Por Eduardo Luis Aguirre
Hubo un momento en que el libro “El arte de ganar” de Jaime Durán Barba y Santiago Nieto (*) se convirtió, nos guste o no, en una herramienta manualística con el que el neoliberalismo logró ubicar las coordenadas precisas para reconocer un nuevo cuadro de situación social. También, de advertir una nueva constelación de percepciones e intuiciones que iban inscribiéndose en las subjetividades de una gran cantidad de ciudadanos. El texto es de 2009, resultó clave para el triunfo de Mauricio Macri en 2015 y, a esta altura de la historia, transcurridos 15 años de su edición sabemos que las derechas dejaron en la Argentina un legado político y cultural que sería absurdo cuestionar.
En el trabajo del ecuatoriano habitan dos lógicas que siguen siendo pilares del gobierno de Milei, y se dejan de lado instrumentos políticos de indudable potencia que no se profundizan porque el neoliberalismo en su versión libertaria recargada no sólo no cuenta con ellos, sino que los desdeña. Allí, en la hoquedad de ese vasto campo mostrenco puede estar la clave cultural que ayude a disputar las nuevas hegemonías políticas.
Vamos a analizar ambos tópicos. Durán Barba comienza advirtiendo lo siguiente: “El político de nuestros días para obtener poder y conseguir cargos para ejercerlo, debe primero lidiar para ganar votos. Esta tarea supone conocer un electorado que se mueve por emociones, que le gusta o no le gusta el candidato, que puede considerarlo confiable o por el contrario rechazarlo, que puede simpatizar con él por su cercanía con sus aspiraciones o no. Hoy, como siempre hay que enfrentarse con electorados que tienen prejuicios y temores. La desigualdad social, acentuada por la forma en que han evolucionado la economía y la sociedad en las últimas décadas, han creado fuertes resentimientos, que constituyen uno de los motores claves para la toma de decisiones en cuanto a votar o no por un candidato”. “Seguimos teniendo instituciones propias de la democracia representativa, en la que el elector ciudadano sólo es convocado cada cierto tiempo a expresarse. Hoy, en cambio, se plantea la necesidad de tenerlo en cuenta casi día a día. Sea por la vía de las encuestas, o por los multivariados mecanismos de participación, muchos ya institucionalizados y otros puramente informales. El ciudadano hoy quiere ser tomado en cuenta, no ser sólo representado sino tener la sensación de participar, aunque es consciente de que las decisiones finales no están en sus manos”. “Hablamos del político, más que del partido, en consonancia con el cambio que se ha producido en la región donde las viejas estructuras más o menos formalizadas han desaparecido. La máquina partidaria, por lo general "oculta" en los puestos de gobierno o del estado, es débil. Hoy la clave está en las personas, en los caudillos, que a diversos niveles son los protagonistas de la política. Son “nuevos caudillos” que más que convocar a grandes masas buscan encantarlas y si es posible manipularlas indirectamente. Hoy se exige que el político sea de alguna forma un poliactor o poliactriz”. El autor descree de la fortaleza actual de las ideologías, del argumento y de los relatos y hace una ferviente profesión de fe de la acción comunicativa. Entre otros ejemplos, elogia las formas y estilos de comunicación de Mauricio Macri, que en vez de recurrir a actos multitudinarios donde circulara su palabra prefirió andar veinticuatro horas seguidas dialogando con los vecinos de Buenos Aires. El objetivo era diferenciarse de los políticos tradicionales, esa sería la clave de su éxito. Hago hincapié en la fecha porque nuestra percepción es que este hartazgo marcado con la política y los políticos comenzó a producirse cuando el gobierno de CFK comenzó a dar señales de agotamiento, entre 2013 y 2014. Al parecer la sensación generalizada de frustración venía gestándose desde mucho antes. Según los autores, los cierres de campañas con discursos hace mucho que no interesan a nadie y forman parte de una liturgia de un pasado que no vuelve. La capacidad de movilización comenzaba a ser inversamente proporcional a la realidad contundente de los escrutinios. Arrumbadas las viejas formas de propaganda y comunicación política, desde el punto de vista práctico serían los sentimientos los que permiten entender la forma en que los sujetos eligen a un candidato. “La política” sería fundamentalmente pasión y los efectos serían determinantes. Si un candidato le cae bien a un elector, puede votar por él. Si le cae mal, el voto está perdido, salvo en circunstancias excepcionales que no harían más que confirmar esa hipótesis.
