Por Lidia Ferrari (*)

¿Cómo concebir que no se desprecie algo que en la propia cultura ha sido valorado como inferior o despreciable? El encuentro con la confidencia esclarecedora de Masotta que es ‘Roberto Arlt, yo mismo’ podría resultar un pasaje iluminante para pensar ciertos rasgos de lo argentino. ¿Es una exageración llamar punto traumático a ese pasaje que, en ciertas oportunidades, nos obliga a confrontarnos con cierto desdén por lo argentino, lo sudamericano, o por tener piel más oscura, o ser pobre...? Evoco ahora a Piazzolla y Masotta como argentinos reconocidos internacionalmente que transitaron por trances de matriz singular, sin dudas, pero ligados a cierto aprieto por ser argentinos.  Piazzolla 

Le sucedió a Piazzolla. De alguna forma lo avergonzaba el tango. Nadia Boulanger en París en 1955 parece haber sido la clave del impulso a insistir con lo propio, su tango y a dejar de avergonzarse por él. Antes de ese encuentro había sido bandoneón de la orquesta de Troilo y llegó a formar su propia orquesta típica, además de componer temas célebres. Cuando llega a París en 1954 se sorprende que guste el tango. "Parece mentira ver en París bailar tanto tango y cómo gusta, no solamente el tango pasado, sino los nuevos tangos". No era fácil que Nadia Boulanger, la maestra de los grandes compositores del siglo XX, aceptara un nuevo alumno, pero tomó a Piazzolla. No por mucho tiempo, pero lo suficiente para que allí, de acuerdo con los relatos heredados, se produjera una escena crucial en la vida del compositor. Piazzolla le presenta sus obras pues su propósito era devenir un compositor de ‘música seria’. Diego Fischerman condensa diferentes versiones acerca de esa escena: 

“Él, con vergüenza, «porque para ella era el bocho, el intelectual sudamericano», dijo «tango». Y ella, una señora de Montmartre, lejos de sonrojarse, le dijo entusiasmada: «Qué lindo». Boulanger quiso saber más, qué instrumento tocaba, lo que obligó al «intelectual sudamericano» a «confiarle» finalmente el secreto que guardaba en el ropero. «Bandoneón», confesó. Y la maestra le pidió entonces que le tocara uno de sus tangos en el piano. Piazzolla arremetió con «Triunfal». Al describir la situación, Collier la ve tan embelesada, al borde del éxtasis, que al finalizar «el octavo compás» (¿los habrá contado?) hace que la maestra le tome las manos a Piazzolla para darle el mejor de los consejos. «No abandone jamás esto. Ésta es su música. Aquí está Piazzolla», asegura por otra parte que le dijo su hija Diana. «Ésa fue la gran revelación de mi vida musical», le admitió Piazzolla a Gorín.”

Piazzolla se crió en la Little Italy de Nueva York. Se dice que su padre trabajaba para la mafia siciliana. Había llegado a Nueva York en sus tres años y regresará a Mar del Plata, donde había nacido, ya adolescente.  En Nueva York respondía en inglés para no ser confundido con un portorriqueño. Dirá Fischerman: “Una infancia hecha a la medida de un instrumento inmigrante y clandestino.” Cuando retorna a Mar del Plata ocultaba su precario castellano que denunciaba “una llamativa falta de adecuación al habla de los argentinos”. Ese carácter fronterizo entre no ser local y no ser extranjero, ese no estar ahí en plenitud, se produce a través de la lengua. Porque la patria es la lengua. Cuando nuestra lengua no está en su lugar, es decir, allí donde se la habla, provoca malestar, extranjería.  También “le daba ‘vergüenza’ que sus amigos supieran que tocaba el bandoneón (y, para peor, disfrazado). En Francia, mucho después, lo escondería en el ropero. Esa tensión entre la presencia vergonzante y su anhelo de hacerle adquirir nueva carta de ciudadanía está presente desde muy temprano.”  

