CARLA BELATTI
FRANCISCO M. BOMPADRE
ANDREA HIROKI
SABRINA IACOBELLIS
GISELA A. PEREZ
-2009-
Sumario:
I. Introducción. II. El cuerpo del delito. III. Conclusión.
I. Introducción.
En la presenta monografía vamos a dar cuenta del singular libro escrito por el criminólogo argentino Elías Neuman (El patrón, 1988), en base a las entrevistas registradas en las grabaciones que él mismo le realizó a Víctor Saldívar, un santiagueño radicado desde la década del 50 en Buenos Aires, y que luego de un largo, penoso y angustiante vínculo laboral de 18 años terminó finalmente matando a su empleador, y poniendo fin de esta manera a un calvario ya física y psíquicamente inaguantable.
Para dicha tarea vamos a utilizar una serie de textos trabajados durante la cursada de la materia, en particular los de S. Freud (1921, 1927 y 1930), P. Ansart (1983), D. Jodelet (1984), A. M. Fernández (1993) y E. Marí (1988 y 1993), con el propósito de pretender dar cuenta, si quiera mínimamente, de los sucesos ocurridos en torno al homicidio de “El patrón”.
Finalmente, concluiremos de manera breve acerca de la historia narrada en el libro de E. Neuman, dando nuestra visión de lo acontecido y sin dejar de considerar el marco social en que esto sucedió; y tratando de comprender qué mecanismos, procesos y dispositivos generan las condiciones de posibilidad para que un hombre permita que se lo humille durante casi dos décadas sin reaccionar abiertamente ante lo evidente de una situación notoriamente injusta.
II. El cuerpo del delito.
Las representaciones sociales se presentan como formas variadas con diferentes grados de complejidad, abarcando desde imágenes que condensan conjuntos de significados, hasta sistemas referenciales que nos permiten la interpretación de aquello que nos sucede, y que incluso nos habilita a dar algún tipo de sentido a lo inesperado. Son también categorías que sirven para clasificar circunstancias, fenómenos e individuos con quienes nos relacionamos. A veces, cuando se les comprende dentro del marco de la realidad concreta de nuestra vida social, las representaciones sociales funcionan como todo ello junto (Jodelet, 1984:472). Por eso es acertado decir que las representaciones son una manera de interpretar y de pensar nuestra realidad, la más cotidiana: las representaciones son una forma de conocimiento social; y la actividad mental desplegada por los individuos y los grupos desde donde fijan su posición en relación con situaciones, acontecimientos, objetos y comunicaciones que les conciernen. De esta manera, a través del contexto concreto en que los individuos y los grupos se sitúan, de la comunicación entre ellos, de los marcos de aprehensión dado por su bagaje cultural, de los códigos, valores e ideologías relacionados con las posiciones y pertenencias sociales específicas, lo social interviene de varias maneras. Es por esto que decimos que la noción de representación social nos sitúa en un punto donde confluye y se imbrica lo psicológico y lo social.
Las representaciones sociales conciernen a la manera en cómo nosotros -en tanto sujetos sociales- aprehendemos las situaciones de la vida diaria, las características de nuestro medio ambiente, las informaciones que allí circulan y las personas de nuestro entorno próximo o lejano. Esta modalidad de conocimiento se constituye a partir de nuestras experiencias, y de las informaciones, conocimientos y modelos del pensar recibidos y transmitidos a través de la tradición, la educación, la comunicación social. Vemos entonces la manera en que este conocimiento es -en muchos aspectos- un conocimiento socialmente elaborado y compartido. Vemos entonces que la representación es tributaria de la posición y el lugar que ocupan los sujetos dentro de la sociedad, en la economía y la cultura: toda representación social es representación de algo y de alguien (1984:475). De esta manera, veremos cómo Víctor Saldívar, un santiagueño analfabeto que va a Buenos Aires en busca de una mejor vida, termina encerrado dentro de sus propias representaciones sociales sobre los modelos que lleva incorporados desde niño y reforzados en su adolescencia. Así, tendrá en miras una idea medianamente establecida y cerrada sobre la manera en que debe comportarse un patrón para con sus peones/trabajadores, el lugar que una persona declarada “inapto” ocupa en la escala laboral, y una férrea jerarquía sobre la relación alfabetizados/analfabetos en la estructura social. Sin embargo, pareciera que sus categorías de sentido común incorporadas en un determinado contexto -el monte y los cerros santiagueños- notoriamente distinto al de Buenos Aires, pudieron significarle una particular desventaja en la adaptación a la nueva realidad en donde debía ahora desenvolverse.
