Por Eduardo Luis Aguirre




Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves -cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se separarondisputando el Átrida, rey de hombres, y el divino Aquiles. ¿Cuál de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan?(La Ilíada, Canto I)



Es extraño, pero los filósofos de la modernidad europea, especialmente el idealismo alemán del siglo XVIII, justamente los pensadores que se ocuparon del ser, de la razón y de la ética, no dedicaron grandes obras al análisis ontológico y ético de la guerra. Uno de esos casos fue Kant, que si bien no dedicó una obra generosa a la categoría de lo bélico (con la excepción del opúsculo Zum ewigen Fireden), legó aportes que tienen una vigencia absoluta. Kant, el filósofo que se negaba a abandonar su tierra natal porque en ella encontraba la “totalidad”, era oriundo de una región prusiana, en la Europa nordoriental, en una ciudad que él conoció como Königsberg. Las guerras en esa zona de Prusia formaban parte de la memoria colectiva y eran un acontecimiento que permeaba la memoria colectiva de sus coterráneos. Entre la derrota de Federico el grande, la caída de los grandes imperios y el volátil e histórico mapa de Europa, Kant fue contemporáneo y analizó seguramente a fondo la aparición de las naciones modernas, la Revolución Francesa y la independencia de las colonias inglesas en Estados Unidos.

Las posturas de Kant en torno a las guerras han despertado ingentes polémicas. Muchos autores, al día de hoy, la consideran contradictoria. El rígido prusiano que siempre salía a caminar a las 3 de la tarde en punto, concebía por una parte a la guerra como una evidencia del estado de naturaleza de los hombres y los estados. Pero, por otra parte, e concordancia con Hobbes, creía que las guerras eran producto de la ausencia de un corpus de normas que ayudaran a prevenirlas y establecieran pautas claras en las relaciones entre los estados. Por otra parte, al igual que sucede en el nivel de los individuos en donde el conflicto actúa como principio dinámico para construir reglas de convivencia; así, la guerra es el recurso que ha dispuesto la naturaleza para obligar a los pueblos a construir una base normativa de coexistencia. Hasta aquí, las tesis parecen conciliables. Sin embargo, es bien sabido que Kant siempre se manifestó contrario a la guerra y aunque no se le puede considerar un pacifista ingenuo, tanto en Para la paz perpetua como en los apartados dedicados al derecho de gentes en la Doctrina del Derecho de la Metafísica de las costumbres (1797), expresa claramente el veto de la razón práctica:

"No debe haber guerra...". Tenemos entonces, de un lado, que la guerra cumple la función de conducir a los hombres -incluso contra su voluntad- a la creación de instituciones mediante las cuales prevalezca la armonía y la paz y, por el otro, el mandato moral de no hacer la guerra”. ¿Se contradice Kant?

La humanidad no puede dejarse llevar únicamente por su naturaleza conflictiva; puesto que tiene la capacidad para darse principios y normas de conducta, tiene la obligación de actuar en concordancia con éstos.

Se trata de una muy interesante de Teresa Santiago Oropeza, en la que intenta demostrar que no existieron contradicciones en el pensamiento de Kant sobre la guerra (1).

Sigue diciendo la autora: “Por otra parte, Kant aprovecha las enseñanzas de Rousseau en el sentido de no confiar en los supuestos avances de la humanidad y su técnica. No es con mejores armas que se llegará al fin de las guerras, se requiere de un progreso sustancial en el aspecto moral del ser humano, si bien, primero, tendrán que darse pasos en el sentido de crear instituciones políticas, tales como una constitución republicana que garantice la paz. Al adoptar esta visión de las cosas, lo que Kant nos propone es lo siguiente: lo que hay es el conflicto, la violencia, la guerra. Podemos seguir alimentando el militarismo de los Estados, pero tarde o temprano el hombre tendrá que salir de "este caótico atolladero de las actuales relaciones estatales" (1985: p. 57). En el ensayo "Contra Moses Mendelssohn", encontramos la siguiente afirmación que reafirma los conceptos expresados en la Idea:

Así como la general violencia, y la necesidad resultante de ella, terminaron haciendo que un pueblo decidiese someterse a la coacción... someterse a leyes públicas e ingresar en una constitución civil, también la necesidad resultante de las continuas guerras con que los Estados tratan una y otra vez de menguarse o sojuzgarse entre sí ha de llevarlos finalmente incluso contra su voluntad, a ingresar a una constitución cosmopolita... (2000: p. 56)”. 