Masotta 

Oscar Masotta se encuentra con Pichón Riviere, el psicoanálisis y con su análisis. Entiende que tiene cosas para decir y ya no quiere copiar al ideal, encarnado en los nombres de Merleau Ponty y de Sartre. Masotta relata cómo lo abochornaba su padre, exponente pusilánime de esa clase media argentina que no tenía gustos de dandi inglés. Pudo producir una operación de separación a ese rechazo en su encuentro con el psicoanálisis. Que haya podido ‘curarse’ lo demuestra que ya no refleja ninguna pretensión de copiar a Lacan o a Freud, sino de transmitir su propia lectura del psicoanálisis.

Otra pequeña muestra de ese escozor frente a lo argentino podríamos encontrarla en un episodio que cuenta Germán García, en su encuentro con Lacan en 1977. Un Lacan preocupado por las condiciones concretas de existencia de un país sometido a una dictadura. Recuerda García que le dijo a Lacan: "Vengo de la literatura”. Y agrega: “Era menos patético que decir que vengo de la Argentina”. Podríamos leerlo como no atreverse a pronunciar ‘vengo de la Argentina’ por el pathos del horror de ese momento. Pero también, podríamos leerlo como cierto desdén de venir del sur del mundo. Venir de la literatura es más prestigioso. Quizás también había allí un modo de ocultar la propia proveniencia. Esa Argentina cuyos fundadores, los que tallaron más que otros, tenían en mente poblarla de europeos de otro ‘rango’ a los que ‘finalmente’ llegaron. Porque se trata de relatos fundacionales y no de hechos. Los emigrantes a los Estados Unidos o Australia tenían un perfil de baja estofa y, sin embargo, a estos fundadores les parecían los apropiados. A pesar de que, como también ocurrió en Argentina, no faltaba lo rechazado en los pueblos originarios y no sólo en los del sur de Europa.

¿Cómo podemos leer la anécdota de Piazzolla que vinculamos con el Masotta de ‘Roberto Arlt, yo mismo’? Cobra relevancia el tema del ideal, sobre todo para estos seres masculinos sumergidos en cierto pudor por el lugar de dónde provienen, al menos en una etapa de su vida. También el encuentro fundamental con alguien o algo que les permita romper con la lógica de sumisión a ese ideal; alguien que conduce para que esa ruptura se produzca. Porque no es sin ese Otro que se puede dar tal paso. Los discursos hegemónicos de la propia cultura horadan al sujeto hasta hacerle sentir vergüenza de lo propio, de no estar a la altura de ciertos ideales. En todo esto hay cierto aire de la novela familiar del neurótico donde Freud analiza la lógica subyacente a la devaluación de la familia de la que se proviene. Se trata de una caída de cierto narcisismo provocada por el llamado a lo exogámico. Se destituye de alguna manera el reino del narcisismo familiar. El efecto de la novela familiar va más allá del tipo de trama y argumentos en los cuales cada familia y cada sujeto de esa familia se sostiene. Es un hecho de estructura en tanto nacemos al mundo del Otro en relación de estricta dependencia y que será todo el universo que nos rodea. La novela familiar del neurótico es el relato de esa operación de separación, de desasimiento de los padres -dice Freud- que todo individuo debe realizar. En esa operación los dichos del microcosmos que nos han cobijado, alentado o denigrado caen y se anuncia que el centro del que formábamos parte se debe perder, irremediablemente. Se configura una distancia entre esos padres defectuosos y los padres ideales del afuera.  Alguien podría decir que no es posible trasladar directamente la factura singular de la novela familiar de cada neurótico a unos rasgos culturales. Es probable. Pero podemos construir una analogía con ese drama por el que algunos argentinos significativos han transitado. Como si la confrontación con la desigual distribución de prestigios del mundo nos condenara a una adolescencia eternamente rebelde a nuestra proveniencia. 

He reflexionado en otro lugar sobre dos casos de niñas albanesas que viven en un país donde la lengua italiana es la lengua dominante. En un caso, unas niñas hablaban muy bien el italiano y parecían orgullosas de hablar también el idioma de sus padres. En otro caso, una niña tan avergonzada de la lengua albanesa mostró su padecimiento en el rechazo a ese idioma. Había absorbido los valores circulantes de una Italia discriminadora. Esa lengua debía esconderse. 

