Por Nora Merlín (*)
 
Se suele afirmar que la noción de voluntad popular planteada por Rousseau no resulta de aplicación en la actualidad, a raíz de que el crecimiento demográfico de las ciudades torna imposible el funcionamiento asambleario de la democracia. Sin embargo, la teoría del populismo de Ernesto Laclau hace posible resignificar el planteo de Rousseau sobre la voluntad general, y postular su vigencia en las democracias actuales.
 
La razón populista es una lógica política que permite establecer la construcción hegemónica de un pueblo sustentándola en la voluntad popular, a partir de las demandas no satisfechas por el Estado o las instituciones. Laclau desarrolló su teoría política valiéndose del psicoanálisis y la lingüística, concibiendo lo social discursivamente (entiende por discurso toda práctica que, involucrando palabras o acciones, produce significación).
 
Esto supone que la sociedad no es un referente empírico previo, sino que se constituye en un orden simbólico en el que las cadenas discursivas se van a articulando a partir de una lógica de diferencias y equivalencias. De esta forma se produce una significación contextual, relaciones sociales contingentes y se construye hegemonía. Los elementos significativos no poseen una literalidad última y la significación no es estable sino precaria, al haber constantes deslizamientos y superposiciones de sentidos . Se ponen en juego significantes flotantes, vacíos, antagonismos, puntos nodales y sobredeterminaciones.
 
En la construcción hegemónica intervienen la lógica diferencial, la producción de un antagonista, que posibilita la instauración de la equivalencia, y el trazado de un límite, una frontera que escinde el campo social: una parte, el pueblo, se opone a otra, interpela y divide a la comunidad. El pueblo representa hegemónicamente a la comunidad “toda” (sabiendo que el todo es imposible), y es soberano porque se construyó fundado en la voluntad popular a partir de la articulación de demandas. El poder, el adversario, la articulación, la identidad, no constituyen supuestos de partida sino que se producen como efectos de la lógica de diferencias y equivalencias. Desde esta perspectiva el pueblo no es un dato de la realidad o de la estructura social, tampoco refiere a un determinado “ser nacional” con el que identificarse, sino que se trata de una construcción colectiva, un acto instituyente que implica una transgresión frente a la situación precedente.
El planteo de Laclau significó un punto de inflexión, un corte epistemológico fundamental en la teoría política. Permitió establecer la matriz de la construcción de un pueblo fundamentado en la voluntad popular, evitando cometer errores políticos tales como confundir al pueblo con la masa uniforme, o con un movimiento social evanescente. Las voces, las demandas y las acciones del pueblo posibilitan radicalizar la democracia, y construirla en función de los intereses de la voluntad popular. De este modo la democracia permanece viva, evitando convertirse en letra muerta, al modo de un dogma congelado.
A partir de la teoría de Laclau, el pueblo abandona su estatuto de objeto exterior, estudiado por expertos, para devenir actor, protagonista central de las democracias Latinoamericanas del siglo 21.
Contrariamente a lo que desde una concepción prejuiciosa algunos sostienen, el populismo lejos está de oponerse a la democracia, o de constituir un obstáculo para su funcionamiento; por el contrario, ambos se retroalimentan y precisan mutuamente. El populismo pone en acto una pluralidad discursiva con desacuerdos y antagonismos que no serían posibles sin la democracia. El institucionalismo puro, “sin populismos”, significa la ausencia de demandas externas al aparato institucional: conduce a la burocratización, al conservadurismo, a la política convertida en mera gestión o administración, implicando el riesgo de un Estado carente de raíces populares.
La voluntad política de la mayoría electoral debe estar acompañada, enriquecida, empujada y defendida por el pueblo, que se encuentra en construcción permanente. Este nuevo agente político en las democracias contemporáneas latinoamericanas pone en escena un movimiento discursivo y afectivo, una voluntad popular que interpela, cuestiona y demanda al Estado, propone esperanzadamente algo nuevo y transformador. Afirmaba Laclau que la presencia combinada de Estado y pueblo en tensión permanente, orientados por la soberanía y la igualdad, es el verdadero desafío para los que luchan por la democracia del siglo XXI.
El populismo constituye un experimento soberano de autonomía frente a la civilización global que pretende legislar de manera universal. Es una posibilidad política de construir una cultura libertaria, no sometida a procesos de obediencia o uniformidad, asumiendo la responsabilidad de la construcción y de sus consecuencias en forma colectiva.
*Psicoanalista (UBA), Magister en Ciencias Políticas, autora del libro “Populismo y psicoanálisis”.


  Publicado con autorización de la autora. Disponible originariamente en http://horizontesdelsur.com.ar/2015/08/la-construccion-de-un-pueblo-y-la-voluntad-popular/