Por Eduardo Luis Aguirre

América es una inmensidad sin tiempo. Un universo inasible, imposible de definir. Al menos si por definir entendemos un ejercicio de aproximación a un objeto de conocimiento. Este continente puede serlo todo, y prescindir del tiempo como unidad de medida. La pobreza se extiende por todas partes y el verde feraz lo ha invadido todo, desde siempre. Como las fortunas, las legendarias ciudades precolombinas, los ríos cenagosos, la presencia de una cordillera gigante, playas y una biodiversidad empedernida. Fríos extremos y calores que apabullan. Campos de reluciente fertilidad y desiertos inconmensurables.

El territorio donde se produjo el encuentro más fantástico de la historia humana puede serlo todo a la vez. Hasta convertirse en un imaginario inabarcable. Desde que se produjo la histórica mixtura cultural, el empecinamiento en dividir en eras a la temporalidad no condujo más que a extravíos y relatos extremos. A leyendas contrapuestas y conatos historiográficos. Mientras tanto, en la materialidad rabiosa de lo nuevo y en la prepotencia irreversible de una cultura que estaba lejos de explicar el mundo haciendo pie en la utopía de un estado homogéneo se entramaron historias maravillosas que no se incorporaron ni a los diarios de viaje ni a los archivos oficiales, ni a las investigaciones académicas ni a las crónicas. Son relatos, fragmentos, esquirlas de un planisferio paralelo que no existe en los relatos oficiales transatlánticos. Son historias de vida que atravesaron los tiempos sin dificultades. Que nos conformaron en una síntesis portentosa, apasionante, imprevisible. En las que siempre habitaron épicas desconocidas, clamorosas, en las que las historias de vida fueron tan significativas en la asunción de los rumbos como la lectura de los vientos marinos.

América, la del sur interminable, la que responde al sonido de la pampa, es el continente áspero de las tierras bajas. Un desierto provocado que habría asombrado a los lusos porque se extiende a lo largo de una superficie más extensa que el antiguo reino de Juan III. Un horizonte de proyección interminable que ni siquiera consigna el Tratado de Tordesillas. Fluyó aquí la lengua castellana como consecuencia del alcance meridional. Hoy, la lengua nos antecede y nos trasciende. Sepan que escribo desde ese desierto ignoto que, a pesar de la penumbra del silencio, conoció la llegada seminal del español. Supo de los trances de estar siendo, de hacer pie heideggerianamente en la tierra en la que fuimos arrojados. En medio de los vientos impiadosos del desierto que hace las veces de silente portal de la Patagonia. Escribo, entonces, desde esa Provincia que hace menos de un siglo el estado argentino denominó La Pampa. La Provincia que los viajeros atravesaron sin ver. Antes y ahora. Esa es la marca identitaria capaz de prescindir del tiempo. Somos y estamos aquí. En Mamull Mapu. En esta provincia invicta. No hace falta que expliquemos de dónde surge esa condición que concierne a una rebeldía orgullosa que ni siquiera sabemos cuán abarcativa es en realidad.

Por eso ensayaré una narrativa microfísica, en una tarea más arqueológica y atravesada mucho más por la curiosidad sociológica que por las conclusiones duras, asertivas y terminantes. Simplemente, mostraremos estupefacciones de “nuestra América” no en clave de Ser del idealismo centroeuropeo o alemán del siglo XVIII, sino de estar siendo, como lo ensayó magistralmente Rodolfo Kusch. Intentaremos mostrar las contradicciones entre indios, porteños y dioses y la porfía sin retorno de miles y miles de sujetos que por sí solos contribuyeron durante siglos a conformar una riquísima diversidad.

Por eso en nuestra América, no es precisamente una actitud razonable olvidar, cercenar, recortar, no iluminar ni recordar lo significativo ni lo pequeño. Ni lo épico ni lo sacrificialmente individual. El olvido es demasiado parecido al destierro. Todos lo experimentamos alguna vez. Es tiempo de que superemos la pequeñez infinita de los mediocres.

Este fragmento da cuenta de la probable existencia de una antigua población indígena en la región de las míticas sierras de Lihué Calel en lo que es hoy la Provincia de La Pampa , conocida como "Los Árboles", de la cual sólo queda la memoria y las crónicas de frutales silvestres como durazneros y nogales y una llamativa cantidad de árboles, confirmados por testimonios recogidos en distintas expediciones de 1806, 1810 y 1833 mencionan la presencia de durazneros, nogales y otros árboles frutales en la zona.

