“No
tengo patria para dibujar sobre sus paredes / con una tiza de la infancia: ¡Que
Viva! / No tengo patria que haya que aguantar cada mañana / tomando mi taza de
café, / mientras me pule el sol. / No tengo patria, que me otorgue su
pulmón /
y yo lo otorgue el mío / ser su ruido y mía sea la voz / seré
el travieso, el malévolo, el rebelde y el arduo / y seré el sabio, el
intuitivo, el piadoso y el gran corazón. / No tengo patria para escribir / sobre el cobre de una de sus casas: /
bienvenidos amigos, / esta es la casa de Hussein Habasch. / No tengo patria
donde me emborrache en sus tabernas / hasta el último aliento de la noche, /
vagabundeando en sus caminos, / y donde mi corazón sea su terreno, / me abrigue
y la abrigue / la escuche y me escuche / como buenos amigos. / Pero no tengo
patria…”. (“Desilusión”, de Husssein Habash,
poeta kurdo exiliado en Alemania).
El pueblo kurdo tiene una población estimada de alrededor
de 30 millones de habitantes, ocupa aproximadamente medio millón de kilómetros
cuadrados y está considerada la mayor nación sin Estado del mundo. Sin embargo,
el Kurdistán no figura en los mapas, y estas omisiones encuentran su explicación,
según los autores militantes de la cuestión kurda, en su condición de “colonia
internacional”[1],
justamente porque ha sido la “comunidad internacional” la que ha despojado a
esta nación de toda condición.
Los kurdos, que a lo largo de siglos han sufrido
ocupaciones, persecuciones y genocidios, viven desde 1923 (fecha en que se
suscribió el tratado de Lausana entre Inglaterra, Francia y otras potencias,
que borraron del mapa a la nación kurda, dividiéndola en cuatro partes sin que
se registrara una reacción medianamente sería y consistente de la comunidad
internacional) en una situación particular de colonización. Los kurdos no
son aceptados como tales en ninguna
parte. En Turquía se los considera turcos, en Irán, iraníes, y en Irak y Siria, árabes. En todos los casos, son
discriminados como ciudadanos de segunda clase[2].
Todavía en 1920, con el Tratado de Sévres se reconocía
internacionalmente su existencia y su derecho a la independencia estatal[3].
Desde el punto de vista de su consideración por parte del
Derecho internacional, los kurdos son, desde 1923, una “minoría” étnica
repartida dentro de las fronteras de cuatro estados: Turquía, Irak, Siria e
Irán, donde padece situaciones de dominación cultural, económica y política.
De parte de los dos Estados mencionados en primer término,
ha sido víctima de dos procesos genocidas, cualidad ésta que distingue y
condiciona la historia misma del pueblo kurdo, lo mismo que el gigantesco
proceso de silenciamiento y desinformación existente acerca de la cuestión kurda,
que hizo que gran parte del planeta escuchara hablar de este sufrido pueblo
recién durante la guerra del Golfo.
Este proceso intencional de silenciamiento debe atribuirse
a la disputa interimperialista que desde antaño han llevado a cabo las grandes
potencias del mundo, atento a que el Kurdistán es una regíón extremadamente
rica, con grandes reservas petroleras y acuíferas y un clima excepcionalmente
apto para las actividades agropecuarias.
En realidad, este proceso de negación de la cuestión
nacional y cultural kurda ha recorrido exitosamente siglos y, en el caso de la
política oficial turca sobre el tema, se sostiene todavía la inexistencia lisa
y llana de una “minoría” kurda que representa, por ejemplo, el 25% de la
población turca (hay 15 millones de kurdos en ese país)[4].
A esto debe agregarse, de parte de las autoridades turcas,
una represión sostenida en el tiempo que adoptó finalmente la forma de un
genocidio. En efecto, desde 1924, cuando se tomaron medidas estrictas en aras
de la “occidentalización” de Turquía, la política de ese país avanzó
sistemáticamente en la destrucción de edificios históricos, de aquellos textos
fundamentales escritos en lengua kurda, e incluso la propia palabra “kurdo” fue
eliminada de los textos oficiales, prohibiéndose hablar y escribir en kurdo, a
quienes se denominaba “turcos que han olvidado su lengua”[5].