El imaginario social en tanto consolidación y reproducción de sus producciones de sentido, es lo que mantiene unida la sociedad en la dimensión de la subjetividad colectiva (Fernández, 1993:69). Por ende, toda nueva producción de sentido -en tanto nuevos sistemas de significación- está íntimamente vinculado al dispositivo de poder, imbricado en la fuerza y/o violencia, el discurso del orden y el imaginario social. De esta manera, la función del imaginario social:
consiste en operar en el fondo común y universal de los símbolos, seleccionando los más eficaces y apropiados a las circunstancias de cada sociedad para que el poder circule y avance. Para que las instituciones del poder se inscriban en el espíritu de los hombres, para hacer que los conscientes y los inconscientes se pongan en fila. Más que a la razón, el imaginario social interpela a las emociones, a la voluntad y a los sentimientos (…) estos rituales tienen el propósito de estimular y promover comportamientos de agresión, temor, amor y seducción, que son las formas en que el deseo se anuda al poder (Marí, 1988).
El imaginario social moviliza la pasión antes que la razón, los sentimientos antes que el entendimiento, las emociones y las creencias antes que la lógica y la ciencia; margina los sistemas morales y filosóficos en beneplácito de los símbolos, los rituales y las escenificaciones; nos otorga un lugar determinado en la sociedad, naturalizándolo para poder permitir su reproducción.
El imaginario social promueve los rituales que proporcionan y estimulan comportamientos sociales de amor, seducción, temor, agresión y demás. Son también las formas en que el deseo se une al poder. Asimismo, se inscribe los dispositivos de poder en las subjetividades de las personas. Además, el poder necesita de soportes mitológicos, prácticas extradiscursivas, emblemas y rituales que hablen a las pasiones y disciplinen los cuerpos para consolidarse como legítimo.
Sintetizando, la función del imaginario social consiste en “fundir y cincelar las llaves de los cuerpos para el acceso a la ley y la continuidad y reproducción del poder” (Marí, 1988). Puede verse en el texto de Neuman (1988) la manera en que Víctor sostiene su creencia en El patrón: en que va a darle una casa, o lo va a ayudar si necesita dinero, en que la Justicia y le Policía no pueden hacerle nada porque es poderoso, etc. Todas situaciones que son puestas en evidencias con el paso del tiempo y que sin embargo, Víctor pareciera no querer o no poder comprender. Así, la casa prometida no aparece nunca y él va empeorando en sus condiciones habitacionales hasta terminar viviendo en una piecita con ratas y sin cama; cuando su mujer se enferma el patrón no es capaz de darle dinero porque no es el día estipulado en que debe pagarle el trabajo realizado; Latuada es desalojado en más de una oportunidad según Víctor, lo que pone en crisis el relato de omnipotencia sobre su patrón, e incluso cuando es acusado de falso testimonio Latuada reconoce la relación laboral y se hace cargo del asunto para evitar que el juez sancione a Víctor, lo cual nuevamente pone en entredicho el relato de un patrón super poderoso. Incluso su propia familia, desde su señora, hasta sus hijas y su hijastro son capaces de enfrentar en diferentes circunstancias al patrón, dando cuenta de que ésto no es imposible. Sin embargo, Víctor se mueve en el imaginario de un patrón proveedor de seguridad y omnipotente, casi un Dios, con el cual no queda otra opción que la obediencia.
La ideología moldea las representaciones que las personas se hacen de la comunidad. Desde esta perspectiva, la interiorización de lo instituido se produce bajo la forma de creencia. A partir de allí, ese “hacer creer” (Ansart, 1983:159) se encarga de persuadir a los sujetos y provoca que estos sean convocados a reproducir el orden establecido. El discurso común que ofrece la ideología está interiorizado en el individuo como una certeza que le pertenece. Así, la interiorización por medio de la creencia que la ideología lleva adelante, y la potencia de integración social a partir del discurso que ésta produce es casi ilimitada. Por medio de la ideología el poder político dominante logra que los sujetos interioricen las pautas que se pretende instituir y establecer como hegemónicas. Estas pautas al ser interiorizadas se transforman en creencias, y estas creencias a su vez, mueven a los sujetos a realizar determinadas acciones que se corresponden con el orden dominante o instituido. Así, los individuos se sienten representados por el poder político, el cuál logra constituirse en hegemónico cuando sus intereses son percibidos como los intereses generales.
