Por Eduardo Luis Aguirre
El historiador israelí Yuval Noah Harari, autor de obras tales como “Homo Deus”, “De animales a dioses”, “21 Lecciones para el siglo XXI” y últimamente “Nexus” (donde se ocupa de la historia de las redes de la información desde la Edad de Piedra hasta la Inteligencia Artificial), no deja de abordar a lo largo de todos sus escritos un tema crucial y de palpitante actualidad: la deriva de las democracias y la aparición de nuevos autoritarismo y autocracias en el siglo XXI.
La preocupación sobre las democracias en momentos en que aparecen distintas formas de autocracias o protodictaduras lo lleva a reflexionar alrededor de aspectos fundamentales para comprender las actuales debilidades y fortalezas de un sistema de convivencia armónica y civilizada. En Argentina estamos necesitando referencias ciertas sobre estas cuestiones a la luz de los límites traspuestos por un gobierno de corte claramente antidemocrático.
El pensador se hace cargo de muchas de nuestras preocupaciones, a pesar que no es fácil resumir una obra de semejante complejidad y amplitud.
Podríamos señalar que lo primero que Harari aclara es que el fenómeno contemporáneo de la transformación de las democracias en bloques en apariencia inconciliables, lo que en nuestro país hemos dado en llamar “la grieta”, es posible de ser evitado, porque esas expresiones de polarización pueden conducir a algo diferente de la democracia. Es más, observa a ese fenómeno como uno de los problemas puntuales de la democracia en todo el mundo, una consecuencia directa de que los seres humanos han olvidado lo que significa la democracia. Eso explica en buena medida el desprecio o la desconfianza respecto de la misma. El autor advierte que puede ocurrir -y de hecho ocurre- que los países tengan elecciones, que gane uno de los candidatos y que, ungido éste, crea que puede hacer lo que mejor le plazca porque representa a una minoría circunstancial. Eso, dice Harari, no es la democracia. Eso es solo la dictadura de la mayoría. La democracia es un sistema que garantiza la libertad y la igualdad de todos los ciudadanos, ya sea que pertenezcan a la mayoría o a la minoría y pone límites sobre lo que un gobierno, y sobre todo un gobierno lábil de la mayoría, pueda llegar a hacer. Por eso es que su preocupación es establecer límites éticos. En eso parece radicar la potencia de un nuevo compromiso frente a los nuevos desafíos de la política y lo político. Por ejemplo, si el 51% de los ciudadanos, miembros de una mayoría ocasional votara a favor de la restricción del sufragio es obvio que una medida de esas características podría ser tomada como antidemocrática por el restante 49%. Y también que, en un marco de volatilidad profunda como en el das sociedades algorítmicas, en breve la mayoría pase a ser una minoría o viceversa. La desconfianza y la frustración cada día extiende créditos y consensos más provisorios. Lo más destacado de este tramo de su pensamiento, es que aún si un 99% quisiera encerrar al 1% restante en campos de concentración y matarlos, esa iniciativa es manifiestamente contraria a la democracia no obstante la consienta un porcentaje altísimo de la sociedad porque lo que está aquí en juego no es la voluntad de una mayoría sino la matriz antidemocrática de la decisión. El encierro, el castigo y con mayor el exterminio, no podría llevarse adelante en una democracia, sencillamente porque esa decisión no es democrática. La democracia moderna, entonces, no se agota con el rito del voto. Es mucho más que eso.
Por eso es necesario, sigue diciendo Harari, que se internalicen las ventajas de una democracia, sobre todo en un momento de crisis como este, donde muchas personas caen presa de la idea de que una dictadura es mejor porque es más eficiente. Es probable que en el corto plazo lo sean, en términos de que una persona o grupo de personas se siente en condición de no debatir, de no confrontar ideas o de no someterse a preguntas por parte del pueblo, sea directamente o a través de medios de comunicación democráticos que no actúen como meros cómplices del régimen. Esa relación de dominación autoritaria tiene dos problemas: impide controlar los yerros de un gobierno y obtura el argumento como forma de hacer política. Por ende, se trata de gobiernos caracterizados por un final previsible a manos, entre otros, de los que originariamente pudieron haberlos apoyado en las instancias electorales. Lo problemático es que, cuando un autócrata comete un yerro, seguramente ha desarrollado una batería de medio amigables con los cuales culpará de los problemas a enemigos externos o “traidores” internos. Encerrado en la imposibilidad de encontrar formas civilizadas de enmienda, es natural que el dictador profundice sus políticas antidemocráticas porque el sistema se lo permite, lo autoriza en base a mentiras, tergiversaciones y una batería gigantesca de tecnología adicta. Esa tecnología solamente contribuye a la confusión, la desorientación y la frustración de los ciudadanos. Es el algoritmo el que obtura sus decisiones e influye sobre sus pareceres. Por eso es que el límite que impone la democracia es un límite ético de juego limpio. La situación es crucial. Harari, aunque nos describa no se refiere a la Argentina. Por el contrario, lo que se pregunta en su obra Nexus es si la democracia liberal tal como la conocimos puede sobrevivir en el siglo XXI (*). Pero Harari no se refiere en este caso a una situación en particular, o a varias. Lo que se plantea es la compatibilidad democrática con la estructura de las redes de información contemporáneas y los gobiernos autocráticos y reaccionarios. Ni más ni menos. Porque de la misma manera como Harari es enfático cuando dice que es imposible predecir el futuro político, introduce la conjetura de que “por primera vez en la historia, los ricos serán una especie distinta de los pobres”. En el mundo más desigual de la historia, donde un grupo de multimillonarios acumulan fortunas personales mayores que el PIB de muchas potencias, esa división tajante entre dos “especies” distintas en un modelo de acumulación cada vez más injusto no puede sostenerse sino en base a la violencia de estados o privados en defensa de la reproducción de esas condiciones de explotación impactará sobre las democracias, y particularmente trastocará la ética de las mismas. La represión reciente en la Argentina y el nuevo terrorismo de estado no pueden leerse en otra clave que las pulsiones por saldar estas contradicciones abismales. El diálogo, elemento nuclear de la democracia, parece dificultarse al extremo en estos escenarios. Si algo faltaba, este sistema de control global dispone de tecnologías de última generación capaces de secuestrar y abusar de la atención humana e incidir en sus decisiones, completa el pensador. Y nos ayuda a entender la barbarie.
(*) Ed. Debate, Buenos Aires, 2024, p. 363.