Hace algún tiempo, en este mismo espacio,
aventuramos una conjetura respecto de la interminable sucesión de
golpes blandos que con suerte diversa se intentaron en la última década en
América Latina.
Especulábamos en aquel momento, que la
derecha iba a intentar inferir a los gobiernos autonómicos de la región una
derrota política, económica, geoestratégica, cultural, pero también moral.
En este último caso, señalábamos que las
tentativas de desestabilización intentarían cancelar de cara al futuro todo
tipo de experiencia antiimperialista en base a una supuesta inviabilidad
histórica y a la imposibilidad de apartarse de un orden global establecido.
En el extremo austral del Continente, la
aparición por vía electoral de una alternativa conservadora (que muchos
sectores del campo popular se apresuraron a tildar de neoliberal, y respecto de
la cual nos hemos permitido disentir, arriesgando la hipótesis de que el sismo
político hubiera gestado en realidad una expresión populista de derecha
radical) abroqueló al gobierno y amplios sectores sociales detrás de una
visible pulsión militante frente a la certidumbre del peligro que acecha y sus
previsibles consecuencias. Esa campaña, motorizada por un alerta de la
conciencia colectiva, hizo eje casi exclusivamente en la puesta en riesgo de
los derechos conseguidos a lo largo de más de una década, en materia política,
económica y social. Fue adoptando consignas cortas, compatibles con la
vertiginosidad de un plazo sobreviniente inexorable. La derecha extrema
contrastó esos enunciados con sofismas y argumentaciones amañadas igualmente
prietas.
Lamentablemente, casi ninguna de esas
consignas recaló en un aspecto que el candidato del imperio deslizó durante el
meneado debate televisivo, consistente en la promesa de pedir una sanción a
Venezuela en caso de un ascenso al poder del populismo regresivo, a pesar que
los medios tomaron nota de ese contrapunto nodal. ”Durante el debate, Macri
afirmó que "en caso de ser electo presidente, voy a pedir por los abusos
con la democracia de Venezuela, la cláusula democrática a Venezuela" en el
bloque regional, y le preguntó a su rival por el kirchnerismo, Daniel Scioli,
su postura respecto este tema.
Además, propuso "derogar el memorándum con
Irán" por el atentado a la AMIA, al tiempo que Scioli le preguntó al jefe
de gobierno porteño "si sostiene que la política de Derechos Humanos es
una etapa de la Argentina o tiene el compromiso con la Memoria, la Verdad y la
Justicia o tiene otros tipos de compromisos" y apuntó: "Hay
funcionarios procesados por haber escuchado a los familiares del atentado"
a la mutual judía”1.
La cuestión internacional dividía aguas
como ningún otro tema y permitía advertir clara e incontrovertiblemente las
diferencias entre ambos discursos y, fundamentalmente, entre las
coordenadas ideológicas y las bases sociales de las que se nutren ambas
expresiones políticas antagónicas.
El candidato de los grupos concentrados
locales, los medios hegemónicos y el capital transnacional no solamente no
había reconvertido de apuro sus consignas –como lo había hecho con muchos temas
en materia de política doméstica- sino que se había mantenido firme en sus posiciones
ideológicas en materia de relaciones internacionales.
Los ejemplos son elocuentes y numerosos.
Mencionemos solamente algunos.
El Subsecretario de
Relaciones Internacionales e Institucionales del Gobierno de la Ciudad
Autónoma, Fulvio Pompeo, a quienes muchos analistas sindican como un eventual
canciller argentino en caso de una imposición derechista, desnudaba en una nota
escrita en el diario Clarín la línea política a seguir en materia
internacional. Consideraba necesario “diversificar y equilibrar las
vinculaciones externas. Esto supone construir agendas comunes y dinámicas con
países con los que nos une una historia de valores y tradición compartida”, que
–por supuesto- no son otros que Estados Unidos y Europa Occidental. Esa
política de “diversificación” promueve acuerdos estratégicos en materia de
“democracia” (con el particular significante colonial que para la derecha
adquiere esta categoría política) y terrorismo 2.