Nos podemos preguntar ¿por qué Argentina, un país hecho de inmigración, similar a Australia o Estados Unidos, sufre de esa vergüenza de ser, como parecen padecer tantos argentinos? Hay razones de dominio lingüístico y económico. La lengua dominante en nuestro mundo es de origen anglosajón. Eso puede tener efectos también en la subjetividad de cada niño o niña que nace, aunque no necesariamente debería producir vergüenza o desprecio por la propia lengua. La niña albanesa no quiere hablar la lengua de sus padres. Rechaza profundamente algo de sí, algo que la constituye. Ese rechazo de sí misma le provoca sufrimiento. Masotta se enfermó con ese desprecio por la mediocridad del padre y esa falta de gusto, gusto tramado bajo la férula del dandismo inglés. Piazzolla pretendía esconder a Boulanger ese bandoneón que lo hará famoso en el mundo entero. Sólo cuando Boulanger, desde las alturas celestiales de la cultura musical, le dice ¡qué lindo! a su tango, ‘dedíquese a eso’, revierte sobre sí esas palabras y se reapropia de lo que posee. 

Si lo leemos desde la novela familiar del neurótico lo podemos comprender como una operación esencial de separación. Lo ideal está afuera del pequeño mundo narcisista en el que vimos la luz. Pero esa operación no necesariamente debería reforzarse con los emblemas de desprecio de la propia cultura. Ya no se trata del desprecio al padre humilde de la novela familiar sino de un desprecio que se volverá destructivo para el sujeto y su cultura. Evidentemente, tanto en Masotta como en Piazzolla hay un resguardo del narcisismo que pugna para alcanzar a ese ideal. Allá van estos hombres munidos de la ambición de escalar hacia las alturas de la cultura. Es el lado del ideal que nos presta un horizonte hacia el cual dirigirnos. Pero también está el costado del ideal que constriñe, esclaviza mientras se mantenga esa distancia inalcanzable. Estos hombres, en ese ambicioso movimiento de alcanzar el ideal, rechazan lo propio. Pero se encontraron con alguien que los escuchó y a quien pudieron escuchar. Ese Otro que les dice: No se trata de llegar a esas alturas, ya estás en tus propias alturas. Ese volver sobre los pasos para poder mirar de otro modo lo propio es lo que regala el encuentro con el Otro, el Otro como Sujeto Supuesto Saber, como en un análisis cuando alcanza a producir esa operación. A veces es la propia vida, ciertas circunstancias, ciertos decires escuchados, ciertos encuentros que pueden producir ese efecto. 

Volvemos a preguntarnos: ¿cómo valorar ciertos rasgos de la propia lengua si no tiene valor en las narraciones circundantes? Ese valor deberá producirse no desde el narcisismo del Yo Ideal, sino desde poder advertir que la propia lengua vale porque no hay otra, porque es inajenable, porque es lo que somos. Rechazar lo que nos funda es dar un carácter fundante al rechazo de lo propio. Rechazar nuestra forma de hablar, de escribir, de hacer música, aquello que desde la infancia nos ha formado forma parte de una expropiación -expropiar es la palabra justa- de lo que nos pertenece, aunque sepamos que somos más sus inquilinos que sus propietarios. No para decir que vale porque es mío sino porque le pertenecemos. Que la cultura en la que se vive o la familia en la que se nace nos pueda inculcar rechazo por la propia lengua debe ser uno de los males más nocivos para la constitución del sujeto. Su anclaje tiene consecuencias devastadoras singular y socialmente. En mi texto ‘La patria es la lengua’ narré un descubrimiento que hice a partir de vivir en Italia. Me permitió comprender que ciertos rasgos italianos en la lengua argentina los había absorbido de niña como rasgos devaluados insertos en el habla. Lo italiano era lo degradado en un país fascinado por lo inglés o lo francés. Esas marcas perduran en mí. Cuando oigo ‘mais’ (con acento en la a, como se dice en italiano) y no maíz, con acento en la í, siento la reminiscencia de un desprecio. Una minucia del habla se impone y nos expropia el placer de hablar nuestra propia lengua, sedimentada en décadas o siglos de colonización cultural y decantada en el habla de la vida cotidiana. El rechazo de lo propio, ligado estrechamente a la propia lengua y a la propia cultura, ha cubierto en ocasiones nuestro modo de estar en la cultura argentina. No estamos diciendo que rasgos de la propia comunidad no puedan ser contestados en el modo de la rebelión, por ejemplo. Tampoco es posible convertir mágicamente ese rechazo en una apología, pues si ese rechazo es fundante estará allí para siempre. El exilio de lo propio al que estamos condenados como a nuestra propia división impide pensar en un reencuentro amoroso con lo que fue rechazado. Quedará en nosotros la tensión, pero, sin dudas, podremos hacer algo con ello. Es lo que se pretende de la operación de un análisis. Hacer algo con nuestro síntoma para no ser sus esclavos. El psicoanálisis puede contribuir a pensar cómo se tramita esto en la sociedad pues se dedica a escuchar a quienes sufren por no poder alcanzar el ideal que se les propone todo el tiempo. 

