Por Eduardo Luis Aguirre

A pocas horas de las elecciones estadounidenses que repusieron a Donald Trump en la Casa Blanca una incalculable cantidad de conjeturas atiborraron los medios de comunicación y las distintas plataformas digitales. Esa profusión especulativa, contradictoria y aluvional, dificulta al extremo la posibilidad de televidentes, lectores y seguidores de extraer, al menos, síntesis probabilísticas capaces de establecer la direccionalidad de las consecuencias de los comicios.

Con mayor razón, si la expectativa fuera inscribir un resultado tan abultado en la volatilidad impresionante del mundo actual. Los interrogantes nos desbordan: ¿Nos encontramos en una crisis sistémica que pone en vilo las democracias decimonónicas, al menos como las conocimos hasta ahora? ¿Asistimos al quiebre definitivo de las socialdemocracias europeas, los sistemas de convivencia más armónicos que se han conocido hasta ahora, según la mirada siempre presente de Tony Judt? ¿Y qué podemos esperar de los populismos, al menos en sus formatos latinoamericanos de la primera década del tercer milenio? ¿cuál es la relación de fuerzas verdadera que impera en el planeta? ¿podemos afirmar que vivimos en un mundo multipolar con Trump en el gobierno y en versión potenciada? ¿qué pasará con las guerras, las que están en pleno desarrollo y las que se avizoran en un horizonte inquietante? ¿es posible pensar en crear o recrear un pensamiento hegemónico que contradiga la naturalización de las desigualdades y demás injusticias planetarias? Podríamos formular muchos más, pero si logramos articular las certezas breves que tenemos alrededor de estas perplejidades tal vez podamos arrimar luz sobre las demás cuestiones pendientes, que se me ocurren infinitas.

Vamos a ver. Convengamos que el sistema mundo en su actual diseño está provocando pasiones tristes que en lo que se ha dado en llamar occidente replican de manera sonora.

Hay mucha más disconformidad, una evidente fragmentación de las sociedades y de lo común, desempleo y desesperanza juvenil, un sentimiento generalizado de frustración y de falta de confianza en la democracia liberal, lo que demuestra su falta de legitimidad en tanto y en cuanto ha demostrado una impotencia rotunda para generar tendencias que se arraiguen en las masas. Esas masas que, como ha dicho Pablo Seman, eran durante el siglo pasado pueblos arraigados en consignas colectivas que convergían en las plazas públicas. Una multitud de militantes espartanos, no atenienses. Argentina supo de estas oleadas y de estas puebladas decisivas, que hoy pelean palmo a palmo con las tecnologías mientras disimulan muy bien los posibles intentos de nueva construcción de pueblo. A la ruptura reiterada entre representantes y representados, que son la consecuencia del descrédito de la política y lo político, hay que sumar la aparición de mega millonarios cuyas fortunas superan los PIB de las grandes potencias, la destrucción de los recursos naturales, el cambio climático, el crecimiento de las tensiones sociales y de la desigualdad en la distribución de la riqueza. También la crisis de la idea de futuro que moldea el alma de occidente desde hace siglos y sobre todo la de progreso.

Me detendré en esta última porque creo que el mundo se debate entre cuatro posibilidades muy difíciles de compatibilizar. Pedro Baños (1) trae a colación una cita del psicólogo Steven Pinker, que afirma que hay una corriente de pensamiento “la progresofobia” que empuja a un altísimo y alarmante que cree -y no le faltan razones- que el mundo empeora. Cualquiera sea la motivación última del pensador referido, algo de eso ha encendido las alarmas en distintas latitudes y por diferentes motivaciones. Desde aquellos lugares donde se piensa que la globalización atenta contra la espiritualidad, la solidaridad y la idea de justicia, y por lo tanto se plantea una vuelta a las tradiciones y los sistemas de creencias trascendentes, hasta quienes afirman que hoy en día conservar lo que el capitalismo neoliberal no ha destruido es una tarea revolucionaria.

Pinker destaca que, además de este pesimismo masivo, hay otra línea de pensamiento colectivo profundamente arraigado que cree en una línea constante de progreso, en una ilusión basada en la idea de que el ser humano tiende a avanzar y progresar indefinidamente. El futuro, en cualquier caso, es tan incierto como imprevisible, empezando por su propia definición. Desde la locomotora en el primer capitalismo hasta la IA, pasando por internet, los adelantos ciberespaciales y las plataformas digitales, los seres humanos han afrontado experiencias y sensaciones tan fuertes como los cambios producidos en tan poco tiempo. Algunos han podido adaptarse y otros no. Eso ha modelado nuevas relaciones de poder y dominación. Esas desigualdades nos siguen planteando una multiplicidad de incógnitas todavía no resueltas aunque también algunas pocas aunque ilustrativas certidumbres. Una de ellas es que mientras los dispositivos tecnológicos y la inteligencia artificial sean manejados por los poderosos la desconfianza en el futuro de la humanidad parece más que justificada. No hay futuro sin alimentación, sin vivienda, sin empleo, sin educación, sin acceso a la salud, sin guerras, sin justicia, sin salud mental, sin una democracia que trascienda los límites formales que conocemos en occidente.