En El malestar en la Cultura (1930) Freud afirma que hay tres fuentes que le producen al hombre sufrimiento y angustias: las que emergen del propio cuerpo, las que provienen del exterior y las que se producen en las relaciones con otros hombres. Desde esta perspectiva, se puede observar en el relato de Víctor a esta última como la fuente de sufrimiento principal. La relación que Víctor entabla con su patrón Latuada, le produce dolor: “yo siempre me sentía un dolor adentro, ¡un gran dolor, dolor, dolor! Pero yo me decía… ¡Dios tiene que castigarlo! ¡Dios tiene que castigarlo porque el no es ningún Dios!”(Neuman, 1988:60). Como se puede apreciar, Latuada no cumple lo que el ideal que Víctor establece que debe ser y hacer un patrón. Latuada le mentía siempre con que le iba a dar una casa, actitud que en el ideal de Víctor en relación a un verdadero patrón no era concebible: “El patrón…nunca engaña y eso el peón lo sabe” (pág. 46).
Además, Latuada también lo trataba mal y no lo cuidaba cuando estaba enfermo: “siempre a los gritos, sin saludarme, puteando, puteando (…) Un día me corté un dedo y ya se vino y me quiso echar” (pág. 63). Y en el mismo sentido, también expresa: “El no era un patrón de auxiliar a sus peones (…) siempre a los gritos, sin saludarme, puteando, puteando” (pág. 65). Víctor piensa es que: “El patrón sobre todo cuando se ha criado en el campo, tiene un afecto por su peonada, que le trabaja bien; nunca se va a burlar de la peonada, ¿no es cierto? El patrón santiagueño no engaña, uno confía y el patrón no lo va engañar” (pág. 86).
En El porvenir de una ilusión (1927) Freud afirma que las creencias religiosas vienen a corregir “las imperfecciones de la cultura, penosamente sentida por los hombres”, viene a proteger al hombre del sufrimiento que le producen relacionarse con otros hombres. En el caso particular de Víctor, se puede ver como él apela a la figura de Dios para que lo proteja del sufrimiento causado por las injusticias producto de la relación con su patrón: “yo siempre me sentía un dolor adentro, ¡un gran dolor, dolor, dolor! Pero yo me decía… ¡Dios tiene que castigarlo! ¡Dios tiene que castigarlo porque el no es ningún Dios!”(Neuman, 1988:60). Víctor busca en Dios la satisfacción del deseo de los deseos más antiguos: protección. Incluso vemos que también expresa que Dios le “calma la angustia…le asegura el cumplimiento de la demanda de justicia, tan incumplida dentro de la cultura humana” (Freud, 1927:30) cuando Víctor relata “Yo siempre creí en Dios, siempre dije: Dios va hacer justicia. Siempre así, y nombrando a Dios, como decía mi señora: “Esto va hacer justicia”. Siempre nosotros pensamos así…” (Neuman, 1988:88).
Víctor busca respuestas a la injusticia e intenta poder acabar con la angustia que sufre por su relación con Latuada; y también superar en alguna medida la incomodidad que le genera que lo consideren “inapto” debido a la declaración del Ejército en su libreta de enrolamiento. Y estas respuestas, Víctor las busca a partir de la figura de Dios. Incluso, aun cuando el destino se le viene en contra, la idea de dios aparece y emerge -cambio de religión mediante- como un salvoconducto proveedor de seguridad y bienestar: “Todavía yo tenia esa reuma que ahora, gracias a Dios, sané” (Neuman, 1988:98-99), y “Ahora nos queremos eliminar y no hay caso. ¡Es el Señor que nos esta salvando!”(pág. 99). O bien cuando refiere que: “Pedí al Señor que encuentre trabajo. ¡Y no le digo! Encontró trabajo y las cosas, como si un milagro, nos viniera todo bien” (pág. 99), y también: “Dios hizo la justicia por mi (…) Yo nunca he sido de odiar, ¡que Dios haga justicia! Yo siempre pedí eso, y es por eso que Dios tiene que hacer justicia conmigo. Yo siempre decía lo mismo, nosotros siempre nos manejamos con Dios, siempre, cualquier cosa poníamos a Dios por delante” (pág. 87).