Hace tres siglos, La Pampa no existía. Existió luego como Territorio Nacional argentino hasta que su anhelada provincialización se produjo a mediados del siglo pasado.

Antes de esa denominación, la región se llamaba Mamull Mapú, en mapudungún, una suerte de lengua franca de mapuches, ranqueles, ranculches y otros pueblos originarios. Era, en castellano, la tierra del monte.

Algunas leguas al sur de las mágicas sierras, erosionadas y aplanadas por los vientos que allí se abaten desde el fondo de la historia, corría un río que bajaba de la cordillera al mar, y que en su derrotero era denominado, de oeste a este Atuel-Salado-Chadileuvú Curacó, hasta desembocar en el Río Colorado, que drena esas aguas hasta el océano atlántico.

La zona es hoy un desierto de proporciones descomunales, una superficie mayor que la de Portugal, provocada por el corte unilateral del recurso que realizaron a partir de 1947 los poderosos bodegueros viñateros mendocinos. El resultado de la seca fue el desplazamiento obligado de quienes a orillas del río vivían de sus cabras y cultivos. Ochenta mil personas se desplazaron a General Acha, a Santa Rosa o, río arriba, prefirieron volver al territorio Actual de Mendoza. Un verdadero crimen contra la humanidad y el medio ambiente que todavía no ha resuelto el estado argentino.

Pero vayamos a lo que aquí importa. Tratemos de evocar a quienes creemos que fueron los primeros pobladores españoles que llegaron a La Pampa, que es nuestra patria chica del corazón americano.

El río, como decimos, ya no llega al Colorado, simplemente porque en su desvencijado lecho no hay aguas ni humedales. Pero sí, a la altura de la localidad de Puelches (puelce, según la toponimia araucana), ya en pleno desierto del salado-Chadileuvú, se encontró un ancla. Un ancla de un antiguo barco español que seguramente buscaba una salida más corta al denominado Mar del Sur. Una salida al Pacífico cruzando dios sabe cómo la cordillera de los Andes. Si bien se conoce que otros navíos intentaron remontar el Río Negro, que desemboca caudaloso en el Atlántico en plena Patagonia bravía, al parecer les resultó imposible enfrentarse a semejante masa de agua que bajaba desde las montañas heladas al mar. La idea de otros navegantes, entonces, fue iniciar la recorrida río arriba del más pacífico Colorado. Y lo habrían intentado en una épica única. Ya al llegar a su unión con el Salado Chadileuvú decidieron continuar navegando por este último, el que pasa por Puelce (hoy Puelches,la tierra fascinante donde transcurrió parte de mi infancia más temprana), cerca de Los Árboles. Es decir, se internaron en un desierto infinito, río arriba en la cuenca discreta y salobre de una ruta fluvial dramáticamente desconocida. La historia, que se conjuga con las leyendas, dice que el barco habría encallado en esas aguas arenosas. Algunos dicen que otros españoles vinieron a rescatarlos desde Chile, pero retornaron al enterarse de la muerte de Valdivia, que provocaba un verdadero cimbronazo político. Otros dicen que esos marineros, los primeros españoles llegados a La Pampa, que para nosotros es el eje austral de Nuestra América, fallecieron irremediablemente. Tal vez de sed, de fío, de hambre, o caminando en esas latitudes desérticas, observados en su vagar infructoso por las sierras antiquísimas que por las noches exhiben las estrellas más luminosas del mundo. Así habría terminado la vida de esos esforzados y valientes navieros que seguramente habían escuchado de la existencia de una supuesta ciudad de los Césares en la bravura indómita de esa llanura desértica. Como tantas otras veces, sobre ellos se abatió el olvido y la muerte. Enorme injusticia. Quienes imaginan las lejanías que navegaron, la osadía que afrontaron y la dirección imprimida a su viaje final no pueden menos que valorar el espíritu de caballeros de esos hombres del Renacimiento español.

Quedan apenas relatos sueltos de esa hazaña, no por ello menos creíbles: “
    Existe una leyenda que se cuenta en las márgenes del Salado, río alejado del mar si los hay; es la leyenda -o mito, según lo llaman algunos historiadores- de un ancla hallada en el lecho del río, un ancla pesada perteneciente a un barco grande. Y la llamaron mito, porque no podían creer que un barco de envergadura pudiese remontar el Curacó, río de caudal exiguo o nulo, que a lo sumo puede navegarse con una lancha durante las crecientes. Además, no existen noticias fidedignas de haberse navegado el Salado en tiempos históricos, por lo cual el ancla aparecía en un lugar incorrecto, y fue siendo relegada al desván de las habladurías, antesala del olvido. Quise saber qué había de cierto, y como suele ocurrirme, la “leyenda” no era tal, sino una verdad olvidada. Encontré la referencia original en el mismo libro de Félix San Martín, A través de la pampa, suficientemente poco leído como para pasar inadvertido a todos:


