Por Francisco Bompadre


HOWARD BECKER escribe en el año 1963 el libro central sobre la Teoría del Etiquetamiento o Labelling Approuch: Outsiders. Hacia una sociología de la desviación, donde describe la vida de los músicos de jazz y de los fumadores de marihuana. Si bien el mismo autor reconoce que su texto no inició el camino en este tipo de interpretaciones en torno a la reacción social del delito, sí acepta es el libro de mayor prestigio en este campo. En efecto, tanto EDWIN LEMERT en 1951, como FRANK TANNENBAUM en el año1938, ya habían publicado ideas similares a las de Outsiders. Incluso, podemos identificar el viejo teorema de WILLIAM THOMAS (la profecía autocumplida) de 1928, como premisa estructurante de todo el libro:
Las situaciones que los hombres definen como reales, tienen consecuencias reales” (BECKER, 2009:14). Sobre estos antecedentes es que Outsiders cambia para siempre la mirada acerca del delito y las respuestas que genera en el resto de la sociedad. Si hasta ahora se sostenía que el control social era una respuesta a la desviación/delito, ahora, por el contrario, se establece que el propio control social es el que genera o produce la desviación/delito. De allí que se vuelve fundamental estudiar a los agentes del control del delito: policías, jueces, psiquiatras, trabajadores sociales, penitenciarios, etc. (LARRAURI, 1991:28).

En el libro anteriormente referido, BECKER estudia el proceso de desviación de un sujeto, y pone en cuestión el postulado –derivado del “sentido común” instaurado por el positivismo criminológico– de que exista algo inherente a la desviación (cualitativamente distintivo) en el acto de transgresión de las reglas sociales; e incluso, cuestiona también la idea acerca de que el sujeto infractor de la norma social posee algún tipo de características en su personalidad que lo impulsa inevitablemente a realizar este tipo de acciones (2009: 23). BECKER desecha –por considerarlas limitadas– las definiciones de “desviación” desde el punto de vista estadístico (entendiendo por tal aquello que se aparta demasiado del promedio) y aquella que la considera una enfermedad abordándola desde una mirada patológica, la llamada analogía médica (2009: 24).



BECKER nos previene acerca de los numerosos grupos que conforman nuestras sociedades actuales, muy heterogéneas, y nos recuerda además que cada uno de estos posee sus propias reglas. Sostiene que cuando nos preguntamos por el sujeto que rompe las normas sociales e indagamos sobre su personalidad y los motivos que lo llevaron a cometer ese acto –buscando que den cuenta del acto realizado–, estamos presumiendo que estos sujetos constituyen una categoría homogénea, pues consideramos que han cometido el mismo acto desviado. Y ante esta situación nuestro autor nos brinda una de sus tesis más importantes: la desviación es creada por la sociedad como consecuencia de su propia respuesta a las acciones del sujeto (2009: 28).

En efecto, expresa BECKER que:
[…] los grupos sociales crean la desviación al establecer las normas cuya infracción constituye una desviación y al aplicar esas normas a personas en particular y etiquetarlas como marginales. Desde este punto de vista, la desviación no es una cualidad de acto que la persona comete, sino una consecuencia de la aplicación de reglas y sanciones sobre el “infractor” a manos de terceros. Es desviado quien ha sido exitosamente etiquetado como tal, y el comportamiento desviado es el comportamiento que la gente etiqueta como tal (2009: 28, subrayado en el original).

Que un acto sea entonces desviado o no lo sea, depende de la forma en que los otros reaccionan ante él. Y ésta respuesta de los otros, la reacción social frente al acto, debe ser considerada como parte del problema. Por el solo hecho que el sujeto cometa una infracción a la regla no se desencadena necesariamente un proceso de desviación exitoso, e incluso puede darse el caso de que sin cometer ninguna infracción el sujeto termine siendo exitosamente rotulado como desviado. Por ello la desviación no es una cualidad presente en determinados tipos de comportamientos y ausentes en otros, sino que se trata en todo caso, del producto de un proceso que involucra la respuesta de los otros (BECKER, 2009: 31, 33 y 39). 
BECKER sostiene que la respuesta de la gente frente a un acto considerado como desviado varía enormemente, por ejemplo entre otras:
1) La variación del tiempo es digna de tenerse en cuenta, dado que el sujeto que ha realizado un acto desviado en cierto momento puede en otro momento recibir un trato diferente por la comisión del mismo hecho (se trataría de los llamados “embates” frente a ciertos comportamientos), y
2) La intensidad con que un acto será tratado como desviado dependerá también de quién es el sujeto que lo comete y a quién perjudica con la realización del mismo, a pesar de que se trate de la misma infracción (las reglas suelen ser aplicadas con más fuerzas sobre determinadas personas que sobre otras: el caso paradigmático es la aplicación de procesos legales contra los jóvenes pobres y negros en relación a los blancos de clase alta o media) (2009: 31-33). 