Pero estos anhelos parecen cada vez más lejanos si las nuevas derechas en el poder tienden justamente a debilitar las garantías y derechos decimonónicos. Los cambios en la gestión de la inteligencia interna (o exterior) que permiten la persecución y control de los sujetos da una pauta de que, con esta relación de fuerzas, el mundo parece delinear un futuro perverso al que, parece claro, muchos pueblos parecen adherir con su voto. Argentina parece inscribirse en los nuevos liderazgos que socavan lo que queda de lo que Jorge Alemán llama “democracias secuestradas” (2). Es cierto, se trata de democracias débiles, en general menoscabadas cuando no rechazadas. Mientras el 65% de los argentinos dice sentirse disconforme con el funcionamiento de la democracia (3). No se trata de un fenómeno aislado. Los propio acontece en los Estados Unidos, y las razones parecen muy parecidas: Las causas que han llevado a esta situación son complejas y multifacéticas e incluyen el aumento dramático de las desigualdades, la desafección con un sistema político que no ha dado respuestas ni ha cumplido las expectativas de los ciudadanos y la alienación cultural de un sector muy importante de la población del país, que observa con creciente preocupación las transformaciones sociales que se están produciendo. Asimismo, también se encuentra entre ellas la crisis de una estructura constitucional que fue diseñada para tratar de conseguir un equilibrio de poderes y la protección de las minorías, pero que ha llevado a un sistema que inhibe la elaboración de leyes y ralentiza la formulación de políticas. En estos fracasos está la raíz de los problemas del país” (4). Estas percepciones negativas sobre el provocan que sólo el 10% de los estadounidenses crea en el funcionamiento de sus instituciones democráticas (5).

La mayoría de los españoles cree que la democracia se está deteriorando y su apoyo cae entre las generaciones más jóvenes. El estudio de 40dB para la Cadena SER y El País determina que 7 de cada 10 españoles apoyan el sistema democrático, a pesar de que la mayoría admite que no funciona bien y que se está deteriorando. Un 25% de los hombres de entre 18 y 42 años admite abiertamente que en "algunas circunstancias" el autoritarismo puede ser mejor sistema” (6).

En promedio, uno de cuatro americanos no cree que la democracia sea el mejor sistema para organizar a un país (7).

O sea que una altísima cantidad de ciudadanos descree de la democracia que se les proporciona, e incluso en algunos casos admitiría un gobierno autoritario. La “casta” política, que abarca desde los reyes españoles a los que la gente les arrojaba lodo en Valencia hasta quien goza de un sueldo estatal o de beneficios de cualquier índole, debe hacer un ejercicio de contrición ética. Articular la ética con la política es un aspecto urgente y medular para poder profundizar las democracias. Hace tres décadas que los argentinos reformamos nuestras constituciones y las superpoblamos de derechos que en su mayoría son todavía letra muerta. Hay que humanizar la política sincerando las formas de acercamiento a nuestros semejantes, a sus privaciones y su dolor, pero también hay que evitar las obras públicas insensatas, la ostentación, la indiferencia, los discursos inmateriales de nuestro progresismo fatal y la participación necesaria en este proceso de descreimiento de la burocracia judicial. Sólo pareciéndonos a los demás recuperaremos su favor y su confianza. La extrañeza y la distancia hace que, para la mayoría de la población, frustrada, indiferente o iracunda, todo sea igual y apueste a formas de vida prescindente de las instituciones y organizaciones del estado o sindicales, fundamentalmente porque casi la mitad de los argentinos no tiene un trabajo “en blanco”. La ira y el algoritmo son las herramientas más eficaces de los ejecutores de la catástrofe. La democracia no recuperará su prestigio si no se abraza a la ética y sus funcionarios no serán respetados si no demuestran conocer la complejidad del mundo actual y poder conducirlos a partir de un saber consistente. Habremos de continuar con este tema.

(1) La encrucijada Mundial. Ed. Ariel, Barcelona, 2022, p. 29.

(2) https://www.lapoliticaonline.com/politica/el-plan-de-inteligencia-de-milei-incluye-pokepalabras-y-reconoce-el-cambio-climatico/

(3) https://www.infobae.com/politica/2018/12/23/mas-del-65-de-los-argentinos-esta-disconforme-con-el-funcionamiento-de-la-democracia/

(4) ¿Está muriendo la democracia en Estados Unidos?, Real Instituto Elcano, disponible en https://www.realinstitutoelcano.org/analisis/esta-muriendo-la-democracia-en-eeuu/

(5) https://www.clarin.com/mundo/dato-sorprendente-solo-10-estadounidenses-satisfecho-democracia-pais_0_ydMJZDA78X.html?srsltid=AfmBOoqV6ZoEZ87Y3IxJHgRBLMliXgDeSuxuS4tfmGj96hL6mIBwxuBq

(6) https://cadenaser.com/nacional/2024/09/02/la-mayoria-de-los-espanoles-cree-que-la-democracia-se-esta-deteriorando-y-su-apoyo-cae-entre-las-generaciones-mas-jovenes-cadena-ser/

(7) https://elpais.com/internacional/2021-11-16/uno-de-cada-cuatro-americanos-no-cree-que-la-democracia-sea-mejor-que-otras-formas-de-gobierno.html