Esta negación sistemática de una minoría por parte de un
Estado dominante, produjo entre 1925 y 1938 una multiplicidad de conflictos
resueltos por Turquía de manera unilateral y violenta, dejando a los kurdos en
situación de pueblos vencidos o en posiciones políticamente comprometidas, como
cuando algunos de sus referentes, leales al régimen turco, fueron acusados de consentir o avalar el
genocidio armenio.
Sin perjuicio de ese
episodio histórico estigmatizante, las fases de una rebelión progresiva de los
kurdos contra el dominio turco se sucedieron. La primera de ellas tuvo lugar
cuando el jeque Saïd se alzó
contra las autoridades de Ankara, por lo que fue llevado a la horca cuando tenía 80 años. La rebelión fue la respuesta a la política de
“turquización” kemalista. El jeque
logró inicialmente la rápida adhesión de muchas comunidades, hasta liberar una
zona determinada del territorio. Toda la región al oeste del Lago de Van, un
tercio del Kurdistán turco, llegó a estar en manos rebeldes en 1925[6].
Esta situación llevó a que Turquía reclamara la ayuda de
Francia para aplastar el levantamiento. Con la captura de Saïd, Atataurk apeló a medidas radicales
de represión, mediante la creación en la zona de los llamados “Tribunales de
Independencia”, que rubricaron el triunfo militar turco con sentencias sumarias
dictadas tras juicios sumarios, a partir de las cuales se ejecutaron,
encarcelaron o desterraron a todos los kurdos sospechosos de apoyar el
levantamiento. Luego, siguieron las primeras medidas de deportaciones,
aplicadas especialmente a los jeques y demás referentes políticos y religiosos,
que obligaron a que miles de refugiados huyeran a la parte iraquí[7].
En 1927 estalló un nuevo levantamiento, a la que se conoce como “la sublevación
del Monte Ararat” o del Agri Dagh (“La
montaña de Fuego”, en kurdo). Fue la resultante de un comité denominado
Khoyboun, que agrupaba a varias organizaciones kurdas, y estuvo liderado por
Ishsan Nouri, que había formado
parte de los ejércitos turcos y poseía una vasta experiencia militar. Nouri logró en 1928 afirmar la pequeña
república kurda del Ararat, y con el agregado de una gran cantidad de tribus y
guerreros kurdos infligió al ejército turco varias derrotas al principio del
conflicto, derribando incluso aviones de combate enemigos[8].
Finalmente, las fuerzas turcas, superiores en número y
armamento, derrotaron a los kurdos en 1930. La réplica fue tremenda. El diario
turco Milliyet publicó un dibujo que
representaba dos montes Ararat con la leyenda “Aquí está enterrado el sueño de
un Kurdistán libre”. Varios meses después de la derrota, los aviones turcos
continuaban arrasando las aldeas kurdas, y entre 1925 y 1928, un millón de
kurdos fueron deportados. En 1932 se sanciona la ley de deportación, que
directamente desplaza a centenares de miles de kurdos a Anatolia[9].
El ministro turco Mahmut Bozhurt
había anunciado en 1930: “Vivimos en el país más libre del mundo, que se llama
Turquía. (…) El turco es el único señor, el único dueño de este país. Quienes
no son de puro origen turco tienen en este país un solo derecho: el derecho de
ser servidores, el derecho de ser esclavos”[10].
