Por Francisco María Bompadre.

Reinhart Koselleck describe que en el mismo proceso en que el Estado Absolutista logró pacificar el ámbito geopolítico donde se dieron las cruentas guerras civiles y religiosas[1] del siglo XVI y XVII, creó también las condiciones para el desarrollo del mundo privado vinculado a lo moral
[1] Como bien expresa Koselleck “(…) El imperativo de la época era hallar una solución en medio de las Iglesias intolerantes, que se combatían recíprocamente con toda dureza o se perseguían entre sí cruelmente (…).

I. Introducción. II. La toma indirecta del poder. III. Sujetar al león: La Iglesia frente al “caso Ferrari”.


¡Sapere aude!
Immanuel kant


I. Introducción.


En la presente monografía vamos a estudiar la estrategia que la Ilustración se dio en el desigual enfrentamiento político contra el absolutismo monárquico, centrándonos en lo que Reinhart Koselleck denomina la toma indirecta del poder (1965: 105, 117 y 123). Bajo esta categoría de análisis, veremos la manera en que la burguesía fue paulatinamente ganando espacios políticos desde la propia conciencia moral del individuo hasta acabar en la crítica al Estado, en un recorrido que traza el paso desde lo privado a lo público. También utilizaremos para dar cuenta de este proceso, el texto de Jurgüen Habermas (1981) sobre la historia de la opinión pública y la forma en que la misma se fue consolidando.


Este desarrollo histórico de la toma oblícua del poder va a ser puesto en diálogo con la polémica Retospectiva. Obras 1954-2004 que el artista León Ferrari realizó en el Centro Cultura Recoleta (en adelante, CCR) de la ciudad de Buenos Aires entre noviembre de 2004 y enero de 2005. En particular, se analizará la posición de la Iglesia Católica argentina frente a la exposición aludida, y los argumentos a los que recurrió en sus denuncias judiciales y a través de las opiniones vertidas por sus autoridades en el país. Asimismo, se tendrá en cuenta la respuesta del Estado frente al pretendido avance de la Iglesia en un terreno que se dirimió hace ya bastante tiempo.



II. La toma indirecta del poder.


Reinhart Koselleck describe que en el mismo proceso en que el Estado Absolutista logró pacificar el ámbito geopolítico donde se dieron las cruentas guerras civiles y religiosas[1] del siglo XVI y XVII, creó también las condiciones para el desarrollo del mundo privado vinculado a lo moral. Y expresa en este sentido:

(…) En la medida en que los individuos carentes de poder político se zafan de los vínculos religiosos, incurren en contradicción con el Estado, que si bien les concede plena libertad moral, detenta al mismo tiempo su responsabilidad, por cuanto que reduce a ésta a un ámbito puramente privado (1965:21).


El ciudadano entonces se encuentra carente de poder político en tanto súbdito del soberano, sintiendo la dominación política de éste como excesiva al considerarse a sí mismo como un sujeto moral. Mediante esta escisión entre moral y política[2], lo moral se aleja entonces obligatoriamente de la realidad política. Así, el proceso conocido como la Ilustración se desarrolló a partir del absolutismo y como una consecuencia de éste; movimiento que sin embargo provocaría la erosión del mismo Estado absoluto cuando la Ilustración se declare enemiga de aquel. De esta manera, aquella estructura política victoriosa en pacificar las guerras civiles-religiosas ya no sería así entendida por la Ilustración, y empezaría su estrategia de mancipación de este orden político en el que se había fundamentado (Koselleck, 1965:22, 26, 27, 89). Siguiendo esta línea interpretativa, Koselleck entonces manifiesta que:

La relación indirecta con la política resulta determinante y característica del hombre burgués. Permanece éste, en efecto, en una especie de reserva privada, que convierte al monarca en culpable de la propia inocencia. Mientras que en un primer momento todo hacía parecer que el súbdito era potencialmente culpable, medido con la inocencia del poder regio, el monarca es ahora siempre culpable, medido con la inocencia de los ciudadanos (1965:91, subrayado personal).


