Por Nora Merlin*

 “Nuestro porvenir de mercados comunes encontrará su balanza en una extensión cada vez más dura de los procesos de segregación, denunciando así que la particularidad tendería a restituirse en el seno de lo universal bajo la forma de la segregación y de las segregaciones múltiples”.
                                                                             Lacan 1967







En 1930, cuando la presencia de Hitler ya era una amenaza, Freud publica “El malestar en la cultura”. Al final de esta obra realiza el diagnóstico de una humanidad enferma, formulando el deseo de que se emprenda el estudio de esa patología que puede conducir a un exterminio absoluto. “…es lícito esperar que un día alguien emprenda la aventura de semejante patología de las comunidades culturales”. En ese mismo artículo sugiere algunas pistas para abordar la tarea: el papel del superyó y la pulsión de muerte en la cultura. Afirmó: “…la cuestión decisiva para el destino de la especie humana: si su desarrollo cultural logrará…dominar la perturbación de la convivencia que proviene de la humana pulsión de agresión y de autoaniquilamiento…Hoy los seres humanos han llevado tan adelante su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio les resultará fácil exterminarse unos a otros, hasta el último hombre. Ellos lo saben; de ahí buena parte de la inquietud contemporánea, de su infelicidad, de su talante angustiado. Y ahora cabe esperar que…Eros eterno, haga un esfuerzo para afianzarse en la lucha contra su enemigo igualmente inmortal.”



El neoliberalismo, modo actual del capitalismo, es hoy el nombre del malestar en  la cultura que constituye el triunfo arrasador de la pulsión de muerte y que opera a favor de la desintegración de los lazos libidinales entre las personas. Una nueva modalidad de la pulsión de muerte se expresa en  los actuales fenómenos de terrorismo. Se trata de atentados imprevistos, acciones violentas de gran despliegue escénico, realizadas en situaciones cotidianas, contra población civil con numerosas víctimas que no implican un enemigo determinado; cualquiera puede constituirse en blanco de los mismos. La acción terrorista actúa de manera imprevista y sorpresiva, interrumpiendo la cotidianeidad global. Se pueden diferenciar dos niveles: el terror de la comunidad por un lado, y la afectividad de quien se inmola realizando el acto terrorista por otro. Freud en su artículo “Más allá del  principio del placer” caracteriza la reacción de terror poniéndola en relación con la falta de preparación de los sistemas que reciben el estímulo, los que quedarían fuera de juego por la incidencia del factor sorpresa. El terror es efecto de un cúmulo de excitación que irrumpe provocando una enorme perturbación en un aparato psíquico desprotegido. El estudio sobre la subjetividad de una cultura afectada por actos terroristas lo dejaremos para otra ocasión. Hoy queremos indagar esta modalidad terrorista desde una perspectiva psicoanalítica, pensándola en relación con la época. Este asunto resulta de crucial importancia, ya que si no se efectúa un buen diagnóstico de esta forma de suicidio y exterminio, no se acertará con las soluciones tal como viene aconteciendo: políticas represivas y de control basadas en un estado de tipo policial, que producen segregación. Esto recuerda el dicho “peor el remedio que la enfermedad”, ya que conduce al aumento de la xenofobia, del racismo y a una guerra de todos contra todos, que pone en riesgo el destino de la humanidad. Hay quienes se preguntan por las características psicológicas, raciales o religiosas de los terroristas y buscan encontrar “el mal” en determinados rasgos. Para intranquilidad de algunos, los actos terroristas no pueden pensarse de manera lombrosiana: no hay ningún ser propio ni rasgo de personalidad generalizable que caracterice a los que ofician de agentes.  Estas mostraciones violentas deben concebirse como un síntoma de la época actual: un capitalismo de cuño neoliberal y democracias dominadas por el mercado.



El mercado que va extendiéndose a múltiples expresiones de la cultura, conquistando casi todo, se apropia también de los Estados, se disfraza de ley y en lugar de regular el consumo lo exige cada vez más, funcionando como un imperativo. Es proferido fundamentalmente por los medios de comunicación concentrados alcanzando el estatuto de ley que rige la época, lo que lleva a transformar la cultura en una masa, modo social que caracteriza al capitalismo. En “Psicología de las masas y análisis del yo” Freud establece que el funcionamiento de la masa es idéntico al de la hipnosis y el enamoramiento. Sitúa allí la función del Ideal del yo, instancia que explica la fascinación amorosa, la sugestión, la dependencia frente al hipnotizador y la sumisión al líder. En la masa cierto número de individuos han colocado un mismo objeto, que puede ser una persona una idea o una cosa, en el lugar de su ideal, a consecuencia de lo cual se identifican entre sí. La eficacia del ideal colectivo proviene de la convergencia de los «Ideales del yo» individuales. Este objeto común al ser investido libidinalmente produce sometimiento y obediencia de una masa de autómatas, que actúa cumpliendo órdenes. Las personas aceptan incondicionalmente un mensaje transmitido por una fuente investida de autoridad. Los medios de comunicación ocupan el lugar del Ideal y desde allí constituyen una masa de televidentes, consumidores hipnotizados. Un mundo organizado como masa empuja a cada uno a parecerse al otro, a ser lo mismo, a gozar del mismo modo y a uniformarse. La masa no constituye un discurso sino un sistema cerrado, exclusivamente libidinal, que opera rechazando toda forma de imposibilidad. Este modo social excluye al sujeto en su singularidad y forma una igualdad imaginaria, colonizada por el marketing y patologizada por los medios de comunicación. La bestia capitalista es un dispositivo de producción de objetos y acumulación de capital, que incrementa su poder a costa de la subjetividad. Freud vio en este funcionamiento la  homogeneización que para él caracteriza a la psicología de las masas, un prolegómeno del totalitarismo.



