Por Eduardo Luis Aguirre.
¿Por qué razón se hizo tan especialmente atractiva la personalidad de Lope de Aguirre? ¿Cuál fue el motivo, seguramente intencionado, por el cual la historiografía dominante hizo hincapié en una subjetividad y no en un contexto temporal y espacial que implicaba, nada más y nada menos, que la disputa por la colonización del “nuevo mundo”? ¿Qué fue lo que llevó a escritores, cineastas, dramaturgos, historiadores y demás interesados a detenerse casi exclusivamente en los rasgos que se suponen más saliente en la personalidad de un oñatarra cuya influencia en los procesos de la América en el siglo XVI no aparece tan estudiado?
¿Será que la curiosidad que despertaba la locura en la denominada Edad Media era un campo fértil para describir como una anomalía lo diferente y para evitar asumir que lo verdaderamente distinto era una rebelión contra la corona de España? ¿Lope fue la contracara del héroe español, el que aparecía en las crónicas de los conquistadores, profundamente influenciadas por las novelas de caballería? ¿Existía ya en aquella época una tendencia dominante a relatar la historia a partir de conductas que atraían al público y permitían soslayar las turbulencias y conflictividades que se sucedían al interior del proceso de conquista? ¿Por qué Lope de Aguirre ocupó desde siempre un espacio superlativo si lo comparamos, por ejemplo, con la matanza de indios o las tendencias centrífugas y separatistas existentes en la misma época en el Virreinato del Perú? ¿Cuánto más cruel y violento que el resto de los expedicionarios fue en realidad Aguirre? Y aunque así fuera ¿Por qué se evitó analizar con más detenimiento las tensiones geopolíticas que España sostenía con otras potencias de la época, en especial Gran Bretaña o los conflictos religiosos que también llegan a nuestras costas desde el 12 de octubre de 1492 para ocuparse del vasco? Por último: ¿Cuánto mejor persona era Colón que Aguirre? (1)
Tal vez las respuestas tengan que ver, en primer lugar, con la simplificación y la personalización con la que la historia de los poderosos decide contar los procesos históricos. Todas y todos hemos sufrido esos mecanismos sutiles de engaño y colonización del pensamiento.
Es, como bien lo destaca el literato José G. Maestro, una de las conocidas estrategias de antiquísima data (que él exhibe como decálogo) concebidas para la manipulación de las masas (2). Se trata, según propia aclaración de quien lo enuncia, del ejercicio del arte de engañar al prójimo a través del manejo de la mentira que actualmente se hace mediante la publicidad, la propaganda y, en definitiva, el periodismo.
Es necesario aclarar preliminarmente dos cosas. La primera es que el propio Maestro demuestra que los instrumentos de producción del engaño exceden en mucho a los tres elementos señalados en su introducción, incluyendo por ejemplo a las redes sociales, una herramienta destinada fundamentalmente a manipular a las personas inteligentes o narcisistas que, como es imaginable, creerán que no pueden ser manipuladas.
La segunda es que la reflexión en su conjunto es una provocativa invitación a pensar poniendo patas arriba algunas lógicas y racionalidades de la anglosfera (sic) mediante la que hemos sido colonizados y educados. Voy al grano, la estrategia consistiría, en primer término, en contar y hacer públicas las cosas menos importantes y ocultar las que son más significativas. Esta obsesión manipulada respecto de la psiquis de Aguirre bien podría ser un caso de manual asimilable, hace 5 siglos, a la hipótesis que ensaya Maestro (3).
Es interesante poner en diálogo a los autores, cuando esos encuentros pueden arrojar denominadores comunes y sugerentes hallazgos. Sugiero anotar que Gustavo Bueno, cuando analiza al Quijote como apologista de la guerra (4), destaca previamente la versión de algunos psiquiatras contemporáneos que se arriesgaron a describir el padecimiento mental del personaje. Ese diagnóstico, por supuesto aproximado y basado únicamente en la pluma eminente de Cervantes, destaca al caballero andante como un monotemático paranoico.
