Por Amanda Garma (*)
Se puede decir que, en la tradición de la sociología europea, de la sociología digamos durkheimiana, e igualmente en la tradición de la historia de las ideas que se practicaba en la Europa Occidental a finales del siglo XIX y a principios del XX, preocupaban esencialmente los fenómenos positivos. Se trataba de buscar los valores reconocidos en el interior de una sociedad. Dicho de otro modo, se buscaba esencialmente definir una sociedad o definir una cultura por su contenido positivo, intrínseco, interior.
Desde hace unos años, la sociología y más aún la etnología se han preocupado por el fenómeno inverso, por lo que podríamos llamar la estructura negativa de una sociedad: ¿Qué se rechaza en ella? ¿Qué se excluye?
Cuando Durkheim trataba el problema del incesto, se preguntaba, cuál era el sistema de valores por la sociedad al rechazar el incesto. Decía que era fuera, en otro grupo social, donde había que ir a buscar esposa. Contra esta interpretación de Durkheim, que era una interpretación en términos de positividad, Lévi-Strauss ha mostrado, por el contrario, que la prohibición del incesto era un sistema de elecciones y exclusiones.
Foucault se pregunta si lo que los etnólogos han hecho con respecto a las sociedades – esta tentativa para explicar los fenómenos negativos al mismo tiempo que los positivos- , no se podría aplicar a la historia de las ideas ¿Cuáles son, que no pueden ser recibidos, que son excluidos del sistema? En una sociedad como la nuestra o en cualquier otra sociedad, la locura es lo que es excluido.
Se pueden establecer relaciones entre la locura y la sociedad contemporánea de tipo industrial, es decir, la sociedad europea del siglo XVII hasta nuestros días.
Aproximadamente en la misma época, en Francia y en Inglaterra se produjo el siguiente hecho: se liberaron los centros de internamiento donde se recluía a ciertas personas que eran o enfermos mentales, o desocupados, o inválidos, o ancianos.. Esta liberación de los grandes centros de internamiento se sitúa en Francia e Inglaterra a finales del siglo XVIII. En Francia este episodio tuvo lugar en 1792, en plena Revolución Francesa. El médico Pinel fue destinado a uno de esos grandes centros donde se encerraba a este tipo de gente. Declara que, de ahora en adelante, este lugar de encierro ya no funcionará como una cárcel, será un hospital donde la gente será considerada como enferma y donde los médicos tendrán por tarea cuidarles y sanarles.
Este episodio tiene su semejante y equivalente en Inglaterra, más o menos por la misma época. Se establecen, posprimera vez en Europa, hospitales psiquiátricos en el sentido estricto del término. Es decir, centros destinados a recoger personas reconocidas como enfermos mentales con el fin de curarlos.
Habitualmente se dice que antes que Tuke y Pinel, la enfermedad mental en Europa no estaba reconocida como enfermedad, se trataba a los locos como prisioneros, o criminales.
Bajo este análisis se esconden prejuicios que habría que erradicar.
El primer prejuicio antes de la Revolución o antes de finales del siglo XVII: en Europa los locos sólo eran considerados como criminales. Es inexacto. Pero el segundo prejuicio, mucho más grave, implica que alrededor de 1700, la locura se habría liberado del viejo estatuto, que hasta entonces había sido el suyo. Se habría tratado en las sociedades industriales desarrolladas como una enfermedad.
En toda sociedad existe un estatuto general del loco.
No existe una sociedad sin reglas; no hay sociedad sin un sistema de coacciones, no existe. Habrá siempre un determinado número de individuos que no obedecerán al sistema de coacciones, ha de ser tal que los hombres tengan siempre cierta tendencia a escapar de él. El loco va a presentarse en estos márgenes necesarios, indispensables para las sociedades:
1. El sistema de exclusión en relación con el trabajo, con la producción económica. En toda sociedad, hay siempre individuos que no forman parte, ya sea porque son incapaces de ello. Por ejemplo, en la mayoría de las sociedades los individuos encargados de funciones religiosas no ocupan una posición definida en el ciclo de la producción.
2. Siempre hay individuos que resultan marginales en relación a la familia. Existen célibes, ya sea porque quieren serlo, ya sea porque están obligados a ella, por ejemplo, por su condición religiosa.
3. En toda sociedad hay siempre un sistema de exclusión que hace que la palabra de determinados individuos no sea recibida de la misma manera que la palabra de cualquier otro. Lo que dice un profeta en las sociedades judaicas o lo que dice un poeta en la mayor parte de las sociedades no tiene la misma condición de lo que dice una persona cualquiera.