Retomando las ideas de Ansart, la ideología como parte del imaginario social de una comunidad impone creencias comunes a los sujetos y con ello los orienta individual y socialmente. Agrega que en el plano individual, el sub-sistema ideológico realiza la función de lograr que el sujeto reproduzca el orden institucionalizado. La idea que expresa Víctor cuando se refiere a que: “(…) en Santiago, el hijo del peón ya viene pensando que tiene que servir al patrón” (Neuman, 1988:70), demuestra que esta creencia impuesta a través de la ideología y del imaginario social, logra que los sujetos reproduzcan el orden social establecido. El niño, desde pequeño ya sabe el futuro que le espera, y parece que no existiese la posibilidad de cuestionar dicho orden. Pues, la idea de que “el patrón es patrón” (pág. 41), pone en evidencia que los peones, en este caso, viven la situación de servilismo casi como si fuera un mandato. Es así como lo instituido, la idea de que el “patrón es patrón”, se reproduce en forma de creencia, y ese hacer creer, del que nos habla Ansart, se encarga de persuadir a los sujetos y logra que los peones de los que habla Víctor, e incluso él mismo, reproduzcan el orden establecido. De esta manera, esta creencia en cuanto al significado del “patrón”, se trasmite de generación en generación. El discurso común que ofrece la ideología esta interiorizado en el individuo como una certeza que le pertenece. Es así que, mediante la interiorización del discurso común que la ideología ha logrado erigir como hegemónico, el sujeto reafirma su identidad. Dicha identidad implica la identidad social y la individual. Víctor piensa que él, como un pobre analfabeto pero honrado y trabajador, debe de obedecer a su patrón. No importa quién sea esa persona, lo importante es lo que representa la idea de patrón en Víctor y en los peones que el describe a lo largo de la entrevista. Víctor sabe diferenciar lo que es un patrón verdadero del que no lo es. Es por ello que cuando habla de que el patrón de verdad es aquel que es un buen patrón; ser un buen patrón implica tratar bien a sus peones, no engañarlos y cuidar de ellos. En otros términos: “El patrón, sobre todo cuando se ha criado en el campo, tiene un afecto con su peonada, que le trabaja bien; nunca se le va a burlar a la peonada, ¿no es cierto? El patrón santiagueño no engaña, uno confía y el patrón no lo va a engañar, no lo va a engañar” (Neuman, 1988:86).
Hasta aquí, siguiendo con Ansart, el “hacer creer” se duplica con el “hacer amar” (Ansart, 1983:162) que intenta unir a las instituciones la afectividad y el inconciente. Así pues, “el individuo proyecta sus afectos sobre los polos propuestos por la ideología, al mismo tiempo que ésta no cesa de reproducir sus llamados y de captar su libido” (Ansart, 1983:173). En este sentido, el discurso ideológico también se ocupa de señalar aquellos valores y normas que merecen ser amados, aquello que es bueno, malo, etcétera. Al patrón se lo debe querer porque es bueno con la peonada, es como el padre dice Víctor: “El peón le da la hija con papeles y todo” (Neuman, 1988:58), y esto es bien visto “porque es como si se las entregara…no sé, ¡al padre! Y así las llevan para servir en Buenos Aires a veces; ¡cómo no va a confiar!”(Neuman, 1988:58). Cuando el patrón no engaña, el peón no necesita pensar por si solo porque confía en su patrón, pues éste lo trata bien, como un padre a un hijo. Esto produce, según Víctor, que el peón sea fiel a su patrón, pues ha creado con éste un vínculo, que no solo implica el trabajo sino el cariño. Con respecto a esto, Víctor nos dice que “El patrón allá en Santiago del Estero, nunca engaña y eso el peón lo sabe, por eso no necesita pensar sólo y es bien fiel” (pág. 46). Al patrón no se lo puede odiar, ni en las situaciones más humillantes, “…nunca, jamás, nunca, le tuve odio al patrón, siempre traté de contentarlo” (pág. 66). La idea de que el “patrón es el patrón” se encuentra totalmente institucionalizada en el sentido común de los peones y de los patrones. Además, el lograr imponer un sentido común puede resultar decisivo para que el poder político, y en este caso el del patrón, pueda mantenerse como dominante.