Bueno se desentiende de lo que denomina “historia clínica” y dice que es imposible comprender al Quijote sin tener en cuenta su contexto. El contexto son las circunstancias que el protagonista debía afrontar, empezando por sus más cercanos, en particular Sancho Panza.
Pues bien, en mi impresión Aguirre fue un estereotipo, una manera exagerada de ser pensado como loco en tiempos en que Europa erradicaba a los sujetos con padecimientos mentales en un barco errante o en establecimientos asilares.
El vasco vagaba en medio de ríos, selvas y montañas incógnitas. Era casi un espectro, una figura especular y legendaria de la nave de los locos foucaltiana que operaba en la Edad Media como una forma de aislar con el destierro incierto a la locura, mientras, por el contrario, a los apestados se los confinaba en las propias ciudades.
. El soslayo de las condiciones objetivas en América y del contenido de la misiva del conquistador al rey completarían ese ejercicio propagandístico, que por otra parte no podrían engañarnos. Es reconocida la red de inteligencia y delación que manejaba Felipe II, muy superior a la de las demás potencias de la época.
Sólo pudo haber potentes razones para no poner el acento en aquellas dos cuestiones fundamentales. Una de ellas es que Felipe II fue, según muchos historiadores, el hombre más poderoso del mundo durante el siglo XVI.
Por ende, suponer que la carta de Aguirre fue un desvarío más de un marginal extraviado no parece una conclusión atinada. Sobre todo, porque la célebre carta contiene, de principio a fin y escritas con un estilo ponderable, reflexiones exclusivamente políticas en las que se explican desde las razones de la rebelión hasta la desatención del monarca respecto de sus vasallos en América.
Otro aspecto saliente de la histórica carta, es que Aguirre se coloca del lado de la legalidad y la libertad. Este costado jurídico y ético es un factor tan importante que merece ser al menos consignado.
¿Qué habrá que decir de las cartas de Lope de Aguirre? “En principio, que sus líneas plasman acontecimientos puntualmente acontecidos y de sobra documentables -como puede comprobarse confrontando otros manuscritos, testimonios y crónicas contemporáneas-. Segundo, que la contraimagen que él tenía de la organización de su mundo no era la de un demente, sino su propuesta personal y voluntaria ante la pérdida y la desilusión; el afloramiento desbordado de la añoranza de un orden de cosas en el que creía con sinceridad y fervor (la cosmovisión medieval, los valores y actitudes nobles, señoriales y caballerescos). Tercero, que las consiguientes acciones de Aguirre, por crueles e inauditas que se les considere, fueron quizá un último y desesperado recurso para asirse de una realidad que se le desmoronaba entre las manos y que -como acaso él mismo intuía- no habría de volver jamás (5).
Pastor y Callau muestran, además, la manera en que Aguirre sobrepasa la mentalidad de su época: «Su conciencia desgarrada, escindida entre el más negro tormento y la lucidez más deslumbrante, anunciaba ya las contradicciones profundas del hombre del Barroco, aquel humano solitario y atormentado a quien Baltasar Gracián llamó, años más tarde, “el peregrino del ser”» (6)
Pero hay otro detalle que llama la atención respecto de la “anómala” salud mental de Aguirre. La locura en la Edad Media fue motivo de un abordaje específico por parte de la medicina y la psiquiatría. Había una necesidad extrema de sustituir a los antiguos poseídos y encasillarlos en diagnósticos y categorías donde el poder de los psiquiatras de la época no conocía límites.
Aguirre fue autorizado a realizar su viaje, se replegó por propia decisión de la guerra entre almagristas y pizarristas, tomó decisiones que revelaban fuertes convicciones políticas y morales, fue ungido Príncipe de la Libertad y escribió una carta célebre.
No hay antecedentes de que haya sido enviado a alguna nave de los locos ni diagnóstico alguno de su época en América, que duró 24 años. Por si esto fuera poco, las perspectivas asilares de la locura, verdaderos dispositivos disciplinarios que ya existían en las poblaciones coloniales de América, más específicamente en Paraguay, tampoco dan cuenta de que el vasco haya sido alojado en esos sitios calificados luego de “comunistas” y dirigidos por jesuitas como espacios de un abordaje de los comportamientos díscolos, diferentes o anómalos (7).