4. Hay, finalmente, un último sistema de exclusión: el que funciona en relación al juego. Hay siempre individuos que no ocupan, en relación con el juego, la misma posición que los demás: están en una situación particular ya sea porque son los árbitros del juego o, porque son objetos o víctimas del mismo. Por ejemplo en un rito como el del chivo expiatorio, alguien que, en cierto sentido, es parte del juego y que, sin embargo, está excluido del mismo.
Hay siempre una categoría de individuos que están excluidos al mismo tiempo de la producción, de la familia, del discurso y del juego. Dichos individuos son los que en líneas generales llamamos “locos”.
Lo mismo se podría decir con respecto a la familia. En este terreno, Occidente ha experimentado un evolución muy importante. Hasta finales del siglo XVIII sólo la familia tenía el derecho de conseguir el internamiento de alguien. Si no se trataba de una familia, el entorno inmediato tenía el derecho de conseguir el internamiento de alguien.
La situación cambia mucho en Occidente a partir del siglo XIX. Es necesario un certificado médico, susceptible de ser confirmado o anulado por un contrainforme. Determinar el internamiento, lo mismo que la liberación del enfermo mental, y se obtiene con la autorización del poder civil.
Existe, igualmente, un segundo gran signo al menos, que es la alteración de la conducta sexual. La idea de que un homosexual pudiera ser, en cierto modo, alguien emparentado con un enfermo mental, jamás había aflorado en la mente europea. La idea de que una mujer ninfómana pudiera ser una enferma mental, tampoco había sido nunca formulada en Occidente. Freud –dice Foucault- respondió a “¿Cómo se reconoce un neurótico?” “Ser neurótico es muy sencillo: es no poder trabajar y la incapacidad de hacer el amor”, Esto muestra que en nuestras sociedades el loco se reconoce a partir de ese doble sistema de exclusión que suponen las reglas del trabajo y de la reproducción social.
La palabra del loco en la Edad Media gozaba de un estatus particular. En algunas sociedades aristocráticas europeas existía el bufón. El bufón era aquel que voluntaria o involuntariamente -es imposible saberlo-. Tenía esencialmente como papel decir determinadas cosas que cualquier individuo que ocupara un estatus normal en la sociedad o podía decir. El bufón era la institucionalización de la palabra loca. Estaba loco o imitaba la locura de tal manera que pudiera poner en circulación una palabra escuchada, pero también desvalorizada, desarmada para que no tuviera los efectos habituales de la palabra ordinaria. Se podría mostrar la importancia del loco en el tetro desde la Edad Media hasta el Renacimiento. El loco ocupa en el teatro una posición privilegiada: es el que de antemano dice la verdad, el que ve mejor que la gente que no está loca, pero nunca es escuchado y sólo una vez acabada la obra es cuando uno se percata retrospectivamente de que ha dicho la verdad. El loco es la verdad irresponsable.
Después de todo, la literatura en Europa, desde el siglo XIX, es una determinada clase de discurso que ya no se destina a decir la verdad, ni a dar una lección de moral, que ya no se destina a agradar a los que la consumen. La literatura es una especie de discurso marginal que cuestiona los discursos ordinarios.
¿Hay un sitio en el universo de nuestro discurso para los miles de páginas en las que Thorin, lacayo casi analfabeto, y demente furioso, transcribió a fines del siglo XVII, sus visiones furiosas y los ladridos de su terror?
A partir del siglo XIX, la literatura en Europa, en cierto modo, se ha desinstitucionalizado, se han liberado con respecto al estatus, se ha liberado con respecto al estatus institucional que era el suyo y tiende a convertirse, en sus formulaciones más elevadas, las únicas que podemos considerar como válidas, en la palabra absolutamente anárquica, la palabra sin institución, la palabra absolutamente marginal. La razón siempre ha estado fascinada por la locura. Después de todo, Hölderlin puede ser considerado como el primer ejemplo de la literatura moderna, pero de Hölderlin hasta Artaud, ha estado fascinada por la locura. Se cita a Hölderlin y se podría citar a Blake, Nietzsche, Artaud, ya antes Jerónimo Bosco pero asimismo a cuantos voluntariamente en su experiencia literaria han imitado o intentado alcanzar la locura, a todos los que se han drogado, por ejemplo, desde Edgar Allan Poe o Baudelaire, hasta Michaux. La experiencia gemela de la locura y de la droga en la literatura es probablemente del todo esencial, en cualquier caso es característica de ese estatus marginal que la locura ha recibido y conservado en la palabra en nuestra sociedad. El loco era aquel que se excluía también del juego.
