Por Eduardo Luis Aguirre

 

Una de las singularidades del neoliberalismo es la potencia singular para impactar sobre la angustia existencial de los sujetos, utilizando para ello instrumentos tales como las raudas marchas y contramarchas siempre crípticas de la realpolitik. La realpolitik es, por definición, una forma de hacer política basada en principios prácticos y materiales concretos. Un pragmatismo que no es fácil subsumir en los catálogos filosófico políticos convencionales y sus valores subyacentes.

Hace pocos días pudimos constatar en la Argentina la capacidad disruptiva de un salvataje sistémico decisivo, justo en medio del marasmo mundial provocado por la declaración de guerra comercial planetaria. Hubo un momento, que no ha sido superado, en el que este país excéntrico daba cuenta, mediante hechos concretos, de la evidencia de un gobierno exhausto que habilitaba conjeturar sobre desenlaces anticipatorios de definición política. De pronto, el FMI decidió revertir esa situación mediante la confirmación de un préstamo de una robustez importante que tal vez saque a la Casa Rosada de una situación de debilidad extrema. La intervención no es un hecho menor. Transfundió a un gobierno golpeado como nunca antes una dosis de supervivencia capaz de permitirle llegar a las elecciones de octubre próximo en las mejores condiciones a las que podía aspirar. Es la segunda vez que el Fondo exhibe su poder para incidir en los resultados electorales de este país.

Esa vorágine, que comenzó con dos derrotas gravísimas del mileísmo en el Congreso, viró de pronto hacia un salvataje de miles de millones de dólares. Para obtenerlo, el gobierno debió no solamente deponer sus extravagantes banderas teóricas sino también sacrificar en la práctica a su ministro de economía y aceptar que el Fondo le rodeara la manzana y lo sometiera en su mendicante debilidad. Milei, mientras tanto, dedicó la madrugada a arremeter en sus redes con una catarata de agravios contra economistas que habían osado criticar el rumbo de una economía claramente crítica. Aquí surge la angustia que producen los cambios inesperados que vedan la posibilidad de asentar y sedimentar el pensamiento y la evaluación política. La confusión a cielo abierto que introduce un sistema que ha demostrado que no está dispuesto a soltarle la mano al enajenamiento gubernamental argento. Este último dato debe interpelarnos porque es un insumo existencial de la hora. Durante mucho tiempo hemos puesto encabeza de la teoría política la aptitud para anticipar lo que podría acontecer, generar una certidumbre compatible con el buen vivir de los sujetos y conferirle un sentido a su existencia. La política, según pensábamos, nos permitía comprender la realidad para intentar transformarla o al menos comprenderla o disipar algunas incertidumbres. El esfuerzo que nos insume esta vorágine histórica es una dificultad objetiva y constituye un apasionante desafío. No son tiempos de pensamiento débil. Vivimos un cambio de época que nos obliga a transformar radicalmente las prácticas y las lógicas de una política reticente a la discusión teórica. Un momento sin precedentes, donde las luchas deberán darse a puro pensamiento, como un aporte a la construcción de un marco teórico adecuado en tiempos de transformaciones sin precedentes donde la angustia, la incertidumbre y la manipulación de las subjetividades son datos que conforman las nuevas formas de control en el escenario de las nuevas tecnologías capitalistas.