Por Francisco Bompadre
“Las
situaciones que los hombres definen como reales, tienen consecuencias reales”
(BECKER, 2009:14). Sobre estos antecedentes es que Outsiders cambia para
siempre la mirada acerca del delito y las respuestas que genera en el resto de
la sociedad. Si hasta ahora se sostenía que el control social era una respuesta
a la desviación/delito, ahora, por el contrario, se establece que el propio
control social es el que genera o produce la desviación/delito. De allí que se
vuelve fundamental estudiar a los agentes del control del delito: policías,
jueces, psiquiatras, trabajadores sociales, penitenciarios, etc. (LARRAURI,
1991:28).
En el libro
anteriormente referido, BECKER estudia
el proceso de desviación de un sujeto,
y pone en cuestión el postulado –derivado del “sentido común” instaurado por el
positivismo criminológico– de que exista algo inherente a la desviación
(cualitativamente distintivo) en el acto de transgresión de las reglas
sociales; e incluso, cuestiona también la idea acerca de que el sujeto
infractor de la norma social posee algún tipo de características en su
personalidad que lo impulsa inevitablemente a realizar este tipo de acciones
(2009: 23). BECKER desecha –por considerarlas
limitadas– las definiciones de “desviación” desde el punto de vista estadístico
(entendiendo por tal aquello que se aparta demasiado del promedio) y aquella
que la considera una enfermedad abordándola desde una mirada patológica, la
llamada analogía médica (2009: 24).
BECKER
nos previene acerca de los numerosos grupos que conforman nuestras sociedades
actuales, muy heterogéneas, y nos recuerda además que cada uno de estos posee
sus propias reglas. Sostiene que cuando nos preguntamos por el sujeto que rompe
las normas sociales e indagamos sobre su personalidad y los motivos que lo
llevaron a cometer ese acto –buscando que den cuenta del acto realizado–,
estamos presumiendo que estos sujetos constituyen una categoría homogénea, pues
consideramos que han cometido el mismo acto desviado. Y ante esta situación
nuestro autor nos brinda una de sus tesis más importantes: la desviación es creada por la
sociedad como consecuencia de su propia respuesta a las acciones del sujeto
(2009: 28).
En efecto, expresa BECKER
que:
[…] los
grupos sociales crean la desviación al establecer las normas cuya infracción
constituye una desviación y al aplicar esas normas a personas en
particular y etiquetarlas como marginales. Desde este punto de vista, la
desviación no es una cualidad de acto que la persona comete, sino una
consecuencia de la aplicación de reglas y sanciones sobre el “infractor” a
manos de terceros. Es desviado quien ha sido exitosamente etiquetado como tal,
y el comportamiento desviado es el comportamiento que la gente etiqueta como
tal (2009: 28, subrayado en el original).
Que un acto sea entonces desviado o no lo sea, depende de la forma en que los
otros reaccionan ante él. Y ésta respuesta de los otros, la reacción
social frente al acto, debe ser considerada como parte del problema. Por el
solo hecho que el sujeto cometa una infracción a la regla no se desencadena
necesariamente un proceso de desviación exitoso, e incluso puede darse el caso
de que sin cometer ninguna infracción el sujeto termine siendo exitosamente
rotulado como desviado. Por ello la desviación no es una cualidad presente en
determinados tipos de comportamientos y ausentes en otros, sino que se trata en
todo caso, del producto de un proceso
que involucra la respuesta de los otros (BECKER, 2009: 31, 33 y
39).
BECKER
sostiene que la respuesta de la gente
frente a un acto considerado como desviado varía enormemente, por ejemplo
entre otras:
1)
La variación del tiempo es digna de
tenerse en cuenta, dado que el sujeto que ha realizado un acto desviado en
cierto momento puede en otro momento recibir un trato diferente por la comisión
del mismo hecho (se trataría de los llamados “embates” frente a ciertos
comportamientos), y
2)
La intensidad con que un acto será tratado como desviado dependerá también de quién es el sujeto que lo comete y a quién
perjudica con la realización del mismo, a pesar de que se trate de la misma
infracción (las reglas suelen ser aplicadas con más fuerzas sobre determinadas
personas que sobre otras: el caso paradigmático es la aplicación de procesos
legales contra los jóvenes pobres y negros en relación a los blancos de clase
alta o media) (2009: 31-33).