Como decíamos al principio, las reglas sociales son creación de grupos sociales determinados. Nuestras sociedades actuales no son organizaciones simples, por el contrario, “están altamente diferenciadas en franjas de clase social y en franjas étnicas, ocupacionales y culturales. Estos grupos no necesariamente comparten siempre las mismas reglas, de hecho, no lo hacen” (BECKER, 2009: 34). Y de aquí se desprende el desacuerdo acerca del tipo de comportamiento adecuado según la clase de situación que se trate, porque las normas de los diversos grupos entran en conflicto y se contraponen unas a otras. Y sostiene BECKER que: “la persona puede sentir que la juzgan de acuerdo a normas en cuya factura no participó y con las que no está de acuerdo: reglas que le son impuestas desde afuera por marginales” (2009: 35). En este punto aparece otra caracterización importante en el esquema beckeriano. En efecto, no todo el mundo está todo el tiempo haciendo cumplir las reglas que considera que se han violado. Por el contrario, HOWARD BECKER expresa que:
Sólo quienes efectivamente forman parte de un grupo pueden tener interés en hacer e imponer ciertas reglas. Si un judío ortodoxo desobedece las normas del kosher, sólo otro judío ortodoxo lo considerará una transgresión. Los cristianos y los judíos no ortodoxos no lo verían como una desviación de la norma y no tendrían interés en interferir […] La cuestión de hasta dónde está dispuesto a llegar un grupo que intenta imponer sus reglas sobre otros grupos de la sociedad nos plantea un problema diferente: ¿quién puede, de hecho, obligar a otros a aceptar sus reglas y cuáles serían las razones de su éxito? Ésta es, por supuesto, una cuestión de poder político y económico (2009: 35 y 36; subrayado personal).


Las diferencias de poder (legal y/o extralegal) y las distinciones de edad, sexo, etnia y clase explican el grado y la capacidad que tiene cada grupo de crear e imponer sus reglas a otros grupos sociales, como parte del proceso político de toda sociedad (BECKER, 2009: 37).

BECKER señala que en muchas ocasiones el primer paso en una carrera desviada es la realización de un acto de inconformismo, y que la mayoría de la gente considera que este tipo de actos son intencionales y a propósito, y que si bien la intención puede ser plenamente consciente o no, siempre existe un motivo detrás del accionar. Aquí nuestro autor nos vuelve a llamar la atención cuando nos aclara: “debo señalar que muchos actos de inconformismo son cometidos por gente que no tenía la menor intención de hacerlo” (2009: 45). Y agrega que las personas integrantes de ciertas subculturas pueden llegar a ignorar que no todos actúan “de esa manera” y por ende, incurrir en la falta (ibid.). Pero también nos aclara BECKER que “la persona que se desvía de la norma una vez no nos interesa tanto como quien mantiene un patrón de comportamiento desviado durante un período largo de tiempo, quien hace de la desviación un modo de vida, quién organiza su identidad alrededor de un patrón de comportamiento desviado” (2009: 49; subrayado personal). Y nos señala que uno de los pasos cruciales en ese camino es la experiencia de haber sido identificado y etiquetado públicamente como desviado: “Que la persona transite por esa experiencia no depende tanto de lo que haga o deje de hacer sino de la reacción de los demás, de si deciden o no aplicar la ley que se ha violado” (2009: 50, subrayado propio).

Para BECKER, una vez que el sujeto es descubierto y etiquetado como desviado tendrá importantes repercusiones en la imagen que se hacen las personas sobre sí mismas y en su futura vida social: pasa a adquirir un nuevo status, que revela que es diferente a los que se suponía que era, a partir de ahora será una “loca”, o un “fumón”, o bien un “adicto”, y se lo va a tratar acorde a este status maestro, es decir, un status que tiene más fuerza que los demás, que se convierte en dominante y que conlleva toda una serie de rasgos indeseables asociados (2009: 51-52). Y BECKER sostiene que a partir del etiquetamiento comienza entonces la profecía autocumplida en el sujeto desviado, proceso en el cual se ponen en vigencia una serie de mecanismos que terminan dándole forma a la imagen que el resto tiene del sujeto desviado: el individuo identificado tiende a aislarse de las actividades convencionales para finalmente integrarse a un grupo desviado organizado. A partir de allí, pasan a tener en común la desviación y se solidifica la identidad desviada, aprendiendo a racionalizar su conducta y a justificar racionalmente la línea de acción tomada (2009: 56-57).       