En las sociedades europeas de la Edad Media, prácticamente todas las fiestas en las que participaba el grupo social eran fiestas reglas. Sólo había una una que no era religiosa: era una fiesta llamada la fiesta de loc. En el transcurso de esta fiesta, la tradición quería, en primer término, que la gente se disfrazara de tal manera que su estatus social resultara totalmente invertido.. Los ricos se vestían como pobres, los pobres adoptaban las vestimentas de los ricos. Era la inversión del estatus social, era igualmente la inversión de los sexos, los hombres se vestían de mujeres y las mujeres se vestían de hombres. En esta fiesta llamada “la fiesta de los locos”, la gente tenía derecho de desfilar delante del palacio del burgomaestre, del palacio episcopal, del castillo del señor e injuriarles, si hacía falta. Se introducía en el interior de la iglesia a un asno y en el un momento comenzaba a rebuznar: Era la imitación irrisoria de los cantos de iglesia, era la fiesta de la contrarreligión, era algo así como los preludios de Lutero.. Esta fiesta no bendecida por la Iglesia ni regulada por la religión, estaba considerada como la fiesta de la locura. Era sentida como la locura que se ponía a reinar en la ciudad en lugar del orden.
Cada vez más la fiesta ha dejado de ser un fenómeno colectivo. Estas fiestas que culminaban ya en el siglo XIX en la práctica de la embriaguez culminan ahora en América y en Europa en la práctica de la droga. La embriaguez y la droga son, en cierto modo, una forma de apelar a una locura artificial, a una locura temporal y transitoria para estar de fiesta, pero una fiesta que necesariamente tiene que ser una contrafiesta, una fiesta enteramente dirigida contra la sociedad y su orden.
¿Qué ha pasado en Occidente, en lo concerniente al loco, desde la Edad Media hasta nuestros días? Parecería que su estatus general no se ha visto afectado. Sin embargo, lo que caracteriza durante la Edad Media y el Renacimiento el estatus del loco, es esencialmente la libertad de circulación y de existencia que se le permite. Existían en el interior de las sociedades donde eran recibidos, alimentados y hasta cierto puntos tolerados. Sólo si estaban demasiado agitados o eran peligrosos se los encerraba provisoriamente en el límite de las ciudades.
En torno a los años 1620-1650 en Europa se fundan un determinado número de centros. Dichos centros tienen como función encerrar no sólo a los locos, sino de una manera más general a toda gente ociosa, sin oficio, sin recursos propios, y que, de otro modo, estarían cargo de una familia incapaz de alimentarlos, a los enfermos que no pueden trabajar, pero igualmente a los padres de familia que dilapidan la fortuna familiar, a los hijos que derrochan la herencia, a los libertinos, a las prostitutas. Así, aparece un internamiento económico. El loco no es reconocido en su individualidad Pertenece a una familia más vasta que obstaculiza la organización económica y social del capitalismo.
Además, este internamiento no era médico. No se consideraba a estas personas como enfermos sino como incapaces de integrarse a esta sociedad
Estos centros, que no estaban sometidos a una regla médica, estaban, en cambio, sometidos a la regla del trabajo obligatorio. Se los caracterizaba porque estaban fuera del trabajo. Pero, una vez encerrados, estaban encerrados en el interior de un nuevo sistema de trabajo.
Este sistema de internamiento imperó en Europa desde mediados del siglo XVII hasta fines del XVIII y principios del XIX. Los historiadores, que atribuyen tanta importancia a la liberación de de los locos liberador por Pinel en 1792 devolvió a gente condenada por razones morales o incluso por su incapacidad para trabajar, pero mantuvo dentro del hospital a los que debían ser considerados mentales.
. Por un lado, la exigencia del capitalismo va a ser la existencia , en el interior de la sociedad, de una masa de individuos que estén desempleados y que van a regir la política salarial de los empresarios. Por otro lado, se va a restablecer un sistema de hospitalización encargado de curar para resituar en el mercado de trabajo, dentro del ciclo de la desocupación y del trabajo, a los individuos de lo que se espera que sólo de una manera temporal no puedan trabajar, es decir, para volverlo a introducirán el circuito del trabajo obligatorio. Este mismo sistema ha hecho nacer, paralelamente, o más bien, frente al enfermo mental, una figura que hasta entonces no había existido nunca, el psiquiatra .Existían médicos que se interesaban por fenómenos próximos a la locura, por los desórdenes del lenguaje, por los desórdenes de la conducta, pero jamás se había tenido la idea de que la locura. Fuera una enfermedad tan especial como para merecer un estudio singular y ocupar la atención de un especialista como el psiquiatra. ES así, como se crea la nueva categoría social del psiquiatra.
