Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

Para Walter Benjamin, tanto el iusnaturalismo como el positivismo entablan una discusión alrededor de la relación de los medios y los fines al momento del ejercicio institucional de la violencia. Infringir dolor por una vía “civilizada” para obtener fines de ordenamiento social o justificar esa intervención violenta que caracteriza a todo derecho en función de una finalidad superior.



Hace tiempo nos ocupamos de los esenios y las reglas de la comunidad. Algo de esas civilizaciones antiguas recupera Benjamin. Y lo hace de manera magnífica, profundizando las preguntas que el derecho no ha podido responder. Tampoco la política, que no es otra cosa que la relación de fuerzas que autoriza la vigencia de un tipo determinado de derecho. La violencia es lo que permite la vigencia del orden político y jurídico. Eso se hace mucho más visible y actual cuando ya no hay reglas, ni comunidad, ni ética. Cuando la política y lo político se consustancian con la coerción y la comunidad se desvanece en la circularidad del neoliberalismo. Allí comienza a tallar el materialismo histórico de este pensador genial, que además, desde su perspectiva religiosa siente, piensa y valora el arte en su profunda connotación creadora y subversiva. Aquí está Benjamin, para aportar formas de articulación y resolución entre el marxismo y las creencias trascendentes, entre lo mítico y lo divino.

Pero además, Benjamin se preocupa por recorrer y entender su presente. El presente de fines de siglo XIX, pero fundamentalmente el que atraviesa el clima de época de entreguerras, hasta su muerte, acaecida en 1940.

“Experiencia y pobreza” es una muestra exquisita para entender que en su esfuerzo pueden recopilarse elementos que vuelven a aparecer en un tiempo circular (1) y que hoy nos asedian. Sólo hay que estar atento como el agricultor que palpa con sus propias manos la madurez del fruto que produce lo seminal para comprender lo que en un principio parece arduo y dificultoso y advertir esas analogías. Las guerras interimperialistas clásicas siempre fueron intentos de resolución de las crisis del capitalismo y disputas por mercados, recursos y territorios. Benjamin se refiere a la IGM, da por sentado que esa crisis del capitalismo es una de las experiencias más atroces de la historia humana y se pregunta cómo nadie advirtió que la gente volvía muda del campo de batalla, mucho más pobre en experiencias comunicacionales. Pues bien, si esta que vivimos es la IIIGM como ha advertido el Papa Francisco, no puede asombrarnos que se haya producido ahora un nuevo y drástico retroceso del lenguaje y de los discursos. Primer acierto del pensador sobre un tema crucial que se vincula a las subjetividades colonizadas, introvertidas, desconfiadas de toda épica colectiva y experiencia común que impone el capitalismo actual, donde habitan discursos horrendos, la razón se corre y con ella también el lenguaje, que pasa a ser un instrumento en desuso.

“Nos hemos vuelto pobres, hemos ido entregando una porción tras otra de la herencia de la humanidad” (relacionemos, por favor). “La crisis económica está a las puertas y, tras ella, como una sombra, la guerra inminente”. En recurrentes ocasiones, a lo largo de su obra, Benjamin retiene la filosofía de la religión para articularla con un marxismo explícito y radical. Esta experiencia no es casual. Europa vivía tiempos de guerra que eran también tiempos mesiánicos en los que decidía sus acuciantes opciones históricas. “Que cada uno ceda de vez en cuando un poco de humanidad a esa masa que un día se la devolverá con intereses y hasta con interés compuesto”. Una maravilla. La solidaridad, lo común, la condición humana, el compromiso social frente a un neoliberalismo que amenaza con la guerra y que no está dispuesto a ceder nada porque cree que en un goce infinito y perpetuo no hay lugar para las renuncias, que es como decir que no hay Regla de la Comunidad ni contrato social que asigne derechos, deberes y responsabilidades. Allí languidece la expectativa consensualista por el derecho y aflora su verdadero perfil, indivisible de lo bélico. La violencia y la guerra no es sólo lo que va “por fuera” de un sistema político. Al interior de ese sistema, los ingentes y múltiples intentos por racionalizar el derecho y acotar su conducta violenta se frustran. Guerra, estado y derecho se coaligan así contra toda forma de convivencia armónica. Allí radica nuestra pobreza extrema y la degradación acelerada de lo humano.