La derecha necesita simplificar lo complejo y lo obtiene por la banalidad de una democracia indirecta que nunca aloja a sus ciudadanos salvo en las vísperas de las jornadas electorales. A esto debe añadirse que el formato de la política argentina se encarga de ofrecer postulantes que exhiben trayectorias borrosas y designa funcionarios que crean un “estado profundo” donde la incapacidad y la opacidad política de miles de burócratas no dejan de brindar pretextos suficientes a la reacción. Es la consecuencia obligada de ofrecer candidatos y nominar “gestores” que provocan temor, desconfianza, estupor y muchas veces la ira de los votantes. La gente tiende a votar por resentimiento, un resentimiento que estaría provocado por la propia sociedad en la que vive. También por un estado que -por las razones antes señaladas- provoca una repulsa masiva. Está claro que allí se perdió la batalla cultural, pero también que quienes han votado a la ultraderecha no son en su mayoría sujetos despreciables o “fascistas” empeñados en desbancar a almas bellas e inocentes figuras bien pensantes. La disputa cultural debe darse también al interior del campo popular. Diría que la revisión de las gramáticas y las prácticas propias se han convertido en una prioridad urgente. En momentos en que el submundo de la ideología libertaria insulta a las Madres, está claro que han podido desbordar, como nunca antes, las líneas rojas impuestas hace 40 años por la recuperación democrática. Por eso es que la política debe recuperar a la ética como un credo y al argumento como una herramienta vital. Lograr que la mirada del otro en tanto otro nos interpele completaría un tridente axiológico que la derecha está imposibilitada de disputar. “Sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario”. “Son muchas las personas muy poco preparadas, e incluso sin preparación teórica alguna, que se han adherido al movimiento por su significación práctica y sus éxitos prácticos", decía Lenin en su libro “Qué hacer”, advirtiendo sobre los riesgos del desprecio de la teoría política (**).
El movimiento nacional y popular debe asegurar su consistencia teórica, que presupone valores inscriptos en su doctrina, y prepararse para las nuevas gestas democráticas, que deberían converger en una experiencia de recuperación novedosa, original y hermosa, donde prime el amor por sobre el encono cotidiano.
Las 20 tesis de política de Dussel marcan un camino capaz de iluminar este presente brumoso. "Lo politico como tal se corrompe como totalidad, cuando su funcion esencial queda distorsionada, destruida en su origen, en su fuente" decía el enorme filósofo de América. Y continuaba: "La corrupcion originaria de lo politico, que denominaremos el fetichismo del poder, consiste en que el actor politico (los miembros de la comunidad política, sea ciudadano o representante) cree poder afirmar a su propia subjetividad o a la institucion en la que cumple alguna funcion, (de allí) que pueda denominarse "funcionario") -sea presidente, diputado, juez, gobemador, militar, policía como la sede o la fuente del poder politico. De esta manera, por ejemplo, el Estado se afirma como soberano, última instancia del poder; en esto consistiria el fetichismo del poder del Estado y la corrupción de todos aquellos que pretendan ejercer el poder estatal así definido. Si los miembros del gobierno, por ejemplo, creen que ejercen el poder desde su autoridad autorreferente (es decir, referida a sl mismos), su poder se ha corrompido. Por que? Porque todo ejercido del poder de toda institucion (desde el presidente hasta el policía) o de toda función politica (cuando, por ejemplo, el ciudadano se reune en cabildo abierto o elige un representante) tiene como referencia primera y ultima al poder de la comunidad politica" (***). El fetichismo del poder, que desde luego incluye a los candidatos delineados por manuales de estética política como "El arte de ganar", se compadece con una mirada neoliberal de las sociedades, con una desagregación intencional del pueblo. Dussel contrapone a ese fetichismo la categoría de "poder obediencial". Esto es, la condicionalidad de los gobiernos en tanto y en cuanto obedezcan los mandatos para los que fueron elegidos. Ese es su límite. Si el mandato se incumple caducan las razones de conferir legitimidad a quienes desoyeron la voz popular.
Se trata, como vemos, de una concepción profundamente democrática y ética, a la que deberíamos echar mano en tiempos en los que creemos que todo está perdido.
Se habilitaría un nuevo antagonismo que enfrentaría a una concepción teórica humanitaria, ética y solidaria contra un individualismo salvaje y criminal. Sería también la única y la última esperanza de revertir la acechanza de un mundo atroz mediante la reconstrucción de lo común, de la confianza mutua y austera, de una espartana obsesión por no defraudar a los que podrían confiar en nosotros. Por comprender el mundo y revalorizar la infinita potencia de lo común.
(*) https://www.perio.unlp.edu.ar/catedras/wp-content/uploads/sites/205/2023/04/El-arte-de-ganar.pdf
(**) https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1900s/quehacer/que_hacer.pdf
(***) https://enriquedussel.com/txt/Textos_Libros/56.20_Tesis_de_politica.pdf