará y restringirá el juego de la semiosis ilimitada según le apetezca. Una sola cosa tratará de obtener con hábil estrategia: que, por muchas que sean las interpretaciones posibles, unas repercutan sobre las otras de modo tal que no se excluyan, sino que, en cambio, se refuercen recíprocamente. Podrá postular, como ocurre en el caso de Finnegans Wake, un autor ideal afectado por un insomnio ideal, dotado de una competencia variable: pero este autor ideal deberá tener como competencia fundamental el dominio del inglés (aunque el libro no esté escrito en inglés "verdadero"); y su lector no podrá ser un lector de la época helenista, del siglo II después de Cristo, que ignore la existencia de Dublín ni tampoco podrá ser una persona inculta dotada de un léxico de dos mil palabras (si lo fuera. se trataria de otro caso de uso libre, decidido desde afuera. o de lectura extremadamente restringida. limitada a las estructuras discursivas más evidentes). De modo que Finnegans Wake espera un lector ideal. que disponga de mucho tiempo. que esté dotado de gran habilidad asociativa y de una enciclopedia cuyos límites sean borrosos: no cualquier tipo de lector. Construye su Lector Modelo a través de la selección de los grados de dificultad lingüística. de la riqueza de las referencias y mediante la inserción en el texto de claves. remisiones y posibilidades. incluso variables de lecturas cruzadas. El Lector Modelo de Finnegans Wake es el operador capaz de realizar al mismo tiempo la mayor cantidad posible de esas lecturas cruzadas.(6) Dicho de otro modo: incluso el último Joyce. autor del texto más abierto que pueda mencionarse. construye su lector mediante una estrategia textual. Cuando el texto se dirige a unos lectores que no postula ni contribuye a producir, se vuelve ilegible (más de lo que ya es), o bien se convierte en otro libro. Uso e interpretación Así, pues. debemos distinguir entre el uso libre de un texto tomado como estímulo imaginativo y la interpretación de un texto abierto. Sobre esta distinción se basa. al margen de cualquier ambigüedad teórica, la posibilidad de lo que Barthes denomina texto para el goce: hay que decidir si se usa un texto como texto para el goce o si determinado texto considera como constitutiva de su estrategia (y. por consiguiente. de su interpretación) la estimulación del uso más libre posible. Pero creemos que hay que fijar ciertos límites y que, con todo, la noción de interpretación supone siempre una dialéctica entre la estrategia del autor y la respuesta del Lector Modelo. Naturalmente, además de una práctica. puede haber una estética del uso libre, aberrante, intencionado y malicioso de los textos. Borges sugería leer La Odisea o La Imitación de Cristo como si las hubiese escrito Céline. Propuesta espléndida, estimulante y muy realizable. Y sobre todo creativa, porque, de hecho, supone la producción de un nuevo texto (así como el Quijote de Pierre Menard es muy distinto del de Cervantes, con el que accidentalmente concuerda palabra por palabra). Además, al escribir este otro texto (o este texto como Alteridad) se llega a criticar al texto original o a descubrirle posibilidades y valores ocultos; cosa. por lo demás. obvia: nada resulta más revelador que una caricatura. precisamente porque parece el objeto caricaturizado, sin serlo; por otra parte, ciertas novelas se vuelven más bellas cuando alguien las cuenta, porque se convierten en "otras" novelas. Desde el punto de vista de una semiótica general, y precisamente a la luz de la complejidad de los procesos pragmáticos (fig. 1) y del carácter contradictorio del Campo Semántica Global, todas estas operaciones son teóricamente explicables. Pero aunque, como nos ha mostrado Peirce, la cadena de las interpretaciones puede ser infinita, el universo del discurso introduce una limitación en el tamaño de la enciclopedia. Un texto no es más que la estrategia que constituye el universo de sus interpretaciones, si no "legítimas", legitimables. Cualquier otra decisión