"El silencio de los intelectuales se llama traición al país. En un país colonizado la labor del escritor es militancia política" (Juan José Hernández Arregui).

 


"No basta con decir, como hacen los franceses, que su nación fue sorprendida. Ni a la nación ni a la mujer se les perdona la hora de descuido en que cualquier aventurero ha podido abusar de ellas por la fuerza. ….......
Quedaría por explicar cómo tres caballeros de industria pudieron sorprender y reducir al cautiverio, sin resistencia, a una nación de 36 millones de almas." (Marx, Karl: el 18 Brumario").
 
Las drásticas consecuencias del resultado del balotaje en la Argentina se pusieron de manifiesto a las pocas horas de la asunción de la nueva administración conservadora. Una multiplicidad sistemática de medidas -todas ellas contrarias al interés de las mayorías populares, rigurosamente consecuentes con la ideología de las clases y sectores que representan los actuales gestores privados de la cosa pública- han puesto de relieve el rol decisivo del voto de amplios segmentos de las capas medias asalariadas. Que, por supuesto, pasarán a engrosar el ingente número de damnificados por la devaluación de la moneda y el atropello a un número hasta ahora imprevisible de derechos y garantías, que se recortan día a día sin pudor por parte del macrismo en el poder. Es un buen momento para intentar un análisis crítico que permita desentrañar por qué ciertos sectores de la sociedad, en especial gran parte de la clase media, decidieron pegarse un tiro en el pie. 
 


 En general, encontramos una sorprendente (para muchos) cantidad de votantes cuya conciencia política y su capacidad de análisis resultó ser mucho más básica que lo que permitía suponer (más de) una década de "empoderamiento", "populismo", progresismo y otras rotulaciones igualmente polisémicas. Si después de doce años de este tipo de transformaciones sostenidas, una clase es capaz de votar en contra de sus intereses y de los de la nación en su conjunto, es necesario preguntarse qué no se ha hecho o qué se ha hecho mal en términos de afirmación de una conciencia nacional, popular y antiimperialista, para que se produjera esta decisión colectiva regresiva. Con abstracción de la tentación de explicarla como una réplica del rebrote derechista autoritario que parece recorrer buena parte del mundo y del cual nos hemos ocupado en artículos previos. 
La formación de la conciencia nacional, esa que debería cancelar toda posibilidad de que los oprimidos y explotados optaran por el discurso y los intereses del amo, nunca fue una cuestión fácil de desentrañar en la Argentina. Las dificultades del proceso de toma de conciencia ha sido, desde siempre, particularmente sensible entre los miembros de las clases medias urbanas que habían sido destinatarias específicas de los beneficios proporcionados por la estrecha asociación entre el Litoral cultivable y la economía europea, como escribía Jorge Abelardo Ramos. Esa clase media, que con su voto reciente, no solamente ha condenado al retroceso al país, sino que  se ha expuesto a sí misma a la degradación perpetua que le ha reservado el populismo de derecha, sigue siendo un misterio inescrutable para la mayoría de los analistas políticos del campo popular. Esa evidencia es una suerte de alerta de la conciencia colectiva. Porque podría ocurrir que la la oligarquía, que desde siempre ha dirigido tendenciosa y unilateralmente la enseñanza y la construcción de la historia, el derecho y las demás expresiones culturales, incluido el sentido común dominante,lo siga haciendo todavía. Como siempre, para justificar su dominio político y petrificar culturalmente su prestigio", como señalaba Juan José Hernández Arregui (1) .
Pero volvamos a la preocupación originaria. El modelo kirchnerista estuvo asentado, en buena medida, en el consumo interno. Eso parece ser un dato objetivo, del que incluso se jactan sus principales referentes políticos. Ahora bien, sabemos que el "consumidor", ese sujeto colectivo sobre el que se intentó construir los modelos populistas regionales con la intencionalidad de expandir el mercado interno y crear un capitalismo "bueno", revela en general una alienación y una disconformidad permanente, tiende a deteriorar todo lazo de solidaridad social, es individualista, y cree que su bonanza es una correspondencia lógica de su actitud sacrificial. En ese escenario debe mencionarse también la necesaria existencia una burguesía nacional (una "murga" según expresiones textuales del halcón Espert, la cara realista del macrismo festivo) capaz de priorizar sus contradicciones fundamentales con el capital transnacional,  que el gobierno argentino intentó desarrollar durante estos años, fiel a sus postulados desarrollistas y keynesianos. Ninguno de los dos sectores demostraron consecuencia mayoritaria en las urnas con el proyecto que los promovió socialmente.
Eso ratifica la derrota kirchnerista en la disputa de la "segunda batalla cultural". Y pone al descubierto sus limitaciones ideológicas, pero, lo que es más grave, sus evidentes errores teóricos. Una década es un tiempo suficiente para recrear una conciencia nacional, después de las décadas de hegemonía neoliberal. Máxime, cuando todo lo que tenía que hacer el peronismo era volver a sus clásicos. Citamos anteriormente a  Hernández Arregui. Podríamos hacer lo propio con Jauretche, Fermín Chávez, Cooke, Scalabrini, etcétera. Ese arsenal teórico fue virtualmente condenado a un ostracismo insólito en materia de disputa política y sustituido por una concepción aparatista y "territorial" de la práctica política que voló por los aires el 22 de noviembre. O, peor aún, quizás muchos referentes kirchneristas no incluían a sus propios intelectuales entre sus lecturas previas.
Lo cierto es que no se militó un fortalecimiento de la conciencia crítica entre los sectores sociales a los que el peronismo tenía, tuvo y tiene la obligación de llegar. La oligarquía, en consecuencia, pudo seguir reproduciendo con absoluta libertad  sus discursos, sus aceptados eufemismos, los patrones de la historiografía colonial, las retóricas neoliberales y un sentido común conservador, absolutamente afín a los intereses de las clases dominantes y el imperialismo. Hasta difuminar las fronteras del pensamiento y los antagonismos sociales. Es imposible construir una práctica política correcta sin una correcta teoría. La experiencia se intentó, al parecer, al revés. En ese caso, éstos son los resultados.


(1) "La formación de la conciencia nacional", Ed,Plus Ultra, p. 91, edición de 1973.