En 1936, el gobierno turco aplasta la sublevación de
Dersim, que culmina en 1938 con una salvaje matanza de kurdos. Las
informaciones más confiables señalan que en la represión se produjeron
alrededor de cincuenta mil muertes y el ajusticiamiento de su líder Seyit Riza el 5 de septiembre de 1937[11]
A partir de la década del 70´ del siglo pasado, los
militantes kurdos comenzaron a proyectar una estrategia de liberación nacional
revolucionaria. Esta iniciativa gestó el mayotitario Partido de los
Trabajadores del Kurdistán (PKK en 1978), que impulsó con posterioridad una estrategia
insurreccional, liderado por Abdulláh Ocalan,
que ha organizado en Frente de Liberación y un Parlamento Kurdo en el exilio[12].
La lucha armada anticolonialista se inició en 1984. La
guerrilla evolucionó hasta encarnar el Ejército de Liberación del Pueblo del
Kurdistán en 1986 (argk), siendo
su brazo político el Frente de Liberación Nacional (ernk), cuya misión fundamental era la dirección política de
la Revolución y la cohesión de las diferencias de las distintas tribus que
confluían en el proceso revolucionario. En 1990 comenzaron los levantamientos
masivos contra el poder turco[13].
La política de avasallamiento de que fueron
sistemáticamente objeto los kurdos por parte de los estados turco, iraní,
iraquí y sirio, con la complacencia o complicidad de otras potencias con
intereses en la región, dieron como resultado que en 1988, la ciudad de
Halabcha, ubicada en el kurdistán meridional, fuera conquistada por
guerrilleros kurdos apoyados por el ejército iraní[14].
La respuesta del gobierno iraquí, cuyos efectivos fueron
obligados a abandonar la ciudad, fue un ataque salvaje llevado a cabo con armas químicas. Las
agencias oficiales de occidentes hablaron siempre de cifras escalofriantes: más
de cinco mil muertos y diez mil heridos, en el que perdieron la vida niños,
mujeres y ancianos. Para los kurdos, estas cifras no terminan de reflejar la
verdadera magnitud del etnocidio[15].
La prensa turca guardó un oprobioso silencio respecto de
una masacre, en la que se utilizaron armas que ni siquiera las grandes potencias
usaron en sus conflictos armados neocolonialistas o imperialistas.
Entre 1981 y 1984, cuarenta mil prisioneros kurdos ya
habían sido torturados y asesinados bajo las órdenes de Saddam Hussein, sencillamente porque se negaron a renunciar a su identidad, cosa
que ya había ocurrido frente a un intento análogo de los turcos. “Asimismo, las
reseñas oficiales datan en cien mil los muertos kurdos en manos de las fuerzas
militares de Saddam Hussein. Los muertos civiles durante el régimen de Hussein son incalculables. Muchos fueron
torturados hasta morir. Tenían formas tan atroces de ejecutar a disidentes
iraquíes como colocarles 100 gramos de explosivos en el estómago para después
hacerles explotar por los aires. Las cifras de muertos pueden rondar los sesenta
mil si excluimos a los cien mil desaparecidos. En total casi 2 millones de
kurdos exterminados”[16].
Como ocurre en todas las prácticas sociales genocidas,
terminaremos preguntándonos cómo pudo suceder esto; cómo pudo llevarse a cabo
un proceso de semejante brutalidad.
En el caso del genocidio kurdo, el aniquilamiento múltiple
constituye un dato saliente que merece ser analizado. Y, por primera vez, surge
la necesidad de ahondar en la conducta de los perpetradores y las condiciones previas que hicieron posible la
masacre.
Turquía, como potencia vencida, obviamente, había sido
acusada de graves violaciones a los Derechos Humanos en perjuicio del pueblo
armenio al finalizar la Primera Guerra Mundial: “Con respecto a Turquía, la
promesa de castigo que le hicieron los Aliados al comienzo de la guerra cuando
denunciaron el genocidio del pueblo armenio como crimen contra la humanidad y
la civilización, no fue mantenida cuando finalizó el conflicto. El nuevo
gobierno turco en abril de 1919 instauró una corte marcial para juzgar los
hechos, pero la primera condena a muerte dictada contra uno de los autores de
la masacre movilizó demostraciones por las calles que impidieron que el
tribunal turco continuara su labor”[17].
