Por Eduardo Luis Aguirre

 

Los aparatos ideológicos nos taladran a diario la cabeza con la baja del riesgo país, de la inflación, con el equilibrio fiscal obtenido a base de motosierra y además piensan en un país distinto basado en la explotación intensiva de la minería, los hidrocarburos y el gas. Con esa mirada del bagaje libertario, caracterizada por cambios que habrán de verificarse con una dinámica sin precedentes, Argentina será en pocos años (algunos se animan a vaticinar que para 20230) “un emirato”. Buena figura, porque da cuenta que el gobierno ultra reaccionario de Milei planea aniquilar el estado de bienestar y prefigura un mapa social sin movilidad social ascendente para los sectores más perjudicados por el proyecto que se ejecuta, entre los que podemos enumerar a los jubilados y pensionados, las pequeñas y medianas industrias, trabajadores del sector público, los clubes sociales y las cooperativas, los trabajadores informales y las clases medias bajas. Eso será indefectiblemente material de descarte frente al embate libertario. O se reconvierten o desaparecen es la frase que retumba en los tugurios liberales. Justamente, una conjunción parecida a la que debe construir el pueblo en el siglo XXI.

Va de suyo que cualquier intento de la soberanía popular alejada de la salvaje escala de valores hegemónica debe plantearse los yerros y demoras de los gobiernos peronistas para dar respuestas a estas necesidades que los libertarios han comprendido rápidamente y puesto en ejecución sin dubitación alguna. Es claro que no dudamos de la necesidad de explotar nuestras riquezas, sólo que partiendo de la base de que son nuestras y que esa revolución extractiva debe hacerse preservando la justicia social y la equidad distributiva en los nuevos ingresos. Allí está la clave fundamental, si es desarrollismo que lo sea, pero que sea el pueblo organizado y no Elon Musk y sus secuaces. Todos los esfuerzos se deben poner en la producción de contenidos y en el desarrollo tecnológico. Un cambio copernicano que puede subordinar por primera vez a la exportación de productos agrícola ganaderos debe contar con el reaseguro de cuánto queda en la Argentina como resultado de la inversión directa. Nunca con el despectivo sesgo de que los pobladores de las provincias mineras tendrán camionetas o en el peor de los casos serán proveedores de vituallas de los explotadores. Con este gobierno, autorizar este sistema extractivo sin control equivaldría a un suicidio. También lo sería anteponer las grageas fraseológicas de las almas bellas del medioambientalismo inmaterial. Argentina no tiene un problema urgente en materia ambiental, aunque tiene y muchos. Pero está claro que no integra el ranking de los grandes contaminadores. Por el contrario, posee recursos que no pueden seguir mostrencos. Para dar un ejemplo y poner en valor el proceso de contaminación mundial real voy a recurrir a una nota que escribió recientemente Sofía Benancio en la revista Supernova, titulada “China, el futuro como organización (1)

 “A unos mil kilómetros aguas arriba de Nanjing, mi primer punto de contacto territorial con China, el Yangtze alberga una oda al brutalismo: veintisiete millones de metros cúbicos de hormigón forman una presa hidroeléctrica, la más grande del mundo: la presa de las Tres Gargantas. Décadas antes de la publicación del pensamiento de Xi Jinping sobre la posibilidad de una Civilización Ecológica, propuesta que ahora atraviesa el vínculo de China con más de 140 países mediante la Iniciativa de la Franja y la Ruta, se dedicaron más de veinte años a la construcción de esta presa. Con casi doscientos metros de altura y más de dos kilómetros de longitud, se impone este artificio diseñado para la generación de energía y el control de inundaciones y crecidas. Los impactos ambientales de la construcción y el funcionamiento de las Tres Gargantas generaron y aún generan debates dentro y fuera de China, incluyendo las preocupaciones tanto de especialistas, como así también de quienes se ven afectados por habitar sus cercanías. Entre los múltiples efectos de la presa, se presenta uno de carácter planetario. Al utilizar la totalidad de su capacidad, la presa reúne unos 39 mil millones de metros cúbicos de agua en una superficie de 600 kilómetros cuadrados; esto supone un peso de 42 mil millones de toneladas. Cuando esto sucede, el eje de la Tierra se altera mínimamente y las horas de luz llegan a extenderse unas 0.06 milésimas de segundo; nuestros días se ralentizan. Aunque pueda resultar impactante advertir esto como efecto de una construcción humana, se trata de un poder compartido también con fenómenos como tsunamis y terremotos, y sus implicancias no se consideran nocivas en sí mismas”.

