Por Eduardo Luis Aguirre
La ultraderecha latinoamericana se ha unido para malversar un concepto con el que describen desmañadamente y con la lógica del “vale todo” el ejercicio democrático de la protesta social. El concepto es el de “revolución molecular”, a la que han añadido la voz “disipada”, para que esa enunciación no sea una copia burda y absoluta de una concepción de Félix Guattari, que data originariamente de los años setenta del siglo pasado.

El siempre presente ex presidente colombiano Álvaro Uribe recogió la torpe extrapolación conceptual de un personaje sindicado como neonazi llamado  Alexis López Tapia, director de Radio y Televisión Santiago de Chile (RST) y ex colaborador de Radio Bío Bío para describir la situación que actualmente acontece en aquel país, en línea con sucesos de protestas similares que se dan en Chile (y también en Ecuador, por dar algunos ejemplos), siempre contra gobiernos neoliberales.

¿Cómo define López Tapia lo que está pasando en Colombia? Estableciendo un paralelo absoluto, una analogía total con las protestas masivas ocurridas hace dos años contra el gobierno de Sebastián Piñera:“las fuerzas de orden y seguridad son coaccionadas y excluidas; se articulan guerrillas urbanas y rurales; la delincuencia subversiva opera como máquina revolucionaria; se produce un estado de guerra civil horizontal, molecular y disipada”, siempre según relatara hace unos días el diario Página 12.

Ahora bien: ¿es correcto desde el punto de vista de la filosofía política utilizar a Guattari para explicar lo que pasa en Colombia y lo que ocurrió en Chile? Pese a la esperable multiplicación de este hallazgo aparente que hizo la gran prensa en el continente, la verdad es que la revolución molecular analizada por el pensador francés no tiene nada que ver con lo que describe López Tapia y repite Uribe. Y lo grave no es la imprecisión sino la mistificación, la necesidad de crear un logo, el recurso a una marca que pueda ser reiterada al infinito hasta adquirir la condición de un significante vacío rellenado en base a claves ultraderechistas latinoamericanas de manera intencionadamente confusional y desvalorada. Lo mismo se hizo con el comunismo y el populismo, con idéntica falta de rigor analítico. Pero ambos rótulos ya forman parte de un sentido común y una retórica cotidiana. Ese es el riesgo.

Luis Diego Fernández, doctor en Filosofía y también docente de la UTDT, que ha trabajado la noción de revolución molecular, ha advertido rápidamente sobre esa forzada operación de asimilación.

Cuando Félix Guattari (junto con Deleuza) comenzó a acuñar la categoría de revolución molecular lo hizo al calor de los sucesos de 1968 en Francia, en un libro de 1972, que se llama “El Anti Edipo”. En 1977, Guattari publica su trabajo “La Revolución Molecular” y en 1980 aparece el libro de Deleuze y Guattari “Mil mesetas”. Vale decir, hace ya varias décadas, y las conclusiones de ese desarrollo, más volcado a las izquierdas autonomistas y a una particular articulación entre lo micropolítico y lo macropolítico, incluyen una muy fuerte crítica a las izquierdas autoritarias, principalmente a los partidos comunistas de la época y al sovietismo. Guattari relata que militó 10 años en el partido comunista francés y tilda a ese espacio como un partido disciplinario, normalizador De modo que mezclar los sucesos colombianos y chilenos con alusiones tales como chavistas/castristas y luego pretender justificarlos detrás de la perspectiva de Guattari empieza a ser contradictorio. Esa connotación se profundiza si pensamos que, al revés de lo que plantean las puebladas latinoamericanas, la izquierda que planteaba Guattari desconfiaba esencialmente de la estatalidad. Su proyección, que entroncaba muy bien con la del mayo francés, reivindicaba las libertades individuales, los elementos afectivos, expresivos, sexuales, incluyendo el amor libre, frente a los discursos homogeneizantes de los estalinismos y sus espacios afines. De hecho, Guattari señala, y Luis Diego Fernández lo explica en detalle (*), que el partido comunista galo despreció y desinterpretó el movimiento del mayo francés, al punto de que quienes mejor capitalizaron sus reclamos fueron partidos liberales como el gaullismo o el propio Georges Pompidou. Las izquierdas tradicionales nunca comprendieron la visión de Guattari, que no era ni chavista ni mucho menos populista. Fernández dice que tal vez era lo opuesto a la lógica de Laclau, de modo que tampoco se le puede entrar a esta nueva realidad, por cierto convulsiva, por la puerta habitual del populismo. Por lo tanto, “plantear que las revoluciones moleculares son algo así como grandes masas caóticas, que quieren destruir absolutamente todo, que no tienen ninguna vocación constructiva, que son violentas, es absolutamente delirante”. Lo mismo que pensar que estas izquierdas moleculares reclaman mayor presencia del estado, cuando las mismas podrían identificarse como izquierdas libertarias (nada que ver con la adulteración vernácula del término, que no obstante, como lo advertimos, se instaló mediante una apropiación conceptual ilegítima de la idea de libertad). Vale decir que, como en el 68, estas izquierdas no reclamarían mayor presencia del estado sino, justamente, “que el estado salga de las vidas de las personas, que no haya regulación de las cuestiones sexuales, que haya otro tipo de familias, otro tipo de vínculos, se cuestionaba la monogamia. Si uno ve los reclamos de Colombia o de Chile se reclama mayor presencia del estado. Bueno, en principio eso no tiene nada que ver con el mayo francés”. Lo que estas izquierdas reclaman es un cambio de vida, una nueva subjetividad, haciendo pie en la micropolítica, que después si deberían o podrían impactar en el ámbito político mediante leyes expansivas de derecho. Por lo tanto, no hay ninguna relación de estas izquierdas con lo que acontece en los referidos hechos que acontecen en los países latinoamericanos que se niegan a seguir siendo dominados por el neoliberalismo.

https://www.youtube.com/watch?v=OsnbH83SWd8