Por Eduardo Luis Aguirre
Hace pocas horas presenté la ponencia "La Defensa Pública, a diez años del interculturalismo jurídico", en una Mesa de Trabajo construida por compañeros defensores oficiales de esta Provincia en el marco del Congreso Nacional de Derecho, que tuve el honor de integrar. Después de pronunciadas estas reflexiones, pensadas en el tramo final de mi recorrido de diez años al frente de este servicio público concebido para garantizar el acceso a la justicia y los derechos humanos, han sido muchos les compañeres que me han solicitado con sincera emoción una copia de esas palabras. Aquí están, éstas son. Poema incluido.
Diez años transcurrieron de contienda
a la que fueron los pampeanos decididos
orgullosos defensores de los otros,
de los pobres, los presos, los enfermos y oprimidos.
Derribaron los muros con sus hábeas,
con sus amparos construyeron épicas
y pelearon por las vidas olvidadas
sumándose a esa marcha como en levas
ensanchando el universo promisorio
de una comunidad mejor
con sus presencias.
No quedó rincón sin conmoverse
ni ranchadas que no evocan su leyenda,
allá fueron, defensores de los no- otros,
de los que nadie registra su existencia.
y lo hicieron de puro convencidos
conocedores que la derrota acecha,
que sobrevendrían duros días, días duros
que se auguraban opacas contingencias.
Con la tristeza profunda hecha memoria
por la pérdida compañera en la pulseada
que se asume como trino y como entrega
de una enorme dimensión humana.
Y no importó la escarcha de la pampa
ni su viento, ni su arena yerma y gruesa
ni las fronteras infranqueables que trazaba
la desastrosa relación de fuerzas.
Sin más aval que una locura hidalga
que confundía los molinos con los páramos,
sin más protección que una dispensa
de encanecida y encorvada espalda
que promovía compromiso y resistencia,
que soñaba en su utopía cambiar todo,
que imaginaba una guerra de trincheras.
Aquí están les defensores de esta tierra,
palabra y compromiso como estampa,
los que construyeron historia en una década
transformando para siempre las rutinas,
conmoviendo las conciencias de La Pampa.
(Un reconocimiento a les trabajadores y defensores públicos de mi provincia).
En el resumen de esta presentación he hablado de ágora y de interculturalismo.
Empezaré diciendo que el ágora es parte de la ética fundante de la defensa pública. Significa interpretar la transversalidad y horizontalidad dialógica que propone una multiplicidad de servidores públicos que poseen, en general, una única herramienta no siempre advertida en su verdadera dimensión: el lenguaje. Y que enriquecen la circulación de la palabra con sus singularidades siempre fecundas.
Allí, en ese ámbito cargado de pasión partisana se juega buena parte de una conducción democrática de un servicio público históricamente subalternizado, empobrecido, subestimado. Una determinación para nada casual: la defensa oficial se ocupa de las vidas desnudas, de los que no tienen voz, de aquellos que muchos hacen como que no ven y que, en el fondo, tal vez preferirían que no existieran
En estos espacios opacados durante tantos años, la desfavorecida oscuridad se ilumina únicamente con el entendimiento del mundo, con la comprensión del momento histórico, como decía Hugo Zemelman. No importa tanto cómo leemos los libros jurídicos, generalmente iguales, por fuera y por dentro, sino cómo comprendemos el presente. Porque nosotros construimos invariablemente sobre el presente. Y construimos con los distintos, no con los iguales, como ocurre en todo ejercicio político. La conducción no demanda en la defensa oficial una voz de mando autoritaria ni pone en valor el significante neoliberal colonizante de la gestión (que confunde adrede la conducción con la administración de la cotidianeidad). Se resume en permanentes ejercicios de síntesis entre diferentes. Los otres y nosotres.