Esa pobreza reconoce, según Benjamin, dos grandes matrices. Una de ellas es el derecho natural, la misma que sirvió de fondo ideológico al terrorismo de la Revolución Francesa, para quien la violencia es un producto natural, comparable a una materia prima, que no presenta problema alguno, excepto en los casos en que se utiliza para fines injustos. Vale decir que, una vez asumido que la utilización de la violencia se produce para salvaguardar fines pretendidamente justos, se clausura toda polémica sobre la violencia de estas instituciones.

La otra perspectiva es la del derecho positivo. Mientras el derecho natural es capaz de producir juicios críticos de la violencia en todo derecho establecido teniendo en cuenta solamente sus fines, el derecho positivo, por su parte, establece juicios sobre todo derecho en vías de constitución, únicamente a través de la crítica de sus medios. Si la justicia es el criterio de los fines, la legitimidad lo es el de los medios (2).

Y aquí aparece con toda su enjundia una historia articulada de sistemas y formas de infligir dolor mientras el derecho pone en práctica sus medios, rituales, rutinas y sistemas fictos de reproducción de la verdad. Un mandato de cumplimiento imposible que pone en marcha una innumerable cantidad de ejercicios de disciplinamiento y control a través de sus diferentes dispositivos, a los que se denomina medios. La legitimidad de esos medios depende de su adecuación a leyes y códigos, casi siempre preestablecidos.

Tampoco en esos ejercicios de reproducción de violencia se hace un análisis circunstanciado de la misma. La violencia se naturaliza en tanto se apegue a los medios. Allí se precipita otra deriva de lo humano y drena la lógica binaria, castrense de la guerra.

Ahora bien: ¿por qué Benjamin se detiene a analizar de una manera tan meticulosa las distintas formas de reacción social que se precipitan a través del derecho, cualquiera sea su impronta? Dicho en otros términos: ¿Cuál es la función que hace de la violencia algo tan amenazante para el derecho, algo tan digno de temor? Pues bien, algo habíamos insinuado ya. La respuesta debe buscarse precisamente en aquellos ámbitos en los que, a pesar del actual orden legal, su despliegue es aun permitido. En primer lugar, cabe citar la lucha de clases y su expresión en el derecho de huelga garantizado a los trabajadores. Las organizaciones laborales son en la actualidad, junto al Estado, los únicos sujetos de derecho a quienes se concede un derecho a la violencia (p. 15) señala Benjamin en una época tumultuosa de Alemania. En la actualidad deberíamos añadir a las organizaciones sociales, a las multitudinarias militancias por las diversidades, a los estudiantes y a un número creciente de dolientes de un capitalismo sencillamente brutal. En esas fragmentaciones de vidas desnudas se fragua un nuevo sujeto social que pueda enfrentar a una derecha sin límites, sin ética, sin legados históricos y sin el más mínimo respeto por el otro. Una derecha que odia, pero que además ha logrado en muchos países crear una teología política, una nueva religión que se nutre de la crueldad, la violencia, la guerra, la desigualdad, la muerte, el castigo y el racismo, pero además ha corrido las fronteras del lenguaje, de la palabra, de lo impronunciable. Un nuevo retorno a aquel Benjamin que se preocupaba por la incomunicación que genera un novedoso estado de guerra y excepción, donde el lenguaje debe ser motivo, por parte de los pueblos, de una discusión imprescindible y urgente.

Reflotar la riqueza panorámica del pensamiento de Benjamin nos conduce entonces a reflexionar sobre el lenguaje.

1.- Iluminaciones, Ediciones Taurus, Buenos Aires. 2019, p. 95.

2.- Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Ediciones Taurus, Buenos Aires, 2001, p. 12, 13 y ss. Disponible en https://proletarios.org/books/Benjamin-Para-una-critica-de-la-violencia-y-otros-ensayos.pdf