No obstante esas amonestaciones internacionales, llevadas a
cabo por las potencias vencedoras, no solamente no impidieron sino que
toleraron y hasta estimularon el inicio de otro genocidio perpetrado por el
Estado turco respecto de otro pueblo sometido, a partir de la suscripción del
ya referido tratado de Lausana.
El sistema internacional no pudo prever, ni perseguir, ni
sancionar dos genocidios seguidos
perpetrados contra un mismo pueblo, que fue víctima no de una agresión genocida, sino al menos de dos, si consideramos las
incursiones homicidas del Gobierno de Saddam, que -vale recordarlo- fue
perseguido únicamente cuando contradijo o amenazó los intereses imperiales,
siendo en ese caso la respuesta de la justicia penal, cuanto menos, deleznable,
por retrógrada, selectiva y brutal.
En aquellas preguntas iniciales acerca de cómo pueden
ocurrir este tipo de prácticas genocidas, va implícita la necesidad de analizar
las respuestas de las instituciones políticas y jurídicas nacionales y globales
y las perspectivas de los perpetradores al momento de decidir y poner en
práctica los genocidios.
¿Qué insumos discursivos y culturales, qué consensos
sociales y qué contexto internacional deben coincidir para la sucesión -hasta
ahora ininterrumpida- de semejantes procesos de aniquilamiento y ulterior
silenciamiento? Intentaremos, a partir de los próximos capítulos de este
trabajo, despejar estas incógnitas fundamentales.
[1]
Besikci, Ismail: “Kurdistán: una colonia internacional”,
Editorial Iepala, Madrid, 1992, p. 5, disponible en http://books.google.com.ar/books?id=N0iytIPVegAC&pg=PA49&lpg=PA49&dq=Kurdist%C3%A1n:+una+colonia+internacional&source=bl&ots=zHKsZIiX8F&sig=pmByzmWaYOyIcAv-2xkVpvm7EJM&hl=es#v=onepage&q&f=false
[2]
Besikci, Ismail: “Kurdistán: una colonia internacional”, Editorial
Iepala, Madrid, 1992, p. 16, en http://
books.google.com.ar/books?id=N0iytIPVegAC&pg=PA49&lpg=PA49&dq=Kurdist%C3%A1n:+una+colonia+internacional&source=bl&ots=zHKsZIiX8F&sig=pmByzmWaYOyIcAv2xkVpvm7EJM&hl=es#v=onepage&q&f=false
[3] Sammali,
Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra, 1995,
pp. 112, 264 y 284.
[4] Sammali,
Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra,
1995, p. 18.
[5] Sammali, Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial
Txalaparta, Navarra, 1995, p.59.
[6] Sammali,
Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra,
1995, p. 116 y 117.
[7] Sammali, Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial
Txalaparta, Navarra, 1995, p. 117.
[8] Sammali,
Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra, 1995,
p.118.
[9] Sammali,
Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra, 1995,
pp. 117 y 118.
[10] Sammali,
Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra, 1995, p.
122.
[11] centro de
estudios y documentación del kurdistán, disponible en http://www.centrokurdistan.org/
documentos/conflicto.PDF
[12] centro de estudios y
documentación del kurdistán, disponible en http://www.centrokurdistan.org/
documentos/conflicto.PDF
[13] Sammali,
Jacqueline: “Ser kurdo ¿es un delito?”, Editorial Txalaparta, Navarra, 1995, p.
132.
[14]
centro de estudios y documentación del
kurdistán, disponible en http://www.centrokurdistan.org/
documentos/conflicto.PDF
[15] http://www.organizacionislam.org.ar/articulos/genocidio.htm
[16] -http://www.organizacionislam.org.ar/articulos/genocidio.htm
[17] Zuppi,
Alberto Luis: “Jurisdicción Universal para crímenes contra el derecho
internacional”, Editorial Ad-Hoc, Buenos Aires, 2002, p. 47.