Por Eduardo Luis Aguirre

El paso del virus dejará huellas nada fáciles de imaginar en todo el planeta.  Por ende, es erróneo suponer que la pandemia implica solamente una pausa traumática entre un viejo orden y su futura reposición. Que será una mera situación disruptiva, pasajera, entre dos situaciones de equilibrio que derivarán en una misma continuidad que reconoceremos de inmediato. 

 


El coronavirus va a producir consecuencias sin precedentes en la materialidad de las sociedades y de las existencias. Desde el costo asumido como intraducible de lo luctuoso, hasta el derrumbe de las estructuras productivas. De esas marcas habremos de salir, quizás, después de mucho tiempo y esfuerzo colectivo. Esas consecuencias objetivas habrán de establecer, por sí solas, un antes y un después de lo que la humanidad debió atravesar en estos tiempos complejos.

Pero hay otras derivaciones de la gravedad indecible de lo que acecha, que es necesario pensar desde otras miradas y diferentes saberes.

La denominada “peste negra” fue una de las pandemias más letales de la historia, que durante el siglo XIV diezmó la población europea.

Una de las consecuencias más importantes de esa tragedia fue el cambio radical de los paradigmas vigentes hasta esa época. Cada uno de ellos fue puesto en crisis por distintos motivos, la mayoría de las veces vinculados a la imposibilidad de evitar o morigerar los efectos de la peste. Desde la propia Iglesia Católica (en el Medioevo europeo la epidemia fue considerada como una manifestación de la ira de dios) hasta la medicina (habida cuenta de los límites que la ciencia había demostrado para determinar la etiología del virus y encontrar un tratamiento exitoso). Desde la persecución a los judíos, hasta el ocaso de las dos "almas"del mercantilismo: la genovesa y la veneciana, que hasta entonces se disputaban el liderazgo económico y cultural europeo y que habían operado, acaso sin saberlo, como agentes de propagación de una peste que habría surgido en Crimea, como resultado la disputa militar entre los emprendedores nautas peninsulares y los mongoles.

La peste recién fue superada -en la subjetividad europea- en 1492, cuando las rutas marítimas se ampliaron a la mar océano con la épica colombina y cambiaron la relación de fuerzas del continente. Esa epopeya fue el principio, declarado, de la modernidad y del capitalismo. Fue protagonizado por un hombre que vivió a caballo de la Edad Media y del Renacimiento, un alma genovesa cuya psicología particular era paradójicamente más propia de una cosmovisión teocéntrica que del renacimiento. Pero que debió navegar en las arrolladoras aguas de las transformaciones impuestas más de un siglo antes por la pandemia. Una etapa histórica atroz de la que se derivaron cambios paradigmáticos en toda Europa. Descubrimientos de toda índole, pero también la irrupción de una nueva subjetividad, de un novedoso proceso de individuación.

De la mano de un nuevo modelo de acumulación transoceánico de capital, de los grandes descubrimientos científico y de las florecientes obras de arte, Europa alcanzó por primera vez en la historia la centralidad del mundo conocido. Pero la peste había traído aparejada también otras complejidades que impactaron en la psicología del denominado Viejo Mundo: el racismo -cuyo epicentro se abatiría durante la conquista en Nuestra América-, el antisemitismo, la desconfianza, los crímenes de masa, la pérdida del valor asignado a la vida humana, la consecuente naturalización de las muertes, la avaricia, los prejuicios y los miedos. Para comprender aquellas consecuencias alternativas a la materialidad, Europa echó mano a los historiadores, los sociólogos, los filósofos, los filólogos, los psicólogos, los antropólogos, entre otros expertos. Todas esas producciones fueron posteriores al Medioevo. Es más, muchas de ellas son contemporáneas. Todas aportaron desde algún lugar, incluso de manera fragmentaria. Desde Enrique González Duro hasta Ana Luisa Haindl , desde Enrique Ruiz Domenec o Raymond Klibansky hasta Marc Bloch, por mencionar solamente algunos.

O aprendemos de la historia o sufriremos sus consecuencias. Argentina no va a poder dejar atrás las consecuencias del coronavirus si, una vez conjurada la emergencia, no recurre al auxilio de una multiplicidad de disciplinas que por su naturaleza no operan en la urgencia. Las modificaciones que habrán de producirse en los vínculos interpersonales, en las emociones, en las violencias, en las narrativas dominantes, en la percepción del mundo, en los nuevos dolores que nos habitarán, en los límites de la excepcionalidad, en la relación con el otro, en las marcas que en nuestra subjetividades producirá la pandemia serán demasiado complejas e importantes como para no ser abordadas con una urgencia y una consistencia imprescindibles. Mucho de lo que estará en juego exhibe por ahora una esquiva intangibilidad.