"Conversando con un paisano de apellido Ferreira, que vive por el cerro Azul -cuarenta leguas al oeste de Acha- nos dijo entre otras cosas, que en los bañados del Salado, a quince leguas del cerro mencionado, hay un ancla de hierro enterrada hasta la mitad. Nos aseguró que él había atado en ella su caballo y que se animaba a llevar al que quisiera verla. Este dato coincide con otros datos dados por unos hermanos Nieto que dicen haberla visto y observado.”


   No cabe dudar de tal testimonio, pero ¿cómo llegó un ancla de esas proporciones al corazón de la pampa? Nadie carga un ancla tan pesada a través de los Andes para luego armar un barco y descender un río desconocido; podemos descartar sin más esta suposición. El barco tiene que haber entrado desde el Atlántico, remontando el Colorado y el Curacó en una época anterior al desvío de las aguas para los cultivos de Cuyo y San Luis, que le restaron caudal al Salado. 


   Siglos atrás, un Salado intacto, con su caudal entero, podía desbordar las grandes lagunas donde hoy se insume, con agua suficiente como para inundar el Curacó, y convertirlo en un río navegable para buques de mar.


 De hecho, existe un testimonio crucial según el cual esta navegación fue llevada a cabo. Se encontraría en la obra del padre Falkner, Descripción de la Patagonia:
 “En cierto año de este siglo un navío español naufragó en la bahía Anegada de la boca del río; la tripulación se salvó en uno de los botes, y navegando por el mismo río llegó a Mendoza. Más o menos por el año 1734 aún se podían distinguir los mástiles y parte del casco; como que lo vieron los españoles que por aquel tiempo hicieron una expedición tierra adentro con el mariscal de campo don Juan de San Martín, y de boca de éstos lo supe yo.”

Los estudios del padre Thomas Falkner, que en algunas ocasiones reemplazaba el término “historia” por el de “descripción” o “relación”, en un significante que habilita y sistematiza este ensayo, también da cuenta del hecho. Para él, la “relación” se admitía si un texto era corto o de un tema bien específico: como por ejemplo, la descripción de un río o de una planta. Las descripciones, en cambio, referían a un texto que puede responder a la forma textual historia natural y moral, aunque también puede ser considerada como una crónica.


  Hay que tener cuidado con este párrafo. Falkner afirma haber hablado con soldados que vieron el barco naufragado en el lecho del río; no cabe dudar de tal afirmación, pues era un hombre honesto. En cambio, todo lo demás son suposiciones: cuándo y dónde naufragó, a dónde se dirigieron sus tripulantes, esto no lo podía saber Falkner, ni los soldados de Juan de San Martín. En mi opinión, sólo puede rescatarse de este párrafo el avistamiento de un barco semienterrado en el lecho del río Salado por los soldados del maestre de campo Juan de San Martín, en un año cercano a 1734, lo cual no implica abrir juicio sobre cuándo se produjo la varadura, que puede haber sido muy anterior a esa fecha. El ancla famosa del Salado tal vez perteneció a dicho barco, que el paso del tiempo y las crecidas del río fueron desguazando y pudriendo.

 ¿Tendrá el misterioso barco del Salado relación con los habitantes de Los Árboles? ¿y por qué no? Examinando la historia de los naufragios en las costas patagónicas, encontré uno ignorado por la historiografía argentina. Un naufragio que, se dice, dejó a unos españoles perdidos cuando aún el país no tenía nombre…”. (1).

La única precaución que se recomienda respecto de estos párrafos de Falkner no refieren al barco perdido: “El viaje de Falkner no puede ser considerado un “viaje filosófico”, algo bastante curioso cuando fue el único jesuita que fue fellowde la Royal Society ,espacio privilegiado de las novedades retóricas y epistemológicas. Asimismo, puede considerarse un texto bastante especial dentro de la producción textual de los jesuitas expulsos, porque no aparece en ningún párrafo la polémica del Nuevo Mundo, como tampoco se mencionan a los “historiadores americanos” (2).

