Por Eduardo Luis Aguirre
Algo medular de la obra de Walter Benjamin conserva una dramática vigencia en los tiempos modernos. Esa acuarela de sensibilidades que despliega el pensador alemán de existencia breve vuelve a interpelarnos casi 90 años después de su muerte. Y nos deja conceptos a veces cripticos y nos sigue admirando con su densidad enorme, nos convoca y nos plantea interrogantes que se posicionan con dramática actualidad frente a la masacre circular del capital.
Tal vez haya algo en Benjamin que en una primera aproximación podríamos enunciar apretadamente. Ya vendrán tiempos de profundizar esas tesis que quedaron estancas en una frontera absurda de una guerra absurda. Esos escritos que analiza críticamente la matriz histórica e irresuelta de la violencia se parece demasiado a esta tierra arrasada.
La pretensión novedosa de articular el pensamiento semita tradicional con el materialismo histórico no constituye una simple especulación intelectual. Se trata de mixturar la profundidad de la ética, el estado, la violencia y la historia. De recuperar en un recorrido de más de dos mil años la violencia mítica del castigo como forma de control social que ha variado en sus matrices éticas pero no en su connotación de medio destinado a lograr un fin. En el caso del derecho, por medios pretendidamente “lícitos”. También, de dejar en claro la diferencia de aquella violencia de medios donde no se pone en juego la carnalidad y la sangre con el cierre, con la obliteración divina. Para eso es importante apartarnos de la linealidad del tiempo occidental y aproximarnos a lo cíclico que, como en las creencias antiguas del judaísmo, también caracteriza al capitalismo.
Tanto el iusnaturalismo como el positivismo entablan una discusión alrededor de la relación de los medios y los fines. Infringir dolor por una vía “civilizada” para obtener fines de ordenamiento social o justificar esa intervención violenta que caracteriza a todo derecho en función de una finalidad superior.
Hace tiempo nos ocupamos de los esenios y las reglas de la comunidad. Algo de esas civilizaciones antiguas recupera Benjamin. Y lo hace de manera magnífica, profundizando las preguntas que el derecho no ha podido responder. Tampoco la política, que no es otra cosa que la relación de fuerzas que autoriza la vigencia de un tipo determinado de derecho. Eso es mucho más visible y actual cuando ya no hay reglas, ni comunidad ni ética. Cuando la política y lo político se consustancian con la coerción y la comunidad se desvanece en la circularidad del neoliberalismo. Allí comienza a tallar el materialismo histórico de este pensador genial, que además, sentipiensa y valora el arte en su profunda connotación creadora y subversiva. Aquí está Benjamin, para aportar formas de articulación y resolución entre el marxismo y las creencias trascendentes, entre lo mítico y lo divino. Entre lo común y su ética. Entre la violencia y su crítica.
Ref. Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Disponible en https://proletarios.org/books/Benjamin-Para-una-critica-de-la-violencia-y-otros-ensayos.pdf