Los ideales de Masotta eran la alta cultura francesa y los trajes ingleses; los de Piazzolla, la alta música clásica. Ahora, los jóvenes, en un contexto de pauperización mundial están siendo presionados a acceder, como el más alto valor de la sociedad, a ganar mucho dinero.  Una sociedad que impulsa a obtener aquello que la misma sociedad se encarga de que no se pueda conseguir. No es extraño que esto produzca no sólo sufrimiento sino formas particularmente actuales del padecimiento. 

Borges 

Borges, a diferencia de Piazzolla o Masotta, produjo tempranamente una operación de reivindicación del habla argentina. Quizás su proveniencia lo amparaba. Nace en un contexto universalizado de culturas; también posee el inglés, la lengua dominante. Viene de una clase ‘aristocrática’, al menos en lo que hace a la cultura de la que proviene y a la que puede acceder. Todo eso le permite destituir ciertos semblantes que para otros serán ideales que presionan desde las alturas. Desde esa proveniencia produce una operación precoz de valoración de lo argentino. Lo argentino situado en la cultura universal. Criticará el ‘color local’ porque se trata de hablar desde el lugar de la excentricidad en la que parece alojarse la cultura argentina. El Aleph podría ser una metáfora de su operación. En un ángulo minúsculo de la calle Garay hay el infinito. 

“La Argentina era un país periférico cuya respuesta a esa condición fue convertirse en una inmensa máquina de traducir textos. Borges, adelantándose a todas las teorías de la recepción, transforma las relaciones centro-periferia al postular que no hay un texto original superior e inmaculado que haya que custodiar y al que la traducción siempre vaya a mancillar, degradar o disminuir de algún modo”, dice Jorge Alemán y lo llama ‘una operación de soberanía que no tiene parangón en la historia de la literatura de nuestra lengua’. La Argentina no será periférica, sino excéntrica.

La operación de rescate de aquello que primeramente había ocasionado vergüenza se produce por el paso por el Otro de la escucha de la propia singularidad. Lo producen Masotta y Piazzolla, es nuestra conjetura, luego de haberse encontrado con ese Otro que puede leer el valor de lo que tenían para decir. Será una operación por realizar, la de convertir a esa excentricidad de lo argentino, en categoría estética, es decir, abandonar la idea de que un idioma o una música sean superiores a otro idioma o a otra música, como plantea Alemán.

Borges lo había producido ya, cuando concibe que lo argentino, por esa matriz devaluada y periférica pero admirativa de la cultura universal, tendría más derecho a lo universal que otras naciones. Rompe, quiebra los centros de irradiación. Borges no desprecia culturas ni lenguas, no establece jerarquías culturales. Se atreve con ellas, desde su propio lugar aparentemente periférico. 