En diciembre del año
pasado, el diario La Nación, histórico medio aliado a la oligarquía argentina,
relataba los principales aspectos de un viaje del candidato por los principales
países europeos. Y lo hacía sin eufemismos. “La Argentina no debe ser parte del
eje bolivariano y debe reinsertarse en el mundo. Con ese guión básico, Mauricio
Macri abordó hace una semana el avión que lo llevó a Alemania, primero, y
luego a Bélgica y a Gran Bretaña. ¿El objetivo? Doble: mostrar en esos
escenarios su propuesta de cambio para la Argentina poskirchnerista y plantear
hacia adentro un contrapunto con la relación que el Gobierno estableció con el
mundo. También con la política exterior se hace campaña”. “El giro que propone
el jefe de gobierno porteño y candidato a presidente es de 180 grados. Buscar
mejores vínculos con los países centrales de Occidente, no entrar en peleas
inútiles, generar credibilidad en los mercados internacionales y reforzar la
relación con otros bloques económicos a partir de un Mercosur potenciado”. “Macri cree que la Argentina equivocó el rumbo durante
la última década y no esconde el mapa de relaciones internacionales que imagina
en caso de llegar a la Casa Rosada en 2015, muy distinto del actual. No ve con
buenos ojos la relación del país con la Venezuela del presidente Nicolás Maduro
y sostiene que el país debe priorizar la relación con Estados Unidos y la Unión
Europea antes que recostarse cada vez más sobre países como China o la Rusia de
Vladimir Putin, a los que el gobierno de Cristina Kirchner convirtió en socios
estratégicos”.
Ese mensaje le transmitió en la ciudad alemana
de Colonia a la canciller Angela Merkel, que, según relató luego el jefe de
gobierno porteño, vio "con buenos ojos" la propuesta de avanzar hacia
una mejor relación bilateral después de 2015”3.
Según Andrés Oppenheimer, nada menos, “Macri ha prometido
tomar distancia del régimen populista radical de Venezuela, y acercarse al
bloque de la Alianza del Pacífico, integrado por México, Colombia, Perú y
Chile”.
“Cuando le pregunté a Macri en una entrevista hace
unos meses qué cosas cambiaría en la política exterior de Argentina si gana las
elecciones, el candidato opositor comenzó respondiendo: “¡Todo!” A juzgar por
sus declaraciones de los últimos días, esto podría resultar cierto”.
“En materia de Venezuela, Macri ha dicho que
terminaría la estrecha alianza política de la Argentina con Venezuela. Durante
el debate presidencial del 15 de noviembre con el candidato oficialista Daniel Scioli, Macri dijo que si es electo
propondrá la suspensión de Venezuela del Mercosur –el bloque económico del Cono
Sur compuesto por Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela– por no
cumplir con la cláusula democrática de ese organismo. Esta requiere que los
países miembros respeten principios democráticos”.
“Macri no dio más detalles, pero uno de sus
principales asesores en política exterior, Diego Guelar, me dijo
que si Macri es electo podría pedir la suspensión de Venezuela del Mercosur
poco después de su investidura el 10 de diciembre, durante una cumbre de
Mercosur que se celebrará el 21 de diciembre en Paraguay”.
“Según Guelar, Macri exigiría la suspensión de
Venezuela en esa cumbre si hay fraude en las elecciones del 6 de diciembre en
Venezuela, y si los presos políticos de Venezuela –incluyendo el líder
opositor Leopoldo López– no son liberados para ese entonces. “Si
esas dos cosas no son corregidas para ese entonces, a nuestro juicio Venezuela
no estará cumpliendo con la cláusula democrática del Mercosur”, me dijo
Guelar”.
“Sobre Irán, Macri ha dicho que él anularía el
reciente acuerdo de Argentina con Irán para supuestamente investigar
conjuntamente el ataque de 1994 al centro comunitario judío AMIA en Buenos
Aires”.
“En materia de relaciones con Estados
Unidos, Macri ha dicho que renovaría el vínculo bilateral, y que la prioridad
con Washington sería coordinar esfuerzos conjuntos en la lucha contra las
drogas”4.
Estos anticipos configuran datos
objetivos, expresiones propias no sometidas a la gimnasia lábil de la
desmentida inmediata, y permiten prefigurar ciertos ejes de nuevos
alineamientos en materia de política internacional.
La vuelta a las relaciones prioritarias
con Estados Unidos y Europa Occidental, la predisposición para aceptar
hipótesis de conflictos sobre las cuales se montan gigantescas operaciones de
control y dominación continental, la adscripción a alianzas regionales
conservadoras que marcan un abrupto retroceso de diez años en la materia, el
debilitamiento de los vínculos con los países hermanos indóciles de América
Latina, hasta llegar incluso a la denuncia lisa y llana en algunos casos (la
presencia de la esposa del líder opositor venezolano festejando en el bunker macrista
tiene una potencia simbólica difícil de emular), y el punto de ruptura con
bloques emergentes y potencias económicas no occidentales parecen formar parte
de la agenda prioritaria de la nueva derecha en el poder. En esta clave deben
entenderse las señales favorables al aluvión conservador que los kelpers han
dado luego de conocerse el apretadísimo resultado del balotaje.
Una lástima que estos temas no hubieran
formado parte de los debates previos. Porque hubieran puesto como ningún otro
en evidencia la matriz ideológica del gobierno que llega y los verdaderos
intereses que encarna.