Sintetizando, por medio de la ideología el poder político dominante logra que los sujetos interioricen las pautas que se pretende instituir y establecer como hegemónicas. Estas pautas al ser interiorizadas se transforman en creencias, y estas creencias a su vez, mueven a los sujetos a realizar determinadas acciones que se corresponden con el orden dominante o instituido. Así, los individuos se sienten representados por el poder político, el cuál logra constituirse en hegemónico cuando sus intereses son percibidos como los intereses generales. Por otro lado, las acciones que se consideran contrarias al sistema establecido son percibidas como una amenaza. Es decir que todo discurso que realiza una crítica constituye una ideología contraria a la dominante. En este sentido, encontramos que cuando Neuman le pregunta a Víctor si los peones en Santiago no protestan por la paga en vales, éste le responde: “El peón no protesta, como quién dice, porque ya sabe que con protestar no gana nada” (pág. 120). Este relato nos muestra que la situación de servilismo hacia el patrón es vivida por Víctor y las personas de las que él habla como una situación monolítica. La relación entre el patrón y su peonada se desarrolla de la misma manera que en el pasado, y las nuevas generaciones ya vienen preparadas para continuar con dicho vínculo. Por esta razón es que en este caso no se vislumbra la posibilidad de realizar acciones que se consideren contrarias al orden social establecido. Si pensamos en la situación de pobreza, explotación y dominación por la que atraviesan los sujetos, entendemos la dificultad que surge cuando se plantea la posibilidad de enfrentamiento del orden vigente. Tampoco hay esperanzas en las leyes, ya que se piensa que este mecanismo sólo funciona para los “ricos”. La posibilidad de contestarle al patrón o de no hacerle caso, se traduce en el miedo de pasar más hambre de la que ya se pasa. En suma, aquí no vemos la posibilidad de que surja una ideología contraria a la dominante, pues la situación de precariedad de las personas, hace que se sientan arrinconados y que no perciban la mínima posibilidad de cambiar el orden en el que viven. Como claramente expresa Víctor:
Siempre hay leyes pero a mí me parece que rigen menos para los pobres. Eso se sabe. Así decimos por allá. Decimos que al rico siempre le ponen la silla y al pobre le sacan el banco. Será por eso que uno se hace tan obediente. Porque claro, todo ven al patrón, que es como el padre de uno, y hay que ser obediente como son los chicos. Si uno le contesta al patrón, lo enfrenta o no le cumple…será por eso la timidez que usted dice: uno no le puede decir nada al patrón porque a lo mejor mañana necesita unos pesos para unos remedios o algo y, si uno ha tenido algunas palabras, por ahí no recibe nada. Eso creemos allá. Y ya se ve que las cosas siguen así; no cambian (Neuman, 198:120-121).
Siguiendo con lo planteado hasta el momento y retomando los fragmentos citados de El Patrón, podríamos relacionar las ideas de Ansart sobre el imaginario social con las de Freud sobre el super-yo cultural, considerando que aquellas creencias que Víctor reproduce en su diálogo, son ideales y manifestaciones de valores de una determinada época, y que deben respetarse a fin de evitar el castigo que su violación conllevaría. Este super-yo cultural, lo que busca es evitar la agresión entre los hombres, por eso establece como principal mandamiento “Amarás al prójimo como a ti mismo”.
Puede ocurrir claramente, que entre el super-yo individual y el cultural se produzca una tensión, puesto que este último, al establecer determinadas normas e ideales, no se preocupa si el super-yo individual puede seguirlas rigurosamente; entonces podría ocurrir que, si las exigencias sobrepasan al individuo, éste entrará en un estado de infelicidad o neurosis. Se pondrán de esta manera en contradicción y chocarán, la aspiración egoísta que busca la felicidad individual y la altruista que busca fundir a cada sujeto en una comunidad, quedando relegada, la primera. De esta manera, la búsqueda de conformación de una comunidad, echará a la búsqueda de la felicidad a un segundo plano; lo que puede ejemplificarse con la explicación de Víctor acerca de su obediencia al patrón, si bien el se sentía avergonzado y sufría cuando Don Latuada lo retaba, a pesar de ello el reaccionaba. En palabras del entrevistado, podemos observar cómo, si bien su super-yo individual se opone al cultural, puesto que su sufrimiento se enfrenta a la idea de mantener el respeto por el otro, es el super-yo cultural el que triunfa y se impone ante la felicidad del entrevistado:
¿No le parece que usted obedecía demasiado? Si. No niego, pero es que…desde chico en todos lados, yo siempre respeté a la gente. Y a los patrones más. ¡Siempre respeté! Así somos allá en Santiago (…) (Neuman: 1988:120)
Claramente, Víctor actúa respetando aquellos valores aprehendidos en su época y su provincia natal, su super-yo cultural (que lo oprime y lo va configurando) y mantiene determinadas características, de las cuales algunas se observan claramente en el texto, como por ejemplo, el respeto y confianza al patrón, y la idea de educación como salvación, la aceptación de condiciones laborales severas sin ningún tipo de protección ni seguridad.