Ahora bien: ¿por qué esta evocación que se repitió como hecho o como leyenda? Porque es un punto de partida para comprender la importancia de un recurso fluyendo desde la cordillera al mar. Entre una historia borrosa y la leyenda posible, el intento de los conquistadores no pudo llevarse a cabo si por entonces no existiera la posibilidad de navegar el río. Un río escandalosamente robado, tal vez configurando el delito ecológico más grande y desgarrador de la historia argentina. Una desertificación de esas dimensiones, provocadas por personas identificables en el medio del territorio de una de las grandes naciones del mundo profundiza su vulnerabilidad geopolítica. No obstante, la actitud de una burguesía viñatero bodeguera se ha (y nos ha) acostumbrado a incumplir la sentencia de los máximos tribunales argentinos desde hace décadas. Ahora, antes de intentar la viabilidad de la existencia de un delito (la contumaz desobediencia de los pronunciamientos cortesanos, el envenenamiento de las aguas y la destrucción medioambiental, se optaría por concurrir a la Corte Interamericana, un dispositivo jurídico imperial destinado a reproducir y garantizar un establishment de saqueo regional. Lo mismo que la mayoría de las instituciones y organismos internacionales que integran la denominada “comunidad internacional” que debería respetar un derecho igualitario, cosa que jamás ocurrió. Como señalaba hace unos años en el prólogo de mi libro “El corte del Río Atuel y sus implicancias jurídico penales”, ese texto intentaba esbozar un sentido y una direccionalidad: “Como docente, creo que el planteo ensayado debería funcionar como una alerta de la conciencia colectiva, como una forma de inauguración de nuevas formas de pensar el gigantesco daño ambiental ocasionado. Si eso se produjera, este libro cobraría sentido". Hasta ahora, lamentablemente, no lo ha tenido.







(1)  https://ciudaddeloscesaresencantada.blogspot.com/

(2)  https://plarci.org/index.php/atekna/article/view/158/53

















Alfonso Rodríguez Castelao: el líder gallego y su infancia en Bernasconi

   



Alfonso Daniel Manuel Rodríguez Castelao (Rianxo, 1886 - Buenos Aires, 1950) fue un político, escritor, narrador, caricaturista, dramaturgo, médico, pensador, ideólogo y pintor, considerado el máximo referente de la cultura y del nacionalismo gallego progresista del siglo XX.

 Su padre, Mariano Rodríguez Dios, emigró a Argentina a los tres meses de su nacimiento y en el transcurso de 1895 su esposa Joaquina Castelao Gemme se embarcó también hacia nuestro país, llevando con ella al pequeño Alfonso Daniel  a vivir a Bernasconi, donde nacerían las hermanas del máximo patriota de Galicia. Allí residió hasta 1900, y según contó el propio Castelao, fue donde descubrió el valor de la caricatura leyendo la histórica revista “Caras y Caretas”. A pesar de que Joaquina, una mujer de posición social más acomodada que el padre de Alfonso, poseía familiares en Rosario,  Mariano decidió establecer una pulpería en el sudeste pampeano y afrontar la dureza de una singular incertidumbre agravada por la soledad. Algunos piensan que aquel padre intentó de esa manera saldar su culpa original, consistente en haber aportado poco, desde lo material, al matrimonio. Por el contrario, no sólo puso de esa manera en tensión aquel contrato vitalicio, sino que su propio hijo creció durante años sin conocerlo. El Significante del Nombre del Padre se constituye, de esa manera, en una clave interesante al momento de intentar comprender cuánto influyó aquella infancia en Bernasconi  en la construcción posterior de un mito que conserva una vigencia palpitante en el corazón de los gallegos.

Castelao no es un nombre más en Galicia. Xan Pérez Leira, el cineasta que dirigiera el film “Castelao y los hermanos de la libertad”, asegura que nuestro antiguo vecino es “un sinónimo de Galicia, es como hablar de Argentina y San Martín” (1). Un emblema único en aquella vibrante e insumisa región española. Un gallego universal.

Alfonso y su familia permanecieron en nuestro país hasta mediados de 1900. Aquí nacieron sus hermanas Josefina (1897) y Teresa (1899). Alfonso Daniel, quien seguramente no imaginaba todavía llegar a ser considerado el gran patriota gallego, acudió a la escuela primaria en medio del caldenar, paisaje distintivo de una pampa apasionante, pródiga en cielo, inmensidades y silencios, que concitan la reflexión, el encuentro con el ser interior, la curiosidad, la voluntad (en términos nietzscheanos) y la rebeldía. Un contexto paradoja, único,l capaz de generar las condiciones que dieron lugar a una épica legendaria.

Quienes han estudiando en detalle la vida de Castelao recuerdan que el gran referente gallego rara vez hizo referencia, antes de 1940, a esa etapa ardua pero quizás definitoria de su vida.

