Por Francisco Bompadre.
Richard CLOWARD propone la fusión de dos
grandes tradiciones sociológicas en torno al problema de la desviación: la
primera es la que abreva en la “teoría de la anomia” iniciada por Emile
DURKHEIM y continuada por Robert MERTON; y la segunda, denominada “transmisión
cultural” o “asociación diferencial”, ilustrada fundamentalmente por los
aportes de Clifford SHAW, Henry McKAY y Edwin SUTHERLAND (2008: 139). El
concepto clave que aporta CLOWARD es la variable que el autor denomina “disponibilidad
diferencial en el acceso a los medios ilegítimos”, entendiendo por tales a
aquellos proscriptos por las buenas
costumbres y que exceden a los comportamientos ilegales (2008: 140,
subrayado en el original). En efecto, expresa con mucha claridad CLOWARD que si los medios legítimos no están
disponibles para todos los individuos en igualdad de condiciones y se hallan
diferencialmente distribuidos en la estructura social, algo similar sucede con
el acceso a los “medios ilegítimos”:
[…] Como si el
individuo, al observar que “no puede hacerlo legítimamente”, simplemente se
volcaráhacia los medios ilegítimos que se encuentran al alcance de la mano, sea
cual fuere su posición en la estructura social. Sin embargo, estos medios
pueden no estar disponibles (2008: 143, encomillado en el original).
CLOWARD reconoce que las
motivaciones o presiones hacia la desviación no son la causa suficiente del
comportamiento desviado, y rescata en esta parte de su teoría el aporte de E.
Sutherland. En efecto, desde el momento que Sutherland expresa que sin el reconocimiento
y aceptación de sus pares, el que roba nunca llegará a ser un ladrón
profesional, nos deja en las puertas del aporte de CLOWARD. En este sentido, nuestro autor agrega que la
disponibilidad del acceso a los medios ilegítimos está controlada por varios
criterios, tratándose de un sistema de oportunidad limitado antes que
infinitamente disponible (igual que en el supuesto del acceso a los medios
legítimos) y disponible de manera diferenciada según la posición que el sujeto
ocupe en la estructura social. Y por “medios” (legítimos o ilegítimos) debemos
entender según el autor, tanto los ámbitos apropiados de aprendizaje para que
el sujeto adquiera los valores y habilidades asociados a la ejecución de
determinado rol, como así también la oportunidad para desempeñar dicho rol una
vez entrenado para ello: abarca entonces tanto la estructuras de aprendizaje como las estructuras de oportunidad (2008: 144).
Otro punto importante del artículo de
CLOWARD radica en la caracterización
que realiza de las áreas donde se produce la desviación. En efecto, el autor no
considera dos territorios separados donde podamos apreciar los valores
convencionales en uno y los valores criminales en el otro. Por el contrario, es
partícipe de la de William Whyte cuando sostiene que los individuos que
participan en empresas ilícitas estables no se encuentran aislados de la
comunidad: estas personas se encuentran
estrechamente integradas con los sujetos que ocupan los roles
convencionales, en una estructura única y estable que organiza y define la vida
de la comunidad (2008: 148-149, subrayado propio). Y también se hace eco de los
aportes de Salomon Kobrin al sostener que las estructuras de oportunidades
ilegales “tienden a emerger en las áreas de las clases bajas sólo cuando surgen
patrones estables de acomodamiento e integración entre los portadores de
valores convencionales y desviados”; y agrega más adelante que: “Cuando estos
valores se mantienen desorganizados e implícitos, o cuando sus portadores se
encuentran abiertamente en conflicto, las posibilidades de desempeñarse en
roles criminales estables son más o menos limitadas” (2008: 150).
Por su parte, G. SYKES y D. MATZA
prestan más atención al contenido específico de lo que se aprende (en nuestro
caso el comportamiento criminal juvenil) que al proceso a través del cual algo
se aprende (2004: 127).Los autores cuestionan con diversos ejemplos y
argumentos la premisa que sostiene que los integrantes de una subcultura delictiva consideran sus
comportamientos ilegales como moralmente correctos. En efecto, expresan que de
ser cierta aquella no nos encontraríamos con delincuentes juveniles que presentan
sentimientos de culpa y de vergüenza ante su detención o encierro;o bien no
encontraríamos a delincuentes juvenilesque muestran admiración y respeto por
las personas que cumplen con la ley, reconociendo así validez moral en
numerosas oportunidades al sistema normativo dominante; e incluso tampoco
distinguirían los jóvenes delincuentes entre aquellos que pueden ser
victimizados y los que no (ya sea por causas de parentesco, amistad, grupo
étnico, clase social, edad, género, entre otros) lo que bien podría llevarnos a
concluir que las “ventajas” de la delincuencia nunca son “indiscutibles”; o
finalmente, que los jóvenes no internalicen las demandas de conformidad, aunque
luego las intenten neutralizar por distintas técnicas, que preceden al acto desviado
y lo hacen posible(SYKES y MATZA, 2004: 128-131).
Los autores también cuestionan la
idea que sostiene que las reglas o normas sociales que exigen un comportamiento
conforme a valores, casi siempre se formulan en términos categóricos e
imperativos: por el contrario, SYKES
y MATZA presentan la idea de los
“valores y normas como guías para la acción contextualizadas
y de aplicabilidad limitada en función de tiempo, del espacio, de otros
individuos y de las circunstancias sociales” (2004: 130, subrayado en el
original).Esto es lo que explica el diferente tratamiento que se le da, por
ejemplo, al acto de matar: no es lo mismo matar en tiempos de paz que en
tiempos de guerra; no es igual matar al enemigo en armas que al enemigo
prisionero, e incluso no es lo mismo matar en legítima defensa que sin esta
causa de justificación. Es por ello que el sistema normativo se caracteriza por
cierta flexibilidad yno consiste en
un conjunto de reglas de cumplimiento obligatorio en toda circunstancia (2004:
131).
Podríamos concluir que una de las semejanzas más importante entre los
distintos autores radica en que para SYKES
y MATZA el delincuente no representa
una oposición radicalpara la sociedad que cumple con la ley (2004: 131), y para
CLOWARD tampoco, dado que las
estructuras de oportunidades ilegales “tienden a emerger en las áreas de las
clases bajas sólo cuando surgen patrones estables de acomodamiento e integración entre los portadores de valores
convencionales y desviados” (2008: 150, destacado propio). Y la diferencia más importante radica en que
para CLOWARD un joven se convierte
en delincuente juvenil cuando participa
de una subcultura criminal, mientras que para SYKES y MATZA es a
través del aprendizaje de las técnicas de
neutralización (negación de responsabilidad, del daño, de la víctima, la
condena a quien condena y la apelación a lealtades superiores) que un joven se
convierte en un delincuente juvenil (2004: 131-135). Otra diferencia es que estructura de oportunidades ilegales puede no
estar disponible en un determinado territorio o barrio, mientras que el
aprendizaje de las técnicas de neutralización no necesariamente se vinculan a
un territorio determinado e incluso pueden ser más o menos efectivas según el
tipo de delito de que se trate (SYKES y MATZA, 2004: 135-136). Finalmente, una
posición es aquella que sostiene la subcultura criminal, desde el punto de
vista que los valores que porta la subcultura criminal son una reacción a los
valores convencionales que no les permiten satisfacer sus requerimientos de
status, y otra bien distinta es aquella que acuerda sentido a las demandas de
conformidad del sistema normativo convencional, y que para poder diferenciarse
del mismo deben hacer todo un rodeo a base de técnicas de neutralización.