Como decíamos al principio, las reglas sociales son creación de grupos
sociales determinados. Nuestras sociedades actuales no son organizaciones
simples, por el contrario, “están altamente diferenciadas en franjas de clase
social y en franjas étnicas, ocupacionales y culturales. Estos grupos no
necesariamente comparten siempre las mismas reglas, de hecho, no lo hacen”
(BECKER, 2009: 34). Y de aquí se desprende el desacuerdo acerca del tipo de
comportamiento adecuado según la clase de situación que se trate, porque las
normas de los diversos grupos entran en conflicto y se contraponen unas a
otras. Y sostiene BECKER que: “la
persona puede sentir que la juzgan de acuerdo a normas en cuya factura no
participó y con las que no está de acuerdo: reglas que le son impuestas desde
afuera por marginales” (2009: 35). En este punto aparece otra caracterización
importante en el esquema beckeriano. En efecto, no todo el mundo está todo el
tiempo haciendo cumplir las reglas que considera que se han violado. Por el
contrario, HOWARD BECKER expresa
que:
Sólo
quienes efectivamente forman parte de un grupo pueden tener interés en hacer e
imponer ciertas reglas. Si un judío ortodoxo desobedece las normas del kosher, sólo otro judío ortodoxo lo
considerará una transgresión. Los cristianos y los judíos no ortodoxos no lo
verían como una desviación de la norma y no tendrían interés en interferir […]
La cuestión de hasta dónde está dispuesto a llegar un grupo que intenta imponer
sus reglas sobre otros grupos de la sociedad nos plantea un problema diferente:
¿quién
puede, de hecho, obligar a otros a aceptar sus reglas y cuáles serían las
razones de su éxito? Ésta es, por supuesto, una cuestión de poder político y
económico (2009: 35 y 36; subrayado personal).
Las diferencias de poder (legal y/o extralegal) y las distinciones de
edad, sexo, etnia y clase explican el grado y la capacidad que tiene cada grupo
de crear e imponer sus reglas a otros grupos sociales, como parte del proceso
político de toda sociedad (BECKER, 2009: 37).
BECKER
señala que en muchas ocasiones el primer paso en una carrera desviada es la
realización de un acto de inconformismo, y que la mayoría de la gente considera que este tipo de actos son
intencionales y a propósito, y que si bien la intención puede ser plenamente
consciente o no, siempre existe un motivo
detrás del accionar. Aquí nuestro autor nos vuelve a llamar la atención
cuando nos aclara: “debo señalar que muchos actos de inconformismo son
cometidos por gente que no tenía la menor intención de hacerlo” (2009: 45). Y
agrega que las personas integrantes de ciertas subculturas pueden llegar a
ignorar que no todos actúan “de esa manera” y por ende, incurrir en la falta (ibid.). Pero también nos aclara BECKER que “la persona que se desvía de
la norma una vez no nos interesa tanto como quien mantiene un patrón de
comportamiento desviado durante un período largo de tiempo, quien
hace de la desviación un modo de vida, quién organiza su identidad alrededor de
un patrón de comportamiento desviado” (2009: 49; subrayado personal). Y
nos señala que uno de los pasos cruciales en ese camino es la experiencia de
haber sido identificado y etiquetado públicamente como desviado: “Que la
persona transite por esa experiencia no depende tanto de lo que haga o deje de
hacer sino de la reacción de los demás, de si deciden o no aplicar la
ley que se ha violado” (2009: 50, subrayado propio).
Para BECKER, una vez que el
sujeto es descubierto y etiquetado como desviado tendrá importantes
repercusiones en la imagen que se hacen las personas sobre sí mismas y en su
futura vida social: pasa a adquirir un nuevo status, que revela que es diferente a
los que se suponía que era, a partir de ahora será una “loca”, o un “fumón”, o
bien un “adicto”, y se lo va a tratar acorde a este status maestro, es decir,
un status que tiene más fuerza que los demás, que se convierte en dominante y
que conlleva toda una serie de rasgos indeseables asociados (2009: 51-52). Y BECKER sostiene que a partir del
etiquetamiento comienza entonces la profecía autocumplida en el sujeto
desviado, proceso en el cual se ponen en vigencia una serie de mecanismos que
terminan dándole forma a la imagen que el resto tiene del sujeto desviado: el
individuo identificado tiende a aislarse de las actividades convencionales para
finalmente integrarse a un grupo desviado organizado. A partir
de allí, pasan a tener en común la desviación y se solidifica la identidad
desviada, aprendiendo a racionalizar su conducta y a justificar racionalmente
la línea de acción tomada (2009: 56-57).