El neoliberalismo produce una cultura globalizada sometida a constantes procesos de homogenización que coexisten con lazos sociales debilitados e incalculables desigualdades, exclusiones, y salvajes destituciones de la subjetividad. Los Estados dominados por el mercado se vuelven impotentes en sus funciones principales: asegurar protección y amparo, así como disminuir la hostilidad entre las personas. De esta forma los gobiernos se limitan a gestionar y cumplir órdenes impartidas por el poder financiero, sin lograr regular el consumo, la violencia y el odio entre los semejantes. Asistimos a la instalación de un mandato superyoico que, con furia y voracidad,  exige cada vez más consumo. De esta forma, va sustituyendo paulatinamente a la ley del padre y la culpa que aparejaba esa ley deja de funcionar como uno de los diques de la civilización. Un sujeto sometido al actual imperativo cruel e insaciable, quedó a la intemperie casi desprovisto de ropajes simbólicos y protectores, expuesto a la emergencia de una angustia radical, afecto paradigmático del capitalismo.  



Desvalimiento y desamparo son términos que definen el estado de angustia tanto en Freud como en Lacan. Freud hablando de la angustia, refiere a laHilflosigkeit, el desamparo en el que el hombre en esa relación consigo mismo no puede esperar ayuda de nadie: el desasosiego absoluto. La denomina angustia automática, y afirma que es una reacción que se produce en forma involuntaria, resultando una inundación que deja fuera de juego la defensa, un exceso de estímulos imposible de ser tramitados. En el “Proyecto de una Psicología para Neurólogos” se expresa este estado como el grito del indefenso y desamparado.



En esta época caracterizada por la destitución del sujeto se asiste al incremento de manifestaciones que adquieren el estatuto de actos, en el límite de la subjetividad. Lacan en el “Seminario de la angustia”, establece que el acting-out y el pasaje al acto constituyen movimientos colindantes a la angustia: el primero implica un subir a la escena y el segundo una salida de la escena, un dejarse caer. Este se produce cuando alguien asediado por la angustia en un punto extremo de la subjetividad, pierde las coordenadas simbólicas y el recurso a la palabra que le permitían sostener la escena del mundo. Lacan nombra objeto  “a” al objeto de la angustia: no imaginario, no especular, imposible de articular por el orden simbólico, único afecto que “no engaña”, quedando reducido el sujeto a la condición de objeto. Frente a lo que no engaña de la angustia, sin recursos simbólicos, el pasaje al acto es un modo de arrancarle a la angustia su certeza. Desde la perspectiva de Lacan las claves del pasaje al acto las encontramos en el suicidio: un fenómeno que se presenta como loco, porque el sujeto, ante esa angustia radical, se identifica al objeto “a” desligándose absolutamente del Otro. El brutal corte, que implica arrojarse,  lanzarse,  le da un carácter insensato, irracional, asemántico: “no entendemos”. El pasaje al acto es una respuesta que se produce cuando las coordenadas simbólicas se desvanecen y no queda lugar más que para la sustracción del sujeto. No se trata aquí del armado de una escena, una mostración o una significación para otro, no se dirige al Otro, ni lo convoca, sino de una rápida salida de la escena que anula al sujeto.



Acuñamos la expresión “época del biomercado” para definir la actualidad comandada por el mercado y el funcionamiento “como si” de mecanismos simbólicos debilitados. Postulamos que éstos en sentido estricto no regulan nada, sino que conducen a un sometimiento de la subjetividad a la pulsión de muerte (consumo). Sin embargo el actual paradigma no tiene por qué constituir  el fin de la historia, como se auguraba en los ‘90 ante el fracaso del socialismo real. Afirmó Freud en “El porvenir de una ilusión”: “Nuevas generaciones educadas en el amor y en el respeto por el pensamiento, que experimentaran desde temprano los beneficios de la cultura, mantendrán también otra relación con ella, la sentirán como su posesión más genuina. No es posible poner en entredicho la grandiosidad de ese plan, su gravitación para el futuro de la cultura humana. El experimento no se ha hecho todavía.”



El texto freudiano deja lugar para una posibilidad de otra construcción social, basada en un pacto político no determinado por el mercado y sus mandatos. En los últimos años en Latinoamérica se pusieron en juego nuevas lógicas políticas, independientes de los centros de poder financiero global. Fue posible el desarrollo de una experiencia de pueblo junto a un Estado y una militancia capaces de hacerse cargo de un proyecto emancipatorio, democrático, nacional y popular.



Retomando las palabras de Freud:“Y ahora cabe esperar que… Eros eterno haga un esfuerzo para afianzarse en la lucha contra su enemigo igualmente inmortal.”



Insistiremos.



Buenos Aires, 22 de agosto de 2016

                                                   

*Psicoanalista (UBA). Magister en Ciencias Políticas (IDAES). Autora de “Populismo y Psicoanálisis”

 Publicado originariamente en La Tecl@ Eñe

Reproducción autorizada por la autora.