de usar libremente un texto corresponde a la decisión de ampliar el universo del discurso. La dinámica de la semiosis ilimitada no lo prohíbe, sino que lo fomenta. Pero hay que saber si lo que se quiere es mantener activa la semiosis o interpretar un texto. Añadamos, por último, que los textos cerrados son más resistentes al uso que los textos abiertos. Concebidos para un Lector Modelo muy preciso. al intentar dirigir represivamente su cooperación dejan espacios de uso bastante elásticos. Tomemos. por ejemplo, las historias policíacas de Rex Stout e interpretemos la relación entre Nero Wolfe y Archie Goodwin como una relación "kafkiana". ¿Por qué no? El texto soporta muy bien este uso. que no entraña pérdida de la capacidad de entretenimiento de laJábula ni del gusto cuando. al final. se descubre al asesino. Pero tomemos después El proceso, de Kafka. y leámoslo como si fuese una historia policíaca. Legalmente podemos hacerla, pero textualmente el resultado es bastante lamentable. Más valdría usar las páginas del libro para liarnos unos cigarrillos de marihuana: el gusto será mayor. Proust podía leer el horario ferroviario y reencontrar en los nombres de las localidades del Valois ecos gratos y laberínticos del viaje neivaliano en busca de Sylvie. Pero no se trataba de una interpretación del horario, sino de un uso legítimo, casi psicodélico, del mismo. Por su parte, el horario prevé un solo tipo de Lector Modelo: un operador cartesiano ortogonal dotado de un agudo sentido de la irreversibilidad de las series temporales. Autor y lector como estrategias textuales Un proceso comunicativo consta de un Emisor. un Mensaje y un Destinatario. A menudo, el Emisor o el Destinatario se manifiestan gramaticalmente en el mensaje: " Yo te digo que ... " Cuando se enfrenta con mensajes cuya función es referencial. el Destinatario utiliza esas marcas gramaticales como índices referenciales ("yo" designará al sujeto empírico del acto de enunciación del enunciado en cuestión, etc.). Otro tanto puede ocurrir en el caso de textos bastante extensos, como cartas, páginas de diarios y, en definitiva, todo aquello que se lee para adquirir información sobre el autor y las circunstancias de la enunciación. Pero cuando un texto se considera como texto, y sobre todo en los casos de textos concebidos para una audiencia bastante amplia (como novelas, discursos políticos, informes científicos, etc.), el Emisor y el Destinatario están presentes en el texto no como polos del acto de enunciación, sino como papeles actanciales del enunciado (cf. Jackobson, 1957). En estos casos, el autor se manifiesta textualmente sólo como (i) un estilo reconocible, que también puede ser un idiolecto textual o de corpus o de época histórica (cf. Tratado, 3.7.6); (ii) un puro papel actancial ("yo" = "el sujeto de este enunciado"); (iii) como aparición ilocutoria ("yo juro que" = "hay un sujeto que realiza la acción de jurar") o como operador de fuerza perlocutoria que denuncia una "instancia de la enunciación", o sea, una intervención de un sujeto ajeno al enunciado, pero en cierto modo presente en el tejido textual más amplio ("de pronto ocurrió algo horrible ..."; " ... dijo la duquesa con una voz capaz de estremecer a los muertos... "). Esta evocación del fantasma del Emisor suele ir acompañada por una evocación del fantasma del Destinatario (Kristeva, 1970). Veamos el siguiente fragmento de las Investigaciones filosóficas, de Wittgenstein, parágrafo 66: (c) Considera, por ejemplo, los procesos que llamamos "juegos». Me refiero a los juegos de ajedrez o de damas, a los juegos de cartas. a los juegos de pelota, a las competiciones deportivas. etc. ¿Qué tienen en común todos estos juegos? - No digas: «debe haber algo que sea común a todos, porque si no no se llamarían 'juegos'»; mira, en cambio. si efectivamente hay algo que sea común a todos. - De hecho, si los observas no verás. por cierto. nada que sea común a todos, sino que verás semejanzas. parentescos, veerás más bien