Los ilustrados no se conformaron con el ámbito interior y privado al que el Estado absoluto los había reducido en tanto súbditos (Habermas, 1981:125), y van identificando el lugar de la política como aquello asociado a la decadencia y la corrupción, desde una mirada pura de la crítica moral burguesa. Atrapados e inconformes con esta situación, Koselleck expresa que desde allí “emprenden la marcha triunfal al mismo tiempo con que se va ensanchando el ámbito privado interior hacia el campo público”, y prosigue: “La sociedad, por último, llamará a las puertas de los detentadores del poder político, para exigir aquí también apertura y publicidad y solicitar libre acceso”, desdibujándose entonces aquel ámbito escindido entre lo moral (interno) y la política (lo externo) que el Estado absolutista había trazado tan cuidadosamente en la sociedad (1965:94). Es el abandono del viejo Hobbes[3] y el ascenso de Locke: los ciudadanos no quedan exclusivamente subordinados al poder estatal, sino que “constituyen conjuntamente una society que desarrolla sus propias leyes morales, leyes que aparecen junto a las leyes del Estado. Con ello la moral burguesa -de modo tácito y secreto, desde luego, conforme a su esencia- penetra en el ámbito de la vida pública” (1965:97-98), abriéndose paso de manera violenta y revelándose las opiniones personales en la esfera pública como una ley. Así, describe Koselleck que:

Mediante su interpretación de la ley filosófica Locke ha cargado de sentido político el ámbito interno de la conciencia humana, subordinado por Hobbes a una política estatal autoritaria. Las acciones públicas no sólo se hallan sometidas a la instancia estatal, sino también, y al mismo tiempo, a la instancia moral de los ciudadanos. Con ello, Locke formuló la irrupción decisiva en el seno del orden político absolutista, expresado en la relación protección-obediencia: la moral no es ya una moral formal de obediencia, ni está ya subordinada a una política absolutista, sino que surge frente a las leyes estatales” (1965:102, subrayado personal).


La legislación moral tiene para Locke una eficacia superior a la del propio Estado absolutista, aunque claramente distinta: mientras la legislación estatal logra su mayor eficacia práctica a través del poder coactivo del Estado y de manera directa, la legislación moral opera de forma indirecta a través de la presión que ejerce en el mismo Estado por medio de la opinión pública. Si bien la moral burguesa sólo actúa intelectualmente, no por ello deja de tener carácter político sus consecuencias, e incluso la repercusión es claramente política al constreñir a los ciudadanos a adecuar su accionar no solamente a las leyes estatales sino también -y antes que nada- a la ley de la opinión pública (Koselleck, 1965:104-106).


Los hombres ilustrados, desconectados en conjunto de la política, se reunieron en lugares totalmente apolíticos: la Bolsa de Comercio, los cafés, las academias (liberadas de la autoridad eclesiástico-estatal), los clubs, los salones, las bibliotecas, las sociedades literarias; lugares donde se cultivaban arte y ciencia, y en los que no había margen para la política estatal. Como manifiesta Koselleck:

Así, bajo la protección del estado absolutista, la nueva sociedad creó instituciones, cuyas tareas -toleradas, estimuladas por el Estado o no- eran tareas “sociales”. Se llegó a una institucionalización en segundo término, cuya fuerza política no podría desplegarse abiertamente, esto es, en la senda de la legislación real absolutista o dentro del marco de las instituciones estamentales todavía existentes o de las instituciones estatales; antes al contrario, los representantes de la sociedad sólo pudieron ejercer desde un primer principio un influjo políticamente indirecto (…) (1965:116-117).


