Hubo un tiempo durante el cual los colonizadores pusieron en duda la posibilidad de que los pobladores originarios de América Latina pudieran ser considerados seres humanos. En una etapa histórica posterior, el vasallaje naturalizó una segunda perplejidad, consistente en debatir la existencia de una filosofía indígena, a la que se llegó a negar de plano. Con ella, sobrevino una tercera polémica que se dedicó a poner en cuestión, inclusive, la existencia misma de una filosofía latinoamericana.



Semejante proceso  histórico de cooptación epistemológica consiguió ocultar durante siglos no solamente la naturaleza de un genuino pensamiento americano, sino también la obra de sus pensadores, que fue prácticamente escamoteada del escenario político, intelectual y académico.

El caso de Gûnther Rodolfo Kusch constituye, quizás, un supuesto emblemático del silenciamiento deliberado de un pensamiento nacional, latinoamericanista y emancipatorio.

La obra extraordinariamente prolífica de este antropólogo de profesión que eligió pasar gran parte de su vida en Maimará, en plena Quebrada de Humahuaca, explica el brutal proceso de aculturación sufrido por los pueblos de América Latina. Es frecuente que en cualquier universidad argentina los alumnos y sus profesores conozcan, estudien y debatan a Platón, Aristóteles, Hegel, Kant, Marx y Foucault, pero ignoren olímpicamente a pensadores como este porteño hijo de alemanes nacido en 1922 y  fallecido en 1979.

 Vale la pena, entonces, que comencemos a dedicar algunos tramos de nuestras contribuciones semanales a analizar y revalorizar la obra de uno de los representantes emblemáticos del pensamiento descolonizador. Sobre todo en momentos en que las retóricas reaccionarias vuelven a identificar la potencialidad liberadora de la antigua tríada maldita que congloba indígenas, mujeres y formas de coalición social solidarias, diferenciadas de las que provee el credo institucional formalmente acotado de occidente.

Kusch dedicó gran parte de sus reflexiones, escritos y libros a comprender la naturaleza del pensamiento popular.

El pensamiento popular es, según él, vital, concreto y religioso a la vez, por contraposición al pensamiento citadino que tiende a la abstracción, al consumismo de teorías, al juego de las ideas por las ideas mismas, a un alejamiento irreconciliable de éstas con la realidad objetiva derivada de la dominación imperial.

Un recorrido literario de impresionantes dimensiones le permitió auscultar cuestiones trascendentales, tales como la filosofía indígena, su percepción del mundo, su pensamiento seminal, su economía, su tradición mítica y el rol que la religión jugaba al interior de esas comunidades, entre otros temas.

Analicemos en este primer momento la conceptuación popular que este autor hace de lo religioso.

Empecemos diciendo entonces que el pensamiento de Kusch, su visión de la religiosidad y de la fe permiten establecer claros paralelismos -entre otros- con Enrique Dussel, siempre presente en nuestras crónicas. Sugiero analizar, por ejemplo, su perspectiva en “La fe de los antiguos” (https://www.youtube.com/watch?v=czhAGBauF7U) y, sobre todo, detenernos en las diferencias que establece entre el “ser” (materia de reflexión permanente de la filosofía occidental) y el “estar” (que resume una dimensión propia de la cultura latinoamericana). Un excelente desafío intelectual que exhibe como enclave nodal el principio de alteridad, que implica nada más y nada menos que ponernos en el lugar de un otro que nos interpela. Justo en momentos en que el neoliberalismo pretende que seamos egoístas empresarios exitosos de nosotros mismos.

En Kusch, como dice Graciela Maturo, “lo religioso no es  un campo de trabajo sino el sustrato de una actitud de pensamiento”. “En el estar, meramente estar, la condición humana se topa con una indigencia fundamental y originaria del sujeto; un hambre que va desde lo material hasta lo espiritual. En sus palabras, "desde el pan hasta la divinidad".

Esta aparición de lo divino obliga a aclarar en qué consiste esta categoría y en definitiva "lo religioso” para Kusch. El abordaje religioso de su filosofía se deja ver, explícitamente, en las reiteradas ocasiones que aludea a conceptos tales como "la ira de dios", "emoción mesiánica", "la antigua fe", "enseñanza divina", “caos original", "pensar de salvación", "tiempo de sacrificio", "redención", "lo absoluto", etcétera. Es suficiente, para constatarlo, observar los índices temáticos de sus frondosas obras. Lo primero en lo que habría que reparar, no obstante, es que, en nuestro filósofo, lo religioso no es un objeto de estudio en sí mismo. En este sentido, creemos que no habría en Kusch una filosofía de la religión como disciplina subalterna de la filosofía que toma como objeto específico y aislado el hecho religioso. Si bien es cierto que Kusch se dedica al estudio de rituales y símbolos que llamaríamos, desde una mentalidad occidental, religiosos, en el análisis que hace de los mismos se observa que el autor pretende inscribirlos en un universo de significación más amplio, prescindente de toda fetichización, jerarquización y burocratización religiosa.

Para sostener nuestra afirmación, hay que desentrañar en Kusch el carácter religioso de una de sus categorías principales: el mencionado “estar”. El campo semántico que va construyendo a lo largo de sus obras en torno a la noción -si se quiere estática, profundamente reflexiva e introspectiva- del estar, contiene en sí misma muchos términos y conceptos provenientes de la literatura religiosa, a partir de la cual es posible comprender en su real dimensión la actitud contemplativa vital del indio que “está”, que se escinde del “ser” en cuanto inestabilidad o cambio angustiante, permanente y sacrificial de los sujetos burgueses. Esa sola diferenciación permite entender y revalorizar la quietud, los largos procesos de búsqueda interior, la profunda y cadenciosa espiritualidad del indio. Y a la vez, aventar la simplificación colonizadora, que las asoció sesgadamente a la haraganería, la pereza o a la imposibilidad desvalorada de reproducir un modelo de vida compatible con la cultura individualista del capital. Prejuicio racista que, lamentablemente, subsiste hasta nuestros días.