toda una serie ... Todos los pronombres personales (implícitos o explícitos) no indican, en modo alguno, una persona llamada Ludwing Wittgenstein o un lector empírico cualquiera: representan puras estrategias textuales. La intervención de un sujeto hablante es complementaria de la activación de un Lector Modelo cuyo perfil intelectual se determina sólo por el tipo de operaciones interpretativas que se supone (y se exige) que debe saber realizar: reconocer similitudes, tomar en consideración determinados juegos ... Análogamente, el autor no es más que una estrategia textual capaz de establecer correlaciones semánticas: " me refiero ... " (Ich meine ... ) significa que, en el ámbito de este texto, el término "juego" deberá adoptar determinada extensión (para así abarcar los juegos de ajedrez o de damas, los juegos de cartas. etc.), al tiempo que se evita intencional mente dar una descripción intencional del mismo. En este texto, Wittgenstein no es más que un estilo filosófico y el Lector Modelo no es más que la capacidad intelectual de compartir ese estilo cooperando en su actualización. Quede, pues, claro que, de ahora en adelante, cada vez que se utilicen términos como Autor y Lector Modelo se entenderá siempre, en ambos casos, determinados tipos de estrategia textual. El Lector Modelo es un conjunto de condiciones de felicidad, establecidas textualmente, que deben satisfacerse para que el contenido potencial de un texto quede plenamente actualizado. (7) El autor como hipótesis interpretativa Si el Autor y el Lector Modelo son dos estrategias textuales, entonces nos encontramos ante una situación doble. Por un lado, como hemos dicho hasta ahora, el autor empírico, en cuanto sujeto de la enunciación textual, formula una hipótesis de Lector Modelo y, al traducida al lenguaje de su propia estrategia, se caracteriza a sí mismo en cuanto sujeto del enunciado, con un lenguaje igualmente "estratégico", como modo de operación textual. Pero, por otro lado, también el lector empírico, como sujeto concreto de los actos de cooperación, debe fabricarse una hipótesis de Autor, deduciéndola precisamente de los datos de la estrategia textual. La hipótesis que formula el lector empírico acerca de su Autor Modelo parece más segura que la que formula el autor empírico acerca de su Lector Modelo. De hecho, el segundo debe postular algo que aún no existe efectivamente y debe realizado como serie de operaciones textuales; en cambio, el primero deduce una imagen tipo a partir de algo que previamente se ha producido como acto de enunciación y que está presente textualmente como enunciado. Pensemos en el ejemplo (c): Wittgenstein sólo postula la existencia de un Lector Modelo capaz de realizar las operaciones cooperativas que él propone; nosotros, en cambio, como lectores, reconocemos la imagen del Wittgenstein textual como serie de operaciones y propuestas cooperativas manifestadas en el texto. Pero no siempre el Autor Modelo es tan fácil de distinguir: con frecuencia, el lector empírico tiende a rebajado al plano de las informaciones que ya posee acerca del autor empírico como sujeto de la enunciación. Estos riesgos, estas desviaciones vuelven a veces azarosa la cooperación textual. Ante todo, por cooperación textual no debe entenderse la actualización de las intenciones del sujeto empírico de la enunciación, sino de las intenciones que el enunciado contiene virtualmente. Consideremos un ejemplo. Si, en una discusión política o en un artículo, alguien designa a las autoridades o a los ciudadanos de la URSS como "rusos" y no como "soviéticos", se interpreta que su propósito es activar una connotación ideológica explícita, que equivale a negarse a reconocer la existencia política del Estado soviético surgido de la revolución de octubre y pensar todavía en la Rusia zarista. En ciertas situaciones. el uso de uno o de otro término resulta muy discriminatorio. Pero también puede ocurrir que un autor desprovisto de prejuicios antisoviéticos utilice el término "ruso" por descuido. por costumbre, por comodidad o facilidad, adhiriéndose así a un uso muy difundido. Sin embargo, si el lector inserta las manifestaciones lineales (el uso del lexema en cuestión) en los subcódigos que abarca su competencia, tiene derecho a atribuir al término "ruso" una connotación ideológica. Tiene derecho porque textualmente la connotación se encuentra activada: esa es la intención que debe atribuir a su Autor Modelo, independientemente de las intenciones del autor empírico. Insistamos en que la cooperación textual es un fenómeno que se realiza entre dos estrategias discursivas. no entre dos sujetos individuales. Naturalmente. para realizarse como Lector Modelo. el lector empírico tiene ciertos deberes "filológicos": tiene el deber de recobrar con la mayor aproximación posible los códigos del emisor. Supongamos que el emisor sea un hablante dotado de un código bastante restringido, con escasa cultura política. incapaz de tener en cuenta (dado el tamaño de su enciclopedia) esta diferencia; es decir. supongamos que la oración sea pronunciada por una perrsona inculta cuyos conocimientos político-lingüístico s son imprecisos. y que diga. por ejemplo, que Kruschev era un político ruso (cuando en realidad era ucraniano). Es evidente. pues, que interpretar el texto significa reconocer una enciclopedia de emisión más restringida y genérica que la de destinación. Pero esto entraña considerar las circunstancias de enunciación del texto. Suponiendo que ese texto realice un trayecto comunicativo más amplio y que circule como texto "público", ya no atribuible a su sujeto enunciador original. entonces habrá que considerarlo en su nueva situación comunicativa, como texto referido ahora, a través del fantasma de un Autor Modelo muy genérico. al sistema de códigos y subcódigos aceptado por sus posibles destinatarios; por consiguiente, deberá ser actualizado de acuerdo con la competencia de destinación. Entonces. el texto connotará discriminación ideológica. Naturalmente. se trata de decisiones cooperativas que requieren una valoración de la circulación soocial de los textos; de modo que hay que prever casos en que se proyecta deliberadamente un Actor Modelo que ha llegado a ser tal en virtud de determinados acontecimientos sociológicos. aunque se reconozca que éste no coincide con el autor empírico.(8) Naturalmente, sigue existiendo la posibilidad de que el lector suponga que la expresión "ruso" ha sido usada de una manera no intencionada (intención psicológica atribuida al autor empírico), pero, sin embargo, arriesgue una caracterización socioideológica o psicoanalítica del emisor empírico: este último no sabía que estaba activando ciertas connotaciones, pero inconscientemente lo deseaba. ¿Debemos hablar, en tal caso, de una cooperación textual correcta? No es dificil advertir que esto supone una caracterización de las "interpretaciones" sociológicas o psicoanalíticas de los textos, según las cuales se intenta descubrir lo que el texto -independientemente de la intención de su autor- dice en realidad. ya sea sobre la personalidad de este último o sus origenes sociales, o bien sobre el mundo mismo del lector. Pero también es evidente que esto supone una aproximación a las estructuras semánticas profundas que el texto no exhibe en su superficie. sino que el lector propone hipotéticamente como claves para la actualización completa del texto: estructuras actanciales (preguntas sobre el "tema" efectivo del texto, al margen de la historia individual del Tal o Cual personaje. que a primera vista se nos cuenta) y estructuras ideológicas. Estas estructuras se caracterizarán de modo preliminar en el próximo capítulo y en el capítulo 9 se las analizará con más detalle. En ese momento retornaremos este problema. Por ahora basta con concluir que podemos hablar de Autor Modelo como hipótesis interpretativa cuando asistimos a la aparición del sujeto de una estrategia textual tal como el texto mismo lo presenta y no cuando. por detrás de la