Por Eduardo Luis Aguirre
Desde que estalló la guerra entre la OTAN y Rusia albergo una creciente intuición que, a esta altura, se cristaliza paulatina y sostenidamente en sus rasgos intrigantes.
Probablemente, como lo sostuviera Kant, la razón no sea suficiente para que el ser humano conozca la totalidad del mundo. Hay cosas que el hombre jamás podrá comprender, y menos si la única herramienta de que dispone es la razón. De cara a un conflicto bélico de semejantes proporciones y de consecuencias imprevisibles, no son pocos los pensadores de izquierdas que asombran con su remanida propensión a enhebrar análisis políticos que nos llenan de extrañeza. Pasa con buena parte de los intelectuales orgánicos latinoamericanos, pero quizás en mayor medida con referentes europeos, doblegados por la sinrazón propagandística y la rusofobia. Algunos, como Pablo Iglesias, han intentado despegarse apresurada y desmañadamente de cualquier sospecha de profesión de fe putinista. Conocemos las recurrentes especulaciones de Jorge Alemán y de otros militantes, dirigentes y analistas como Ione Belarra, Michel Onfray, Miguel Mellino y Juan Carlos Monedero, por mencionar solamente algunos.
Hace apenas unos días, el peculiar filósofo esloveno Slavoj Zizek, de recordadas y también discutibles posturas durante la guerra que desmembró a Yugoslavia (1), ha intentado configurar un cuadro de situación del conflicto en Ucrania y sus actores mediante una caracterización igualmente llamativa.
Observar qué pasa con estos referentes indudables del pensamiento contemporáneo de cara a las contradicciones enfrentadas en el este europeo configura un ejercicio tan apasionante como dificultoso. Es apasionante porque con la mera lectura de sus declaraciones surgen dudas razonables y críticas sobre las formas de construcción de la razón teórica, sobre todo cuando quienes las concretan seguramente son conscientes de su influencia y gravitación a nivel mundial. Por eso, se hace difícil comprender las pifias que, en ellos, son mucho más sorprendentes porque seguramente concitan una gran influencia teórica sobre miles y miles de lectores, militantes o discípulos. La potencia incalculable de la reproducción de esos discursos obliga a militar la palabra y ensayar, a contrapelo, los razonamientos que matizan una explosión propagandística de envergadura mundial.
Para ello, es necesario hacer una aclaración inaugural: no somos partidarios de Putin, ni rusófilos ni mucho menos comunistas nostálgicos y extraviados que “no distinguimos la singularidad histórica de la Unión Soviética de la Rusia actual”. Abjuramos de la guerra, a la que consideramos la expresión más detestable de la condición humana y aspiramos a vivir en un mundo pacífico y más justo.
Dicho esto, analicemos las últimas expresiones del “gigante de Liubliana” como un punto de partida para asentar nuestras posiciones, que tampoco presumen de certidumbres.
Como es dable esperar, la cuestión de la “ideología rusa” es una de las que más enfáticamente trajina nuestro pensador. Como la ideología rusa es, al menos hasta ahora, un gigantesco signo de interrogación, un tipo categorial abierto susceptible de ser rellenado de acuerdo a las sinceras creencias de cada uno, debe recurrir a una presencia fantasmática, que, por supuesto, no puede ser otra que la de Alexander Duguin, el mítico inspirador del autócrata. Afirma Zizek, categóricamente: “Una versión negativa de la ideología rusa son los pensamientos de (el filósofo conservador ruso Aleksandr) Duguin y sus colegas. Podríamos llamarlos «misticismo euroasiático». Es el neofascismo, que, como su precursor, se promociona a sí mismo como una «tercera vía».
Para simplificar, puede caracterizarse así: «Hay demasiado individualismo en el liberalismo, demasiado colectivismo en el comunismo. El fascismo es una vía intermedia, que incorpora lo mejor de ambos sistemas» (1). Pues bien, poco después de que la hija de Duguin fuera asesinada, el filósofo español Gustavo Bueno Sánchez entrevistó en su canal de youtube “Fundación Gustavo Bueno” a José Ramón Bravo, autor del libro “Filosofía del Imperio y la Nación del Siglo XXI”, en un diálogo dedicado en buena medida a analizar la figura y el pensamiento del filósofo ruso (2). Bravo es un especialista en Duguin y maneja como pocos la realidad rusa. Lo primero que nos señala es que Duguin es un autor más conocido fuera de Rusia que en su propio país. Que no tiene en este último tanta influencia como se lo pretende hacer ver. Ni siquiera es el autor más leído en cuanto a ensayos políticos por parte de los propios rusos. No ensaya una tercera vía sino una cuarta teoría política (el euroasianismo) con la que pretende superar al liberalismo, al fascismo y al comunismo. Va de suyo, y esto surge del libro homónimo “La cuarta teoría política”, que Duguin no es un fascista ni tampoco un neofascista. Otra cosa –muy distinta- es que en este caso se trate de un libro que no aporta demasiado en términos teóricos, como piensa Jorge Alemán. Bravo aclara, por si fuera poco, que el pensador ruso no es el mentor ideológico de Putin y que probablemente ni siquiera lo conozca.