Por otra parte, Kant aprovecha las enseñanzas de Rousseau en el sentido de no confiar en los supuestos avances de la humanidad y su técnica. No es con mejores armas que se llegará al fin de las guerras, se requiere de un progreso sustancial en el aspecto moral del ser humano, si bien, primero, tendrán que darse pasos en el sentido de crear instituciones políticas, tales como una constitución republicana que garantice la paz. Al adoptar esta visión de las cosas, lo que Kant nos propone es lo siguiente: lo que hay es el conflicto, la violencia, la guerra. Podemos seguir alimentando el militarismo de los Estados, pero tarde o temprano el hombre tendrá que salir de "este caótico atolladero de las actuales relaciones estatales" (1985: p. 57). En el ensayo "Contra Moses Mendelssohn", encontramos la siguiente afirmación que reafirma los conceptos expresados en la Idea:

Así como la general violencia, y la necesidad resultante de ella, terminaron haciendo que un pueblo decidiese someterse a la coacción... someterse a leyes públicas e ingresar en una constitución civil, también la necesidad resultante de las continuas guerras con que los Estados tratan una y otra vez de menguarse o sojuzgarse entre sí ha de llevarlos finalmente incluso contra su voluntad, a ingresar a una constitución cosmopolita... (2000: p. 56)”.

Intentaré confrontarla con la gravedad infinita de un suceso reciente que opone dos miradas filosóficas y antitèticas sobre la guerra.

Jens Stoltenberg, ex primer ministro noruego que conducirá la OTAN durante 10 años, hasta el próximo 30 de octubre, dista de proponer una salida al “caótico atolladero” kantiano. Tampoco se allana a pensar la guerra como un estado de naturaleza primitivo.

. Por el contrario, la peor de las guerras imaginables es, para él, un juego de costo-beneficio. Increíblemente, antes de dejar su función, el nórdico manifestó sin remordimiento alguno que a occidente le resulta más conveniente gestionar el riesgo de una guerra nuclear con Rusia que el riesgo una capitulación de Ucrania. En manos de sujetos como estos está el mundo. Kant se frustraría. No hay Constitución civil posible que nos libere de una catástrofe mundial con estos dirigentes. El viejo Kant, nacido en 1724, no podía imaginar un armageddon de este tipo desde su Königsberg natal. Entre otras cosas porque Königsberg se llama ahora Kaliningrado, es una ciudad rusa y a la vez un enclave geopolítico y militar del gigante euroasiático. No en vano Stalin bregó hasta conseguir que ese sitio quedara en sus manos. En ese sentido, es absolutamente esclarecedor leer un texto de Antonio Goizueta, Publicado en el sitio Política Exterior titulado precisamente “Mirar un mapa: Kaliningrado, el enclave de Rusia en Europa” (2). Este es un resumen del artículo referido: “La adhesión de Suecia y Finlandia a la Alianza Atlántica ha alterado por completo la balanza de poder en la región, convirtiendo el Báltico prácticamente en un mar interno de la OTAN, a excepción de una franja de costa rusa frente a Petersburgo y Kaliningrado. Ello ha convertido el óblast en todo un portaviones ruso en el centro de una zona OTAN. Después de años alejado de la mira estratégica del Kremlin, el enclave ha recuperado ahora todo su potencial como punta de lanza directamente orientada hacia el corazón de Europa. Además de albergar la flota báltica y de servir como primer baluarte de defensa, es muy probable que, como parte de su remilitarización, el régimen de Putin lleve cabezas nucleares a la región (o simplemente aumente su número; son muchos en los Estados bálticos los que creen que nunca se retiraron de allí)”. Rousseau tenía razón en los supuestos avances de la humanidad y su técnica. Heidegger también.

El solitario oblast, es una avanzada rusa, una suerte de portaviones cercano a los países nórdicos y los bálticos, a la Polonia históricamente antirrusa e incluso a Europa occidental. Hay otro artículo señero que concita a analizar el horror de la guerra. Pertenece al columnista James Waterhouse, de la BBC. El periodista entrevista a sacrificados habitantes del este ucraniano. Una de ellas contesta:“Sabemos lo que está por venir”,  mientras empaca su televisor en medio de su apartamento en la ciudad de Kostantínovka.

Ella está enviando parte de sus electrodomésticos a Kyiv antes de que ella misma haga el viaje con su hijo.

Estamos agotados, tenemos ataques de pánico todos los días. Es muy deprimente y además estamos asustados”. El artículo es del 12 de marzo pasado. Si observamos (también en la nota de Antonio Goizueta en Política Exterior) la cantidad de zonas ucranianas bajo dominio ruso y la dirección de sus tropas rumbo a Kiev, conforme se observa en sendos mapas, la “opción Stoltenberg” reaparece como la peor pesadilla. Porque esta guerra seguramente no tendrá posguerra ni chances de reconstrucción planetaria alguna.