Por Diego Tatian
En un bello escrito sobre la esperanza que me envió ayer, Diego Sztulwark menciona una carta a Gershom Scholem de 1938 (no es un momento cualquiera en Europa) en la que Walter Benjamin dice haber leído en la biografía de Franz Kafka escrita por su amigo Max Brod una reformulación kafkiana del imperativo categórico: “actúa de tal modo que los ángeles tengan qué hacer”.
Esa límpida modulación del abstruso imperativo kantiano provee quizá un principio para la militancia, el pensamiento y la acción política cuando la historia ha extraviado su sentido y nada de lo que alcanza a verse habilita una esperanza.
Bajo imperio de la insignificancia o la adversidad, la vida activa (pensar la adversidad misma y estar atento a lo que escapa de ella es parte de esa vida) se sostiene en una confianza intransitiva, abierta, sin objeto preciso, obcecada, aunque lúcida de que nunca sabemos del todo cuáles serán los efectos de lo que hacemos ni para qué. Y sin embargo, actuar “para que los ángeles tengan qué hacer”, indica, creo, una confianza en el trabajo de lo que no sabemos (ya no en presuntas leyes de la historia, ni en un porvenir inexorable al que los seres humanos somos arrastrados por la marcha también inexorable de las cosas), cuya existencia la palabra “ángeles” quiere apenas testimoniar. Las acciones de cuya eficacia se vacila serán completadas por ellos, condenados a la inoperancia sin la labor humana organizada que resiste a la imposición de lo que hay como si se tratara de un destino. Pues nunca sabemos lo que depara el tiempo. Como lo muestra la historia del sastre de Ulm, de la que Lucio Magri ha hablado recientemente en un libro que lleva ese título.
La toma de Brecht, quien en el cuento homónimo narra la historia de un sastre que vivía en la ciudad alemana de Ulm, cuya obsesión era construir un aparato que le permitiese volar. Un buen día, convencido de haber logrado construirlo, se presentó ante el gobernador y le dijo: “Aquí lo tengo, puedo volar”. En defensa del orden natural de las cosas, el obispo allí presente lo condujo a la ventana más alta de la catedral y lo invitó a demostrarlo. El sastre se lanzó al vacío y terminó destrozado sobre los adoquines de la plaza del pueblo. Con todo, comenta Brecht, algunos siglos después los seres humanos consiguieron volar.
Con esta parábola, Magri busca pensar el naufragio del comunismo y sugiere que tal vez un día, después de muchos años, llegará a existir una asociación de hombres y mujeres libres que, bajo el nombre o no de comunista —eso ya no importa—, dará cima a esa idea, abonada por tantos fracasos, de una sociedad justa, igualitaria, democrática y verdaderamente solidaria que el imaginario de los desposeídos ha configurado y reconfigurado como su expectativa vital a lo largo de muchos siglos.
Y si así no fuera, al menos la vida no realizada habrá sido una vida activa en vez de resignada. Y también los ángeles, aunque no haya bastado, habrán podido hacer su trabajo.
[En la foto, Franz Kafka junto a otras personas internadas en el sanatorio de Kierling, donde murió el 3 de junio de 1924]