En el mismo sentido Habermas da cuenta de este proceso cuando sostiene que las instituciones de la crítica artística (literaria, teatral y musical) van organizando el juicio profano del público mayor de edad bajo los presupuestos de la racionalidad y la argumentación (1981:78). Particular relevancia reviste entre las asociaciones burguesas las que se dedican a ofrecer la posibilidad de lectura de periódicos y revistas, conjuntamente con la discusión y conversación acerca de lo allí leído:

Esas asociaciones que eligen a su directiva de acuerdo a estatutos, que deciden por mayoría acerca de la incorporación de nuevos miembros, que resuelven las cuestiones en disputa por la vía parlamentaria (…) sirven exclusivamente a la necesidad de las personas privadas burguesas, como público raciocinante que son, de formar publicidad: leer y comentar revistas, intercambiar opiniones personales y formular conjuntamente aquellas que, desde los años noventa, acostumbran a calificarse de “públicas” (Habermas, 1981:109, destacado del autor).


Había llegado entonces el momento en que el Estado ya no podía brindar protección alguna; por el contrario, de lo que se trataba ahora era justamente de protegerse frente al mismo (Koselleck, 1965:129) resignificando de esta manera la famosísima categoría política: protego ergo obligo. Así, vemos como la unidad política pacificada -en un territorio determinado- que todo Estado presupone (Schmitt, 2006) entraba en crisis.



III. Sujetar al león: La Iglesia frente al “caso Ferrari”.


El día miércoles 15 de diciembre del año 2004 asistí a la muestra que el artista León Ferrari expuso en el CCR de esta ciudad: la Retrospectiva de más de 50 años de arte nos conmueve, nos perturba, y al mismo tiempo parece obligarnos a tomar posición y dejar de lado las medias tintas. El poderoso recorrido que la obra proporciona reenvía directamente a la “Iglesia” como institución política, a la última dictadura militar argentina, al nuevo orden internacional post-11 de septiembre, a la mujer como objeto sexual y a la hipocresía humana, entre otros temas. Fueron aproximadamente dos horas de profunda reflexión sobre aquello que las obras del artista significan y las consiguientes reacciones que producen en el contexto de la exposición.


El carácter excepcional de esta muestra -levantada por el propio Ferrari antes del tiempo previsto inicialmente por las repetidas amenazas de bomba- queda de manifiesto con la descripción que de la misma realiza Andrea Giunta, cuando expresa que:

(…) Convocó a 70.000 espectadores, generó largas y demoradas colas para ingresar en la sala, fue recorrida por jueces y camaristas, sufrió la destrucción de obras, motivó cuatro manifestaciones multitudinarias en su respaldo, y una misa y una manifestación en su contra, dio lugar a casi 1.000 artículos en diarios y revistas, recibió más de 1.000 mensajes de apoyo o de repudio enviados a la casilla de correo electrónico del Centro Cultural Recoleta, originó una solicitada en su defensa con 2.800 firmas, e hizo necesario extender el horario de exhibición hasta pasada la medianoche. En los últimos días, se realizó una encuesta que fue respondida por 1.800 personas, el público llenó cuatro libros con sus opiniones sobre las obras exhibidas, y programas de periodismo político que nunca habían dedicado espacios al arte organizaron paneles de opinión. La exposición estuvo varias veces en las primeras planas de los principales diarios argentinos, e incluso de Le Monde de París; fue clausurada y luego reabierta por la justicia (2009:98-99).


Estos datos dan prueba del alcance y la magnitud de la Retrospectiva de León Ferrari, logrando que la mera cuestión artística superase todas las expectativas (del propio artista y de los organizadores) tornándose claramente un hecho de carácter político. No es que la muestra carezca en sí de carácter político, sino que las dimensiones y el grado de virulencia de la disputa alcanzó un nivel tal que lo catapultó a las arenas de lo político. Esto explica en parte el compromiso de tantos artistas e intelectuales (no sólo argentinos) que dieron su palabra en la discusión en torno a los límites del arte, la libertad de expresión, las relaciones cultura-Iglesia e Iglesia-Estado, etc. Los acalorados debates en tormo a la muestra excedieron la esfera artística, llegando a polemizar -lo que lo vuelve más interesante- en los ámbitos religioso, jurídico y político.