Y aquí comienza a aparecer, a perfilarse, la categoría del interculturalismo. La defensa pública es un océano abisal e inagotable de matices. De formas de percibir e intuir el mundo. De sistemas de creencias, de intuiciones, percepciones y proyecciones, de asignación de distintos sentidos a la propia existencia. Lo apasionante es recoger o rescatar lo mejor de cada uno y disimular sus faltas. De eso se trata. De generar una impronta, una marca, una dirección, que resulte aceptada por el conjunto y que coloque a ese conjunto presto a estar de pie, para las luchas. Como pensaba Rodolfo Kusch. Nosotros no somos, no podemos ser, funcionarios que reiteramos normas y dogmas. Somos –quiero recordarlo- servidores públicos, más parecidos a un maestro rural que a la oquedad fastuosa de una estirpe en retirada. Representamos una insurgencia que se articula a partir de poder colocar todo bajo la iluminación de la duda metódica. El interculturalismo, a diferencia del multiculturalismo, dialoga con el contexto, se detiene en el rostro del otro en tanto otro, abjura de las jerarquías y nunca pierde la coherente enemistad con la injusticia. Nuestro cometido es imprescindiblemente ideológico.
En el día del paso a la inmortalidad del guerrillero heroico, debemos advertir que en las sociedades contemporáneas el poder es mucho más que el estado. El poder está diseminado en un entramado interminable de trincheras. A todas esas trincheras, incluido el estado, no podemos tomarlas por asalto. Hay que asediarlas. Elegir los momentos, observar sus fisuras, y dar la lucha política con una paciencia oriental cuando estén dadas las condiciones objetivas y subjetivas. Como los malones de nuestros hermanos, los indios, como las montoneras de Güemes. Esta es la única forma de revertir las relaciones de fuerzas, que siempre son reacias, al principio, a las transformaciones emancipatorias. Eso se hace a través de una voluntad política colectiva clara, autónoma y radicalmente participativa. Cada uno atiende su juego, pero la conducción alienta, acompaña a cada uno de ellos. Los habilita en su tiempo, analiza, como dije, cada coyuntura y cada presente. La defensa pública no puede ejercerse de modo vanguardista. El conductor puede ir un paso adelante, pero no veinte, justamente porque el infantilismo que delira con la toma del Palacio de Invierno puede ser fatal en el contexto del poder menos democrático del estado.
En estos diez años de ricas disputas de posiciones (parafraseo a Gramsci, que hablaba de guerras, categoría de la que abjuro), la defensa pública pampeana llegó a la Corte muchas más veces que desde su constitución como Provincia y por primera vez transitó por tribunales internacionales. Planteó los Hábeas Corpus y amparos más determinantes de su historia, hizo de la autonomía una bandera y un objetivo, construyó pueblo coaligando las demandas equivalenciales de presos extraditados, de reclusos alojados en comisarías que excedían largamente los estándares internacionales de Derechos Humanos, de mujeres y niños violentados, de usuarios de salud mental cuya problemática contribuyó decisivamente a visibilizar, judicializó por primera vez el acceso al cultivo del cannabis medicinal, denunció la violencia institucional, enfrentó exitosamente las pretensiones colectivas de desalojo, garantizó los derechos de los vendedores ambulantes extranjeros, se ocupó del maltrato animal, llevó adelante la conversión de la acción penal en casos de violencia institucional, motorizó un mecanismo facultativo contra la tortura, ejerció la representación de víctimas, por mencionar solamente algunas acciones que, aunque incómodas para el poder en su versión ya señalada, son muchas menos que las asignaturas que quedan todavía pendientes. Entre otras, la independencia de la defensa (que hoy aparece mucho más cercana después del reciente pronunciamiento de la propia Procuración General de la Provincia) y la asunción de que el ejercicio de la defensa se queda inexorablemente con nuestra salud y nuestro buen vivir. Pero, lamentablemente, fuimos nosotros mismos quienes elegimos esta modalidad incomparable de militancia. Un abrazo eterno, y muchísimas gracias a todas y todos.