estrategia textual. se plantea la hipótesis de un sujeto empírico que quizá deseaba o pensaba o deseaba pensar algo distinto de lo que el texto, una vez referido a los códigos pertinentes, le dice a su Lector Modelo. Sin embargo, no puede disimularse la importancia que adquieren las circunstancias de la enunciación en la elección de un Autor Modelo al incitar a la formulación de una hipótesis sobre las intenciones del sujeto empírico de la enunciación. Un caso típico fue el de la interpretación que la prensa y los partidos hicieron de las cartas de Aldo Moro durante el cautiverio previo a su asesinato, interpretación sobre la que Lucrecia Escudero ha escrito unas observaciones muy agudas. (9) Si se plantea una interpretación de las cartas de Moro referida a los códigos normales y se evita insistir en sus circunstancias de enunciación, es indudable que se trata de cartas (y lo típico en el caso de la carta privada es suponer que se trata de la expresión sincera del pensamiento de quien la escribe) cuyo sujeto de la enunciación se manifiesta como sujeto del enunciado. y expresa pedidos. consejos y afirmaciones. Si tenemos en cuenta tanto las reglas conversacionales comunes como el significado de las expresiones utilizadas, Moro está pidiendo un intercambio de prisioneros. Sin embargo, gran parte de la prensa adoptó lo que llamaremos estrategia cooperativa de rechazo: puso en tela de juicio, por una parte. las condiciones de producción de los enunciados (Moro escribió bajo coerción, de modo que no dictó lo que quería decir) y, por otra, la identidad entre el sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación (los enunciados dicen "yo, Moro", pero el sujeto de la enunciación es otro, los secuestradores, que hablan a través de Moro). En ambos casos se modifica la configuración del Autor Modelo y su estrategia ya no se identifica con la estrategia que de otro modo hubiese debido atribuirse al personaje empírico Aldo Moro (o sea, que el Autor Modelo de esas cartas no es el Autor Modelo de otros textos verbales o escritos producidos por Aldo Moro en condiciones normales). Esto justifica diversas hipótesis: (i) Moro escribe, efectivamente, lo que escribe, pero implícitamente sugiere que desea lo contrario, de manera que sus incitaciones no deben tomarse al pie de la letra; (ii) Moro usa un estilo distinto del habitual para transmitir un mensaje básico: "no creáis lo que escribo"; (iii) Moro no es Moro porque dice cosas distintas de las que normalmente decía, de las que normalmente diria. de las que razonablemente debería decir. Esta última hipótesis pone claramente de manifiesto hasta qué punto las expectativas ideológicas de los destinatarios incidieron sobre los procesos de "autentificación" y sobre la definición tanto del autor empírico como del Autor Modelo. Por otra parte, los partidos y los grupos favorables a la negociación optaron por la actitud cooperativa opuesta y elaboraron una estrategia de aceptación: las cartas dicen p y llevan la firma de Moro; por consiguiente, Moro dice p. El sujeto de la enunciación no fue puesto en tela de juicio y, por tanto, el Autor modelo de los textos cambió de fisonomía (y de estrategia). Naturalmente, no se trata aquí de decir cuál de las dos estrategias era la "adecuada". Si el problema era "¿quién ha escrito esas cartas?". la respuesta sigue dependiendo de protocolos bastante improbables. Si el problema era "¿quién es el Autor Modelo de esas cartas?", es evidente que la decisión tomada en cada caso estaba influida tanto por valoraciones relativas a la circunstancia de la enunciación como por presuposiciones enciclopédicas relativas al "pensamiento habitual" de Moro. así como (y, evidentemente. este último hecho sobredeterminaba a los dos restantes) por puntos de vista ideológicos previos. Según el Autor Modelo que se escogía. cambiaba el tipo de acto lingüístico supuesto y el texto adquiría significados distintos que imponían formas distintas de cooperación. Por lo demás, eso es lo que ocurre siempre que se decide leer un enunciado absolutamente serio como si fuese un enunciado irónico, y viceversa. La configuración del Autor Modelo depende de determinadas huellas textuales, pero también involucra al universo que está detrás del texto, detrás del destinatario y. probablemente, también ante el texto y ante el proceso de cooperación (en el sentido de que dicha configuración depende de la pregunta: "¿qué quiero hacer con este texto?"). 