No lo está, tampoco, en los crímenes de masa que el Estado de Israel está perpetrando en tiempo real contra el pueblo palestino. Increíblemente, la intervención del Alto Comisionado para los DDHH de la Organización de las Naciones Unidas es un reflejo fiel de una caracterización prejuiciosa, estereotipada, profundamente asimétrica, que parte de la idea de la existencia de dos fuerzas en pugna en paridad de condiciones. Parece increíble que, pese al aislamiento internacional en el que se encuentra actualmente Israel, no haya habido una condena de máxima severidad por parte de la ONU respecto de los centenares de muertos y heridos civiles que ocasionan los ataques de uno de los ejércitos más poderosos del mundo frente a una población virtualmente inerme. Las condenas y rechazos de distinta naturaleza e identidad que han exteriorizado una cantidad importante de gobiernos del mundo, organismos de Derechos Humanos, Tribunales de opinión y otrs instituciones humanitarias, no han sido escuchadas todavía por los agresores. Pero lo que verdaderamente debe generar una indudable preocupación, es la inacción en que incurren los organismos institucionales que dicen constituir la “comunidad internacional” y las principales potencias de la tierra, empezando por el gobierno de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. La masacre de Gaza, con este cuadro de situación, se ha transformado en un caso testigo que da cuenta de la necesidad impeiosa de reformular y democratizar las instituciones políticas globales, como forma de prevenir, conjurar y, eventualmente juzgar, los crímenes de los poderosos.
EL SILENCIO DE LOS RESPONSABLES
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