De esa perspectiva multiforme que rechaza la injusticia, reivindica el derecho de resistencia a la opresión que en este caso llega hasta el monarca, profundiza su fe católica y entiende a la violencia en la misma forma en que se la entendía en la época, surgen los enemigos que está decidido a enfrentar y la rebeldía que entiende una forma inexcusable de promover esa justicia, para él, ausente y necesaria.
«Tal es el hombre que va a realizar uno de esos episodios legendarios y que logrará con su osadía y crueldades poner en alarma una gran parte del continente americano» dice de él Emiliano Jos (8).
El prólogo de Agustín Millares Carlo a este libro contiene una frase sobre su contenido que conmueve: “Uno de los más curiosos documentos es el que puede considerarse como el acta primera de la independencia americana, documento rigurosamente inédito hasta el presente”.
Una iniciativa de Aguirre a quien le atormentaban circunstancias que nadie podría considerar exageradas ni meras fabulaciones. Más de una veintena de años en un continente indómito le conferían la autoridad de la verificación empírica.
Un rey injusto y abandónico, frailes que participan de negocios terrenales y una burocracia estatal ociosa y pérfida que, como en todos los casos, jamás abandona su zona de confort.
Claro que lo medular estaba en el contenido en la carta y que la presunta locura del vasco era un aspecto personal, sin duda gravitante en el dudoso caso de haber existido, pero que estaba claramente subordinada en importancia a una verdadera anatomía del estado de la conquista de América durante aquellos años.
Es el viejo estilo de la historiografía producida por los sectores hegemónicos. Se relata una historia donde los conflictos se presentan como un problema y no como un patrimonio mediante el que pueden entenderse los grandes cambios sociales.
En un emprendimiento histórico, de una magnitud insospechada, donde convivían factores tan trascendentales como las ambiciones de las grandes potencias marítimas que descubrían la primera mundialización de la economía, las diferencias religiosas, las dificultades naturales que deparaban esas verdaderas hazañas y los escasos medios tecnológicos con los que se afrontaban esos riesgos y el desconocimiento de un territorio interminable.
A todo ello deben añadirse las formas de articulación jurídica y política de la corona con las distintas dependencias americanas, la gravitación de los corsarios y piratas, la naturalización de la muerte en viajes y expediciones aciagas, las tensiones alrededor de la idea de poder y de libertad y la articulación de la cruz con las espadas.
Por si ello fuera poco, hay que sopesar también la aparición de un Otro nunca antes visto, de la forma singular en que cada uno observaba a esos Otros y experimentaba sus propias sensaciones y percepciones frente a sujetos desconocidos. Todas ellos eran factores que hacían a las condiciones objetivas y subjetivas que entrarían en pugna y a la vez convergerían en una mixtura de una riqueza irrepetible.
No hay que olvidar que el extraordinario debate entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda aconteció en Valladolid en 1550. Más allá de la declaración y conclusión acerca de un tema filosófico y humanístico crucial que llegaba hasta Aristóteles, donde se proclama que todos los hombres son humanos, esa sola enunciación no bastaba para modificar las perspectivas de quienes interactuaban en el territorio con esos seres nunca imaginados. Debieron pasar siglos para que los derechos humanos de los pueblos originarios y los negros fueran respetados. Incluso actualmente el racismo es todavía una de las formas más explícitas de discriminación en el mundo.
En esos mismos años, los conquistadores vivían en un estado de continua sorpresa, confusión y desasosiego y debían enfrentarse con la materialidad de lo real: “Los monos les parecen personas y algunos se niegan a comérselos incluso cuando no tienen otra cosa para comer. Tampoco salen de su asombro porque han visto unos mosquitos llamados piums por los indígenas, que pican y se hinchan el vientre de sangre, cayendo seguida e instantáneamente al suelo como desmayados. Los negros dicen que hay unos insectos que llevan linternas en la barriga, y se dice que metiendo diez en una botella se puede leer una carta. La selva también ofrece sorpresas a causa de las costumbres de los indígenas que la habitan, que van desde el canibalismo hasta los ritos funerarios” (9).