10 (1) Cf. Carnap. 1952. (2) Sobre estos procedimientos de identificación vinculados con el uso de los artículos determinados. cf. Van Dijk. 1972a. donde se hace una reseña de la cuestión. (3) Sobre el tema de las reglas conversacionales hay que referirse. naturalmente. a Grice. 1967. De todos modos. recordemos cuáles son las máximas conversacionales de Grice. Máxima de la cantidad haz de tal modo que tu contribución sea tan informativa como lo requiere la situación de intercambio; máximas de la cualidad: no digas lo que creas falso ni hables de algo si no dispones de pruebas adecuadas; máxima de la relación: sé pertinente; máximas del estado: evita la osscuridad del expresión, evita la ambigüedad, sé breve (evita los detalles inútiles), sé ordenado. (4) Sobre la obra abierta remitimos. naturalmente, a Obra abierta (Eco. 1962). pero aconsejamos consultar la segunda edición castellaana Obra abierta. Barcelona-CaracasMéxico (EditorialAriel. 1979). que incluye el ensayo "Sobre la posibilidad de generar mensajes estéticos en un lenguaje edénico". (5) Cf. Eco. 1976. en particular "Sue: el socialismo y la consolación". Sobre los problemas de la interpretación "aberrante", véase, además, "Della dificoltá di essere Marco Polo", en Dalla periferia dell'impero. Milán, Bompiani. 1977, Cf. también Paolo Fabbri, 1973. así como Eco y Fabbri, 1978. (6) Cf. Umberto Eco, Las poéticas de Joyce. Milán, Bompiani, 1966 (en castellano en la primera edición de Obra abierta. Barcelona, Seix y Barral. 1965). cf. también "Semántica della metáfora", en Eco, 1971. (7) Sobre las condiciones de felicidad remitimos, naturalmente, a Austin, 1962; Searle, 1969. (8) ¿Estamos seguros de que, con "dad a César lo que es de César", Jesús se propusiese plantear la equivalencia César = Poder Estatal en General y de que no se propusiese aludir sólo al emperador romano que estaba en el poder en ese momento, sin pronunciarse sobre los deberes de sus seguidores en circunstancias temporales y espaciales distintas? Para advertir la dificultad que supone esta decisión interpretativa basta considerar la polémica sobre la posesión de bienes y la pobreza de los apóstoles que se planteó en el siglo XII entre los franciscanos "espirituales" y el pontífice, así como la polémica. aún más amplia y más antigua. entre el papado y el imperio. Sin embargo. en la actualidad hemos aceptado como un dato de enciclopedia la ecuación hipercodificada (por sinécdoque) entre César y el Poder Estatal, y sobre esa base procedemos a actualizar las intenciones del Autor Modelo, conocido como el Jesús de los evangelios canónicos. (9) "n caso Moro: manipolazione e riconoscimento", comunicación presentada en el Coloquio sobre el discurso político. Centro Internacional de Semiótica y Lingüística. Urbino, julio de 1978. Véase iguallmente lo que díce Bachtín sobre la naturaleza "dialógica" de los textos; trabajo incluido también en Kristeva, 1967. (10) La noción de Lector Modelo circula en muchas teorías textuales con otras denominaciones y con diversas diferencias. Véase, por ejemmplo, Barthes, 1966; Lotman, 1970; Riffaterre. 1971, 1976; Van Dijk. 1976c, Schmidt, 1976; Hirsch, 1967; Corti, 1976 (cf. en este último libro el segundo capítulo, "Emittente destinatario", donde se introduucen las nociones de "autor implícito" y de "lector supuesto como virtual o ideal"). En Weinrich, 1976 (7. 8 Y 9) se encuentran indicaciones indirectas, pero muy valiosas.

(*) Publicado originariamente en  http://www.perio.unlp.edu.ar/catedras/system/files/eco._el_lector_modelo.pdf.