Siguiendo a Freud (1921), podemos dar cuenta en los relatos de Víctor, del surgimiento de una masa psicológica a partir del misachico, un acontecimiento religioso que se celebra en muchos pueblos de Santiago del Estero. En el misachico los individuos sienten y actúan de manera diferente, se encuentran incluidos en una masa psicológica, han puesto un objeto en el lugar de su ideal del yo, este objeto puede ser, según Víctor, un santo o una santa, al cual todos veneran. Es a consecuencia de este objeto adorado que los sujetos participes de dicho acontecimiento, y se identifican entre si en su yo. Podemos ver en los términos en que se expresa el entrevistado, que muchos sujetos actúan de manera diferente a la forma en que lo harían si estuvieran solos, pues “se baila, y se empina el codo” (Neuman, 1988:36), se produce el contagio del cual habla Freud, se contagian los actos y sentimientos, sacrificando el individuo su interés personal por el interés colectivo.
Otro ejemplo aún más claro es la relación entre los peones y el patrón, dado que se observa en este vínculo, la falta de autonomía e iniciativa en el individuo, la uniformidad de su reacción, puesto que: “El peón no protesta, como quien dice, porque ya se da cuenta que con protestar no gana nada…” (Neuman, 1988:120), todos actúan de la misma manera, el peón dentro de esta masa, se vuelve débil para hacerse valer por si solo, el alma de la masa lo domina. Y en este caso, lo que une a los peones, la constitución libidinosa, aquel objeto en el que se han identificado, es el patrón, quien nunca los traicionará, sino que los conducirá, ayudará y protegerá. De esta modo, los peones entran en un estado de fascinación donde la personalidad conciente desaparece, se comportan como si fueran homogéneos, se sienten amados y por ende protegidos por su señor de manera igual y justa, toleran al otro y lo consideran como su igual, se produce una restricción del narcisismo. Pero este sentimiento de amor desde el conductor hacia las masas, no es del todo cierto; Freud dirá que a este último no le hace falta amar a ningún otro, pues es seguro de sí y autónomo.
III. Conclusión.
La primera lectura del libro El Patrón nos provocó fuertes sensaciones de indignación, de injusticia y de bronca. Con el tiempo y las siguientes re-lecturas, empiezan entonces a aparecer más claramente los conceptos, las teorías, las explicaciones, la “mirada sociológica”. Si bien es cierto que en la mayor parte del presente trabajo hemos dado cuenta de una serie de sucesos que parecerían mostrar un horizonte bastante pesimista sobre la vida de Víctor y su familia, no menos estimulante es la reflexión final que nuestro actor confiesa a Neuman: ve en la ignorancia y en el hecho de que los peones no saben leer ni escribir la condición de posibilidad de la dominación patronal. Y en esta situación Víctor presenta a la educación como una oportunidad a través de la cual se puede reflexionar en torno a las relaciones sociales, y enfatiza que el estudio “despierta” y lo hace a uno pensar mejor. Luego de sus experiencias, tanto la de Santiago del Estero como también la de Buenos Aires, Víctor cambia la mirada sobre los peones y sus patrones (no ya solamente sobre Don Latuada y él mismo) pudiendo superar la mirada circunscripta a la mera situación individual para permitirse ver cómo actúan las racionalidades y jerarquías laborales. En este sentido, Víctor ve que la gente que quiere aprender se encuentra con dificultades como la falta de colegios y de vacantes, las distancias y por supuesto la falta de dinero que se refleja en la temprana necesidad de trabajar.
Como si de pronto despertase de una larga mentira sostenida en el tiempo, Víctor comenta en un tono esclarecedor: “parece que fuera una política así, para que no se pueda estudiar y el que no estudie trabaje, trabaje como un buey” (Neuman, 1988:112). Nos parece entonces, que Víctor está marcando un camino para que sus hijos y el resto de los hijos de los demás peones (como sinécdoque de todos aquellos que son ignorantes y analfabetos) no repitan la historia de sumisión que él mismo no pudo evitar durante muchísimos años.
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