Todo es escabrosamente misterioso y desconocido, quizás solamente la fe y la lealtad pudieran mantener pautas de equilibrio que con el transcurso del tiempo también se relajaban. La vida y la muerte eran variables posibles y cercanas. El hombre no era todavía el centro del universo y su existencia se concebía dependiendo de la voluntad de dios y del soberano. Era breve, contingente y estaba a expensas de la voluntad del Creador.
En aquella atmósfera incomprensible, capaz de trastocarlo todo, los estímulos desconocidos y a veces mortíferos eran cotidianos episodios de estrés. Los hechos traumáticos desquiciaban. Era en esos tiempos en que los conquistadores dudaban de la condición humana de los indígenas y temían incurrir en antropofagia si comían un mono.
El principio de la modernidad, el primer capitalismo, el viaje más importante de la historia debe haber hecho inexorablemente mella en sus protagonistas acuciados por el miedo, la muerte, la violencia, la desesperación, la frustración, la búsqueda de fama y la codicia. Un verdadero infierno.
Convengamos que la salud mental de un expedicionario de segundo rango no parece un buen punto de partido explicativo de semejantes conflictividades. Salvo que, como tampoco lo señala casi nunca la historia oficial, Aguirre encarnara en realidad un liderazgo, una síntesis, un proceso de amalgama de las expectativas de un determinado conjunto en un contexto especial. Allí cobra sentido su figura en la historia. Quizás por eso en el monumental Archivo de Indias las menciones a Lope de Aguirre son abundantes. Y esas referencias se dimensionan en su real magnitud si comprendemos la importancia fabulosa del archivo sobre el que ya volveremos.
Es imposible pensar a Aguirre como un héroe. Las crónicas de sus actos de violencia, de traiciones, no permitirían fácilmente esa ligera interpretación de la que, por definición, me alejo. Su destrato comprobado a los pueblos originarios, su rechazo a las normas que les concedían derechos pareen ubicarlo en un lugar más que incómodo.
Pero sí creo que fue un personaje peculiar, significativo, un emergente en medio de cambios drásticos que intuyó la posibilidad de la existencia de una América autónoma, capaz de gobernarse a sí misma, adelantándose a lo que siglos más tarde acontecería.
Más allá de la relevancia de la circulación programada por toda América de la carta a un rey, y de la significación que a la misma le asignaron próceres como Simón Bolívar y grupos militantes como la Academia Errante en su propia tierra natal, este vasco no se adecua fácilmente a una idolatría.
Tampoco su ideología puede ser desdeñada en tiempos difíciles, donde la vida y la muerte, los derechos y la otredad no podían ser observados bajo parámetro occidentales modernos.
(1) Eslava Galán, Juan: “La conquista de América para escépticos”, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=1ayksQMJJ2g
(2) https://www.youtube.com/watch?v=XU4kiFfQOx0
(3) https://www.youtube.com/watch?v=aGfjguObLSg
(4) https://www.youtube.com/watch?v=rFeQ38an0mY
(5) Ayala Tafoya, Eduardo: “Rebelión y contraimagen del mundo en Perú”, Revista de Estudios Latinoamericanos, Número 6, 2016, disponible en http://latinoamerica.unam.mx/index.php/latino/article/view/55041)
(6) , http://ru.ffyl.unam.mx/bitstream/handle/10391/4211/08_RLP_XIII_1_2013_Fernandez_169-186.pdf?sequence=1&isAllowed=y
(7) Foucault, Michel: “El poder psiquiátrico”, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005, p. 90.
(8) “La Expedición de Ursúa al Dorado y la Rebelión de Lope de Aguirre según documentos y manuscritos inéditos”, imprenta V. Campo, Huesca, 1927, p. 9).
(9) Martínez Muños, Mado: “Ramón J. Sender y la aventura equinoccial de Lope de Aguirre. Breves aproximaciones”, Universidad de Alicante, Biblioteca Virtual Universal, p. 17, disponible en https://biblioteca.org.ar/libros/152270.pdf).