Frente a un imperio que se vuelve contra sus naciones aliadas y quiere controlar Groenlandia (territorio autónomo danés), “recuperar” el Canal de Panamá” y reformular sus vínculos geográfico políticos con Canadá, está claro hacia dónde apunta el gobierno de Trump. Es el resurgir de una potencia que ya no se resigna a ser una isla en caso de que pierda Eurasia, como decía Kissinger. El trumpismo va por todo. No va a poder romper con el “estado profundo” de los 5000 burócratas que reptan en NY y DC con poder de fuego institucional y bursátil, pero está obligado a dar respuestas a los sectores blancos ignorados por el capitalismo financiero. Son sus votantes. Los márgenes de acción se acotan entonces para los países de la periferia y la relación de fuerzas es cada vez más desfavorable, entre otras cosas porque todavía no sabemos si entraremos en un mundo multilateral y, en ese caso, cómo se conformarán los futuros bloques.

Mientras tanto, las prioridades de la región están dictadas unilateralmente por la falta de acumulación de capital y las fragmentaciones que imponen con discursos fatuos las oligarquías, las plutocracias y los imperios. También los progresismos especialistas en calamitosas e interminables derrotas. La balcanización es un recurso histórico para la dominación de las naciones neocoloniales.

Se impone una hoja de ruta donde se atienda a la conciencia de clase, pero, antes, a la conciencia nacional. Esto es -y lo ha sido siempre- una clave en los países oprimidos.

Como en la primera revolución de América, la haitiana, no es Marx el que guiará a las masas, será la identificación de los Gillet, Los Musk y los megamillonarios como antagonistas en una justa pacífica que implica un esfuerzo por ensanchar hasta sus límites las experiencias democráticas comunitarias. Y en la revolución, como de ordinario ocurre, participarán zombies, locos, chorros, pobres y desarrapados. Sería bueno erradicar de nuestros delirios oníricos las escenas imaginarias del mayo francés. Lo que viene es más parecido a las levas de pobres, indios, zambos, criollos y negros que compusieron el ejército de San Martín que al foquismo o el vanguardismo centenario. Son los que intuirán que la “libertad” que se les propone los lleva a la esclavitud porque esa es la libertad de morirse de hambre, que el propio Milei ha legitimado. Vuelvo a Haití. No fue la revolución caribeña la que trasladó su modelo a Europa. Por el contrario, fue la toma de la Bastilla la que despertó a la vida a los esclavos haitianos, como recuerda Jorge Abelardo Ramos (2). Es paradójico que esa advertencia tenga que hacerla el intelectual italiano Franco “Bifo” Berardi (3). A esos sectores populares hay que convocarlos desde la convicción, la ética, la solidaridad y la palabra. Esas cuatro condiciones son las únicas capaces de revertir la frustración de los sujetos impotentes que, frente a la desconfianza y la falta de identificación con la política y lo político. El fenómeno parece adquirir características globales. En el libro “Las dos almas de los Estados Unidos”, Jorge Argüello proporciona una infinidad de datos que son denominadores comunes con lo que hemos visto en la Argentina actual. Para sintetizar, 4 de cada 10 ciudadanos no se sienten ni demócratas ni republicanos. Se trata, en definitiva, de sujetos que en muchos casos profesan valores ambivalentes. Allí los llaman “swing voters”. Nosotros ubicamos allí el campo para dar la definitiva batalla cultural contra el nazismo literal que rige hoy en día. Los estadounidenses han detectado que desde 1998 hasta la fecha hay un solo valor que sube sin cesar en la consideración popular: la valoración del dinero. Del 31% hace 25 años al 43% en la actualidad (4). Podemos llamarlo codicia. Quizás, con mayor prudencia, podríamos entrever en esos procesos el riesgo abisal de volver a un capitalismo brutal, con rasgos predominantes de sometimiento a esclavitud.

1. disponible en https://revistasupernova.com/nota/china-el-futuro-como-organizacion

2.Historia de la Nación Latinoamericana, Peña Lillo Editora, 2011, Buenos Aires, p. 146.

https://www.youtube.com/watch?v=k_TQ-Xwxl

4.Argüello, Jorge: “Las dos almas de Estados Unidos”, Clave Intelectual, Buenos Aires, 2024, p. 79.