Por Eduardo Luis Aguirre

 

 

En el desierto, en su observación detenida y siempre incompleta, habitan sujetos cuyas subjetividades no han sido capturadas enteramente por el capital. La contingencia, lo variable como condición constitutiva del neoliberalismo seguramente va también por ellos. En esos oasis, en esos islotes silenciosos de una cultura que todavía no está dominada por el hombre individualista, endeudado, consumista, para el que los vínculos sociales no se transforman en medios de producción ni han decidido poner su vida a producir, sobrevive una condición humana diferente, donde lo común y lo solidario resguarda la mansedumbre de tiempos diferentes, .puede prescindir del empobrecimiento de la prisa, se acurruca a encontrarse con su humanidad profunda, no comparte las inseguridades mundanas ni padece la mediatización que reproduce un estado de excepción global.



Pasaron más de dos milenios desde que alguien escribió las reglas de la comunidad esenia en Qumrán. Es increíble, pero ese primigenio contrato social guarda un extraño parecido con las prácticas y la concepción del mundo que todavía priman en los desiertos. Por supuesto, lo que no afectan las tormentas atroces de arena es capaz de desintegrarlo el capitalismo. Pero todavía el desierto resiste. El sujeto que no debió sucumbir ante el éxodo y los despojos, el que pudo sostener sus vínculos, su cultura, su mirada particular y totalizante del universo están allí. Lejos de la colonización que permea lo urbano. Muy cerca de su propia subjetividad intacta, de una cosmovisión originaria que lo moldea y lo convierte en un sujeto de la palabra, de la cultura, de un derecho no escrito compartido por el conjunto. En su ética, en estas reglas trascendentes y consuetudinarias, en ese encontrarse permanente consigo mismo en un tiempo diferente, un kairós introvertido y amoroso, sobrevive un tipo de sujeto diferente. Un sujeto para quien su humanidad es la vara reguladora de lo permitido y lo prohibido, de lo bueno y de lo malo, de los derechos del conjunto y de os propios. Ya lo veremos. Es necesario estudiar y analizar los derechos humanos de los pueblos originarios prescindiendo de los karmas ocidentocéntricos, porque allí radica uno de los territorios en disputa más arduos de la contemporaneidad.

 

Otro adelanto del libro "Filosofía y Desierto", próximo a editarse.