Por Nora Merlin
En La incertidumbre democrática. Ensayos sobre lo político (2004), Claude Lefort definió a la democracia como el régimen político en el que el poder es considerado un lugar vacío y quienes lo ejercen son simples mortales que lo ocupan temporalmente. Según Lefort, la democracia inaugura el régimen de una sociedad inaprensible donde los hombres experimentan una indeterminación respecto al fundamento del poder, la ley, el saber y las relaciones sociales.
Ese vacío, en tanto indeterminación radical, hace que el sistema de representaciones, la soberanía y los sentidos comunes se sometan permanentemente a la crítica, la interrogación y la prueba, permi- tiendo que una cultura se construya como una invención política singular.
Ahora bien, consideramos que dicho lugar abierto, que puede definirse como la condición democrática, entra en contradicción con el capitalismo en su versión neoliberal. El debilitamiento de los Estados nacionales en simultáneo con el gobierno del mercado, expresiones del triunfo del neoliberalismo, representan una cultura organizada por el imperativo de consumo, que tapona el lugar de la causa −que en la democracia debe perma- necer vacía− para instaurar un sistema cerrado por objetos de consumo en una lógica que bascula entre la falta y el exceso. Esta vertiente esencialista pone en juego una erótica compulsiva con objetos tecnológicos que se adquieren y se desechan a la velocidad del zapping. Se los fetichiza del mismo modo que establecía Marx respecto de la mercancía y su goce en muchos casos sustituye los lazos amorosos entre las personas. Al prescindir del cuerpo del otro para el amor, los vínculos sociales se van deslibidinizando, debilitando, a la vez que se manifiesta el predominio de la pulsión de muerte en la cultura.Opuesto al amor que busca la unión, Thánatos se manifiesta como odio o destrucción que desune, separa, implica ruptura o desintegración y tiende a la disolución de los lazos entre los seres hablantes. Cuando la sociedad se transforma en un sistema que toma consistencia en el odio, surge inevitablemente una excep- ción como su fundamento: el enemigo externo (que puede pertenecer al propio pueblo). Se vuelve imperativo desecharlo por su peligrosidad, alimentando el monstruo de la violencia y de la inseguridad. En otras palabras, la condición del todo neoliberal es la segregación, que se expresa bajo distintas formas de racismo y xenofobia.
Acuñamos la expresión “época del biomercado” para designar al actual comando del mercado y el funcio- namiento “como si” de mecanismos simbólicos debilitados. Postulamos que en sentido estricto éstos no regulan nada, sino que conducen a un sometimiento de la subjetividad a la pulsión de muerte (consumo). El neoliberalismo produce una cultura globalizada, sometida a constantes procesos de homogenización que coexisten con lazos sociales debilitados e incalculables desigualdades, exclusiones y salvajes destituciones de la subjetividad. Los Estados dominados por el mercado se vuelven impotentes en sus funciones principales: asegurar protección, amparo y disminuir la hostilidad entre las personas. Los gobiernos se limitan a gestionar y cumplir órdenes impartidas por el poder financiero sin lograr regular el consumo, la violencia y el odio entre los semejantes. Hoy el mercado va extendiéndose a múltiples expresiones de la cultura: conquistándolo casi todo, se apropia también de los Estados, se disfraza de ley y, en lugar de regular el consumo, lo exige cada vez más; en efecto, funciona como un imperativo, que es vociferado fundamentalmente por los medios de comuni- cación concentrados. Alcanzando el estatuto de ley que rige la época, el mercado transforma a la cultura en una masa de televidentes y consumidores hipnotizados, el tipo de subjetividad característica del neoliberalismo. Un mundo organizado como masa empuja a cada uno a parecerse al otro, a ser lo mismo, a gozar del mismo modo, a la uniformidad. Este modo social excluye al sujeto en su singularidad y forma una igualdad imaginaria, colonizada por el marketing y patologizada por los medios de comunicación. La bestia capitalista conforma un dispositivo de producción de objetos y acumulación de capital que incrementa su poder a costa de la subjeti- vidad. En este funcionamiento de homogeneización que caracteriza a la psicología de las masas, Freud señaló un prolegómeno del totalitarismo.
Es condición de la democracia que la ley, el saber y el poder no funcionen como referentes de certezas. Como dijimos el neoliberalismo forma un sistema cerrado que toma consistencia en las variadas expresiones del odio y el individualismo y no tiene ninguna posibilidad de establecer lazos amorosos, solidarios y amistosos; la cultura se encuentra en riesgo. Desde esta perspectiva, el vínculo entre el capitalismo en su actual forma neoliberal y la democracia se vuelve una relación imposible. En consecuencia, lo que se hace necesario volver a pensar es una relación posible entre ambos términos, la democracia y el capitalismo. En este sentido, creemos pertinente tener en cuenta la teoría del populismo que propone Ernesto Laclau, puesto que ella desesencializa el lugar de la causa y constituye una novedosa construcción política fundamentada en la voluntad popular: la del pueblo como hegemonía y agente nuevo de la democracia.
