Por Eduardo Luis Aguirre
Una vez que Donald Trump se impusiera en las recientes elecciones generales en Estados Unidos fueron pocos los que escucharon la voz aislada del senador progresista Bernie Sanders haciendo una autocrítica inusual en el contexto de lo que mundialmente podríamos incluir dentro de la dramática diáspora de las izquierdas. El veterano líder fue categórico: “No debería sorprendernos demasiado que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora lo ha abandonado a él”.
El fenómeno es indudablemente expansivo. La sensación mayoritaria de que esta democracia, al menos como la conocimos en el siglo pasado, genera una gran desilusión y una enorme frustración entre los ciudadanos de muchas naciones se ha extendido aceleradamente en los últimos años. Las izquierdas, a la sazón una licencia literaria a esta altura de la historia, retroceden en la consideración de los pueblos sin poder articular una estrategia discursiva contra la debacle, mientras un huracán retardatario genera tendencias imparables que se arraigan en las masas. Que es lo mismo que decir que comienzan a generar consensos tan asombrosos como preocupantes. Hace tiempo que redundamos en la inquietud de concitar al debate profundo de ideas como forma de contención del espanto reaccionario en la Argentina. Hasta ahora, no se advierte una conjunción capaz de pensar el momento histórico, comprender las particularidades de la nueva sociedad argentina y articular formas conjuntas capaces de pujar en medio de este antagonismo cultural y político, donde todos los límites democráticos parecen correrse. La experiencia concreta de la historia política reciente tampoco colabora demasiado.
Martín Rodríguez escribió recientemente en su texto “Sin lugar para los débiles (1): “Los años kirchneristas vinieron, entre otras cosas, con la definitiva estatización del progresismo. Un día, en ese maridaje de ideas, llegó al poder. (Y este tema es para un historiador que la sabe lunga: Eduardo Minutella.) Pero en ese salto simbiótico entre peronismo y progresismo (que dio por resultado al kirchnerismo), el progresismo se sumó ya como parte del problema y no fue más de la “solución espiritual”.
Esa izquierda que no puede soñar, termina encontrando en Francisco, su versión de la iglesia y su cristianismo sólido, un posible último refugio de los pueblos y naciones oprimidas. El cristianismo es la religión de la víctima o de los derrotados. Ojalá las izquierdas se avengan a reformular su relación histórica con lo trascendente. Nos hemos ocupado de lo que problematiza el autor en artículos previos de este mismo sitio y por eso no habremos de extendernos (2).
Recogiendo la experiencia implosiva de las burocracias socialistas, Yanis Varoufakis señala en su libro “Tecno- feudalismo. El sigiloso sucesor del capitalismo” un párrafo que preserva algunas similitudes con las voces que venimos recuperando: “Cuando la gente creyó que tenía que escoger entre libertad y equidad, entre una democracia inicua y un miserable igualitarismo impuesto por el Estado, se acabó el juego para la izquierda. El 26 de diciembre de 1991, yo estaba de visita en Atenas para pasar unos días con mis padres. Mientras charlábamos durante la cena, frente a la chimenea de ladrillo rojo, en el Kremlin se estaba arriando la bandera roja. Debido al pasado comunista de mi padre y a la tendencia socialdemócrata de mi madre, ambos compartían estado de ánimo. Sabían que, esa noche, la historia no sólo marcaba la caída de la Unión Soviética, sino el final del sueño socialdemócrata: el de una economía mixta, en la que el gobierno proporcionaba bienes públicos mientras el sector privado producía abundantes chucherías para satisfacer nuestros caprichos. En resumen, desaparecía una forma civilizada de capitalismo que mantenía a raya la desigualdad y la explotación, cuyo marco era una tregua mediada políticamente entre los propietarios del capital y quienes no tenían nada que vender salvo su trabajo. Circunspectos, aunque no tristes, los tres estuvimos de acuerdo en que presenciábamos una derrota que era inevitable desde el momento en que nuestro bando dejó de creer con firmeza que el capitalismo era perverso porque era ineficiente, que era injusto porque era iliberal, que era caótico porque era irracional” (3).