Sobre esta vieja exclusión etnológica del loco, el capitalismo ha formado criterios nuevos, ha exigido exigencias nuevas: por ello el loco ha adoptado en nuestras sociedades el rostro del enfermo mental .El enfermo mental no es la verdad descubierta del fenómeno de la locura, es un avatar capitalista en la historia etnológica de loco.
En medio del apacible mundo de la enfermedad mental en el que el hombre moderno ya no recomunica con el loco; está, por otra parte, el hombre loco no se comunica con el otro. No hay lenguaje común. El lenguaje de la psiquiatría, que es un monólogo de la razón sobre la locura, sólo h[1]a podido establecerse sobre un silencio como éste. Fredéric Gros dice que la distancia exigida por la objetividad científica del psiquiatra es la, o que esta distancia es la que permite la enunciación de verdades positivas.[2] Para Foucault, no se trata de denunciar las ciencias humanas como engañosas sino captar una configuración: el se descubre como objetividad natural a través de los actos”…monstruosos, irrazonados y vergonzosos de la locura”[3]
Según Foucault, son los que tienen el poder quiénes definen lo que es normal y lo que no lo es.
Cualquier sociedad puede definir la locura de tal manera que ciertas personas caigan en esa categoría y sean aisladas. Pero el poder no sólo determina la normalidad y la locura, sino también el conocimiento.
Muchas veces se ha dicho que el conocimiento produce poder; pero Foucault le da vuelta a la mesa y afirma que de la misma manera el poder produce “conocimiento”.
De modo que los que tienen el poder son los que determinan lo que es normal, lo que es justo y lo que es verdad.
Según Foucault, éstos no son conceptos preexistentes que nosotros debemos descubrir, sino más bien algo que nosotros producimos y que los poderosos definen para mantener el control. Así ocurre en las instituciones se preocupan por situaciones que no hacen a otro objetivo confeso de su existencia. . En los hospitales psiquiátricos se prohíbe la actividad sexual. Se trata de “controlar, formar, valorizar según un determinado según un determinado sistema el cuerpo del individuo”; reconvierte en algo “…ha de ser formado, reformado, corregido, en un cuerpo que debe adquirir aptitudes, recibir, recibir ciertas cualidades, calificarse como cuerpo capaz de trabajar”
Consecuentemente, los que afirman conocer algo como verdadero El ejercicio de la vigilancia permite la constitución de saberes sobre aquellos que se vigilan, conocimientos que originan determinadas ciencias como la psiquiatría.
Se cuenta la historia de tres umpires que estaban discutiendo entre sí sobre si un lanzamiento había sido “bola” o “strike”. El primero dijo muy confiadamente: “Yo digo las cosas como son”.
El segundo dijo: “Yo digo las cosas como las veo”. A lo que el tercero replicó: “Los lanzamientos no son ni bola ni strike hasta que yo lo decida”.
Esa es la postura de la postmodernidad. Como bien señala Os Guinnes: “El primer árbitro representa el punto de vista tradicional acerca de la verdad: algo objetivo, independiente de la mente del conocedor y que hay que descubrir.
El segundo árbitro representa el relativismo moderado: la verdad ‘tal como la ve cada uno’, según su opinión y forma de interpretarla.
Y el tercer árbitro representa claramente al relativista radical o la postura postmodernista: la ‘verdad’ no es algo que existe y que hay que descubrir; cada uno de nosotros debe crearla para sí mismo”.
En el mundo postmoderno solo se acepta como verdad el hecho de que no hay verdad.[4]
Por supuesto, nadie puede ser coherente con esta visión absurda de la vida.
Bibliografía:
Castro, Edgardo, Locura (Folie,Deraison), en Vocabulario de Michel Foucault, www.philo.com.ar
Foucault, M. Conferencia pronunciada en la Universidad de Artes Liberales, Tokio, 1970.
Foucault, M. Historia de la locura en la época clásica,. 2º edición, FCE, 1976
Gros Fredéric- Foucault y la locura, 1º edición, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 2000
Foucault, M. La verdad y las formas jurídicas, Gedisa, Barcelona, 1991
[1] Foucault, Michel, La verdad y las formas jurídicas, Ed. Gedisa, Barcelona, 1991, p.133.
[2] Gros, Fréderic Foucault y la locura, 1º edición, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 2000, p.7.
[3] Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica, 2º edición, Tomo II, FCE, p.264
[4] www.elcaribecdn.com
(*) Texto publicado originariamente en http://www.lacavernadeplaton.com/articulosbis/locura0910.htm