Respecto al grupo creador y aplicador de las normas, BECKER señala que la aplicación de una norma
requiere iniciativa para castigar al culpable (de la infracción);
además de esto, el grupo con iniciativa debe hacer pública la infracción al
resto, dando la voz de alarma; y esta voz de alarma surge cuando el grupo ve
algún tipo de beneficio en dar la alerta, siendo ese interés personal el que
los lleva a tomar la iniciativa; por último, sostiene BECKER que “el tipo de interés personal que desencadena la
aplicación de la norma varía de acuerdo a la complejidad de la situación en la
que es aplicada” (2009: 142). BECKER sostiene
que el prototipo del creador de normas es el cruzado reformista, al que le
interesan los contenidos de las normas: las reglas existentes no lo satisfacen
porque existe un mal que lo perturba profundamente y el mundo no va a estar
bien hasta que las normas o puedan corregir. El cruzado opera sobre una ética
absoluta, y lo que ve en el mundo es malo, sin matices; e incluso utilizaría
cualquier medio para eliminar ese mal. Los cruzados reformistas se creen
generalmente superiores en términos morales, pertenecen a los niveles más altos
de la estructura social y consideran que su misión es sagrada, aunque muchos de
ellos tienen un fuerte sesgo humanitario. Asimismo, el cruzado no suele
ocuparse de la elaboración de las normas legales; delega en otros su implementación
satisfecho con saber que ya está ganada la partida (2009: 167-171). Sin
embargo, como bien expresa BECKER
sobre el asunto, al dejar la elaboración de una norma específica en otras
manos, los cruzados morales “dejan la puerta abierta a influencias impredecibles.
Pues quienes redactan los borradores de las leyes para los cruzados también
tienen intereses propios, que pueden afectar la legislación que están
elaborando” (2009: 171-172).
La consecuencia más obvia de una cruzada exitosa es la creación de una
nueva norma (aunque puede darse el supuesto de que fracase estrepitosamente),
al tiempo que supone entonces un nuevo conjunto de agencias y funcionarios para
su aplicación: “el resultado final de una cruzada moral es la creación de una
fuerza policial” (BECKER, 2009: 175). Y con ella, un nuevo grupo de marginales
para etiquetar. Sin embargo, la actitud de la policía, necesariamente
selectiva si consideramos la cantidad de violaciones normativas a las que
debería conjurar y los medios disponibles que tiene a su mano para realizar su
trabajo, puede poner en jaque el sentido original de quienes iniciaron la
cruzada moral: la policía se
va a fijar prioridades en su tarea, ocupándose de los caso más importantes y
urgentes, y además carece del ingenuo fervor moral de los cruzados. En
resumidas palabras, la escala de prioridades del agente policial puede diferir
notoriamente de las de los cruzados morales. Y es aquí justamente donde el
cruzado moral puede volver con su tarea sosteniendo que el resultado de la
última cruzada no ha sido satisfactorio (BECKER, 2009: 175-181). También habría
que decir, por otro lado, que a veces el sujeto infractor logra evitar el
proceso exitoso de etiquetamiento. No obstante, es sólo a modo de
comentario, dado que la parte más interesante del modelo beckeriano se aprecia
justamente cuando la reacción social logra su cometido.
Críticas a
la Teoría del Etiquetamiento.
Muchas fueron las críticas a la teoría del etiquetamiento: la falta
del lugar (central) del Estado en el proceso de reacción social, o del poder y
la estructura social; la ausencia de investigaciones en delitos con víctimas
(se analizó más que nada al fumador de marihuana, el músico nocturno de jazz,
la persecución a las brujas, la homosexualidad, la prostitución, etc.); la
falta de especificidad acerca de si todos los delitos son producto de la
reacción social; la toma de posición de acuerdo al sujeto investigado (¿qué
sucedería si se estudiase el delito de cuello blanco o la desviación de los
poderosos?); la reafirmación de los estereotipos al estudiar las desviaciones
típicas; no habría ningún efecto positivo en el control social (no hay
prevención delictiva nunca); etc. Pero quizás la crítica
más feroz a la interpretación de estos autores provino de parte de ELLIOTT CURRIE, quién les criticaba la
concepción del desviado como “siempre bueno, siempre es un luchador rebelde, no
importa cuán inarticulada, ininteligible y equívoca sea su forma de protesta”,
y sobre todo la crítica que apuntaba a la imposibilidad de aplicar esta categoría
a los delincuentes de “cuello blanco”, quienes no se rebelan ante el sistema
sino que en todo caso se benefician del mismo (LARRAURI, 1991: 126).
Bibliografía
BECKER,
Howard (1963). Outsiders. Hacia una
sociología de la desviación. Buenos Aires: Siglo XXI, 2009.
LARRAURI,
Elena (1991). La herencia de la
criminología crítica. Madrid: Siglo XXI.
TAYLOR, Ian, WALTON, Paul
y YOUNG, Jock (2001). La nueva
criminología. Contribuciones a una teoría social de la conducta desviada. Buenos
Aires: Amorrortu.