Problematizar la crisis política del campo popular y de las izquierdas en el mundo debería ser una tarea impostergable para la política y para los militantes. Ya es tiempo para intentar comprender lo que ocurre en un mundo singularmente complejo y en el aluvión de derechas brutales que irrumpen en todo el planeta y que sufrimos también en clave argenta. No se registran voces con la imprescindible sustancia frente a esta realidad, que trasciendan el consignismo holgazán, las prácticas cincuentonas y las iniciativas ramplonas en medio de un presente tecnopolar de máxima exigencia cognitiva, que además va cambiando a máxima velocidad y marcha en una dirección inescrutable.
Es cierto que el desahucio de las izquierdas debe leerse en paralelo con el descrédito creciente de las democracias y el ascenso enajenado de la fascistización de las relaciones sociales. También lo es que entre las izquierdas campea una auténtica preocupación por la salvaguarda y recuperación de la vigencia de los derechos puestos abiertamente en crisis por la debilidad de las expresiones políticas nacionales y populares, su inmovilidad y su clara imposibilidad de estar a la altura de las circunstancias históricas más distópicas que recordemos. Pero quizás, también, en este caso han fallado la vocación de reposicionar el argumento como forma de hacer política, la determinación de democratizar horizontalmente y con prescindencia de los arbitrios delirantes del poder político las relaciones comunitarias, culturales, académicas, artísticas y laborales. Ya no es solamente la recuperación del poder institucional lo que se torna urgente (porque está probado que aun recuperándolo podemos chocarla) sino la disputa emancipatoria de una convivencia distinta. En una comunidad todo es política y hacia allí debemos dirigirnos. Lo común aflora con una potencia histórica, inusual, está allí y resta la tarea de ponerlo de pie y echarlo a andar en épocas donde algunos autores no solamente advierten las debilidades de la democracia sino que arriesgan la hipótesis extreman de que "en occidente, el estado-nación ya no existe" (4).
Todos recordamos, por ejemplo, la experiencia de la Democracia Corinthiana en Brasil, un modelo de autogestión que se organizaba mediante la celebración de asambleas en las que el entrenador, el presidente, la estrella del equipo y el utilero tenían el mismo poder: el voto. También la Trova rosarina , un colectivo fraguado en la necesidad de la acción y la resistencia para hacer sobrevivir y reivindicar una cultura que está siendo arrasada como parte de un proyecto de opresión neo colonial y exterminio como decía uno de sus miembros, Jorge Fandermole. Lo propio podemos señalar de la creación y la direccionalidad ideológica del inolvidable grupo Boedo y su literatura militante, de la revista "Crisis" o del rol fundacional de los integrantes de la Joven poesía y el cancionero pampeano, a partir de cuya influencia democrática la problemática de los ríos y del oeste pampeano pasó a ser la "causa máxima" de La Pampa, como la caracterizaba Edgar Morisoli y que dejó una huella indeleble en nuestro patrimonio artístico. O las experiencias del trabajo en la economía popular y cooperativa o la de las fábricas recuperadas. Los ejemplos sobran. Sólo hay que acompañar y redireccionar la potencia de lo subyacente, que siempre es político y siempre está. Esa sería quizás la forma más significativa de recuperar la conciencia política y la cultura popular en su acepción más amplia y abarcativa. La única manera de que los sectores más dinámicos de la sociedad se sientan parte de un frente democrático, nacional, popular y emancipatorio, sostenido en una convivencia pacífica, comunitaria y amorosa.
(1) Panamá Revista, disponible en https://panamarevista.com/sin-lugar-para-los-debiles/
(2) https://derechoareplica.org/secciones/filosofia/1380-que-entiende-por-pueblo-el-papa-francisco ; https://derechoareplica.org/secciones/filosofia/1291-filosofia-y-religion-un-fortalecimiento-de-las-creencias-trascendentes
(3) Ed. Deusto, Barcelona, 2024, p 23, disponible en https://proassetspdlcom.cdnstatics2.com/usuaris/libros_contenido/arxius/56/55895_Tecno_Feudalismo.pdf
(4) Todd, Emmanuel: "la derrota de occidente", Ed. Akal, 2024, Madrid, 2023.