Por Eduardo Luis Aguirre

Sigmund Freud fue un médico neurólogo vienés, nacido en 1856, en un contexto familiar singular y en un período histórico en el que la sociedad austríaca atravesaba una crisis colectiva, que a la postre derivaría en hechos históricos por todos conocidos. La sociedad vienesa de su época era una sociedad imperial, represiva y mojigata, especialmente en lo que respecta al ámbito de la sexualidad. Freud se interesó por estudiar una patología muy frecuente aunque soterrada en esos años: la histeria.
 
El joven médico fue desde siempre reconocido como el fundador dell psicoanálisis, un conjunto de teorías que toman como base las teorizaciones llevadas a cabo desde su práctica en el tratamiento de enfermedades mentales. Lo distintivo del psicoanálisis es el trabajo sobre un inconsciente reprimido. El psicoanálisis históricamente ha sido considerado por los psicoanalistas como una disciplina dotada de un estatuto científico pero que -paradójicamente- se vale de un método distinto al método científico. Sigmund Freud es considerado "el padre del psicoanálisis", y este reconocimiento constituye, desde entonces, una afirmación indiscutible.
 
Ahora bien: ¿fue realmente Freud el padre del psicoanálisis? El filósofo francés Michel Onfray ha dedicado buena parte de su obra, artículos, conferencias y libros "Las sabidurías de la antiguedad . Contrahistoria de la filosofía", para hacer conocer a una gran cantidad de filósofos antiguos desechados por la filosofía oficial a lo largo de toda la historia. Pensadores que no contaron en su momento con la venia del platonismo hegemónico y que, en consecuencia, sufrieron el ostracismo y el olvido y su condición de pensadores fue puesta sistemáticamente en duda. Uno de esos casos, emblemático, es el de Antifón de Atenas, también condenado a la catalogación polisémica y desdeñosa de "sofista" o "amante de los argumentos capciosos", tal como ocurría con aquellos que no ponían en práctica la filosofía hegemónica de la época.
 
Nada que resulte extraño o novedoso en nuestros días. Onfray adjudica a Antifón (o Antifonte) de Atenas (480 a. C. - 411 a. C) la condición, absolutamente desconocida, de inventor del psicoanálisis. El creador de la Universidad Popular de Caen da cuenta en su libro que Antifón abrió un gabinete cerca del ágora de Corinto para recibir a pacientes a quienes sometía a un tratamiento fundado en la palabra. Primero escuchaba en una entrevista a solas, luego sobrevenía una terapia verbal. El contenido de esas conversaciones tenían por objeto la desaparición de la angustia que llevara al paciente al domicilio del filósofo. Los detalles de esta medicación del alma mediante el verbo figuraban en el libro del filósofo "El arte de combatir la tristeza", obra que no ha podido ser encontrada.
 
Al sofista en cuestión se le reconocía en sus días un profundo dominio de la palabra y una exquisita oratoria. En palabras de Onfray: "Su opción materialista, monista e inmanentista le permite concebir que se puede acceder a la causa profunda del mal, situada en la materia atomística del paciente, con ayuda de la palabra, que fabrica representaciones útiles para actuar sobre el cuerpo y modificar las lógicas las lógicas de los sufrimientos psíquicos y, por último, corporales. Es sorprendente cómo se encuentran aquí reunidos los principios del psicoanálisis.
 
Para bien o para mal, Antifón atribuye a los sueños un papel fundamental en la economía de esa terapia. Efectivamente, propone interpretarlos. A su manera, habría podido convertir el sueño en la vía regia que conduce a lo que todavía no se llamaba inconcsciente, pero que se enmascara en los átomos psíquicos antes de contaminar los átomos somáticos" (*). Y en esa interpretación, el sofista, orador de nota, movilizaba todo su arte para desactivar la potencia negativa del sueño, dándole una lectura catártica, en un ejercicio que, según sus propios dichos, se reducía a la conjetura de un hombre dotado de sentido común que, según Onfray desarrollaba prácticas de corte lacaniano, para mayores datos, y producía un cimbronazo en parte de la historia moderna sacralizada y, en apariencia, incontrovertible.