Por Diego Tatián
Así exactamente es el título de un precioso libro que hace unos años escribió el filósofo francés Pierre Zaoui, en el que intenta pensar una manera posible de vivir en la sociedad del espectáculo ya consumada; una manera de vivir no resentida ni reaccionaria ni pasiva ni triste ni privada ni indignada ni melancólica ni aislada, que toma sin embargo nota de la imposibilidad de continuar viviendo como hasta ahora, como si nada hubiera sucedido. Como si no hubiera sucedido nada que conmueve para siempre lo que creíamos, lo que decíamos y lo que hacíamos.
En las antípodas de la provocación y de la indignación, Zaoui piensa la discreción (que es a la vez un arte de la atención y un arte de hacer lugar, de correrse para dejar sitio a quien había quedado fuera) como una disidencia. Y no como una cobardía sino como una valentía. Lo que propone, me parece, es un desvío de la lucha por el reconocimiento para volverse activo de otro modo. Mantenerse en medio de todo, según este principio: “alegría de no ser visto y de no ver lo que no se muestra”. Arte de percibir y no ser percibido, sin escarbar lo que alguien no quiere dar a ver. Mientras leía “la discreción” pensé en Blanchot.
Ultraderechista en su juventud; ultraizquierdista en su madurez -raro, pues la vida de las personas suele recorrer el itinerario inverso-, Maurice Blanchot vivió recluido durante muchos años. Sin apenas ver a nadie ni encontrarse con nadie, desapareció en su escritura. Excéntrico por relación al batiburrillo francés de aquellos años, escribió muchos libros en silencio, retirado del claustro universitario y de la vida pública. También la amistad la practicó en el modo de la ausencia.
Hasta su muerte a los 95 años en 2003, cuando muy pocos se acordaban ya de él, sostuvo una minuciosa borradura de sí, una ética de la indisponibilidad. Sin embargo, por extraño que resulte, escribió páginas hermosas acerca del encuentro entre las personas desconocidas (lo que me interesa pensar como una “ética de la disponibilidad”, bajo este principio: aquí estoy, tengo tiempo para lo que me propones aunque no te conozca -porque es indicio del mayor sometimiento la indisponibilidad para la pérdida del tiempo y el facilismo que repite: “no tengo tiempo”).
Luego de morir Foucault en 1984, Blanchot escribió un libro muy bello: “Michel Foucault tal como lo imagino”. Durante años, ambos habían mantenido una amistad a través de cartas, sin encontrarse propiamente. En realidad, Blanchot dice haberle hablado a Foucault una sola vez, ocasionalmente, antes de entrar en esa relación epistolar y sin que Foucault hubiera registrado esa conversación.
En el centro de la experiencia intelectual blanchotiana, en efecto, está la marca del Mayo Francés -en algunos de esos días de mayo, precisamente, es donde dice haberse acercado a Foucault por única vez. Al comienzo de “Michel Foucault tal como lo imagino” cuenta la escena:
“No he tenido con Foucault relaciones personales, no me crucé nunca con él, excepto una vez en el patio de la Sorbona durante los acontecimientos del mayo del 68, donde le dirigí unas palabras, ignorando él quién le hablaba, y después digan lo que digan los detractores de mayo, aquel fue un momento hermoso, cuando cada cual podía hablar con otro, anónimo, impersonal, ser humano entre los seres humanos, acogido sin otra justificación que ser un ser humano”.
Mayo del 68 es interpretado por Blanchot como una experiencia del encuentro feliz, donde cada uno y cada una se abandonaba a la aleatoriedad de los cruzamientos, a una apertura radical a los desconocidos. Junto a su inclaudicable reticencia, hay en Blanchot una idea fuerte de encuentro: el otro desconocido es considerado un compañero o una compañera. Mayo del 68 hace emerger y revela la clave del vivir juntos, donde no hay oropeles, donde no hay jerarquías, donde es suficiente que el otro o la otra sean, y donde cualquiera toma la palabra por el solo hecho de poder hacerlo, por simple placer de hablar.
Disponibilidad y discreción son dos conceptos que, en vez de oponerse, quizá forman una encrucijada en la que no es necesario optar sino seguir los dos caminos.
[En la fotografía, Blanchot con su gato]
La discreción o el arte de desaparecer
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