Ernesto Laclau, en La razón populista (2005), destacó a la hegemonía como un concepto clave para pensar la representación política. La concibió como una construcción que radicaliza la democracia porque está funda- mentada en la voluntad popular, que no privilegia a ningún agente entendido como esencia subyacente (ya sea por su clase social, sentidos o representaciones naturales). La sociedad no es un referente empírico previo sino que se constituye como un orden simbólico, en el que las cadenas discursivas se articulan produciendo significación contextual y relaciones sociales contingentes. Los elementos significativos no poseen una literalidad última ni estable, ya que se producen constantes deslizamientos y superposiciones de sentidos (o sobredeterminaciones). La hegemonía es un concepto solidario de la razón populista, esto es, una lógica política, una iniciativa contingente cuya unidad es la demanda populista, que consiste en un pedido a las instituciones o al Estado. Las demandas diferenciales se articulan y se vuelven equivalentes a partir del establecimiento de un límite, una frontera. Se obtiene de este modo un campo social escindido: una parte, el pueblo, es hegemónica, será metáfora o nombre de la comunidad, sabiendo que el todo y el cierre es imposible y a la vez necesario. El pueblo del populismo será una parcialidad que intente funcionar como totalidad, una sutura que impida el cierre y no permita que las identidades se cristalicen. De allí que la hegemonía que propuso Laclau constituye una nueva concepción de la representación, que no es reductible a la lógica binaria hobbesiana de “representante y representado”. La representación política clásica tiene como corolario la exclusión del afecto y los cuerpos, cuyo efecto es un sujeto invisibilizado, ausente de la vida social y privado de la experiencia política participativa. Las instituciones y aquello que podemos llamar el “esqueleto democrático”, si se muestran indiferentes o dejan de lado al pueblo como construcción soberana, pueden conducir a la muerte de la política, que transforma a la democracia en administración y gestión de expertos.
En cambio las voces, las demandas y las acciones del pueblo permiten que la democracia permanezca viva y no se convierta en letra muerta de un dogma congelado. El pueblo del populismo radicaliza la experiencia democrática y la realiza en función de los intereses nacionales. Esta construcción hegemónica constituye una respuesta posible frente a uno de los problemas que plantea la democracia: cómo construir lo común sin que sea una masa uniforme y homogeneizada. Laclau posibilitó que la categoría “pueblo” pasara de ser entendido como un objeto exterior estudiado por expertos a concebirse como un sujeto, un nuevo agente político que amplía la democracia y la hace posible como práctica de la voluntad popular. Suele afirmarse que la noción de voluntad popular de Jean Jacques Rousseau; desarrollada en su libro El Contrato Social (1762), que dio fundamento a la idea de democracia y reemplazó a la noción de “voluntad del rey”, no es aplicable en la actualidad debido a que el crecimiento demográfico de las ciudades impide el funciona- miento asambleario de la democracia. Pero, a partir de la teoría del populismo de Ernesto Laclau, es posible resignificar los planteos de Rousseau sobre la voluntad general y postular su vigencia en las democracias.
Porque, contrariamente a lo que algunos desde una concepción prejuiciosa sostienen, el populismo está lejos de oponerse a la democracia o de constituir un obstáculo para su buen funcionamiento. Muy por el contrario, el populismo y la democracia se retroalimentan y se precisan mutuamente. Al poner en acto una pluralidad discursiva con desacuerdos, antagonismos y haciendo comparecer a lo imposible, el populismo implica a la democracia y no sería posible sin ella. El pueblo, como nuevo agente político, despliega movimientos discursivos y afectivos, con una voluntad popular que interpela, cuestiona y demanda al Estado y, en consecuencia, radicaliza la democracia. Un Estado que hace oídos sordos al pueblo, tal como sucede en el neoliberalismo, tiende al conservadurismo y al sometimiento a los poderes corporativos imperantes. Sin Estado, un pueblo queda aislado de las instituciones y su política se ve limitada a la mera acción de demandar. Solo la combina- ción entre ambos factores, el pueblo y un Estado dispuesto a escuchar las demandas populares y a actuar en consecuencia, puede ofrecer una perspectiva realista, posible y democrática en la ruta de lo social.
El populismo constituye un experimento soberano de autonomía frente a la civilización global que pretende legislar de manera universal. Es una alternativa política de construir una cultura democrática, libertaria, no sometida a procesos de obediencia, homogenización o uniformidad propias del neoliberalismo, que en sentido estricto funcionan en contra de la democracia.
Freud, S. “Psicología de las masas”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2006, XVIII, 67-196.
Freud, S. “Malestar en la cultura”. En Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2007, XXI, 65-140. Laclau, E. y Chantal Mouffe. “Hegemonía y estrategia socialista”, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica,
2008.
Laclau, E. “La razón populista”, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2008.
Lefort, C. “La incertidumbre democrática. Ensayos sobre lo político”. Edición siglo XXI Méjico, 2004