Dice Diego Fischerman sobre Piazzolla y su encuentro con Boulanger: “Lo que escucha es que esos consejos derivarán en un supuesto punto de intersección entre las tradiciones "altas" y las "bajas" yendo desde las que conocía mejor, desde las que había intentado abandonar, desde las populares y, precisamente, desde la más "baja" de todas: desde el tango.” Para Fischerman, su prestigio como músico popular le dará una especie de revancha contra los que lo habían despreciado. Ahora bien, ¿qué de su propio desprecio o rechazo a esa música de la que está hecho y a la que retorna convencido luego del episodio con Boulanger? Es de eso de lo que puede hablar el psicoanálisis. De cómo ciertos discursos dominantes se hacen carne en cada sujeto. De cómo la desvalorización de una lengua puede transmitirse de padres a hijos y convertirse en vergüenza. La lengua se transmite irremediablemente en esa instancia primordial de los primeros años de vida. Es allí donde ideología y fantasma se interceptan. Un valor cultural se hace singular, modificado por las condiciones concretas de esa singularidad, hasta alcanzar al sujeto del inconsciente. 

Fischerman contextualiza las controversias intelectuales en el arte que giran en torno a lo auténtico y lo extranjero, oposiciones que tendrán derivaciones estéticas que también están presentes en el tango. Los músicos más o menos populares versus los más o menos sofisticados. Inevitable que cada contexto cultural imprima escala de valores que decantan en estéticas artísticas. De allí que rescate una tercera posición en el contexto de "ni yanquis ni marxistas: peronistas".  ¿No será esa tercera posición un intento claro de reivindicar lo propio, no porque es lo propio, sino porque hay allí una originalidad, una invención de la propia cultura que ofrece algo que no estaba antes? El tango es una donación rioplatense al mundo bastante devaluada en ciertos momentos de la historia. También Piazzolla dona su originalidad en esa tercerizada música entre seria y popular. Pero Piazzolla no nace de un repollo. La música del tango estuvo casi desde sus orígenes inventada y frecuentada por músicos académicos tanto como por músicos populares. No solo Piazzolla, sino casi toda la producción del tango presenta una gran calidad musical que cuestiona el dilema música popular versus música culta.

En ese contexto en el cual se dirimen rasgos estéticos, valores y prestigios también se puede estimular o desincentivar cierta vergüenza por lo propio. La década de Oro del Tango coincide en gran medida con la década peronista. Si bien también en esa época se disputan jerarquías musicales, sin embargo, el clima era de incentivo a la producción y a la invención. Una eclosión de creatividad genuinamente producida desde el propio suelo. 

El rasgo sintomático de una vergüenza por lo argentino, puede ser una herencia que viene de lejos, si bien hay épocas que favorecieron más que otras ese rechazo. Se trata de una pátina que con mayor o menor densidad sobrevuela nuestra cultura. Las idas y vueltas de Piazzolla frente al monumento de la música seria europea le pertenecen, como le pertenece a Masotta su afición por los trajes ingleses y su desprecio a la pusilanimidad y falta de gusto de su padre. Se corresponden, se interceptan. No hay idealización sin degradación. Aquello que marca el ideal deja como estela lo que será degradado. Sin uno no hay otro. El Ideal está ligado a lo lejano, al ‘allá’, a lo otro, a lo ausente, a lo que falta. El ideal está enfermo de lo lejano y, como tal, enferma. ¿Lo ideal marca a lo lejano como prestigioso o es lo lejano que por serlo se hace ideal? 

Retorna la pregunta de Nietzsche y de Masotta ‘cómo llegar a ser lo que se es’. Modifiquemos la pregunta. ¿Cómo no ser lo que ya se es? Es que se trata de un ser que puede ser rechazado, no en tanto Ser, sino en tanto semblante con el cual nos identificamos. El rechazo compromete no una imagen ideal de nosotros mismos, sino que una imagen ideal nos socava. En esa pasión de rechazo de lo propio se produce una herida. Es un mal que aqueja a pueblos subalternos o colonizados como un problema difícil de resolver porque esa distribución de prestigios nacionales se encarna en seres singulares que lo padecen. Han absorbido las narraciones dominantes y el hacerlas ‘suyas’ los conduce a rechazar lo propio. Se trata de identificación. Lamentablemente, no sólo se trata de la identificación secundaria, la de los rasgos, aquella que se construye en la adolescencia o en la juventud, que se nutre de emblemas, ideales, marcas de lo que circula en la sociedad. El problema es cuando se trata de identificaciones fundantes, donde el rechazo se hace estructural. 

