Por Hubert Matías Parajón*
A doscientos años de la declaración de la independencia de la corona española y de “toda otra dominación extranjera”, el país vuelve a encontrarse colonizado bajo el mando de empresarios a cargo del poder político que con sus decisiones someten el destino del país al capital financiero transnacional del que forman parte. La actual coyuntura junto a otras tantas restauraciones conservadoras que debimos padecer, demuestra que por más declaraciones que se hagan, la independencia no se obtiene de una vez y para siempre. Los procesos políticos que mediante sus diversas acciones contribuyen a incluir a los más desfavorecidos reduciendo la brecha de desigualdad propia de todo sistema capitalista, son blanco directo de ataques de ese mismo poder que no está ni estará dispuesto a ceder uno solo de sus privilegios. A estos llamados poderes fácticos incrustados en los poderes políticos no los beneficia ninguna medida redistributiva de la riqueza o de ampliación de derechos para las mayorías populares, pues les implica dejar de percibir el mayor rédito económico al menor costo posible.
El deterioro del tejido social y del aparato productivo local provocado por la indiscriminada ola de despidos, apertura de importaciones, devaluación, especulación financiera y los aumentos tarifarios desenfrenados que hieren de muerte a las pequeñas empresas y a la mayor parte de la población, es dispuesto por aquellos mismos que actúan de los dos lados del mostrador representando los intereses de las empresas favorecidas por sus propias medidas. De ahí su desprecio por cualquier iniciativa que redunde en inversión social, fomento del mercado interno y de la industria nacional. Uno de sus objetivos centrales es el de crear las condiciones para que nos convirtamos en una guarida fiscal que le haga el caldo gordo a la especulación financiera y a la fuga de capitales para pasar a quedar reducidos, a lo sumo, a un país de servicios con eje en el modelo hindú, tal como con su dislexia cool lo han venido sosteniendo sus gerentes.
Lamentablemente, todo proceso transformador atraviesa por momentos de avances y retrocesos. Que este bicentenario nos lleve a reflexionar acerca de que el colonizador dejó de ser la tropa militar. Hoy está representado por los sectores económicos más reaccionarios y concentrados a cargo del manejo del Estado que con su matriz intrínsecamente perversa, excluyen, hambrean y reprimen al pueblo con la complicidad de los medios de comunicación afines y la anuencia de la corporación judicial dispuestos a perpetuarse en el poder. La conservación de sus privilegios atenta contra la justicia social y nuestra soberanía. Será el terreno cultural el ámbito apropiado en el que a estos sectores se le dispute el poder para someterlo definitivamente al control político del Estado, garantizando así nuestra independencia.
* Abogado.