La mistificación de Zizek no termina allí, desde luego. En la misma entrevista que transcribimos arriesga: “¿Por qué deberíamos involucrarnos en una guerra que está teniendo lugar en algún lugar de Oriente?». Pero si hay margen para la negociación en algún lugar del horizonte, este ha sido creado (precisamente) por el apoyo occidental a Ucrania: sin él, las Fuerzas Armadas ucranianas ya habrían perdido y solo les quedaría (obedecer) las condiciones rusas. La resistencia ucraniana y el apoyo occidental crearon las condiciones para una paz justa (en el futuro).
Y estos «izquierdistas» que siguen llamándome «lobo vestido de payaso» o «bufón de la corte del capitalismo» son increíblemente estúpidos. Sí, las autoridades ucranianas han cometido errores. Pero los ucranianos han sido atacados, están defendiendo su país. Es un verdadero milagro: creen en su libertad y luchan por ella. Caray, si te consideras a ti mismo de izquierdas, tienes que simpatizar con ellos. Es más, hay que dar un paso al frente y decir que los ucranianos, al resistirse a Putin, están ayudando a Rusia a democratizarse a largo plazo. ¡Es obvio!
Otra cuestión es que la gente como Chomsky tiene el viejo prejuicio izquierdista: si la UE, Estados Unidos y la OTAN están implicados en algo, automáticamente hay que estar en contra. Desgraciadamente, esto no es cierto.
La ideología de Putin y de la gente que le rodea es bastante fácil de leer: es neofascismo. Esto incluye reivindicaciones imperiales sobre la devolución de territorios, una política exterior agresiva y una dependencia de los oligarcas. A pesar de ello, la vieja izquierda sigue pensando que los principales imperialistas son Estados Unidos y Europa Occidental. En consecuencia, «su enemigo es mi amigo». Siguen aferrándose a la creencia de que Rusia lucha contra el imperialismo mundial” (3).
No es cierto que la resistencia ucraniana y el apoyo occidental crearan las condiciones para una paz justa (en el futuro). Al menos, la cuestión no puede ser presentada de esa manera. Por el contrario, la invasión rusa y el inicio de las horrendas hostilidades pueden explicarse mucho mejor recorriendo los últimos años de la historia ucraniana, los conflictos en el Donbás, en Kaliningrado, en Crimea, en el golpe de estado del Maidan, después que organizaciones civiles (OTPOR) de ultraderecha lideraran el mismo con la misma lógica que luego lo hicieran en Libia, Siria, Egipto y lo intentaran con mayor o menor fortuna en América Latina. A esos acontecimientos, hay que agregar las provocaciones de Kiev para integrarse a la OTAN violando no solamente compromisos previos sino aspectos básicos y sensibles que hacen a la seguridad rusa. Y es claro que Zelensky fue impulsado por una Europa atada al carro de Estados Unidos, que hipotecó su propia soberanía a manos de la mayor potencia mundial. La guerra se explica en términos defensivos y de supervivencia y es claro que Europa Occidental y especialmente Estados Unidos, de la mano de un infaltable gobierno demócrata, decidieron tensar la cuerda al máximo y luego dejar al viejo mundo cara a cara con Moscú. Eso explica el curso militar de una contienda espantosa, criminal, que ha logrado asegurar una sola cosa: Ucrania no volverá a ser el país que era. Mucho más después del aporte ciego de Polonia cediendo aviones a sus vecinos. Quizás ahora entremos en una guerra directa. No queremos fatigar a nuestros lectores, porque es mucho lo que hemos escrito sobre esta guerra y en particular sobre estos temas. Sólo diremos algo más: es obvio que Rusia no lucha contra el imperialismo. Eso está claro. Estamos, por el contrario, frente a la crisis de un modelo de acumulación capitalista neoliberal en el que se reubican bloques de poder cuyo protagonismo desconocemos, al igual que la forma en que este nuevo planisferio podría saldarse. Tal vez la noción de multipolaridad pierda precisión y exactitud frente a lo que viene. Lo que viene incluye una elección general en Estados Unidos con un Trump que seguramente será candidato y que muy probablemente gane los comicios. Si el acusado magnate reavivara sus antiguos vínculos con Rusia, los aspectos militares y la energía se volverán temas urgentes y cruciales. Ambas potencias poseen recursos incomparables en esas materias. Paradójicamente, América Latina también es pródiga en alimentos, RN y energía. El futuro de Europa y de la eufemística Unión continental seguirá siendo un enigma. Y debemos recordar lo que hemos pensado juntos sobre el conflicto Asia- pacífico.
Imagen: Der Spiegel
(1) https://www.google.com/search?q=zizek+y+l+guerra+de+los+balcanes&oq=zizek+y+l+guerra+de+los+balcanes&aqs=chrome..69i57j33i10i160l2.8057j0j15&sourceid=chrome&ie=UTF-8#fpstate=ive&vld=cid:422953a0,vid:t889I4U9OXQ
(2) https://nuso.org/articulo/Zizek-Ucrania-Rusia/
(3) https://www.youtube.com/watch?v=eji0b_cRbpQ&t=626s
(4) https://nuso.org/articulo/Zizek-Ucrania-Rusia/