Por Eduardo Luis Aguirre
Elijo siempre escribir el día después. Es un viejo estilo que permite ahorrar adjetivos y elegir las invocaciones. Ni siquiera sé si el ritual se compadece realmente con la materialidad de los desastres, pero sí que me permite constatar que lo ocurrido no entraña sorpresa, aunque eso no aplaque los dolores más profundos. Tal vez el acontecimiento no sea más que un episodio desgraciado que actualiza un clima de época meteórico y atroz.
Irrumpe un cordobés que mal finge un gimoteo y exclama “Este bloque no apoya al gobierno sino al pueblo argentino", y agrega como corolario de su lamento ficticio: "Este gobierno está llevando adelante un ajuste con una voracidad fiscal arrolladora, que lo argumenta desde lo teórico pero lo lleva delante de forma cruel". Después, el diputado aclara sin inmutarse que va a votar a favor de la ley. El giro canalla es una pintura que exhibe impúdicamente la falta de ligazón absoluta entre la ética y la política en tiempos en que el hombre parece haberse asumido como un lobo para sus semejantes. Es la era del Señorío del Lupus. En medio de una derrota popular sin miramientos recuerdo a Maquiavelo y la advertencia de que las victorias nunca son tan decisivas como para que el vencedor no tenga que guardar algún miramiento, sobre todo con respecto a la justicia. Tenemos en claro que las nuevas tecnologías políticas no sólo están de su lado. Son constitutivas de su razón de ser. Sepamos entonces, una vez más, afirmarnos en la adversidad. No existe hombre lo suficientemente dúctil como para adaptarse a todas las circunstancias. En esta nueva era, la vertiginosidad de los cambios nos conmina al esfuerzo de la anticipación cotidiana de un porvenir inescrutable. No queda otra. Pero sepamos que, a veces, no podremos hacerlo y fallaremos en el intento. Se trata, en definitiva, de reconstituir la prudencia que estriba en conocer la naturaleza de los inconvenientes y aceptar el menos malo por bueno. Eso también lo recordaba el singular florentino. Desde esa posición defensiva y desvalida partimos. Nadie asegura que esta victoria ruinosa de los opresores dure para siempre. Ni que tampoco puedan revertirse los festejos impúdicos de los que vinieron decididos a concederlo todo. Hoy, los poderosos se abrazan. La historia humana, vale recordarlo, rebosa de ejemplos de prosperidad política a los que le siguió la desgracia inmediata sin que ningún mojón delimitara cuándo ni por qué habían cambiado las cosas. En la superestructura de este país, un legislador es capaz de demostrarnos por vía de la infamia que la dicotomía no parece alojarse entre lo verdadero y lo falso sino entre el “yo” y el “nosotros”. Fortalezcamos entonces la afiliación a los valores comunes y dejemos que la dinámica histórica se encargue de recomponer la condición humana. Como en la leyenda de San Jorge y el dragón, nunca sabremos si los hechos en realidad existieron. Lo que sí sabemos es que el éxito más rotundo de Jordi fue haber internacionalizado una fiesta popular para todos los tiempos.
Imagen: El diario.ar