Por Eduardo Luis Aguirre

Toda tragedia humanitaria se entiende, únicamente, si se analizan las causas subyacentes, la construcción previa de subjetividades hostiles, de un sentido común conservador, de un enemigo interno o externo, de retóricas y lógicas binarias e intolerantes.

Desde luego, también deben considerarse la interacción y la relación de distintas fuerzas sociales y políticas, los condicionamientos externos, los intereses económicos y geopolíticos que pugnan por imponer determinadas lógicas discursivas, los diferentes alineamientos y las conductas colectivas como precondición de la instauración de prácticas sociales genocidas. Lo que actualmente denominamos “clima de época” no es otra cosa que una coalición de factores objetivos y subjetivos, internos y externos, individuales y colectivos. El neoliberalismo ha hecho mucho a favor esas pulsiones de muerte construidas en base a estrategias unitivas. Más de 140 millones de muertos –sin contar las guerras- en genocidios durante el siglo pasado y lo que hemos transcurrido del presente, así parecen atestiguarlo.

Vamos a un ejemplo concreto. La masacre perpetrada por la última dictadura cívico militar en la Argentina no se apartó de ese conjunto de pautas, ni tampoco fue original en la puesta en práctica de las mismas.

En ese sentido, resulta prioritario recordar que el genocidio tuvo ejecutores, pero también tuvo ideólogos, partícipes, cómplices y sectores fuertemente aliados al capitalismo internacional que confluyeron como soporte funcional y esencial del exterminio.

Aunque pudiera resultar extraño y paradójico, una población atravesada por la violencia institucional, no alcanzó a representarse el cambio regresivo del paradigma “securitario” ni  advertió que las fuerzas represivas se comportaban como ocupantes en su propio país, y perseguían y masacraban a sus propios nacionales.

Ahora bien, frente a esa realidad histórica, resulta ineludible intentar entender las representaciones que los perpetradores construyeron en el plano cultural y propagandístico como forma de justificación y legitimación de los actos propios. Los mensajes, las palabras, la propaganda, la prédica de grandes medios de comunicación adquirieron un rol fundamental en la perpetración de crímenes contra la humanidad.

a) Pocos recuerdan, por ejemplo, que en el año 1977, el Ministro de Educación de la dictadura distribuyó un folleto titulado “Subversión en el ámbito educativo”. En dicho documento, consideraba como parte de la “acción enemiga” a “la notoria ofensiva en el área de la literatura infantil que se propone emitir un tipo de mensaje que parta del niño y que le permita auto-educarse sobre la base de la libertad y la alternativa”[1]. En el mismo folleto oficial se sostiene “que las editoriales marxistas pretenden ofrecer libros que acompañen al niño en su lucha por penetrar en el mundo de las cosas y de los adultos que lo ayuden a no tener miedo a la libertad, que lo ayuden a querer, a pelear, a afirmar su ser, a defender su yo contra el yo que muchas veces le quieren imponer padres e instituciones, consciente o inconscientemente víctimas a su vez de un sistema que los plasmó o los trató de hacer a su imagen y semejanza”[2].

b)   En otro nivel educativo, pueden evocarse las palabras de un miembro de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, para definir el concepto de “subversivo”: “subversivos no son solamente aquellos que asesinan con las armas o privan de libertad individual o medran a través de esos procedimientos, sino también los que desde otras posiciones infiltran en la sociedad ideas contrarias a la filosofía política que el Proceso de Reorganización Nacional ha definido como pautas o juicio de valor para su acción”[3]. O sea, la legitimación lisa y llana de un enemigo interno y la habilitación de su aniquilamiento por el sólo hecho de pensar distinto.

c) No es necesario mencionar o reiterar de qué manera los crímenes de la dictadura eran exhibidos como "enfrentamientos" en muchos medios de comunicación.

d) Hay autores que afirman, incluso, que hasta algunas revistas infantiles, de gran tirada y una existencia continua en la historia moderna Argentina, cumplieron un rol de producto cultural hegemónico para restaurar los valores tradicionales (familia, símbolos, imágenes), simplificando una historia sacralizada y fundamentalmente bélica, y afirmando la idea de una soberanía nacional siempre acechada, en clara concordancia con los discursos de la dictadura (4).


e) La sensación abrumadora era que nada podía leerse en la Argentina, porque la mayoría de las publicaciones (al igual que los programas radiales y televisivos) tendían a convalidar y legitimar al gobierno militar, a través de impostaciones, falacias y una subliminalidad de las prédicas no siempre fáciles de detectar para los consumidores poco avisados, que no eran pocos, por cierto.

La relación entre masacre y propaganda en la Argentina puede analizarse en paralelo con el genocidio de Ruanda. Éste fue el primer crimen de masa en el que se ha probado (judicialmente) la participación de “periodistas” y empresarios de  medios de comunicación en el aniquilamiento[5]. Más allá de la mayor o menor sutileza en el manejo del lenguaje, las metáforas o los mensajes, los niveles de participación y complicidad guardan una similitud estremecedora con la experiencia argentina reciente y alertan sobre las consecuencias de las pulsiones antagónicas.