Respecto al grupo creador y aplicador de las normas, BECKER señala que la aplicación de una norma requiere iniciativa para castigar al culpable (de la infracción); además de esto, el grupo con iniciativa debe hacer pública la infracción al resto, dando la voz de alarma; y esta voz de alarma surge cuando el grupo ve algún tipo de beneficio en dar la alerta, siendo ese interés personal el que los lleva a tomar la iniciativa; por último, sostiene BECKER que “el tipo de interés personal que desencadena la aplicación de la norma varía de acuerdo a la complejidad de la situación en la que es aplicada” (2009: 142). BECKER sostiene que el prototipo del creador de normas es el cruzado reformista, al que le interesan los contenidos de las normas: las reglas existentes no lo satisfacen porque existe un mal que lo perturba profundamente y el mundo no va a estar bien hasta que las normas o puedan corregir. El cruzado opera sobre una ética absoluta, y lo que ve en el mundo es malo, sin matices; e incluso utilizaría cualquier medio para eliminar ese mal. Los cruzados reformistas se creen generalmente superiores en términos morales, pertenecen a los niveles más altos de la estructura social y consideran que su misión es sagrada, aunque muchos de ellos tienen un fuerte sesgo humanitario. Asimismo, el cruzado no suele ocuparse de la elaboración de las normas legales; delega en otros su implementación satisfecho con saber que ya está ganada la partida (2009: 167-171). Sin embargo, como bien expresa BECKER sobre el asunto, al dejar la elaboración de una norma específica en otras manos, los cruzados morales “dejan la puerta abierta a influencias impredecibles. Pues quienes redactan los borradores de las leyes para los cruzados también tienen intereses propios, que pueden afectar la legislación que están elaborando” (2009: 171-172).      

La consecuencia más obvia de una cruzada exitosa es la creación de una nueva norma (aunque puede darse el supuesto de que fracase estrepitosamente), al tiempo que supone entonces un nuevo conjunto de agencias y funcionarios para su aplicación: “el resultado final de una cruzada moral es la creación de una fuerza policial” (BECKER, 2009: 175). Y con ella, un nuevo grupo de marginales para etiquetar. Sin embargo, la actitud de la policía, necesariamente selectiva si consideramos la cantidad de violaciones normativas a las que debería conjurar y los medios disponibles que tiene a su mano para realizar su trabajo, puede poner en jaque el sentido original de quienes iniciaron la cruzada moral: la policía se va a fijar prioridades en su tarea, ocupándose de los caso más importantes y urgentes, y además carece del ingenuo fervor moral de los cruzados. En resumidas palabras, la escala de prioridades del agente policial puede diferir notoriamente de las de los cruzados morales. Y es aquí justamente donde el cruzado moral puede volver con su tarea sosteniendo que el resultado de la última cruzada no ha sido satisfactorio (BECKER, 2009: 175-181). También habría que decir, por otro lado, que a veces el sujeto infractor logra evitar el proceso exitoso de etiquetamiento. No obstante, es sólo a modo de comentario, dado que la parte más interesante del modelo beckeriano se aprecia justamente cuando la reacción social logra su cometido.


Críticas a la Teoría del Etiquetamiento.
Muchas fueron las críticas a la teoría del etiquetamiento: la falta del lugar (central) del Estado en el proceso de reacción social, o del poder y la estructura social; la ausencia de investigaciones en delitos con víctimas (se analizó más que nada al fumador de marihuana, el músico nocturno de jazz, la persecución a las brujas, la homosexualidad, la prostitución, etc.); la falta de especificidad acerca de si todos los delitos son producto de la reacción social; la toma de posición de acuerdo al sujeto investigado (¿qué sucedería si se estudiase el delito de cuello blanco o la desviación de los poderosos?); la reafirmación de los estereotipos al estudiar las desviaciones típicas; no habría ningún efecto positivo en el control social (no hay prevención delictiva nunca); etc. Pero quizás la crítica más feroz a la interpretación de estos autores provino de parte de ELLIOTT CURRIE, quién les criticaba la concepción del desviado como “siempre bueno, siempre es un luchador rebelde, no importa cuán inarticulada, ininteligible y equívoca sea su forma de protesta”, y sobre todo la crítica que apuntaba a la imposibilidad de aplicar esta categoría a los delincuentes de “cuello blanco”, quienes no se rebelan ante el sistema sino que en todo caso se benefician del mismo (LARRAURI, 1991: 126).



Bibliografía


BECKER, Howard (1963). Outsiders. Hacia una sociología de la desviación. Buenos Aires: Siglo XXI, 2009.
LARRAURI, Elena (1991). La herencia de la criminología crítica. Madrid: Siglo XXI.

TAYLOR, Ian, WALTON, Paul y YOUNG, Jock (2001). La nueva criminología. Contribuciones a una teoría social de la conducta desviada. Buenos Aires: Amorrortu.