Dentro del propio ámbito jurídico, el fundado e interesante voto del camarista Horacio Corti plantea algunas de las cuestiones que hemos venido tratando en esta monografía. Por nuestro lado, nos vamos a centrar sólo en la relación y vinculación con una de estas. En este sentido, el magistrado escribe en el fallo:

Queda por considerar, finalmente, un argumento de la amparista, en cuanto señala que lo ilegítimo no es la exposición en sí misma, sino que ella sea organizada por el Gobierno de la Ciudad (…) Se aclara que no se pide el levantamiento total de la muestra o que se prohíba su eventual exhibición en un lugar privado (el destacado es personal).


En el planteamiento jurídico de la Asociación Cristo Sacerdote queda bien en claro la disputa por el espacio público, cuando argumentan que no se opondrían a la muestra si la misma es realizada en un lugar privado, reconociendo que lo “ilegítimo no es la exposición en sí misma”, sino el lugar en que es llevada a cabo.


Curiosamente la postura de la entidad católica argentina nos retrotrae a alguna similitud con el proceso descrito por Koselleck, con la diferencia que en vez de ser el Estado Absolutista el actor principal, en este caso se trata de la Iglesia de nuestro país. Sin embargo, hay que decir que en aquel proceso histórico también la Iglesia estaba habilitada a actuar en la esfera de lo público, es decir, que la estrategia de la toma oblícua del poder por parte de la Ilustración implicó no sólo la victoria frente al Estado, sino también frente a la Iglesia. Entonces, cuando la Iglesia intenta volver a una situación resuelta en el siglo XVIII, pretendiendo nuevamente instalar una determinada relación entre lo público y lo privado ya superada, está desconociendo que ella misma estuvo del lado de aquellos que fueron derrotados. En el ámbito específico de lo privado, al que la Iglesia pretende reducir las críticas artísticas a su propia acción política en el mundo, ya no queda lugar para una crítica que se tomó en serio aquello de ¡Sapere aude!














Bibliografía.


BOMPADRE, F. (2005). “El arte y la iglesia”, en La Arena, Santa Rosa, 4 de enero.

GIUNTA, A. (2009). Poscrisis. Arte argentino después de 2001. Buenos Aires: Siglo XXI.

HABERMAS, J. (1981). Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. Barcelona: Gustavo Gilli.
- (2008). El discurso filosófico de la modernidad. Buenos Aires: Katz.

KANT, I. (1958). “Respuesta a la pregunta qué es la Ilustración”, en Filosofía de la Historia. Buenos Aires: Nova.

KOSELLECK, R. (1965). Crítica y crisis del mundo burgués. Madrid: Rialp.

MADANES, L. (2001). El árbitro arbitrario. Hobbes, Spinoza, y la libertad de expresión. Buenos Aires: Eudeba.

Poder Judicial de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Expte. “Asociación Cristo Sacerdote y otros contra GCBA sobre otos procesos incidentales”, 27 de diciembre de 2004. Disponible en: http://www.leonferrari.com.ar

SCHILLER, F. (1963). Poesía ingenua y poesía sentimental. Buenos Aires: Nova.
- (1991). Escritos sobre estética. Madrid: Tecnos.

SCHMITT, C. (2006). Concepto de lo político. Buenos Aires: Struhart.



[1] Como bien expresa Koselleck “(…) El imperativo de la época era hallar una solución en medio de las Iglesias intolerantes, que se combatían recíprocamente con toda dureza o se perseguían entre sí cruelmente (…) El Estado absolutista supo hallar la respuesta histórica” (1965:29).
[2] Es que la posibilidad de esta escisión está dada por el propio contexto de pacificación. En este sentido describe Koselleck que: “Para los hombres amenazados por la guerra civil no hay diferencia alguna entre conciencia y política” (1965:63).
[3] Para una interpretación en sentido contrario respecto de Hobbes y la libertad de expresión, puede consultarse el libro de Leiser Madanes (2001).