El genocidio ruandés -producto del histórico recélelo entre hutus y tutsis- fue, como el argentino, un “autogenocidio” derivado de la construcción exacerbada de un enemigo interno. Víctimas y victimarios eran parte de un mismo pueblo.

La difusión de la propaganda antitutsi fue sistemática, continua, feroz y alcanzó ribetes increíbles de agresividad y racismo. Además de instalar el miedo respecto de una supuesta campaña militar de los “altos”, que eran denigrados con apelativos discriminatorios, estimulaba el odio hacia este grupo social y mistificaba sobre los supuestos peligros que el mismo deparaba a la mayoría de la población.

Estas operaciones psicológicas prepararon el terreno para el ataque, mientras se iba consiguiendo la aceptación de buena parte de la sociedad. Los futuros participantes en las misiones de exterminio, recibían un constante repiqueteo ideológico que debe ser contextualizado previamente para poder alcanzar una dimensión de su influencia.

En ese marco de referencia hay que valorizar la influencia de los medios de comunicación en poder de los hutus: (a) la radiodifusora estatal Ruanda; b) la difusora privada RTLM (Radio Televisión Libre del Milles Colines); c) la revista Kangura) y la penetración ideológica que los mismos fueron capaces de causar en la población.

La catástrofe sobrevino con un grado de inclemencia inconcebible. Centenares de miles de muertos, entre 250.000 y 500.000 violaciones, reiteradas tantas veces hasta que las víctimas  murieran , o con el objetivo explícito de transmitirles enfermedades incurables, mutilarlas horriblemente o enterrarlas finalmente en fosas comunes.

El genocidio de Ruanda reconoció -como describe Daniel Feierstein- los habituales momentos de una primera construcción negativa de la otredad, adjudicando a los enemigos la condición de portadores de todos los males (raciales, culturales, físicos); una segunda fase de hostigamiento, que en el caso de Ruanda se confunde con ejercicios preparatorios que incluyeron multitudinarias matanzas; luego un aislamiento de las futuras víctimas que no pudieran huir a tiempo o prever la magnitud del ataque que se urdía; un cuarto momento de resquebrajamiento sistemático, físico y psíquico, deteriorando las condiciones de existencia antagónica; luego, el aniquilamiento material y, finalmente, la “realización simbólica” de las prácticas genocidas; esto es, lo que concierne a los modos de representar y narrar la materialidad de la experiencia.


[1]Feierstein, Daniel: “Genocidio. La administración de la muerte en la modernidad”, Editorial Eduntref, Buenos Aires, 2005, p. 61. En realidad, la supuesta prédica marxista que se cree ver en esa literatura infantil, al menos como se la plantea, no constituye sino una mirada liberal destinada a valorar positivamente el sentido de la libertad de pensamiento por parte de los lectores.



[2] Feierstein, Daniel: “Genocidio. La administración de la muerte en la modernidad”, Editorial Eduntref, Buenos Aires, 2005, p. 61.



[3]  Feierstein, Daniel: “Genocidio. La administración de la muerte en la modernidad”, Editorial Eduntref, Buenos Aires, 2005, p. 61. La afirmación de este personaje resume la “ideología” de la dictadura militar: el subversivo es el distinto. Él es el “enemigo” que atenta contra una supuesta prosapia y una concepción del mundo en cuyo nombre estaba permitido secuestrar,  torturar, asesinar, hacer desaparecer a miles de personas, apropiarse de sus hijos y de sus bienes.



[4] Guitelman, Paula: “La infancia en dictadura. Modernidad y conservadurismo en el mundo de Billiken”, Editorial Prometeo, Buenos Aires, 2006.



[5]Dadrian, Vahakn N.: “Configuración de los genocidios del siglo veinte. Los casos armenios, judío y ruandés”, en Feierstein, Daniel (compilador): “Genocidio. La administración de la muerte en la modernidad”, Editorial Eduntref, Buenos Aires, 2005, p. 115.

Notas: el artículo se basa en un fragmento de la investigación "Genocidio y delitos de lesa humanidad", mediante la cual el autor accediera al doctorado cum laude en Derecho por la Universidad de Sevilla (2012).

A quienes pudieran estar interesados en reflexionar sobre el tema del rol de los medios de comunicación en el genocidio de Ruanda, sugerimos  también el artículo de Daniela Celeste Ambrosi: "Genocidio en Ruanda.El rol de Occidente y los medios de comunicación en la producción local de los acontecimientos y las prácticas de ocultamiento en la representación global " (disponible en http://publicaciones.sociales.uba.ar/index.php/CS/article/viewFile/1807/1539).