La Pampa y el ideal

Sobre la pampa, que en quechua quiere decir lejanía, Borges se ocupó de exaltar su carácter de ficción poética. Descreía de la eficacia de las descripciones positivistas de Hudson y Humboldt sobre el objeto fisiológico la pampa. Para el gauchaje la pampa era lo que estaba más allá de las fronteras. Algo así como esa definición que he escuchado tantas veces de extranjeros que no conocen Argentina: ‘la pampa sconfinata’, es decir, infinita, sin límites. Esa pampa es promesa de lejanía, para el gauchaje y para los extranjeros. No importa si Martínez Estrada, aporta razones fisiológicas diversas cuando dice que “Quien va a los campos del sur y a la pampa, no ve nada”. Para los que vivimos en ella, ignoramos su presencia física. Pero los extranjeros sueñan con visitar ese lugar sin límites, promesa de una experiencia en el infinito. Se trata de un ideal que nutre el exotismo que se fascina con el espejismo de la distancia. 

Los ideales están en relación con la lejanía. Es lo que nos dice la filosofía occidental desde los griegos. Hay un principio de idealización: ‘major longinquo reverentia’, ‘la lejanía aumenta el prestigio’ por eso nadie es profeta en su tierra. ¡Cómo va a ser genial si vive a dos cuadras de mi casa! Los argentinos padecemos esta ecuación, la de la lejanía como promesa del ideal, en dos direcciones. Desde la Argentina, caída del planeta, porque lo que vale está siempre lejos de nosotros. Desde el exterior, hacia nosotros, el ideal de la ‘pampa sin límites’. 

Reconstruir la distancia en el pensamiento filosófico o analítico también es poder desprender la vertiente de la idealización y la fascinación por lo lejano de la vertiente que se sirve de la distancia para poder pensar lo impensado, esa distancia necesaria para despegarse del sentido común y los prejuicios consolidados. 

En las anécdotas de estos argentinos parecen confundirse el ideal y el imperativo. Con la crucial presencia del Otro en la constitución subjetiva se puede entender que puedan confundirse el ‘tú eres eso’ materno y con el ‘tú debes ser eso’. La mezcla de deseo, aspiración y proyección que parte del sujeto madre hacia el hijo inevitablemente no sólo puede ser leído como ‘tú debes ser eso que deseo’ sino que se hace difícil desatar el deseo del deber ser. Freud, en su construcción conceptual paso a paso había descripto lo que nombra Ich-Ideal, es decir lo ideal, de manera amalgamada con las funciones de auto observación y censura. En Introducción al narcisismo preanuncia su posterior concepto de Superyó cuando plantea que no se asombraría si se descubriera una instancia psíquica que se ocupara de ‘medir’ el Yo con el Ideal. Si esa instancia existiera dice, se confirmaría lo que ya había planteado anteriormente, que la formación del ideal ‘es el más fuerte favorecedor de la represión’. Se trata de medida porque se trata de distancia. Es la medida de la distancia una de las claves para evaluar los tropiezos o síntomas respecto del ideal. La mayor o menor distancia entre el ideal y el yo marcan diferencias entre el Yo ideal (Ideal-Ich) y el Ideal del yo (Ich-Ideal). Fue Lacan que se ocupó de separar conceptualmente el Ideal del Yo, el Yo Ideal y el Superyó. Pero estas delimitaciones conceptuales no implican que debamos concebirlos como estrictamente separados. Hay un ideal que coacciona, que constriñe, que obliga y que se ajusta a la noción de que deseo y ley están de alguna manera esposados. 

La cultura francesa, el dandismo inglés o la alta música clásica operan como ideales que apremian a los sujetos Masotta o Piazzolla. Es concebible que sea desde el lugar del Otro que se pueda desanudar el ideal del imperativo. Un desanudamiento que permitirá decantar también las razones o el sentido del singular padecimiento por no alcanzar el ideal. Ese ideal que no necesariamente debe caer, sino tomar otro carácter que como cruel imperativo. 

(*) Psicoanalista y escritora. Publicada originariamente en psicoanalisisencastellano.blogspot.com Reproducido con la autorización de la autora.