“Ese mal recuerdo es patente en sus alusiones literarias a la soledad de la Pampa. a la "moura fartura" de la etapa migratoria (“Retrincos”), y al sufrimiento del niño Castelao y de su madre en la solitaria e inhóspita pulpería de su padre. E igualmente se aprecia en su descripción tanto del ambiente más bien sórdido de la pulpería” (2). Y, casi seguramente, también en el dolor que le produciría sentirse castigado por su padre por no mostrar aptitudes para el comercio. No es la única vez que la influencia paterna chocaría con la voluntad del patriota. Regresado a España, se gradúa en medicina, profesión que tempranamente decide abandonar. Castelao rubrica la decisión con la ironía propia de quien es capaz de caricaturizarse y satirizarse  a sí mismo:"Fíxenme médico por amor a meu pai; non exerzo a profesión por amor á humanidade”. No obstante, algo importante fluía al interior de aquel niño de soledad conminada. No casualmente, a los 12 años ya se había contagiado de la movilización españolista que impregnara las actitudes de la colectividad inmigrante gallega de la Argentina con motivo de la guerra colonial de 1895-98.

A partir de allí, su militancia terminaría únicamente con su muerte. Su infancia singular, de alguna manera, sostendría la epopeya sobreviniente de un libertario excepcional.

Castelao se unió en 1912 al movimiento Acción Gallega, cuyo objetivo era nada menos que despertar la conciencia de clase del campesinado. Exhibió además, rápidamente, su afición y talento para la pintura, lo que le valió reconocimientos y premios. Desde el punto de vista político, un momento trascendental en su vida lo marcó su incorporación en 1916 a las “Irmandades da Fala”. Allí afianzó sus convicciones y su desarrollo teórico en favor de un nacionalismo profundamente popular y transformador.

Desde 1926 fue miembro de la Academia gallega. Fue también nombrado diputado de las Cortes Constituyentes de la República y participó en la elaboración del proyecto del estatuto gallego. En 1926 publicó “Cousas”, su primer libro, compuesto de relatos breves; y luego, “Os dous de sempre y Retrincos”, ambas de 1934. El ensayo “Siempre en Galicia” (1944) refleja claramente su ideario político-social y se constituyó en una de sus obras más recordadas.

La mayor parte de la obra de Rodríguez Castelao está escrita en lengua gallega, como una rotunda afirmación de identidad y un instrumento permanente de militancia y denuncia, no exento de ironía y sarcasmo. Fue también un eximio dramaturgo, recordado por su obra “Os vellos no deben namorarse”  (“Los viejos no deben enamorarse”), de 1941.

Los dibujos y pinturas de este polifacético líder están igualmente signados por el mismo realismo crítico y la veta satírica que surge de sus escritos, a la vez irónicos y melancólicos.

Se dice que, en el caso de Castelao, la experiencia profunda de su niñez como emigrante, precedió en cuarenta años a su periplo como exiliado en Buenos Aires, ocurrido entre 1936 y 1950, año de su fallecimiento. Durante ese período, el tema de la distancia, el exilio y el destierro adquieren una connotación política emotiva, profunda y recurrente  en sus escritos, conferencias y cartas.

Castelao parece transmitir en ellos su comprensión acertada de que nunca más regresaría a su tierra. Y la lejana Argentina, con aquella fantástica Bernasconi en su memoria de niño, volvió a abrazar al revolucionario adulto en su último descanso, hasta 1984. Fue entonces cuando su cuerpo retornó a Galicia en medio de una movilización sin precedentes que ovacionaba a su hijo pródigo, serios incidentes entre la Guardia Civil y los militantes nacionalistas gallegos y una emoción popular única (4).





(1)   “Castelao y los hermanos de la libertad”, un reportaje de Matancero, que agradecemos a Francisco Canepele, quien nos proporcionara también los artículos previos escritos sobre Castelao en la Provincia y otros documentos imprescindibles para completar este artículo.

(2)   Núñez Seixas, José M: “Emigración y exilio antifascista en Alfonso R. Castelao: de La Pampa solitaria a la Galicia ideal”, disponible en http://anuarioiehs.unicen.edu.ar/Files/2004/Emigraci%C3%B3n%20y%20exilio%20antifascista%20en%20Alfonso%20R.%20Castelao%20de%20la%20pampa%20solitaria%20a%20la%20Galicia%20ideal.pdf

(3)   https://www.youtube.com/watch?v=EjMW1-hdUhI

(4)   https://www.youtube.com/watch?v=_mLgGWRC6p